domingo, 29 de diciembre de 2019

EL PAN DE CADA DÍA


Reflexión Homilética para el Domingo 29 de Diciembre de 2019. Fiesta de la Sagrada Familia
  
      Cuando leemos los libros de historia se nos puede quedar la impresión de que todo se centra en algunos grandes acontecimientos: el día en que se libró una batalla, el día en que se firmó un tratado de paz o el día en que tuvo lugar un descubrimiento científico. Pero la historia real no es eso. No es sólo eso. La historia se hace en el día a día de muchas personas que se esfuerzan, que luchan, que se alegran, que disfrutan, que enferman... La vida de una familia no se puede centrar sólo en la celebración de los cumpleaños, de las vacaciones o en algunos otros acontecimientos especiales. La vida de una familia se hace en el día a día, en la limpieza de la casa, en el esfuerzo por levantarse y hacer que todos estén a tiempo para ir a sus trabajos, en la contribución diaria para que todos sean felices y se sientan bien en casa. La vida de una familia se hace en el amor, el respeto, la paciencia y el diálogo. La vida de una familia se juega en el pan de cada día y no en el banquete del día de la fiesta.

      Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Fueron una familia normal y corriente. María y José tuvieron que trabajar duramente (no se trabajaba de otra forma en aquellos tiempos). Su vida de familia se compuso de muchos días de semana, llenos de trabajo, de preocupaciones, de alegrías y penas compartidas, de paciencia, amor, diálogo y respeto mutuo. Días en que no se celebraba nada especial, simplemente se vivía. Pero precisamente ahí en ese día a día fue donde se fraguó la santidad de aquella familia. Hoy se convierte para nosotros en signo del amor de Dios en nuestro mundo y modelo de nuestra vida de familia. Modelo de los días de fiesta y modelo de los días de diario

      Hoy nuestras familias se tienen que mirar en aquel espejo. El objetivo no es vivir como vivieron Jesús, José y María. La vida ha cambiado mucho desde entonces. Los problemas que tenemos que enfrentar nosotros no son los mismos que los que tuvo que enfrentar aquella familia. Sin duda que la relación entre los esposos ha cambiado, también la relación de los hijos con los padres y de estos con los hijos. Pero hay algo que no puede cambiar: la vida de una familia se construye sobre la base del amor y el respeto mutuo con grandes dosis de paciencia y diálogo. La violencia, la rigidez, la incomunicación llevan con seguridad a la destrucción del hogar y a la larga a la destrucción de las personas que lo forman. Amor, respeto, paciencia y diálogo son la base segura sobre la que podemos afianzar la vida de nuestras familias. De ese modo, como la familia que fueron Jesús, María y José, nuestras familias serán también un signo de la presencia amorosa de Dios en medio de nuestro mundo.
C.M.F.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Y HEMOS CONTEMPLADO SU BELLEZA


Reflexión Homilétca para el día 25 de Diciembre de 2019. 
Solemnidad de la Natividad de Ntro. Señor Jesucristo.

¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad! Algo mágico nos envuelve desde anoche: todos estamos conmovidos, misteriosamente tocados por Amor. Una necesidad imperiosa de comunicación, de amor, de encuentro nos habita. ¿Qué nos ocurre? La Palabra de Dios que ahora escucharemos no solo es noticia y mensaje, ¡se ha hecho carne!.

Los villancicos que suenan y resuenan convierten nuestras ciudades y casas en algo así como un templo extendido. Las luces mueven nuestra fantasía y avivan nuestra nostalgia. Los alimentos navideños nos evocan sabores deliciosos. Los encuentros en medio del frío hacen que los amores renazcan y los lazos se estrechen. Nos duelen mucho más las divisiones y las enemistades. Enviamos mensajes de amor y felicidad en todas las direcciones. ¿Qué nos ocurre?

El Evangelio de Juan nos da la clave, pero nos resulta bastante inaccesible. Si yo pudiera decir lo mismo en términos más sencillos diría lo siguiente:

El niño Jesús, que nace en el portal de Belén es la manifestación del secreto mejor guardado. ¿Qué secreto? Habéis asistido a un espectáculo que nos ha emocionado y exaltado. Desfilan, al final, los actores por el escenario y nos roban los aplausos. Pero cuando parece que todo ha concluido, emerge de la oscuridad el autor de la obra, el gran protagonista, el creador. Así sucede el día de Navidad. El gran autor de la obra es el Dios, a quien nadie ha visto jamás. Pero ese Dios tiene un hijo. Todos pensaban que era un solo Dios, pero nunca pensaron en su fecundidad interna. Dios nos habla y nos crea a través de su Hijo, que es su Verbo, su Palabra. Y ahora, en este día de la Navidad, su Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplado su Belleza. Al nacer y aparecer Jesús en la tierra, se hace presente entre nosotros el secreto mejor escondido, la clave para entender el universo, la humanidad.

Sin embargo, la luz vino a los suyos y los suyos no la recibieron, aunque a quienes la recibieron les dio el poder de ser hijos de Dios.

¡Ese es el sentido más profundo de la Navidad! Que aparece entre nosotros aquel por quien todo fue hecho, en cuya palabra poderosa subsisten todas las cosas. Todo lo que vemos nace de la inspiración de Jesús, en ella está el verbo de Dios. No es necesario que Jesús nazca de nuevo, sino que nos sea concedida la experiencia de verlo nacer en cada rostro, en cada acontecimiento, en cada realidad. Cristo nace cada día a nuestra fe. Es lo mismo que contemplar de nuevo una obra teniendo ya presente al autor.

Con esta contemplación descubriríamos cómo todos somos hermanos, cómo todos procedemos de las mismas manos creadoras, cómo no debemos enfrentarnos por particularismos. Aquí lo importante no es ser de aquí o de allá, tener este sexo o el otro, ser de este partido o del otro…. Aquí lo importante es que todos hemos sido creados en Jesús, que todos somos parte del mismo cuadro. Por eso, sin darnos cuenta, la Navidad nos lleva a subrayar la fraternidad, el amor universal.

Es interesante ver cómo Jesús tiene un nombre previo al nombre que le impusieron sus padres María y José. Su nombre era Verbo, Palabra, en hebreo Dabar. Este término hebreo “dabar” significa que Jesús era la Palabra que hace realidad lo que dice. Jesús también hoy nos dice, nos afirma. Con él sí que nacemos y renacemos cada día.
C.R.

domingo, 22 de diciembre de 2019

LA SEÑAL ES UN NIÑO


Reflexión Homilética para el Domingo 22 de Diciembre de 2019. 4º de Adviento.

Después de estas semanas de preparación, ya estamos a punto de terminar el Adviento. Unos días más y es Navidad. Y las lecturas de hoy nos dan las últimas claves que nos permitan identificar al que viene, a nuestro salvador. Es importante que atendamos a esas claves no vaya a ser que después de tanta espera, nos despistemos y no nos enteremos cuando pase a nuestro lado.

De nuevo, como en los tres domingos anteriores, el profeta Isaías nos da la clave. Nos cuenta una antigua historia de un rey que no confiaba en Dios y que aun así Dios le quiso dar una prueba de su presencia y de su fuerza. El rey gobernaba una ciudad sitiada, sometida al hambre y a la destrucción de la guerra. Pues bien, la señal que Dios le ofreció no era un milagro que rompiese las leyes de la naturaleza. Era una señal sencilla, corriente si se quiere, pero llena de esperanza. Cuando el rey pensaba que su reino se terminaba, que todo sería destruido, Dios le prometió que iba a nacer un niño de una virgen. El niño llevaría el nombre de Enmanuel, que, traducido, significa Dios-con-nosotros. Dios estaba invitando al rey a mirar más allá de las apariencias, a poner toda su confianza en Dios. Donde él veía una ciudad atemorizada, sitiada por un ejército enemigo, sometida al hambre y a la muerte, Dios iba a hacer nacer un niño de una virgen. Ese niño sería la promesa de Dios, el signo de la presencia salvadora de Dios allá donde el rey no veía ninguna posibilidad. Leída hoy esa lectura del profeta Isaías, la promesa se nos hace a nosotros. Nos va a nacer un niño. Ese va a ser el gran signo de Dios. Ese niño es y será el signo de la promesa de Dios, de su amor restaurador, reconciliador y salvador.

Y de ahí al Evangelio, donde se nos cuenta otra historia. Esta vez más cercana y familiar. Los protagonistas son José y María. Son novios. Ya están comprometidos a casarse. Pero María está embarazada sin que hayan vivido juntos. José podía ser bueno pero no tonto. No quería organizar un escándalo pero tampoco quería cargar con lo que no era suyo. Entonces se produce lo inesperado: un ángel se le aparece en sueños y le hace entender que ese niño es el gran signo que el pueblo estaba esperando. Ese niño que estaba creciendo en el seno de María es el que había profetizado Isaías. Ese niño es ya “Dios-con-nosotros”. Dios ha hecho posible lo que para los hombres es imposible. Dios ha creado vida y esperanza para toda la humanidad en ese niño.

Este es el gran signo que esperamos. El nacimiento de un niño. Ahora sabemos que nuestro Dios está por la vida. Que defiende, promueve y crea la vida. El signo de su presencia es un niño, cualquier niño. Es la vida, cualquier vida. Ahora sabemos que cada signo de vida entre nosotros nos habla de la presencia de Dios. Es “Dios-con-nosotros”.
Fernando Torres CMF

viernes, 13 de diciembre de 2019

¿QUÉ ES LO QUE VA A VENIR?


Reflexión Homilética para el Domingo 15 de Diciembre de 2019. 3º de Adviento.

Las lecturas de este domingo nos ponen en pista de lo que va a venir. Tampoco es que os den una lista de las cosas que van a suceder o nos pinten el retrato robot del Mesías para que reconozcamos al enviado de Dios, en cualquier sitio donde lo encontremos. Pero algunas cosas sí que nos dicen.

Por lo pronto, la lectura del profeta Isaías nos hace abrir los ojos y sentirnos maravillados. Lo que va a venir, lo que va a suceder cuando él venga, no tiene parangón en la historia de la humanidad. Todo lo que el profeta conocía iba a cambiar radicalmente. Hasta el desierto iba a florecer. Hay que recordar que Palestina es una tierra rodeada de desiertos, así que el profeta sabía bien de lo que estaba hablando y de que eso era prácticamente imposible. Pero no sólo los desiertos van a florecer. El que viene nos quitará el temor y el miedo, devolverá la vista a los ciegos y los sordos volverán a oír. Dicho de otra manera, los que por el pecado habían quedado incapaces para comunicarse con el mundo, los que nos habíamos quedado sordos y ciegos ante el Dios que nos ama y nos invita a la salvación, recuperaremos esos sentidos y volveremos a ver y a oír al Dios que nos llama. Los liberados de todas las esclavitudes darán saltos de alegría y tendrán una dicha eterna reflejada en sus rostros. Eso es lo que va a suceder cuando venga el que está a punto de venir según el profeta.

El Evangelio repite las mismas ideas. Ante la pregunta de los discípulos de Juan Bautista a Jesús, éste responde: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído” y a continuación les dice casi al pie de la letra lo que decía la lectura del profeta Isaías. Pero con una diferencia importante. Donde el profeta utilizaba el futuro, Jesús usa el presente. Lo que el profeta anunciaba como algo que había que esperar, Jesús lo dice como algo que ya está sucediendo. No sólo eso. Jesús alaba a Juan Bautista. Ha sido, dice, el mayor de los profetas. Sin duda. Pero nos sorprende con su última frase: “Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más que él”. Parece que Jesús habla de un presente, algo que ya está sucediendo, que es de tal forma nuevo, que hasta la figura gigante de Juan Bautista queda apagada ante ello.

Y es verdad. Jesús tiene razón. El Reino ya está aquí. Dios ha abierto ya los oídos de los sordos y los ojos de los ciegos. Hoy sabemos que el Adviento es recuerdo de una espera que fue, pero que para nosotros ya es presente. Celebramos el aniversario de la llegada de Jesús. No estamos esperando a que venga, porque ya ha venido. Abrid los ojos y mirad a vuestros vecinos, amigos y familiares, veréis un hijo de Dios. ¿Qué otra cosa es el Reino?
Fernando Torres cmf

domingo, 8 de diciembre de 2019

¿HABRÁ JUSTICIA EN ESTE MUNDO?


Reflexión Homilética para el Domingo 8 de Diciembre de 2019. 2ºde Adviento.
Solemnidad de la Inmaculada Concepción

      A veces la experiencia de la vida nos dice que no hay justicia y que nunca la habrá. Podríamos hacer aquí multitud de preguntas para las que probablemente no tendríamos más respuesta que un movimiento de cabeza manifestando una cierta desesperanza. ¿Por qué tantos jóvenes terminan envueltos en la violencia, las drogas y la delincuencia? ¿Por qué las bandas existen en nuestras calles? ¿Por qué a veces la justicia no se aplica del mismo modo en los barrios de la gente bien que en los barrios pobres? ¿Por qué en unos casos la ley se aplica con toda su dureza y en otros con una enorme comprensión? ¿Por qué hay hombres que no saben tratar a las mujeres, incluso a la suya, con el respeto que se merecen? ¿Por qué a unos –muy pocos– les toca una ración tan grande en la tarta de este mundo, a otros una ración tan miserable y a otros muchos no les toca nada? ¿Por qué? ¿Por qué? Algunos nos hablarían de los problemas sociales y políticos, culturales y humanos que son la causa de todos esos problemas, nos envolverían con palabras y largos discursos. Pero al final nos quedaría todavía ese último “¿por qué?” rondando por la cabeza.

El Adviento, el tiempo que estamos celebrando ahora en la liturgia y que nos invita a prepararnos para la venida del Señor, nos ofrece una respuesta. De alguna forma, comienza reconociendo la situación. La primera lectura, del profeta Isaías, nos habla de uno que va a venir. Es una rama del tronco de Jesé, un descendiente de David. Tendrá el espíritu del Señor para gobernar conforme a sus preceptos. No juzgará por las apariencias sino que hará justicia a los débiles y dictará sentencias justas. Decir todo eso es reconocer claramente que la justicia que ahora hay en nuestra sociedad no es buena. No llega a todos por igual. Pero, la lectura del profeta Isaías, reconociendo que la situación actual no es buena, nos invita a vivir en la esperanza. Porque va a haber un día en que sí va a haber justicia para todos. Un día en que termine la violencia y todos nos volveremos hacia el que tiene el espíritu del Señor. En él encontraremos la justicia que necesitamos.

Pero es necesario un paso intermedio. Juan Bautista en el Evangelio nos lo recuerda. Es necesaria la conversión. Si esperamos al Señor, hay que empezar a preparar los caminos para su venida. Es decir, hay que vivir ya, aquí y ahora, como si Él estuviera ya aquí. Esa es la mejor preparación. Juan Bautista nos lo dice claramente: “Cambien su vida y su corazón”. Porque estaría muy mal quejarse de que no hay justicia al tiempo que practicamos la injusticia entre nosotros. Si no empezamos ya ahora a practicar la justicia, quizá es que, ¡ay!, en el fondo no la deseamos.

Homilía para la Solemnidad de la Inmaculada Concepción
De Eva a María

La primera lectura y el Evangelio de esta fiesta ponen en relación a María con Adán y Eva, nuestros primeros padres, el símbolo primero de la humanidad. En ellos se ve cómo somos capaces de eludir la responsabilidad. Queremos ser libres pero no queremos rendir cuentas de lo que hacemos. Es como si prefiriésemos vivir toda la vida como niños o adolescentes inmaduros. Cuando en el relato del Génesis Dios pregunta a Adán y Eva qué ha sucedido, la respuesta de los dos es muy parecida. Los dos echan a la culpa a otro. “No sabían lo que hacían”, “fue la mujer que me diste por compañera” (y así, muy finamente, Adán le echa la culpa a Dios mismo de lo sucedido), “fue la serpiente”. Se trata de liberarse de la culpa. Y con la culpa se va la responsabilidad también. Y, de paso, la libertad. Porque la libertad es nada sin responsabilidad.

La actitud de María en el Evangelio de Lucas es muy diferente. Ante el saludo del ángel, María se siente perturbada. Pero eso no la lleva a decir que posiblemente el ángel estaba buscando a otra persona y que ella no era la elegida. María escucha, asume el desafío que la presencia del ángel presenta y responde (responder tiene mucho que ver con “responsabilidad” y, por tanto, con “libertad”) afirmativamente a su propuesta. En el momento del “sí” no es plenamente consciente de las consecuencias que comportará en el futuro su respuesta, pero el resto del Evangelio nos muestra a una mujer que sabe estar en los momentos más fundamentales de la vida de su hijo, que escucha su palabra y la guarda en el corazón, que le acompaña hasta en el momento de la cruz y que, más tarde, aparece, como una más, en medio de la comunidad cristiana. Todo un ejemplo de madurez, de responsabilidad, y, por tanto, de libertad.

María, al responder positivamente al anuncio del ángel, rompe una tendencia que todavía está presente en el corazón de muchos de nosotros: la de echar la culpa a otro, la de no querer asumir la responsabilidad que está inseparablemente unida al inmenso don que es la libertad. Al renunciar a la responsabilidad, renunciamos también a la libertad. Y nos quedamos reducidos a ser unos perpetuos niños.

María representa a la nueva humanidad, hecha de hombres y mujeres libres y responsables, conscientes de que Dios ha puesto este mundo en nuestras manos y de que tenemos que cuidarlo y mejorarlo, que compartirlo con nuestros hermanos y hermanas. María es, así, fuente de esperanza. Es posible una humanidad nueva, es posible un mundo diferente, si acogemos, como ella lo hizo, el anuncio del Reino en nuestros corazones, si asumimos nuestra libertad con responsabilidad y madurez.
Fernando Torres cmf

sábado, 30 de noviembre de 2019

¡ESTAD PREPARADOS!


Reflexión Homilética para el Domingo 1 de Diciembre de 2019. 1º de Adviento.

      Hay personas que viven toda la vida en el mismo lugar, en la misma ciudad. A veces ni siquiera salen del barrio. Dicen de un filósofo alemán que durante muchísimos años los vecinos ponían los relojes en hora cuando lo veían salir de su casa a dar su paseo de todas las tardes. No es así la vida del cristiano. Nosotros sabemos que estamos de paso. Hemos puesto nuestras tiendas aquí por un momento pero llegará otro momento en el que tendremos que partir. ¿Cuándo? Cuando venga el Señor. Y, ¿cuándo va a ser eso? Pues no lo sabemos. Pero sabemos que debemos estar siempre preparados porque en cualquier momento llegará el Señor a nuestras vidas. Justo entonces debemos saber acogerle y seguirle a donde nos invite a ir. Este es el significado del Adviento que hoy comenzamos. Nos preparamos para celebrar la venida del Señor en la Navidad, pero también nos preparamos para la otra venida, la futura, la definitiva, la que no nos podemos perder porque perderíamos la oportunidad de nuestra vida.

      El Evangelio nos dice que la venida del Señor romperá todas las actividades habituales, aquello en lo que se nos van ordinariamente los días. Se dejará de hacer pan, de cultivar los campos, de ir al trabajo, de casarse. Porque ese día empezará algo radicalmente nuevo. Algo tan nuevo que es posible que sigamos haciendo pan y cultivando los campos y yendo al trabajo, pero todo tendrá un sentido nuevo y diferente porque el Señor estará en medio de nosotros. Su presencia curará nuestras heridas y hará que la justicia y la paz reinen entre las personas y los pueblos. Su presencia hará que nuestra vida sea diferente. Por eso, hay que estar atentos. No podemos dejar que la presencia del Señor nos encuentre despistados o sin preparar adecuadamente.

      Es tiempo de hacer caso a lo que nos dice san Pablo en la carta a los Romanos. Ya es hora de despertarse porque la salvación está cerca. No sabemos cómo, dónde ni cuándo vendrá Jesús, pero sí sabemos que tenemos que estar preparados. Y para estar preparados, él nos da los mejores consejos: vamos a dejar de lado las obras de la oscuridad, las veces en que nos dejamos llevar por la envidia, la codicia y el desamor. Vamos a vivir como si Jesús ya estuviera aquí, que no hay mejor forma de estar preparados. Se trata de vivir a la luz del Evangelio, dejándonos llevar por el amor de Dios que cuida de sus hijos, de su familia, de nosotros. Volvamos los ojos hacia aquellos con los que vivimos. Con ellos, nunca sin ellos ni contra ellos, es como construiremos la solidaridad y la justicia que harán que nuestro Señor nos encuentre preparados cuando llegue.

Fernando Torres cmf

sábado, 23 de noviembre de 2019

UN REY MISERICORDIOSO


Reflexión Homilética para el Domingo 24 de Noviembre de 2019. 
Solemnidad de Cristo Rey del Universo

“Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel”.  David había ya sido ungido como rey de Judá (2 Sam 2,4). Ahora el texto bíblico nos dice que las gentes del norte le ofrecen también reinar sobre Israel.

Los ancianos apoyan su decisión en la promesa que el mismo Dios había hecho a David: “Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel”. De alguna forma, el relato nos recuerda la alianza que Dios había hecho con todo su pueblo.

En esta nueva etapa de su reinado, David traslada su residencia de Hebrón a Jerusalén. Y a la fortaleza y la armonía de la Ciudad Santa se refiere el salmo responsorial: “Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta” (Sal 121,3).

En la segunda lectura, san Pablo nos ayuda a ver en Jesús la culminación del reinado de David. De hecho, Dios Padre nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido” (Col 1,13).   

LOS LEJANOS

En el evangelio (Lc 23,35-43) se insiste por tres veces en la paradójica realeza de Jesús, un crucificado junto a dos malhechores. Las dos primeras referencias responden a unos testigos lejanos, seguramente extranjeros y ciertamente paganos, que no pueden entender ni aceptar el sentido de lo que ellos mismos han contribuído a llevar a cabo.

En primer lugar toman la palabra los soldados que han sido elegidos para practicar el cruel tormento de la crucifixión: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Es evidente que esa frase está cargada de ironía. Piensan que el condenado es un pobre iluso. Pretende ser rey, pero sus imaginados súbditos no han aparecido para defenderlo.   

- En segundo lugar, sobresale el letrero en tres lenguas que Pilato ha ordenado colocar sobre la cruz: “Este es el rey de los judíos”. De haber creído en él, los judíos lo habrían calificado como “El rey de Israel”. Pero el gobernador romano desprecia a Jesús. Y al mismo tiempo humilla a los judíos, que atribuyen a aquel  pobre hombre la pretensión de ser rey.

Y EL CERCANO

Junto a los comentarios de los testigos lejanos al ambiente de Jesús, en tercer lugar el evangelio de Lucas recoge el ruego de uno más cercano a su ambiente.

Podemos imaginar algunas notas que lo caracterizan. Seguramente es un judío que conoce las expectativas de su propio pueblo.  Es uno los malhechores condenado a muerte, pero reconoce que merece el castigo. Además, parece haber oído a Jesús pedir al Padre el perdón para quienes lo condenaban.  Eso motiva el diálogo entre el Maestro y su último discípulo:

- “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. En la súplica de este malhechor   resuena el Antiguo Testamento. En su fe se manifiesta la esperanza de Israel. Él intuye que el Reino de Dios está llegando en la persona de Jesús, el Justo crucificado junto a él. Con su oración se hace eco de las gentes de su pueblo, que durante siglos pedían a Dios que se acordase de ellos.

- “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. La respuesta de Jesús refleja la gran certeza que abre el Nuevo Testamento: el Reino de Dios ha llegado ya. En realidad, ese Reino evoca la armonía del paraíso primordial. Y Jesús, el Justo injustamente ajusticiado, se revela como el nuevo Adán. Es el Rey misericordioso que reina desde la cruz. Ha llegado la nueva creación.

Señor Jesús, sabemos que en el mundo muchas personas no reconocen tu realeza. Ayúdanos  a vivir con alegría la suerte de pertenecer a tu Reino. Y a proclamar con humilde osadía  tu señorío sobre el mal.  Porque tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 D. José-Román Flecha Andrés

miércoles, 20 de noviembre de 2019

ESTE DOMINGO ES CRISTO REY

DOMINGO 24 DE NOVIEMBRE. 12 DE LA MAÑANA.
IGLESIA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

DOMINGO 24 DE NOVIEMBRE. 7'30 DE LA TARDE.
CAPILLA DE JESÚS NAZARENO

viernes, 15 de noviembre de 2019

EL JUICIO Y EL TESTIMONIO


Reflexión Homiletica para el Domingo 17 de Noviembre de 2019. 33º del Tiempo Ordinario.

“A vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra”. Este texto del profeta Malaquías anuncia el día del Señor. Un día ardiente como un horno. Así será el juicio de Dios sobre los hombres y sobre la historia. Los malvados serán como la paja que consume el fuego. Pero a los justos, ese mismo fuego les proporcionará un calor saludable y luz para el camino (Zac 3,20).

De esa profecía se hace eco el salmo responsorial de este domingo. De nuevo aparece la visión del juicio de Dios sobre la historia y sobre el proceder de cada persona. “El Señor llega para regir la tierra, para regir a los pueblos con rectitud” (Sal 97,9).

La consideración del juicio de Dios sobre el mundo debio de dejar impresionados a los fieles de Tesalónica. Sin duda pensaban que el juicio estaba ya muy próximo. Tanto que algunos vivían desordenadamente y habían dejado de trabajar. San Pablo repite lo que ya había ordenado antes: “Que si alguno no quiere trabajar, que no coma” (2 Tes 3,7-12).  

 CURIOSIDAD Y FIDELIDAD

El evangelio que se proclama en este penúltimo domingo del año litúrgico (Lc 21,5-19) nos recuerda que algunos contemporáneos de Jesús se quedaban admirados por la belleza del templo de Jerusalén, que desde los días de Herodes el Grande estaba siendo reconstruido con magnificencia.

Sin embargo, Jesús les advierte sobre la caducidad de todas las obras humanas: “Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”. El anuncio suscita la curiosidad de los oyentes. Desearían saber cuándo va a ocurrir ese desastre.  Pero Jesús se niega a ofrecer una respuesta sobre esa fecha.

De todas formas, el texto incluye una lista de fenómenos cósmicos y sociales que inducirán a muchos a pensar que se acerca el final de los tiempos. Además, Jesús anuncia las persecuciones que habrán de afectar a los que le siguen.

Serán denunciados hasta por sus mismos familiares. Y, al igual que el mismo Jesús, habrán de comparecer ante las autoridades religiosas y civiles. Pues bien, todo lo que puedan sufrir por causa del nombre del Señor, tendrán que verlo como una ocasión para dar testimoniono de su fe y de su fidelidad al Maestro.

AVISOS PARA EL CAMINO

La pregunta de los curiosos se ha ido repitiendo a lo largo de estos 2000 años de cristianismo. A muchos les interesa saber el cómo, el dónde y el cuándo de los acontecimientos. Los seguidores de Jesús le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?”. En lugar de responder, Jesús nos dejó tres avisos para el camino:

- “No vayáis tras ellos”. Muchos vendrán recordando todos los fenómenos que suelen atemorizar a las gentes y se presentarán  como el Mesías enviado por Dios.  Los seguidores de Jesús no deberán prestar atención a esos pretendidos salvadores de la humanidad. La salvación está en seguir al Señor.

- “No tengáis pánico”. Siempre habremos de vivir en un tiempo de contradicción y persecución. Si queremos de verdad seguir  a Jesucristo tendremos que contar con calumnias y acusaciones de todo tipo. Pero hemos de superar el temor y aprender a remar contra corriente. Ser testigos implica estar ahí y ser diferentes. 

- “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Salvar el alma es seguir al Salvador de nuestras vidas. Salvar el alma es descubrir el sentido de la vida y tratar de realizarlo y celebrarlo un día tras otro. El pensamiento sobre el futuro nos exige un compromiso de verdad y fidelidad en el presente.

Señor Jesús, conocemos la debilidad de las grandes construcciones humanas. Y la falsedad de los que se arrogan el papel de salvadores de la humanidad. Nosotros creemos que tú eres el único Salvador. Que tu gracia nos ayude a escuchar tu voz entre las voces y a dar un testimonio valiente y creible de tu palabra y de tu vida.

D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 9 de noviembre de 2019

CREADOS PARA LA VIDA


Reflexión Homilética para el Domingo 10 de Noviembre de 2019. 32º del Tiempo Ordinario.

“Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna”. Así interpela al rey Antíoco IV Epífanes uno de los siete hermanos que fueron condenados a muerte por aquel tirano que pretendía hacerlos renegar de su fe (2 Mac 7,1-2.9-14).

Como se ve, el texto contiene varias contraposiciones. Por un lado aparece un rey temporal, mientras que el joven pone su confianza en el Rey celestial. El primero impone un decreto de muerte, mientras que Dios ofrece su ley de vida. Antíoco condena a muerte a los creyentes, pero el Señor resucita a sus fieles para  la vida eterna.

En el salmo 16 esa certeza se manifiesta como una confesión de fe y un grito de esperanza: “A la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi apelacion vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu sembante”.

Y, por otra parte, san Pablo recuerda a los fieles de Tesalónica que el Padre nos ha amado y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza. Amar a Dios y esperar en Cristo: esa es la respuesta del creyente (2 Tes 2,15-3.5).

LA MUERTE Y LA VIDA

El evangelio de este domingo 32 del tiempo ordinario retoma la idea de la resurreción, tan discutida en tiempos de Jesús. Sabemos que los fariseos la admitían. Y también la admitía Marta, la hermana de Lázaro. Pero, a pesar de que ya había entrado en la conciencia del pueblo en la época de los Macabeos, los saduceos seguían rechazándola.

Pues bien, unos saduceos se acercan a Jesús y le cuentan la leyenda de una mujer que había tenido siete maridos. Su relato recuerda lo que se atribuía a Sara, la joven destinada a convertirse en la esposa de Tobías (Tob 7,11). Los saduceos preguntan cuál de aquellos hombres sería el verdadero esposo de la mujer que se había casado con todos ellos.

Jesús responde afirmando que la vida temporal está condicionada  por la muerte. La caducidad humana impone la reproducción. Pero en la vida futura, libre ya de la muerte, no es necesario el matrimonio. “Los que sean juzgados  dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán, pues ya no pueden morir, son como ángeles”.

Es más, Jesús añade que “son hijos de Dios porque participan en la resurrección”. Por tanto, parece que el ser hijos de Dios no es un punto de partida, sino el final de un camino de fe, de esperanza y de amor.

DIOS DE VIVOS

Pero ¿cómo puede explicar Jesús esta convicción a los que están acostumbrados a leer las Escrituras? Imitando las discusiones habituales entre ellos, Jesús afirma que la fe en la resurrección se apoya en los relatos sobre los antiguos patriarcas. Basta recordar que Dios es el Señor de Abrahán, de Isaac y de Jacob. De esa memoria colectiva se deducen dos certezas:

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. La afirmación sobre el destino del hombre depende de la afirmación sobre Dios. Dios nos ha creado para la vida. Para esa vida que brota de él y que ha de culminar en él. Sin embargo, la pregunta sobre lo que el hombre es y lo que va a ser de él difícilmente se podrá responder si se ignora a Dios.

“Para Dios todos están vivos”. Conocemos los ritos funerarios de muchas culturas antiguas y actuales. En todos ellos se refleja el amor que une a los vivos con sus difuntos. Si amamos a una persona deseamos mantenerla en vida. La fe nos dice que Dios es amor. Nos ha creado por amor y su amor nos mantiene en vida para siempre junto a él.

Padre nuestro que estás en el cielo, somos conscientes de que vivimos sumergidos en una “cultura de la muerte”. Pero hemos de reconocer que amamos la vida y amamos a los que nos la han transmitido. Es más, todos aspiramos a permanecer vivos, de una forma o de otra, mas allá de la muerte. En ti esperamos y en tu amor confiamos. Alentados por la palabra de Jesús y siguiendo su ejemplo, en tus manos encomendamos nuestro espíritu. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 2 de noviembre de 2019

VIVIR DE LAS APARIENCIAS O EN LA VERDAD

 

Reflexión Homilética para el Domingo 3 de Noviembre de 2019. 31º del Tiempo Ordinario.

      Una vez conocí a una persona para la que su fundamental preocupación era mantener su imagen. El tiempo que me tocó vivir cerca de él, me di cuenta de que era un trabajo agotador. Tenía que estar todo el día en guardia, tenía que decir la mentira oportuna a la persona oportuna en el momento justo, tenía que disimular continuamente. Aquel sujeto no se podía permitir expresar nunca lo que sentía de verdad. Siempre iba como cubierto con una coraza que, supongo, le debía pesar muchísimo y resultarle muy incómoda. De aquel modo lograba el aplauso de la gente. Pero ciertamente pagaba un precio muy alto. Demasiado alto.

      La historia de Zaqueo es parecida. Por lo que nos dice el Evangelio, era un hombre rico. De entrada eso ya nos habla de una persona que tiene una buena imagen. La imagen social se hace a base de tener una buena casa y un buen coche, vivir en un buen barrio y disponer de fondos en el banco. A esas personas, los empleados de los bancos los tratan con respeto. Zaqueo era un hombre rico. Zaqueo había conseguido el respeto de los que vivían con él. Pero sabía que ese respeto era más por temor que por amor. Le tenían respeto pero no cariño. Porque su riqueza, probablemente, había sido amasada a base de hacer harina a los demás. Zaqueo era un publicano, uno que se dedicaba a recaudar los impuestos para los opresores romanos a cambio de quedarse con un tanto por ciento. Había hecho su riqueza a base de oprimir a sus vecinos. Zaqueo sabía que su imagen era sólo apariencia, que si le cedían el paso cuando le encontraban por la calle no era porque le amasen. En absoluto. Más bien, le odiaban. Zaqueo se había esforzado mucho por triunfar pero la verdad era que no lo había logrado. Para nada.

      De repente, Jesús pasa por su vida. Porque Jesús es el enviado de Dios y Dios, como dice la primera lectura, ama todo lo que es suyo. Y Zaqueo es suyo. Zaqueo es hijo de Dios. Dios le quiere mostrar el buen camino, lo que tiene que hacer para triunfar de verdad en la vida. Hoy Dios va a pasar por su casa. Jesús se lo dice con claridad. “Hoy me voy a quedar contigo”. Jesús le va a hacer de espejo. Mirando a Jesús, Zaqueo se da cuenta de que ha perdido el tiempo y de que su aparente éxito en la vida no es más que un estrepitoso fracaso. Pero Jesús es su oportunidad. Dios le visita y le ofrece un nuevo comienzo. Menos mal que Zaqueo no fue tonto. Abrió su corazón a la salvación que Dios le ofrecía. Aceptó la realidad de su fracaso y reorientó su vida. Empezó a construir de nuevo su futuro pero esta vez apoyado en la realidad: no en el cuidado de la imagen y las apariencias sino en el amor y en la confianza en Dios.
Fernando Torres CMF

sábado, 26 de octubre de 2019

DOS MODOS DE ORAR


Reflexión Homilética para el Domingo 27 de Octubre de 2019. 30º del Tiempo Ordinario.

“Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”. Esta afirmación del libro del Eclesiástico (Eclo 35, 15-22) recoge una convicción que atraviesa las páginas de la Biblia. Los pobres del Señor son aquellos que solo en Dios encuentran escucha y apoyo.

La prensa de todos los días nos da cuenta de injusticias sangrantes, de conspiraciones de unos estados contra otros, de trampas de todos los tipos. El mensaje bíblico nos recuerda  que “El Señor es un Dios justo que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre y escucha las súplicas del oprimido”.

De esta convicción se hace eco el salmo que hoy resuena en nuestra asamblea: ”El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él” (Sal 33,19.23).

También san Pablo confiesa a su discípulo Timoteo que Dios es un juez justo, que libra del mal a quien confía en él (2 Tim 4,6-8.16-18)

MILAGROS Y HUMILDAD

Tras evocar la invocación de los leprosos a Jesús y las súplicas que una viuda dirigía al juez injusto, el evangelio según san Lucas nos presenta en este domingo la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14). Con ella Jesús nos enseña que la oración no siempre responde a la verdad de la persona. Solo la  piedad humilde es verdadera, como lo indica la comtraposición de los dos protagonistas.

El fariseo tiene el doble mérito de observar la Ley del Señor y dirigir hacia Él su mirada. Pero se atribuye a sí mismo esas virtudes de las que presume. Su acción de gracias refleja su autosuficiencia. Se atribuye una santidad que siempre es un don de Dios. Y en consecuencia se siente autorizado para despreciar a los que no parecen tan santos como él.
El publicano cobra los impuestos que el imperio romano exige a sus súbditos. Eso le hace odioso ante las gentes que lo consideran como un pecador. No se atreve a adornar su oración con las abundantes palabras que usa el fariseo. Su oración nace de la humildad de quien solo puede encontrar la salvación en la misericordia de Dios.
Con razón escribió el padre Alonso Rodríguez que “mejor es el humilde que sirve a Dios que el que hace milagros”.

CAMINAR EN HUMIDAD

Jugando con las palabras, se podría decir: “Dime cómo oras y te diré a qué Dios adoras”. Tanto el fariseo como el publicano creen en Dios. Jesús nos dice que el publicano alcanzó la justicia y la santidad de Dios. Con ello nos invita a preguntarnos cómo imaginamos a Dios y cómo nos comprendemos a nosotros mismos.

“Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos lleva a revisar nuestro pasado y a tratar de descubrir las cicatrices que ha dejado en nosotros el pecado. Es decir, nuestro alejamiento de Dios. Y nuestra indiferencia ante sus hijos.

“Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos invita a sentir de verdad la seriedad del pecado. Pero también nos lleva a confiar en la misericordia de Dios que no se cansa de escuchar, acoger y perdonar a los humildes.

“Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos exige admitir y confesar que solo Dios puede aceptarnos como somos y ayudarnos a ser como Él desea y espera que seamos. Solo Dios conoce nuestra verdad y puede alentarnos en el camino.

Señor y Padre, tú conoces nuestras acciones y conoces también el espíritu con el que las llevamos a cabo. Tú conoces nuestra verdad. Demasiadas veces pretendemos justificarnos ante ti. Ten piedad de nosotros y ayúdanos a caminar en la humidad. Amén.

D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 19 de octubre de 2019

ORACIÓN Y JUSTICIA


Reflexión Homilética para el Domingo 20 de Octubre de 2019. 29º del Tiempo Ordinario.

“Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec”. Este relato bíblico nos presenta a Moisés orando en el monte por su pueblo, mientras Josué se enfrenta en el llano a  los amalecitas (Éx 17,8-13).

Evidentemente se trata de subrayar la fe de Moisés y su influencia ante Dios. Por otra parte, se anticipa ya la presentación de Josué como el futuro guía de su pueblo. Pero, sobre todo, se pone de relieve el valor de la oración. La imagen de Moisés orando con los brazos en alto sería toda una lección sobre la misericordia de Dios y la gratuidad de la liberación.

El salmo responsorial responde al orante que se pregunta de dónde le vendrá el auxilio: “El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma, el Señor guarda tus entradas y salidas ahora y por siempre (Sal 120,7-8).

San Pablo dice a Timoteo que la Sagrada Escritura puede darle la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación” (2 Tim 3,15).

LOS TRES PERSONAJES

También el evangelio subraya el valor de la oración. Para reflejarlo de una forma fácilmente inteligible, Jesús lo expresa en la parábola de la viuda y el juez injusto  (Lc 18,1-8). Los dos personajes encarnan dos tipos humanos de personas, al tiempo que reflejan los atributos de Dios.

La viuda era en Israel la imagen más evidente de la pobreza y el desamparo. Se sabía por experiencia que una viuda se veía sola y no tenía quien defendiera sus derechos ante la asamblea popular. En este caso, se dice que sus derechos han sido ignorados y pisoteados repetidas veces por los prepotentes.

Por otro lado aparece el juez al que acude la viuda reclamando justicia. La Biblia presenta varias veces a los jueces como símbolos de la rectitud y del respeto que merecen tanto la ley como las personas. Pero el texto presenta a este juez con unos rasgos que lo descalifican ante nuestros ojos: “Ni temía a Dios ni le importaban los hombres”.

Este juez corrupto ignora a la viuda que le suplica. Después de mucho insistir, esta logra que la escuche el juez, no por responsabilidad profesional, sino para librarse de su insistencia. Por contraposición, se anuncia que Dios escucha la oración de los que le suplican y les hace justicia. Dios es justo y compasivo, misericordioso y fiel.

LA SÚPLICA Y EL JUICIO

La parábola del juez inicuo que ignora el lamento de la pobre viuda nos lleva también a recordar el tono de su humilde súplica:

“Hazme justicia frente a mi adversario”. Hoy muchas personas se sienten marginadas en la sociedad, en el puesto de trabajo y aun en su propia familia.Tienen derecho a reclamar justica y atención a sus derechos.

“Hazme justicia frente a mi adversario”. También la Iglesia, como comunidad tantas veces humillada, puede y debe dirigirse a Dios. De hecho, habrá de implorar su misericordia y su justicia, cuando muchos de sus hijos son perseguidos hasta la muerte.

“Hazme justicia frente a mi adversario”. Muchas personas y comunidades ven pisoteados sus derechos por la injusticia de los poderosos. Pero Dios no es neutral. Pensar en el juicio de Dios es un motivo de esperanza para los oprimidos, como escribió Benedicto XVI en su encíclica “Salvados en esperanza”.

Padre nuestro que estás en el cielo, que la fe en tu poder y tu misericordia aliente siempre nuestra oración. Y que ésta nos motive para anunciar el valor de la justicia y denunciar la injusticia que con frecuencia aplasta a los más humildes de tus hijos. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 12 de octubre de 2019

LEPRA Y CURACIÓN


Reflexión Homilética para el Domingo 13 de Octubre de 2019. 28º del Tiempo Ordinario.

Orientado por una joven esclava israelita, Naamán había llegado a Samaría buscando remedio para su lepra. Por orden del profeta Eliseo, accedió a bañarse en las aguas del Jordán. Al ver que había quedado curado, aquel jefe de los ejércitos de Siria exclamó: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el Dios de Israel” (2 Re 5,13-17).

Este relato nos dice que todo ser humano, aunque sea poderoso, es más vulnerable de lo que cree. Además el relato refleja la dignidad la libertad y la generosidad del profeta, que acoge aceptando a los necesitados, sean de la raza y religión que sean. Pero el relato habla también de la fe. Aun siendo pagano, Naamán descubre el poder de Dios sobre el mal.

Esa  misericordia universal de Dios se refleja en el salmo responsorial:  “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios” (Sal 97,3). Como escribe Pablo a su discípulo Timoteo, “Dios permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2,13).

COMPASIÓN Y  GRATITUD

También el evangelio que hoy se proclama recuerda la plaga de la lepra (Lc 17,11-19). Ante Jesús aparece un día un grupo de leprosos que caminan por los campos, lejos de los pueblos y ciudades, según lo prescribe la Ley. Sin embargo, parece que han llegado a conocer la fama de Jesús.

Lo reconocen como un hombre de Dios. Así que desde lejos le imploran a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Y efectivamente, la compasión del profeta Eliseo se hace ahora realidad en la persona de Jesús, que los envía a los sacerdotes para que certifiquen su curación y puedan insertarse  en la sociedad.

Junto a la misericordia de Jesús, el relato subraya la confianza de los leprosos. Es preciso observar que todos ellos se fían de la palabra de aquel al que ya reconocen como Maestro. De hecho, aun antes de verse curados, obedecen su mandato y se ponen en camino para ir en busca de los sacerdotes.
Además, el relato evangélico indica que a la gratuidad del profeta ha de responder la gratitud de los favorecidos. Sin embargo, se anota que si bien son diez los que piden la curación, solo uno de ellos regresa a dar gracias por haberla obtenido. Lo asombroso es que el que se muestra agradecido es un samaritano, considerado como enemigo y proscrito.

FE Y SALVACIÓN

A este leproso que regresa para agradecer la sanación se dirigen las palabras de Jesús con las que se cierra este relato:

“Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Ha quedado claro que los leprosos no han sido curados por la fuerza de la antigua Ley de Moisés, sino por la fe en el Maestro de la nueva Ley. La sanación significa la salvación integral que solo de él puede venir.

“Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. También queda de manifiesto que el creyente de hoy ha de aprender a pedir y agradecer. Si puede y debe dirigirse al Señor en oración, al mismo Señor ha de agradecer siempre la salvación.

“Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Y ha de quedar muy claro que también los que se consideran lejos pueden acercarse al que es la fuente de la salud y de la gracia. La solidaridad en el dolor y en la prueba invita a celebrar la salvación universal.

Padre nuestro que estás en los cielos, tú sabes que con frecuencia buscamos la excusa de nuevas lepras para excluir a algunos de nuestra sociedad. Sin embargo, hemos de reconocer que tan solo la fe en tu Hijo Jesucristo puede abrirnos a la salvación. Que tu Espíritu nos ayude a mostrarnos siempre  agradecidos a tu misericordia. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

HOY SUBE LA ESTRELLA A SU ERMITA

7 de la tarde. Iglesia de la Inmaculada Concepción.

domingo, 6 de octubre de 2019

¡AUMÉNTANOS LA FE!


Reflexión Homilétca paa el Domingo 6 de Octubre de 2019. 27º del Tiempo Ordinario.

¡Hombre, Lucas, ya será menos! ‘Inútiles’, ‘inútiles’ del todo tampoco somos….

De nuevo nos encontramos, en las imágenes que Jesús utiliza de la semilla de mostaza y del siervo inútil, con el gusto oriental por la exageración (los lingüistas la llaman «hipérbole», que queda más fino).

Los discípulos piden más fe, con lo cual están reconociendo ya que algo de fe sí tienen, pero se siente limitados y tienen también dudas. Además, Las palabras que Jesús acaba de decir (que no están en la lectura de hoy, pero podéis ver en cualquier Biblia), exigen el perdón sin medida ante el hermano que vuelve arrepentido por séptima vez. Los apóstoles comprenden la dificultad del perdón, y más todavía si la ofensa se ha repetido siete veces en un sólo día; cualquiera le echaría los perros al que pide perdón por enésima vez, casi como si se estuviese burlando de uno.

Pero Jesús sabe que la única forma de construir una sociedad en paz es ser capaz de perdonar. Hay culturas en el mundo que no contemplan el perdón; lo consideran un signo de debilidad impropio de seres humanos. Hay mucha gente que también lo ve así. Pero entonces sería imposible vivir en sociedad; tan sólo los seres perfectos podrían vivir juntos, los humanos, en cambio, tarde o temprano nos equivocamos, metemos la pata y hacemos daño a alguien, incluso a los más cercanos y queridos.
Por eso, la única solución que queda es el perdón, la reconciliación, la voluntad compartida de ponerse de acuerdo y construir entre todos una sociedad en la que quepamos todos. Esto es válido para las familias, para los grupos de personas y también para los países y las sociedades. Pero ciertamente es muy difícil.

Los discípulos, como decía, se dan cuenta, y comprenden que la única forma de sofocar los deseos de venganza que brotan espontáneos del corazón ofendido es dejar que Dios nos transforme, nos haga como él, por eso piden: «Auméntanos la fe».

Jesús responde que no es cuestión de mayor o menor fe, sino de una fe activa y viva. Pone como ejemplo la semilla de mostaza, una de las de menor tamaño, pero que lleva dentro de sí la vitalidad para hacer crecer un arbusto. No se trata de disponer de montones de fe que pueda mostrar orgulloso o atesorar satisfecho. Una fe tan pequeña como la semilla, si es viva, es capaz de cambiar lo que parece inamovible: arrancar un árbol como la morera, de grandes raíces, símbolo de firmeza y resistencia; y también es capaz de cambiar el orden establecido: plantar un árbol en el mar y que viva es imposible. Con estas imágenes llamativas expresa Jesús la importancia de la fe.

La reflexión que nos piden estas palabras es muy personal; es hora de «hacerle la revisión» a nuestra fe. No nos preocupemos por su tamaño, no importa que no sea vistosa y adornada. Lo que Jesús quiere es que sea viva y activa. Hay mucha gente que se preocupa por tener «dudas de fe»; y a veces estas dudas son signo de una fe que se hace preguntas, que quiere conocer, que desea aprender más. Hay dudas de fe que se parecen mucho a «dolores de crecimiento». El que no tiene fe de ningún tipo, tampoco tiene dudas; el que duda, al menos le da importancia a pensar en ello, y se interroga y se cuestiona.

Los niños pueden vivir con su fe sencilla e ingenua cuando son pequeños, pero en la vida de todo cristiano llegan momentos de reflexión que ponen en crisis aquello que se ha aprendido de pequeño. Muchos no encuentran en esos momentos a nadie que les ayude a pensar, que les enseñe que un cristiano también puede ser crítico y profundamente creyente; algunos incluso reciben un mensaje contrario, como si hubiese que creer sin hacerse preguntas. Dios mismo nos ha creado con capacidad de pensar, de preguntar, de investigar, para que vivamos más en profundidad, para que seamos más nosotros mismos, para que nos puedan manipular menos. No tendría sentido que Dios mismo pidiese una fe acrítica, vacía de contenido, sin reflexión.

Pero la fe no es sólo una actividad de la mente (que es necesaria), sino también la decisión de vivir de una determinada manera. En el capítulo anterior de su evangelio, el 16, Lucas nos ha interpelado para que aprovechemos las riquezas al modo de Jesús, siendo solidarios con los más pobres en vez de acumularlas. En los versículos precedentes, ya mencionados, nos habla del perdón.

¿Cómo es, por tanto, nuestra fe? ¿Le dedicamos tiempo a hacerla crecer? ¿Le damos importancia a vivir como Jesús nos pide? ¿Pensamos en su mensaje en las grandes decisiones de nuestra vida?

Por otra parte, en la parábola del siervo campesino hay una fuerte crítica a los que actúan para que Dios les recompense; como si quisiesen «comprarle» a Dios su gracia y su amor. La gracia, precisamente, es gratis; Dios nos da su amor porque nos lo quiere dar.

No podemos prometerle a Dios que haremos tal o cual cosa «a cambio» de algo que le pedimos. Tan sólo podemos mostrarle nuestro agradecimiento, pero no como un «precio» que le pagamos a Dios por el favor.

No podemos hacer ante él gestos que nos conviertan en sus preferidos, ni nuestras buenas obras tienen valor si son interesadas. Jesús enseña constantemente, con sus palabras y con sus gestos, que el amor de Dios es gratuito y desinteresado y que nuestro amor a él es simplemente el agradecimiento generoso de los hijos hacia su Padre.