Reflexión Homilética para el Domingo 29 de Diciembre de 2019. Fiesta de la Sagrada Familia
Cuando leemos los libros de historia se
nos puede quedar la impresión de que todo se centra en algunos grandes
acontecimientos: el día en que se libró una batalla, el día en que se firmó un
tratado de paz o el día en que tuvo lugar un descubrimiento científico. Pero la
historia real no es eso. No es sólo eso. La historia se hace en el día a día de
muchas personas que se esfuerzan, que luchan, que se alegran, que disfrutan,
que enferman... La vida de una familia no se puede centrar sólo en la celebración
de los cumpleaños, de las vacaciones o en algunos otros acontecimientos
especiales. La vida de una familia se hace en el día a día, en la limpieza de
la casa, en el esfuerzo por levantarse y hacer que todos estén a tiempo para ir
a sus trabajos, en la contribución diaria para que todos sean felices y se
sientan bien en casa. La vida de una familia se hace en el amor, el respeto, la
paciencia y el diálogo. La vida de una familia se juega en el pan de cada día y
no en el banquete del día de la fiesta.
Hoy celebramos la fiesta de la
Sagrada Familia. Fueron una familia normal y corriente. María y José tuvieron
que trabajar duramente (no se trabajaba de otra forma en aquellos tiempos). Su
vida de familia se compuso de muchos días de semana, llenos de trabajo, de
preocupaciones, de alegrías y penas compartidas, de paciencia, amor, diálogo y
respeto mutuo. Días en que no se celebraba nada especial, simplemente se vivía.
Pero precisamente ahí en ese día a día fue donde se fraguó la santidad de
aquella familia. Hoy se convierte para nosotros en signo del amor de Dios en
nuestro mundo y modelo de nuestra vida de familia. Modelo de los días de fiesta
y modelo de los días de diario
Hoy nuestras familias se tienen que mirar
en aquel espejo. El objetivo no es vivir como vivieron Jesús, José y María. La
vida ha cambiado mucho desde entonces. Los problemas que tenemos que enfrentar
nosotros no son los mismos que los que tuvo que enfrentar aquella familia. Sin
duda que la relación entre los esposos ha cambiado, también la relación de los
hijos con los padres y de estos con los hijos. Pero hay algo que no puede
cambiar: la vida de una familia se construye sobre la base del amor y el
respeto mutuo con grandes dosis de paciencia y diálogo. La violencia, la rigidez,
la incomunicación llevan con seguridad a la destrucción del hogar y a la larga
a la destrucción de las personas que lo forman. Amor, respeto, paciencia y
diálogo son la base segura sobre la que podemos afianzar la vida de nuestras
familias. De ese modo, como la familia que fueron Jesús, María y José, nuestras
familias serán también un signo de la presencia amorosa de Dios en medio de
nuestro mundo.
C.M.F.
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