sábado, 25 de agosto de 2018

PALABRAS DE VIDA ETERNA


Reflexión Homilética para el Domingo 26 de Agosto de 2018. 21º del Tiempo Ordinario, B.

A propósito de la multiplicación y reparto de los panes y los peces, por parte de Jesús, la Liturgia nos ha presentado a tres grandes personajes del pueblo de Israel que han servido como mediadores de Dios para alimentar a las gentes: Eliseo, Moisés y Elías. Además, nos personifica a la Sabiduría como ejemplo de la providencia de Dios.

Finalmente, en este domingo se cierra el ciclo con la mención de Josué (Jos 24), el elegido por Dios para suceder a Moisés e introducir a su pueblo en la tierra prometida. Sin embargo, en este día Josué no es el explorador que informa a su gente sobre la tierra de sus esperanzas. No es el guerrero que lucha contra los madianitas ni el guía que, al cruzar el Jordán, repite la epopeya del cruce del Mar Rojo.

Hoy Josué es un predicador que interpela a su pueblo para que haga pública su opción de vida. ¿Adorar a los dioses de los cananeos o adorar al Dios que lo ha sacado de la esclavitud? Esa es la alternativa. Josué confiesa que él y su familia ya han optado por servir al Señor. Y el pueblo promete: “También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!”.

Con razón el salmo responsorial nos dirige una gozosa invitación: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33).

EL VIENTO DE DIOS

Este relato del libro de Josué es más actual de lo que imaginamos. También hoy muchos creyentes dudan de su fe, es decir, del Dios que les ha entregado el don de la fe. Y dudan del Mesías al que han prometido seguir. Se parecen a aquellos discípulos de Jesús, que juzgaron inaceptable su discurso sobre el pan de la vida (Jn 6, 60-69).

En el evangelio que hoy se proclama, Jesús afronta esa tentación de sus seguidores. No son los jefes de los judíos los que lo critican. Son sus propios “discípulos” los que se escandalizan de sus palabras y “vacilan”. Al dirigirse a ellos, también nos interpela a nosotros, estableciendo una distinción entre la carne y el Espíritu.

- En el evangelio, la carne no es el compuesto orgánico que hay que alimentar cada día. La carne es una actitud vital. Es la disposición a juzgar las cosas según nuestros intereses. La carne refleja nuestros cálculos y nuestra mezquindad. De ella dice Jesús que “no sirve de nada”. Y así es. La carne no puede captar la verdad de la entrega del Señor.

- El Espíritu no es un fantasma. Es el viento de Dios, que creó el mundo y dio vida al ser humano. Es el aliento divino que habló por los profetas. Es la presencia misma de Dios que nos guía por los caminos de la verdad y del amor. Según Jesús, el Espíritu “es quien da vida” y nos hace comprender que sus palabras “son espíritu y son vida”.

EL SANTO DE DIOS

El evangelio de Juan anota que muchos discípulos abandonaron a Jesús. Y que él se dirigió a los Doce preguntando: “¿También vosotros queréis marcharos?” Jesús interpela a los suyos como Josué había interpelado a los hebreos. En ambos casos se plantea la opción fundamental. Ahora es Pedro quien responde con una doble confesión:

- “Señor ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. En medio del bullicio, de la confusión y del griterío de los hombres, se hace oír el que es la Palabra misma de Dios. Entre tantas palabras efímeras y enfermizas, las palabras de Jesús brotan de la vida sin principio y llevan a la vida sin final.

- “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. En el mundo de hoy se establece con frecuencia un abismo entre el saber y el creer, entre la ciencia y la fe. Pero los verdaderos creyentes saben y confiesan que Jesús es el Mesías. Solo el enviado de Dios puede hacer posible la realización integral del hombre y de lo humano.

Señor Jesús, a pesar de nuestras dudas, nosotros te reconocemos como el Mensajero de Dios. De ti recibimos el mensaje último y definitivo sobre Dios y sobre el hombre. Sabemos que optar por ti y escuchar tu palabra significa acertar con el sentido de la existencia. Porque tú eres el Santo y el Salvador. ¡Bendito seas por siempre! Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 18 de agosto de 2018

COMER Y BEBER


Reflexión Homilética para el Domingo 19 de Agosto de 2018. 20º del Tiempo Ordinario.

“Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado” Esas palabras parecen apropiadas para la publicidad de una posada medieval. El mesonero ofrece a los caminantes su pan y su vino.

En la celebración de este domingo, el mesonero es otro la Sabiduría de Dios personificada. El texto del libro de los Proverbios (Pr 9, 1-6), que hoy se lee,  a la invitacion primera añade una exhortacion que explica por que se invita al caminante: “Dejad la inexperiencia y viviréis; seguid el camino de la prudencia”.

En la Biblia,  la sabiduría no es simple erudición. Es el discernimiento que ayuda a jerarquizar los valores. Es la sintonía con el proyecto de Dios. Es la Sabiduría divina quien nos alimenta y reconforta. Solo ella marca el camino verdadero y orienta y guía a los caminantes.  Sin el pan y el vino de la Sabiduría podemos extraviarnos y perecer agotados.

LA VIDA ETERNA

Tras la multiplicación y reparto de los panes y los peces, Jesús pronuncia un denso discurso en la sinagoga de Cafarnaúm. En él, Jesús se compara  con el maná que alimentó a los hebreos en el desierto. Y se presenta a sí mismo como el pan bajado del cielo para dar la vida a los hombres.

En el texto que hoy se proclama (Jn 6, 51-58) Jesús identifica su pan con su propia carne y sangre: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Ademas, Jesús explica su pensamiento con dos frases complementarias.

- “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Esta expresión negativa nos advierte del riesgo de vivir junto a la fuente y morir de sed. En la totalidad reflejada por el cuerpo y la sangre, Jesús se nos entrega como el alimento imprescindible, que no puede ser despreciado.

- “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día”.  Esta expresión afirmativa nos propone el gran don de una vida que supera los límites del tiempo y de la muerte. Jesús es la resurrección y la vida para todo el que se alimenta de su mensaje.

LA INTIMIDAD

Por fin añade el Maestro: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. La oferta de la vida se completa ahora con la oferta de la intimidad.

- “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Nos pasamos la vida cambiando de vivienda, y no sólo en el sentido material de la casa. Buscando un lugar espiritual en el que echar raíces. Un espacio que pueda ser nuestra morada. Un corazón en el que descansar. Eso y más es Jesús para el que se alimenta de su vida.

- “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Jesús dijo una vez que no tenía donde reclinar su cabeza. En el Apocalipsis se dice que Él está a la puerta y llama para compartir nuestra mesa. Quien se alimenta de su cuerpo y de su sangre le ofrece, casa y descanso. Y comparte su intimidad.

Señor Jesús, tú conoces nuestra necesidad de vivir de verdad, de convivir en intimidad y de pervivir para siempre. Al entregarte en cuerpo y sangre, Tú nos ofreces esa posibilidad. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
                                                                     D. José-Román Flecha Andrés

martes, 14 de agosto de 2018

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA


Miércoles, 15 de Agosto de 2018. Solemnidad de la Asunción de la Stma. Virgen María

En este día nos agrada volver a consultar los sermones de San Juan de Ávila. Según él, la fiesta de la Asunción de María marcaba “el término tan deseado y tan pedido por la sacratísima Virgen María, Madre de Dios y Señora nuestra”. Ante aquella evocación, invitaba a los fieles a alegrarse por el triunfo de María. No le faltaba fantasía para imaginar la admiración a los ángeles: 

“Espantados de que en este miserable desierto hubiese tan preciosa reliquia y que con tanta honra y pompa fuese subida a la alteza del cielo y constituida por Señora de los que están allá y de los de acá, preguntan diciendo: ¿Quién es esta que sube del desierto, abundante en regalos, arrimada sobre su Amado?” (Cant 8,5).

Para aquel fogoso predicador, el día de la Asunción de María se convertía en la fiesta de la libertad, de la gloria cumplida y de la esperanza realizadas:

“Gócense, pues, los buenos hijos de la libertad de su bendita Madre, y esperen ellos que, a semejanza de ella, les vendrá el día de su libertad, en que, libres de la corrupción de esta vida, gocen con ella en el cielo del don de incorrupción perpetua, de cumplida gloria y de la alegre vista de Dios. Y entiendan que esta Virgen bendita no sólo nos es dada para ejemplo de nuestra vida, a la cual sigamos e imitemos en sus virtudes, mas también tenemos en ella ejemplo y motivo para esperar que, si fuéremos acá por el camino que ella fue, aunque no tan aprisa ni con tanta santidad, iremos donde ella fue, aunque menores en gloria”.

Pero sabía Juan de Ávila que poco presta la contemplación sin la acción y el regusto sin el esfuerzo. La celebración de la Asunción de María a los cielos le sugería, pues, una sencilla exhortación adornada de una pizca de dramática poesía:

“Estemos, pues, muy atentos, y no perdamos de vista a esta Señora, tan acertada en sus caminos y tan verdadera estrella y guía de los que en este peligroso mar navegamos”.

También Santa Teresa cuenta que en esta fiesta de la Asunción de María, se le representó en un arrobamiento “su subida al cielo, y la alegría y solemnidad con que fue recibida y el lugar adonde está” . Y añade que esta visión  le aprovechó “para desear más pasar grandes trabajos”  y le quedó un “gran deseo de servir a esta Señora, pues tranto mereció”.

LA OBRA DE DIOS

El relato evangélico que hoy se proclama  recoge el canto gozoso y agradecido de María (Lc 1, 39-56). Sus estrofas no miran tanto a la obra del hombre cuanto a la obra de Dios.  El canto del “Magnificat”, en efecto, revela, proclama, canta y agradece el estilo de Dios.

- “Ha mirado la humillación de su esclava”.  Más que una confesión personal es un resumen de la historia entera de la salvación.  Frente a la altanería de los poderosos, con frecuencia injusta y despiadada, se alza la misericordia del Dios que apuesta por los débiles y oprimidos.

- “Me felicitarán todas las generaciones”.  En otros tiempos le había sido prometido a Abraham que por él se bendecirían todos los linajes de la tierra (Gén 12,3). La antigua profecía se ha cumplido en María. Gracias a Jesús, fruto bendito de su vientre, la bendición de Dios se convierte en bienaventuranza para todos los que lo siguen.

- “Ha hecho obras grandes por mí”.  Lo mismo pudieron decir Sara, madre de Isaac, y Ana, la madre de Samuel. Para María, las grandes obras de Dios incluyen la maternidad física de Jesús. Pero comprenden las riquezas del Reino que por Jesús se revelan y se otorgan a los pequeños y a los humildes.

UN SIGNO CELESTIAL

La visión del Apocalipsis coloca a la Iglesia en el centro de la bóveda celeste (Ap 12,1). La liturgia ve esa profecía a la luz de los misterios que transforman la vida de María:

- “Una mujer vestida del sol”.  La luz de Dios revelada en el Cristo inunda a María y a la Iglesia. Purificadas e iluminadas por Él se convierten en faro para la peregrinación de las gentes. Su esencia determina su misión imprescindible.

- “Una mujer con la luna por pedestal”.  La luz de María y de la Iglesia no brota de sus méritos.   Como el pálido claror de la luna, su brillo es reflejo de una luz que las trasciende y las lleva a vivir en humilde transparencia.

- “Una mujer coronada con doce estrellas”. El signo cósmico del zodíaco se asocia a las tribus de Israel y al número apostólico para desvelar el papel de María y de la Iglesia. La naturaleza y la historia coronan al icono de la fe, al ejercicio de la fe, a la obediencia de la fe.

“Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo;  concédenos que aspirando siempre a la realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo”. Amén.
D. Jose Román Flecha Andrés

domingo, 12 de agosto de 2018

EL PAN DE VIDA


Reflexión Homilética para el Domingo 12 de Agosto de 2018. 19º del Tiempo Ordinario.

Elías fue elegido para ser el defensor del Dios único frente a la imposición política de los ídolos extranjeros. Pero fue elegido también para ser el defensor del pobre aplastado por los poderosos. Esa doble misión del profeta no había de ser fácil. De hecho lo lanzó a los caminos del desierto para defender su propia vida.

Gracias al pan y el agua que el ángel le muestra, Elías puede seguir su camino durante cuarenta días hasta el Horeb, el monte de Dios (1Re 19,4-8). El profeta es el icono del creyente que sigue con fidelidad al Señor. El pan y el agua significan aquí la providencia y la fidelidad de Dios al que ha elegido para una arriesgada misión.

El desierto es la tierra del despojo. Y de la más profunda verdad del ser humano. El desierto fue para el pueblo de Israel el lugar del encuentro con su Dios. También lo es para Elías. En un caso y el otro, el pan y el agua son los medios imprescindibles para vivir y afrontar la vida con valentía y disponibilidad ante el Señor.

VENIR A JESÚS

El evangelio de hoy recoge la reacción de los judíos a las palabras con las que Jesús se revelaba como el pan bajado del cielo. “¿Cómo dice que ha bajado del cielo?” Los judíos no pueden reconocer como venido del cielo a un hombre cuyos orígenes terrenos creen conocer.

Jesús no parece extrañarse por esa desconfianza. Conoce bien de dónde brota. No se la reprocha, pero les indica el camino recto para llegar a Él. El texto emplea para ello una frase negativa y otra positiva, en las que se contraponen el “nadie” y el “todos”:

- “Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado”. Es imposible llegar a reconocer y aceptar por las propias fuerzas el mesianismo de Jesús. Venir a Jesús es la clave y el sentido de la fe cristiana.

- “Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí”. Escuchar humildemente al Padre celestial y dejarse guiar por su voluntad: ése es el requisito y la condición para venir a Jesús.

VIVIR PARA SIEMPRE

El enviado por el Padre se presenta a sí mismo como el pan de la vida: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Ese es el núcleo de nuestra fe.

- “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. En la memoria permanece el recuerdo del maná del desierto. Jesús es el nuevo maná que el Padre ha entregado al pueblo de la nueva alianza. Gracias a él puede sostenerse en su peregrinación.

- “El que coma de este pan vivirá para siempre”. Los que se alimentaron del maná pudieron satisfacer su hambre, pero al fin murieron. En cambio, quien se alimenta del pan del Señor vive para siempre.

- “El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. El pan que Jesús ofrece a su pueblo es su propia carne. Es su propia vida que entrega por él. Es decir, por su pueblo y por todo el mundo.

Señor Jesús, creemos que eres el Mesías enviado por Dios. Que la fe nos ayude a buscarte y encontrate. Y que tu pan nos mantenga en la vida sin fin que brota de ti. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

viernes, 3 de agosto de 2018

EL DESIERTO Y EL HAMBRE


Reflexión homilética para el Domingo 5 de Agosto de 2018. 18 del Tiempo Ordinario, B.

“Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad”. Así suena la queja del pueblo de Israel, como se contiene en el texto bíblico que hoy se proclama (Éx 16,2-4.12-15). Es una queja airada contra Moisés y Aarón. Es tambien una queja injusta contra los que habían sido elegidos por Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud.

Pero bien sabemos que el hambre es una mala consejera. Contribuye a ver la realidad como una amenaza. Favorece la inquietud social. Y lleva a las gentes a la rebelión.

El libro del Éxodo recuerda hoy el paso de Israel por el desierto. Atrás queda la opresión sufrida en Egipto. Por delante, se promete el país de la libertad. Pero, en medio, se vive entre una nostalgia siempre tentadora, y una esperanza siempre difícil de alcanzar.

El desierto es soledad y austeridad. El desierto es hambre y sed. Y esa sensación de abandono y orfandad que lleva a los peregrinos a preguntarse si Dios se cuida verdaderamente de ellos. De ahí que el maná que aparece en la mañana sea más que un medio para saciar el hambre. Es la señal de que Dios es el Señor. Su Señor.

TRES PALABRAS

El evangelio de hoy (Jn 6,24-35) contiene una parte del discurso con el que Jesús comenta la distribución de los panes y los peces. Las gentes siguen a Jesús, pero él pretende cuestionar la sinceridad del seguimiento. Entonces y ahora se puede seguir al Señor por un interés inmediato. Pero no es esa la actitud que corresponde a la fe.

El evangelio de Juan juega con tres palabras cargadas de espesor y de sentido: el trabajo, el signo y el pan.

El trabajo que Dios quiere y espera de nosotros es el de la fe. Creer en el que Él ha enviado para nuestra salvación. Esa es la verdadera respuesta del creyente.

El signo de la cercanía de Dios ya no es el maná de los tiempos del éxodo. El signo definitivo es su mismo Hijo, enviado como alimento para el nuevo éxodo.

El maná que alimentó a Israel en el desierto aparecía en la tierra. Pero el verdadero pan de Dios ha bajado del cielo y da la vida al mundo.

EL PAN DE LA VIDA

En este contexto, el evangelio pone en boca de Jesús una de esas frases con las que se nos revela su ser y su misión: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre”. Es esa una revelación que había de atravesar el bosque de los siglos.

“Yo soy el pan de vida”. Jesús es el pan que sostiene nuestro diario vivir. Nos alimenta ya con el ejemplo de su vida, entregada al servicio de los pobres y los humildes. Nos alimenta con sus palabras, nacidas de la honda y eterna verdad de la que vino a dar testimonio. Y nos alimenta con su presencia-eucaristía, memoria de su entrega y de su pascua.

“El que viene a mí no pasará hambre”. No es posible detenerse, sabiendo dónde está el horno del pan. Bien conocía Él nuestra insatisfacción. Ni los tesoros ni los honores pueden calmar nuestra hambre. Para saciar nuestro apetito de amor y de esperanza, hemos de ir a Él.

Señor Jesús, te reconocemos como el pan de la vida. Te damos gracias porque te han entregado generosamente para saciar nuestras hambres. Y te presentamos la necesidad de los que no te conocen. A ti que vives, reinas y nos alimentas por los siglos de los siglos. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés