sábado, 31 de agosto de 2019

HUMILDES PARA SERVIR A TODOS


Reflexión Homilética para el Domingo 1 de Septiembre de 2019. 22º del Tiempo Ordinario.

      La Iglesia Católica es una gran institución. Está presente en prácticamente todos los países del mundo. Además, el hecho de que el Vaticano esté reconocido como un pequeño estado hace que tenga representantes diplomáticos ante los gobiernos de las diversas naciones. Por otra parte, a través de diócesis e institutos religiosos, la Iglesia Católica coordina un amplio sistema de escuelas, colegios, universidades y hospitales. Posiblemente el mayor del mundo. Los viajes del papa han dado lugar a masivas concentraciones de creyentes. Todo ello nos puede dar la idea de que pertenecemos a una institución poderosa. Y de que deberíamos servirnos más de ese poder para hacer valer nuestros derechos frente a la sociedad civil.

      Pero el camino del Evangelio es otro. Jesús nos propone vivir no en la grandiosidad, no apoyándonos en el poder sino en la humildad. Jesús nunca defendió sus derechos. Vivió una vida sencilla, enseñando a sus discípulos y a los que le querían escuchar. Se hizo cercano a los pobres y a los sencillos. No despreció a nadie. Y habló siempre del amor de un Dios que se hacía pequeño para ponerse a nuestro nivel, para escuchar nuestras penas y compartir nuestras alegrías. Como dice la segunda lectura, la comunidad cristiana no se apoya en el poder ni la fuerza. Somos parte de la ciudad del Dios vivo, de la familia de Dios, de un Dios que acoge a todos sin distinción. Y por eso también nosotros debemos acoger a todos.

      En el evangelio Jesús se dirige a los fariseos. Ellos se sentían religiosamente buenos, socialmente importantes y más perfectos que el resto de la gente. Les invita a ser más humildes. Les cuenta una historia muy sencilla. Les habla de los invitados a un banquete. Entre ellos algunos buscan los primeros puestos. Y les habla de lo que le pasa a uno que se había sentado en el mejor lugar y al que le terminan rebajando al último porque llega otro invitado que es más amigo del amo de la casa. Luego les recomienda que cuando tengan que organizar un banquete no inviten a los poderosos sino a los pobres y a los que no tienen nada. Así es Dios que prefiere a los últimos y a los humildes.

      Como cristianos no estamos llamados a ocupar los primeros puestos en el banquete sino a servir y preparar el gran banquete de la familia de Dios. E invitar a todos, abrir las puertas de par en par para que nadie se sienta excluido. Los creyentes somos los camareros de ese banquete, los que ayudamos a Dios para que todos se sientan acogidos. Lo nuestro no es ocupar los puestos de privilegio sino servir a la mesa. La fe en Jesús nos lleva a vivir en actitud de servicio y acogida, de cariño, a todos los que necesitan experimentar el amor de Dios. Lo nuestro no es imponer sino servir, ayudar, curar, sanar, perdonar, compartir.
D. Fernando Torres 
cmf

sábado, 24 de agosto de 2019

UNA LLAMADA UNIVERSAL


Reflexión Homilética para el domingo 25 de Agosto de 2019. 21º del Tiempo Ordinario.

“Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones y anunciarán mi gloria a las naciones”. Con este oráculo (Is 66,18-21) se anuncia la llegada de todos los pueblos a Jerusalén.

Allí el Señor les manifestará su gloria. Pero esa experiencia religiosa habrá de extenderse a toda la tierra. El Señor enviará a los supervivientes como mensajeros para que la anuncien a toda la humanidad, representada por las naciones más conocidas en su tiempo.

El salmo responsorial se hace eco de esa promesa al dirigirles esta exhortación:“Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre” (Sal 116,1-2).

A los fieles de todos los tiempos se nos exhorta hoy a fortalecer las manos débiles, a robustecer las rodillas vacilantes, y a caminar por una senda llana (Heb 12,11-13).

LOS DE CASA Y LOS DE LEJOS

En el evangelio que hoy se proclama (Lc 13,22-30) se evoca la pregunta que uno de sus oyentes dirige a Jesús: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” A esa cuestión originada por la curiosidad, el Maestro responde con una exhortación muy concreta: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”.

El texto que sigue se sitúa en la línea de los antiguos profetas, que reaparece también con frecuencia en los evangelios. De hecho, Jesús manifiesta que algunos que se dicen creyentes no entrarán por esa puerta, mientras que algunos paganos encontrarán el camino.

- Los de casa confiaban en sus ayunos, en sus rezos y en los ritos con los que pretendían asegurarse la salvación. Jesús les advierte una y otra vez que esos signos externos no les garantizan la vida eterna. Aunque presuman de sus raíces históricas, serán excluidos de la cercanía de los patriarcas y los profetas de su pueblo.

- En cambio, los que parecían enemigos de Dios y de su pueblo, llegarán de los cuatro puntos cardinales “y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. La imagen del banquete es muy significativa y fácilmente comprensible. Los que llegan de lejos están más cerca de Dios que los que siempre habían profesado creer en el Dios de sus padres.

GRANDEZA Y DEBILIDAD

En el centro de hoy resuena la invocación con la que unos y otros pediremos ser admitidos en el banquete del Reino de Dios.

- “Señor ábrenos”. Al pedir al Señor la sanación para nosotros o para los que nos solicitan una oración de intercesión, reconocemos la grandeza de Dios y nuestra debilidad. Sin embargo, deberíamos pedirle sobre todo que nos admita en su compañía y su intimidad.

- “Señor ábrenos”. Toda la Iglesia anuncia que un día se manifestará la verdad salvadora de su Reino. De sobra sabe ella que el ser admitidos a ese banquete es una gracia misericordiosa de Dios. Todos podemos llamar, pero solo él puede abrirnos la puerta.

- “Señor ábrenos”. Son muchos los que aún no han abierto su puerta al Señor o la han cerrado sin saber bien por qué. Sin embargo, toda la humanidad puede confiar siempre en la misericordia del Dios de la vida y de la gracia.

Señor Jesús, creemos que son muchas las gentes, de todo pueblo y condición, que te buscan aun sin conocerte. Te rogamos que a todos nos muestres el camino para que reconozcamos el esplendor de tu verdad que conduce a la vida eterna. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 17 de agosto de 2019

LA MISIÓN Y LA DIVISIÓN


Reflexión Homileética para el Domingo, 18 de Agosto de 2019. 20º del Tiempo Ordinario.

“Hay que condenar a muerte a ese hombre, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”. Esa fue la acusación contra el profeta Jeremías que los príncipes presentaron ante el rey Sedecías (Jer 18,4-10).

Al fin, Jeremías fue liberado de morir de hambre en el aljibe al que lo habían arrojado. Pero aquel episodio de su vida se repite también hoy. La palabra de Dios consuela a los que creen y molesta a los que se alejan de él. Por eso el profeta es acusado de perturbar la paz y el orden social. Se manipula la opinión pública y se decide eliminarlo.

Con el salmo responsorial, también nosotros hacemos nuestra la oración del condenado: “Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes” (Sal 39,18).

La segunda lectura  (Heb 12,14) nos recuerda que en lugar del gozo inmediato, Jesús soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”. También él ha sido liberado por Dios, como lo fuera Jeremías.

UN TEXTO ESCANDALOSO

Según el evangelio que hoy se proclama (Lc 12,49-53), Jesús es consciente de que su mensaje desencadenará graves divisiones en la sociedad y aun en el seno de las familias. Hasta los hijos se enfrentarán a sus padres, aparentemente por causa de la fe.

Este texto puede resultar escandaloso. Pero no revela la intención de Jesús sino la realidad que se iba a seguir del anuncio de su mensaje. De sobra sabía él que el evangelio no dejaría indiferentes a las personas. Quienes trataran de vivir en cristiano con frecuencia resultarían molestos hasta a sus mismos familiares. 

Pero esa división se habría de repetir una y otra vez a lo largo de los siglos. También hoy las familias se encuentran divididas por el fundamentalismo de los miembros que se han pasado a otro grupo religioso. O por los familiares que se burlan de los que tratan de mantener la fe. O por los jovenes que buscan su afirmación personal renegando de la fe de sus padres. 

LA CRISIS Y EL MARTIRIO

Con todo, es preciso recordar la frase con la que comienza este texto evangélico:  “He venido a prender fuego a la tierra. ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!” Esas dos referencias al fuego y al bautismo revelan la fuerza del mensaje de Jesús. 

- “He venido a traer fuego en el mundo”. El fuego puede ser entendido como el símbolo del amor, pero también como el símbolo del juicio. El fuego purifica los metales. Y a él se arroja la basura. También la figura y el mensaje de Jesús purifican nuestra conciencia y someten a crisis los pretendidos valores de nuestra sociedad.

- “Con un bautismo tengo que ser bautizado”. En la pregunta que Jesús dirigió a Santiago y Juan, el bautismo significaba el martirio (Mc 10,38). Como se ve, Jesús es muy consciente de las intenciones de los que quieren condenarlo a muerte. Pero acepta voluntaria y generosamente la suerte que le espera. 

Señor Jesús, cuando preguntaste a tus discípulos qué decían las gentes sobre ti, ellos recordaron que muchos te comparaban con el profeta Jeremías. Al igual que él, también tú fuiste y eres acusado de ser enemigo del pueblo. Tú eres el príncipe de la paz. Pero nuestras opciones generan las divisiones que tú preveías. Danos fuerzas para seguirte por el camino.

 D. José-Román Flecha Andrés

jueves, 8 de agosto de 2019

ESPERANZA Y LIBERTAD


Reflexión Homilética para el Domingo 11 de Agosto de 2019. 19º del Tiempo Ordinario.

“La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban”. El libro de la Sabiduría (Sab 18,6-9) recuerda así la larga esclavitud que el pueblo de Israel padeció en Egipto. Y, sobre todo,  celebra y agradece la intervención de Dios para liberarlo.

 - En primer lugar, el texto recuerda la noche. En medio de las tinieblas resonó la señal de Dios para salir de Egipto y comenzar a caminar hacia la tierra de la libertad. En medio de nuestra oscuridad es posible escuchar la voz de Dios que abre un camino insospechado.

- El anuncio de la liberación no generó en los padres de Israel un sentimiento de orgullo y de autosuficiencia. No eran ellos los que habían soñado y proyectado la salida de Egipto. La iniciativa era de Dios. Bastaba creer en él. Y agradecerle el don de la liberación.

- La esperanza de la partida tampoco aumentó el individualismo. Todos supieron que la intervención de Dios se dirigía al pueblo de los oprimidos. Todos estaban llamados a salir de Egipto. Todos habían de compartir los riesgos y las esperanzas.  

LAS ENEMIGAS DE LA ESPERA

A esta memoria del pasado, evocado por el libro de la Sabiduría, corresponde el mensaje evangélico  sobre la libertad y la esperanza (Lc 12,32-48). También en él se subrayan al menos tres virtudes: la generosidad del desprendimiento; la vigilancia en la espera y la responsabilidad en la convivencia.

- La esperanza no se entiende con la indiferencia. Si esperamos al Señor hemos de compartir con los demás nuestro tesoro. Ni las cosas ni las instituciones pueden ofrecernos la salvación. Es un suplicio la espera cuando no se cultiva la fraternidad. La esperanza nos exige mantener buenas relaciones con nuestros hermanos.

- La esperanza no se hermana con la pasividad. Si esperamos al Señor, no podemos vivir adormilados. Es preciso estar despiertos y vigilantes como el centinela que aguarda la aurora. Como los criados que aguardan el regreso de su amo. El Señor recompensa nuestra espera y nuestra paciencia, humillándose hasta hacerse  nuestro servidor.

- La esperanza no se compagina con la glotonería. Si esperamos al Señor, hemos de mantenernos sobrios. Las mil adicciones que hemos ido aceptando como hábitos inocentes  terminan por llevarnos a perder el juicio, nos degradan y nos esclavizan. Sólo se salvan los que tienen hambre y sed de la justicia.

Y LAS AMIGAS DE LA ESPERANZA

Pero el evangelio no trata solo de proponer buenas actitudes humanas.  En realidad nos presenta a Jesús como el Hijo del hombre, que viene a traernos la salvación que esperamos. Una frase resume la urgencia y el gozo de la espera: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre?”.

- “Estad preparados”.  No se prepara a recibir al Señor quien sucumbe a las tentaciones de la desesperanza o de la presunción. La primera nos hace creer que nunca llegaremos a la meta. Y la segunda pretende convencernos de que ya la hemos alcanzado. En ambos casos nos impiden seguir caminando con decisión y esperanza, con audacia y alegría.

- “A la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre?” A veces entendemos esta frase como una amenaza. En realidad, es una advertencia para que prestemos atención a los signos de los tiempos. A la hora que menos pensamos podemos descubrir que el reino de Dios está aquí, que el Señor camina con nosotros. 

Señor Jesús, tú conoces todo lo que nos mantiene en una vergonzosa esclavitud. Pero sabes también que esperamos la liberación. Creemos que nuestra libertad solo puede realizarse si te esperamos a ti, si creemos en ti, si te reconocemos a ti en nuestros hermanos más humildes y marginados.  Ayúdanos a mantener viva la esperanza. Amén.
                                                            D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 3 de agosto de 2019

BREVEDAD DE LA VIDA


Reflexión Homilética para el Domingo 4 de Agosto de 2019. 18º del Tiempo Ordinario.

“Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad”. Es muy conocido este inicio del libro del Eclesiastés (Ecl 1,2). El texto añade una reflexión sobre la preocupación humana por el trabajo: “Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción a quien no ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia” (Ecl 2,21-23).

Pero el problema no es el  trabajo sino la fugacidad de la vida, que quita sentido a los afanes por acumular unos bienes que es preciso  dejar a otros. Con frecuencia olvidamos que no estamos en esta tierra para vivir aquí para siempre.

Esa idea de nuestra limitación temporal se repite en el salmo responsorial, en el que nos dirigimos a Dios reconociendo que nuestra vida es frágil y breve: “Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna” (Sal 89,)

Por feliz coincidencia, en la segunda lectura de la misa de hoy, san Pablo nos recuerda que hemos resucitado con Cristo. Y, por tanto, nos exhorta a aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra (Col 3,1-2).

MEDIADOR Y ÁRBITRO

El evangelio de Lucas, que vamos siguiendo a lo largo de este año, se refiere con frecuencia al dinero, o mejor a los pobres y a los ricos. El texto que hoy se proclama en la Liturgia (Lc 12,13-21) podría dividirse en dos partes, centradas en el  tema de la codicia.

- En la primera parte, uno de los que escuchan a Jesús le expone su enemistad con su hermano a causa de la herencia familiar. Su petición nos recuerda la de Marta. Ambos piden a Jesús que haga de mediador en cuestiones familiares: “Dí a mi hermana… Dí a mi hermano…” También hoy  algunos quieren que Jesús solucione sus problemas.
- En la segunda parte, leemos la parábola de un hombre rico que ha recogido en sus campos  una cosecha muy abundante. Junto a la satisfacción por la cosecha, se le plantea el problema de construir unos almacenes más amplios para recogerla. Pero Dios es el árbitro que marca el final de nuestra carrera.

Con todo, el mensaje que se desprende de la parábola subraya sobre todo la arrogancia y el engaño en el que vive este hombre. Parece convencido de que la abundancia de sus bienes le garantiza una larga vida. Como en el libro del Eclesiastés, también en este relato se sugiere que la preocupación verdadera es la de la caducidad de la existencia.

DIOS Y LOS DEMÁS

Es interesante descubrir que la parábola contrapone a la palabra del rico la palabra de Dios. El rico espera disfrutar de su cosecha durante muchos años. Pero Dios le anuncia que su vida ha llegado a su término.

- “Necio, esta noche te van a exigir la vida”. Si la sabiduría refleja la armonía del hombre con Dios, la necedad revela la autosuficiencia de la persona, es decir su pecado. No se puede olvidar que quien decide la duración de la vida no es el hombre sino Dios. Nadie es dueño de su futuro.

- “Lo que has acumulado ¿de quién será?” Además de escuchar la voz de Dios, el hombre siempre ha de prestar atención a sus hermanos. El rico es interpelado por Dios, pero hará bien en recordar a las personas que lo rodean. Ninguna cosecha le pertenece para siempre. Siempre hay unos “otros” que heredarán nuestros bienes.

Padre de los cielos, con razón Jesús nos exhortaba a confiar en tu providencia. De ti proviene nuestro pan de cada día. Tú nos entregas los bienes para que reconozcamos tu generosidad y los compartamos con alegría. Que tu Palabra nos recuerde la honda verdad de nuestra vida y nos ayude a tenerte en cuenta a ti y a nuestros hermanos. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés