Reflexión Homilética para el Domingo
8 de Diciembre de 2019. 2ºde Adviento.
Solemnidad de la Inmaculada
Concepción
A veces la experiencia de la vida nos
dice que no hay justicia y que nunca la habrá. Podríamos hacer aquí multitud de
preguntas para las que probablemente no tendríamos más respuesta que un
movimiento de cabeza manifestando una cierta desesperanza. ¿Por qué tantos
jóvenes terminan envueltos en la violencia, las drogas y la delincuencia? ¿Por
qué las bandas existen en nuestras calles? ¿Por qué a veces la justicia no se
aplica del mismo modo en los barrios de la gente bien que en los barrios
pobres? ¿Por qué en unos casos la ley se aplica con toda su dureza y en otros
con una enorme comprensión? ¿Por qué hay hombres que no saben tratar a las
mujeres, incluso a la suya, con el respeto que se merecen? ¿Por qué a unos –muy
pocos– les toca una ración tan grande en la tarta de este mundo, a otros una
ración tan miserable y a otros muchos no les toca nada? ¿Por qué? ¿Por qué?
Algunos nos hablarían de los problemas sociales y políticos, culturales y
humanos que son la causa de todos esos problemas, nos envolverían con palabras
y largos discursos. Pero al final nos quedaría todavía ese último “¿por qué?”
rondando por la cabeza.
El Adviento, el tiempo que estamos
celebrando ahora en la liturgia y que nos invita a prepararnos para la venida
del Señor, nos ofrece una respuesta. De alguna forma, comienza reconociendo la
situación. La primera lectura, del profeta Isaías, nos habla de uno que va a
venir. Es una rama del tronco de Jesé, un descendiente de David. Tendrá el
espíritu del Señor para gobernar conforme a sus preceptos. No juzgará por las
apariencias sino que hará justicia a los débiles y dictará sentencias justas.
Decir todo eso es reconocer claramente que la justicia que ahora hay en nuestra
sociedad no es buena. No llega a todos por igual. Pero, la lectura del profeta
Isaías, reconociendo que la situación actual no es buena, nos invita a vivir en
la esperanza. Porque va a haber un día en que sí va a haber justicia para
todos. Un día en que termine la violencia y todos nos volveremos hacia el que
tiene el espíritu del Señor. En él encontraremos la justicia que necesitamos.
Pero es necesario un paso intermedio.
Juan Bautista en el Evangelio nos lo recuerda. Es necesaria la conversión. Si
esperamos al Señor, hay que empezar a preparar los caminos para su venida. Es
decir, hay que vivir ya, aquí y ahora, como si Él estuviera ya aquí. Esa es la
mejor preparación. Juan Bautista nos lo dice claramente: “Cambien su vida y su
corazón”. Porque estaría muy mal quejarse de que no hay justicia al tiempo que
practicamos la injusticia entre nosotros. Si no empezamos ya ahora a practicar
la justicia, quizá es que, ¡ay!, en el fondo no la deseamos.
Homilía para la Solemnidad de la
Inmaculada Concepción
De Eva a María
La primera lectura y el Evangelio de esta
fiesta ponen en relación a María con Adán y Eva, nuestros primeros padres, el
símbolo primero de la humanidad. En ellos se ve cómo somos capaces de eludir la
responsabilidad. Queremos ser libres pero no queremos rendir cuentas de lo que
hacemos. Es como si prefiriésemos vivir toda la vida como niños o adolescentes
inmaduros. Cuando en el relato del Génesis Dios pregunta a Adán y Eva qué ha
sucedido, la respuesta de los dos es muy parecida. Los dos echan a la culpa a
otro. “No sabían lo que hacían”, “fue la mujer que me diste por compañera” (y
así, muy finamente, Adán le echa la culpa a Dios mismo de lo sucedido), “fue la
serpiente”. Se trata de liberarse de la culpa. Y con la culpa se va la
responsabilidad también. Y, de paso, la libertad. Porque la libertad es nada
sin responsabilidad.
La actitud de María en el Evangelio de
Lucas es muy diferente. Ante el saludo del ángel, María se siente perturbada.
Pero eso no la lleva a decir que posiblemente el ángel estaba buscando a otra
persona y que ella no era la elegida. María escucha, asume el desafío que la
presencia del ángel presenta y responde (responder tiene mucho que ver con “responsabilidad”
y, por tanto, con “libertad”) afirmativamente a su propuesta. En el momento del
“sí” no es plenamente consciente de las consecuencias que comportará en el
futuro su respuesta, pero el resto del Evangelio nos muestra a una mujer que
sabe estar en los momentos más fundamentales de la vida de su hijo, que escucha
su palabra y la guarda en el corazón, que le acompaña hasta en el momento de la
cruz y que, más tarde, aparece, como una más, en medio de la comunidad
cristiana. Todo un ejemplo de madurez, de responsabilidad, y, por tanto, de
libertad.
María, al responder positivamente al
anuncio del ángel, rompe una tendencia que todavía está presente en el corazón
de muchos de nosotros: la de echar la culpa a otro, la de no querer asumir la
responsabilidad que está inseparablemente unida al inmenso don que es la
libertad. Al renunciar a la responsabilidad, renunciamos también a la libertad.
Y nos quedamos reducidos a ser unos perpetuos niños.
María representa a la nueva humanidad,
hecha de hombres y mujeres libres y responsables, conscientes de que Dios ha
puesto este mundo en nuestras manos y de que tenemos que cuidarlo y mejorarlo,
que compartirlo con nuestros hermanos y hermanas. María es, así, fuente de
esperanza. Es posible una humanidad nueva, es posible un mundo diferente, si
acogemos, como ella lo hizo, el anuncio del Reino en nuestros corazones, si
asumimos nuestra libertad con responsabilidad y madurez.
Fernando Torres cmf
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