sábado, 29 de agosto de 2020

UN DIOS SEDUCTOR


Reflexión Evangelio del Domingo 30 de Agosto de 2020. 22º del Tiempo Ordinario.

Según nos dice la Escritura: Nadie ha visto jamás a Dios (Jn 1,14) ni puede ver a Dios (Colosenses 1,15), quizá con la excepción de Moisés, que hablaba con Dios cara a cara (Éxodo 33, 11). Y por supuesto el Hijo único de Dios que estaba en el seno del Padre (Jn 1,18).

Todo el Antiguo Testamento está lleno de oraciones y deseos de «ver el rostro de Dios», como ese bellísimo Salmo de hoy: «mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua». Son palabras fuertes: la sed crea un estado de intranquilidad, desasosiego y angustia... Y la ansiedad, que según el diccionario es angustia que suele acompañar a muchas enfermedades y que no permite sosiego a los enfermos. No es, por tanto, simple curiosidad o un planteamiento intelectual, sino una necesidad vital que afecta a muchas personas (¿a todas?). ¿Tienes verdaderas ansias, sed de Dios?

La Biblia, que es «revelación» de Dios, nos ayuda para conocer verdaderamente a Dios, su «rostro». No hace discursos ni razonamientos sobre él. Pero sí nos ofrece el testimonio, la experiencia de hombres y mujeres que han tenido una especial relación con Él... de modo que nos ayuden a interpretar y reconocer la nuestra. Claro que todas suponen un fuerte componente «subjetivo», y por eso unas y otras se enriquecen y complementan. Hoy nos encontramos con una de esas experiencias, peculiar, intensa, apasionada e incluso un poco «blasfema». Se trata del Profeta Jeremías.

UN DIOS SEDUCTOR

No estamos nada acostumbrados a su lenguaje para hablar de su relación con Dios: "me sedujiste", y "me has podido". Es el lenguaje del amor y del sexo, de la pasión, de la seducción. Dios se comporta como un conquistador, como un galán, capaz de usar todas sus tretas y artimañas para enamorar a quien se propone. Según nos describe el diccionario, seducir es: «Persuadir a alguien con argucias o halagos para algo, frecuentemente malo. Atraer físicamente a alguien con el propósito de obtener de él una relación sexual. Embargar o cautivar el ánimo a alguien».

Y el profeta se dejó seducir por ese Dios seductor. Está recordando su «amor primero», allá cuando contaba unos 24 años. Y su corazón quedo «apresado», tanto... que nunca llegaría a casarse.

Es bello y atrevido este lenguaje, y nos puede ayudar a reformular nuestra propia experiencia de fe, una fe que es amor. También el Señor ha procurado enamorarnos, nos ha ido haciendo regalos, nos ha acariciado el alma, nos ha hecho sentir su cariño y compañía. Tal vez recordemos la fe de nuestra infancia y adolescencia u otros momentos de la vida de cada uno: cuando la oración era sencilla y habitual, cuando no teníamos dudas ni inquietudes, cuando no habíamos pasado por el desierto del sufrimiento, cuando tuvimos nuestros primeros amores, quizá el día de nuestra Confirmación o matrimonio... cuando nos llenamos de buenos propósitos y de generosos compromisos. Cuando nos sentíamos bien con él y con los otros.

Pero después... llega la queja, la decepción, la protesta:«me forzaste y me pudiste». Es el sentimiento de haberse sentido engañado: ¡Ah! Yo no pensaba que eso de estar con Dios iba a traerme sufrimiento, que me tocaría ir contracorriente, que iba a traerme el rechazo de los míos, que incluso se iban a burlar de mí y a encerrarme en un pozo oscuro. A Jeremías no le agrada en absoluto tener que ser Testigo del Amor, ir a contar a otros lo que siente en su interior... y encontrar rechazo.

EL CAMINO DE LA HUIDA... IMPOSIBLE

Entonces viene la huida: Me dije 'no me acordaré más de él, no hablaré más en su nombre'... Es parte del proceso de la fe. Puede que no lo hayamos dicho con estas mismas palabras, pero no es infrecuente intentar olvidarse, abandonar, renunciar a esta relación como si fuera tóxica: «No quiero saber más de Dios, voy a montarme la vida como si no existiera, ¡vaya ganas de complicarme la vida!; esa Palabra de la Escritura me estorba, me pincha, me fastidia...», y hemos buscado otros amores, otros caminos más cómodos o llevaderos.

Pero Jeremías no lo consigue aunque se lo proponga. La clave está en la «PALABRA». Todo lo que Dios le había dicho le había llegado al fondo del corazón y allí se había quedado. Nosotros pocas veces nos ponemos «a tiro» de la Palabra de Dios de esta forma. María, la madre de Jesús, sí lo hizo... y llegó a ser la mujer fuerte que salió adelante de todas las dificultades.

Cuando dejamos que esa Palabra entre al fondo de nuestra mente, corazón y vida... se convierte, según experiencia del profeta en, «fuego ardiente en las entrañas»; intentaba contenerla y no podía, se le salía, le desbordaba. Y es que Dios había sembrado la semilla de su Palabra en las "entrañas", donde puede ser fecunda. Como dice la Carta a los Hebreos:  "La palabra de Dios es viva y eficaz y más aguda que espada de dos filos; ella penetra hasta la división del alma y del espíritu... y es capaz de juzgar los sentimientos y los pensamientos" (Hb 4,12).

Ese fuego ardiente tenía tres focos: su exquisita sensibilidad y tendencia a la ternura y a la bondad, que le hacían muy desagradable ser profeta de calamidades; su enamoramiento del pueblo al que amaba con toda su alma; y su adhesión y entrega incondicional a su Dios, que le había seducido sin remedio, y del que dice  "Pero Yahvé está conmigo, cual campeón poderoso" (Jr 20, 11).

Cuando en la Liturgia de la Palabra nos proclaman «Palabra de Dios», se quiere subrayar y recordar que Dios nos ha hablado, que Dios se ha hecho presente por medio de su Palabra proclamada... Y respondemos: «te alabamos, Señor»: Agradecemos haberte escuchado, conocer tu voluntad... y ahora nos toca meterla en las entrañas y darle respuesta con nuestra vida.

Jeremías no puede olvidarse de Dios, no es capaz de prescindir de él, no puede callar su Palabra. Y tendrá que aprender que la felicidad y el amor, y la entrega a Dios (la misión/vocación) pasan por momentos de amargura y soledad, que Él no nos evita el sufrimiento, el rechazo, el dolor, y el fracaso. Por tanto hay que confiar en que saldremos campeones con él... al final

PENSAR COMO DIOS

Es muy oportuno tener en cuenta lo que Pablo nos dice en la Segunda Lectura: no siempre lo que sentimos dentro es Palabra de Dios. Se nos cuelan muchas otras cosas, y podemos ser presas de nuestras ideas fijas, de nuestros intereses, de nuestros fanatismos, de las expectativas ajenas... Y nos avisa: "Transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto". Discernir, discriminar, purificar, acrisolar para que nuestras palabras y opciones respondan a las de Dios... Y no a las de Satanás.

Pedro nos lo explicaría muy bien. Con su mejor buena voluntad, no le cabe en la cabeza que el amor de Jesús por su pueblo, su enfrentamiento con las autoridades religiosas, sus denuncias contra la injusticia, su ponerse de parte de los débiles... le lleven al fracaso y a la cruz. Y trata de «corregir» y marcarle el camino a Jesús, ponerse por delante. Cuando lo suyo es «seguirle», ir detrás de él. La cruz de la que habla Jesús (la suya y la nuestra) será la consecuencia de vivir con ardor y entrega la Palabra de Dios (mejor no llamar «cruces» a otras cosas que poco tienen que ver con ésta). No necesitamos buscarla: nos la echarán encima. Fue la experiencia de Jeremías y de los profetas, y será la de Jesús, y de los que le seguimos. Pretender contentar a la gente, pretender huir de los conflictos, pretender autoafirmarnos en nuestros intereses, pretender poner a salvo la propia vida siendo infieles al amor primero de Dios... significa perderse: «Piensas como los hombres, no como Dios». Satanás procura sacarnos de nuestro camino, de nuestra entrega, de nuestra coherencia... para perdernos.

Mejor dejarnos seducir por la Palabra de Dios, por su proyecto. Es «mucho» lo que saldremos ganando. Aunque duela. Y siempre volviendo al «amor primero».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

miércoles, 19 de agosto de 2020

CONFESIÓN DE FE VIVA Y VERDADERA

 

Reflexión Evangélica para el Domingo 23 de Agosto de 2020. 21º del Tiempo Ordinario

1. El evangelio de hoy es uno de los textos más específicos de la teología de este evangelista. El simbolismo de las llaves, de atar y desatar, se aplica ahora a Pedro, el apóstol que habría de negar a Jesús. ¿De dónde nacen estas palabras, cuyo fondo arameo es innegable? Mc 8,27-29 no contiene las palabras sobre las llaves, lo cual resulta ciertamente extraño. Mateo nos ofrece una verdadera confesión de fe de Pedro en sentido pospascual y unas palabras de Jesús otorgándole un poder precisamente por esa confesión de fe. Por lo tanto, ese poder, en lo que se refiere a la comunidad de Mateo, tiene que ver con una promesa y función en la Iglesia. Este es uno de los textos más discutidos en torno al «primado» de Pedro y sus sucesores.

2. El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras sobre el “primado”. Es evidente que la tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que significa “roca”. El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo, no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo. Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su ministerio. Se seguirá discutiendo si las palabras de Jesús sobre la “piedra” se refieren a la persona de Pedro, o a la confesión que Pedro proclama (no olvidemos que es una confesión pospascual en toda regla). Pero aquí se funda, en la tradición católica, el primado y la misma “infalibilidad” papal. Pero ¿de qué valdría la "infalibilidad" si solamente se tiene en cuenta lo doctrinal?, porque la doctrina cambia con el tiempo en expresiones y en comprensión. Esta "vexata quaestio" no debería ser el fondo del texto de Mateo, sino precisamente la necesidad que tenemos de vivir en la "comunión" de la fe que nos salva, más que en la afinidad doctrinal. La Iglesia, pues, no se fundamenta sobre la doctrina, sino sobre la fe de Pedro, que es un misterio de confianza (emunah) en la palabra de Jesús, quien nos ha revelado la salvación de Dios. Ni el mismo Pedro sería nada sin la confesión de su fe en Cristo e Hijo de Dios (con todo lo que ello implica), ni la Iglesia tendría sentido sin el Cristo e Hijo de Dios confesado por Pedro. Pedro, por ello, no está situado por encima de la Iglesia, sino que recibe esa misión y lleva a cabo ese servicio en el seno de la misma comunidad a la que sirve con la confesión de su fe.

3. El texto de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes y no lo debemos ignorar. Todavía en ello debemos tener grandes expectativas ecuménicas, con la esperanza de los pasos que hemos de dar con las respectivas interpretaciones que corresponden a las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los católicos siempre interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. ¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.

4. Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego, tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se hace frecuentemente, sobre los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús, como si estas nos llevaran directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús histórico. Y eso sin entrar en la discusión, hoy no tan relevante, de si las palabras del “tu es petrus” son una interpolación posterior como defienden algunos especialistas.

5. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf 1Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo, no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los que son recalcitrantes y rompen la comunión.

6. En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la “infalibilidad” doctrinal, sino al servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeo-cristiana que necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.

Fray Miguel de Burgos Núñez

sábado, 15 de agosto de 2020

LA FE DE LOS QUE ESTÁN FUERA

Reflexión Evangélica para el Domingo 16 de Agosto de 2020. 20º del Tiempo Ordinario.

1. El evangelio de hoy es como el reverso de la lectura de la carta a los Romanos, porque Jesús está representando un papel. Vemos el caso de una mujer fenicia, cananea, que se acerca a Jesús, aunque en territorio pagano (Tiro y Sidón). Jesús, al principio, está escenificando miméticamente, la actitud de un judío ortodoxo y exigente. Se ha dicho que es un evangelio difícil, pero no lo es tanto. Ya que las palabras de Jesús, duras al principio como el pedernal, no son suyas, sino de la teología oficial judía. Los discípulos quieren quitarse de encima a la mujer que inoportuna y Jesús quiere darles una lección majestuosa.

2. La mujer no es hija de Israel y no tiene derecho a pedir lo que pide y a decir lo que dice. Esta mujer cananea ha sido alabada por su coraje y por su fuerza maternal, por la que quiere echar fuera de su hija a todos los "demonios" de su vida (un demonio muy malo). No olvidemos que el relato está enhebrado con mentalidad de la época. Jesús quiere decir que a él, siendo judío, no le está permitido "oficialmente" hacer el bien a una mujer pagana, a una cananea, que es como los perros o como los cerdos. Eso es importante para entender el texto y la propuesta de Jesús. Un judío no debe hacer lo que la mujer cananea le pide. Jesús lo recalca para dejar más en evidencia la “oficialidad” de la ortodoxia judía. Como decimos, pues, todo es una representación, porque ni Jesús pensaba así, ni estaba de acuerdo con la mentalidad oficial que no le permitía ni siquiera acercarse a los paganos, y menos a una mujer.

3. La lección es para sus discípulos: esta mujer se comporta mejor que los judíos, es más que una hija de Israel, es capaz de mover el mundo y llegarse al corazón de Dios por tal de "desdemonizar", de liberar, a su hija. Jesús sabe, como experiencia personal que en realidad "ha sido enviado para salvar a todos" ("no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"). Y una vez que queda en evidencia toda la "oficialidad" teológica y religiosa del judaísmo de su tiempo, Jesús muestra quién es y qué ha venido a hacer: llamar a todos, salvar a todos, "desdemonizar" a todos, liberarlos.

4. Esto era lo que se podía contemplar como lejano, pero real, en el oráculo de Is. 56,1.5-6 (nuestra Iª Lectura del día). Jesús no había ido al territorio de Tiro y Sidón, país pagano, por miedo o por cobardía, sino para poner de manifiesto que "algo nuevo había llegado". No quiere despedir a la mujer porque le inoportuna, como piden los discípulos, sino que pretendía algo más grande de ella. Al principio se siente como un "perro" con sus amos, pero Jesús quiere elevar su categoría de mujer pagana y de madre. Su fe es capaz de mover montañas y eso, precisamente, no ocurría ni en la religión ni en la patria de Jesús. La lección está dada. El demonio de la incomprensión, de la incomunicación, de la inhumanidad entre pueblos y religiones ha sido expulsado. La suerte está echada: el reino de la salvación llega para todos.

Fray Miguel de Burgos Núñez

jueves, 6 de agosto de 2020

EL SEÑOR, LUZ EN LA NOCHE

Reflexión Evangélica para el Domingo 9 de Agosto de 2020. 19º del Tiempo Ordinario.

1. Con la lectura de este episodio de Mateo, la "marcha sobre las aguas", se evocan muchas cosas de las experiencias de la resurrección. De hecho es muy fácil entender que este no es simplemente un episodio histórico de la vida de Jesús y los suyos, sino que encierra experiencias pascuales. No hace falta más que poner atención en las expresiones que se usan en esos momentos (cf. Mt 28,5.10; Jn 20,28), incluso en cómo se postran los discípulos ante el Señor resucitado (Mt 28,9.17). Y es que, en la comunidad primitiva, no podía evocarse este momento de la vida de Jesús sino como "Salvador" y "Señor", lo cual sucede especialmente a partir de la resurrección.

2. Es significativo que Jesús, después de la multiplicación de los panes, episodio inmediatamente anterior, se retira a solas para orar y entrar en contacto con Dios en una experiencia muy personal y particular, que refleja muy a las claras dónde recibe Jesús esa "fuerza" salvífica. Los discípulos, en la barca, están en sus faenas. Sabemos, se ha dicho frecuentemente, que en el evangelio de Mateo esa barca representa a la comunidad, a la Iglesia, a la que el evangelista quiere trasmitir este mensaje.

3. El hecho mismo de que Pedro represente un papel particular en este episodio, también habla de ese misterio de la Iglesia, que necesita la fuerza y el coraje de su Señor. Pedro es en el evangelio de Mateo el primero de ese grupo de los doce, de la Iglesia, que necesita buscar y encontrar al Señor por la fe. Incluso es representado con sus debilidades. Porque la Iglesia en el NT no es el grupo de los perfectos, sino de los que necesitan constantemente fe y salvación.

4. "Soy yo, no tengáis miedo", es una palabra salvadora, de resurrección. Ya hemos dicho que este relato está envuelto en ese lenguaje en el que Jesús domina el tiempo y el espacio, las aguas y el fuego si fuera necesario. Es el lenguaje teológico de la resurrección, cuando Jesús es confesado como Señor. Pero de la misma manera que Dios se "manifestó" a Elías en el Horeb. Ante la desesperación de los suyos, no viene en medio del terremoto, sino "caminando" sobre las aguas, que es como decir: "en la serenidad de la noche", en el "silencio" imperceptible y cuando hace falta.

Fray Miguel de Burgos Núñez