domingo, 29 de octubre de 2023

AMARÁS AL SEÑOR, TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN


Reflexión del Evangelio del Domingo 29 de Octubre de 2023. 30º del Tiempo Ordinario.

Amarás a tu prójimo

En el llamado “Código de la Alianza” que recoge el libro de Éxodo encontramos varios preceptos y normas que debe cumplir el pueblo de Israel. Moisés habla en nombre de Dios y pronuncia enfáticamente “Así dice el Señor”, para introducir una serie de prohibiciones que tienen sus respectivas razones de ser.

No oprimir al extranjero, no explotar a viudas ni huérfanos, no practicar la usura, y devolver lo prestado, son expresiones concretas de amor al prójimo. El israelita tenía que relacionarse no solo con los de su pueblo sino también con extranjeros y forasteros con amor, justicia y fraternidad.

El Dios de Israel se presenta como un Dios compasivo, que escucha al pobre, al huérfano, la viuda, al extranjero o al necesitado. Es un Dios cercano que no se desentiende del sufrimiento ni de las necesidades de sus criaturas. Podemos preguntarnos hoy:

¿Qué imagen de Dios subyace en nuestros modos de relacionarnos con los demás?

¿Cuál es el mandamiento más importante?

En tiempos de Jesús, parece que había una multitud de normas y preceptos que el judío piadoso debía cumplir. Estos mandamientos no solo eran los escritos en la Torá sino que además, existían muchas tradiciones que habían sido impuestas por los fariseos. Con este panorama se entiende fácilmente que cualquier judío piadoso sentía la necesidad de una síntesis para comprender y vivir mejor su espiritualidad, es decir, su relación con Dios, con los demás, y consigo mismo.

El maestro de la Ley formula una pregunta clave: ¿cuál es el mandamiento más importante?

También nosotros hoy necesitamos hacer una síntesis de nuestra fe para comprender qué es lo más importante, qué es lo esencial en nuestra vida cristiana. Es un proceso necesario de maduración de la fe que, si no lo hacemos, corremos el riesgo de perdernos en una serie de tradiciones, mandamientos y reglas, que son secundarias.

Probablemente todos y todas sepamos la respuesta que le da Jesús al maestro de la Ley: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente” y “al prójimo como a ti mismo”. La respuesta de Jesús recoge lo mejor de la tradición del Pentateuco para hacer la síntesis de Dt 6, 5 y Lv 19, 18.34

Ahora bien, ¿cómo se concreta este mandamiento en nuestra vida cotidiana? ¿En qué se nota en nuestras vidas que “amamos al Señor”?

Es interesante fijarse con atención que lo primero que pide el Señor NO es el cumplimiento de una serie de mandamientos, sino más bien que sea amado con todo el corazón, toda el ama y toda la mente. Corazón, alma y mente en el mundo bíblico quieren significar la totalidad de la persona. El foco no está en el cumplimiento de preceptos sino en el amor a Dios y al prójimo. Sin amor a Dios, el cumplimiento de mandamientos y normas se vuelve inútil.

Quizá un problema no menor sea la segunda parte del mandamiento: amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¿Cómo amar al prójimo si uno no se ama a sí mismo? ¿en qué se refleja este amor a sí mismo?

Hay un elemento clave: no podemos desentendernos del otro: el semejante, el que está próximo a nosotros, el vecino, pero también del que está más lejano; el forastero, el extranjero, la viuda, el pobre y necesitado, el huérfano, etc. El amor a Dios se refleja en el modo que amamos, cuidamos y nos preocupamos de los otros, especialmente de los más pobres y necesitados. Es esto justamente lo que hemos leído en la primera lectura: Éxodo 22.

Pidamos al Señor la gracia de poder amarlo con todo nuestro ser y que esto se note en nuestro relacionamiento con los demás. En una Iglesia sinodal este elemento es clave. Necesitamos también amarnos más en la Iglesia, en la comunidad, entre los discípulos de Jesús. El amor a Dios también se debe reflejar en la escucha mutua para seguir haciendo caminos juntos.

Fr. Edgar Amado D. Toledo Ledezma, OP

domingo, 22 de octubre de 2023

"DAR A DIOS, LO QUE ES DE DIOS"

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 22 de Octubre de 2023. 29º del Tiempo Ordinario.

Realmente era muy comprometida la pregunta que con mala intención dirigieron a Jesús: “Es licito pagar o no el tributo al Cesar”. Si decía que sí, sería considerado como un amigo del invasor y abjuraría de que Dios era el único Dios y Señor de la tierra de Israel, que Él mismo habría dado como heredad a su pueblo. Si contestaba que no, se pondría de parte de aquellos que se oponían, violentamente incluso, al dominio romano y, como consecuencia, estaría poniendo el peligro el frágil equilibrio de las relaciones entre romanos y pueblo judío, lo que podría conducir, como después dijo el sumo sacerdote Caifás, a la catástrofe y destrucción del Templo y el pueblo: “No os dais cuenta de que es preferible que muera un solo hombre por el pueblo, a que toda la nación sea destruida?” (Jn 11, 49-50).

Jesús, responde saliéndose de ese dilema: “Dad al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”.

Pero, cuando nos ponemos a pensar en el contenido de esa frase, vemos que no es fácil de interpretar. Se señala una distinción entre el campo de la fe y la religión, por una parte, y de la vida político-secular por otra. Pero ¿Cómo se relacionan? ya que el ser humano forma parte por su fe del ámbito de “Dios y sus caminos” y, por otra, de las realidades de su sociedad, su tiempo y su espacio.

Se han dado a lo largo de la historia, y se dan hoy día, dos tentaciones que tienen consecuencias nefastas: La teocracia, según la cual, lo religioso sería lo superior y todo el ámbito secular, estaría al servicio y bajo la dirección de las autoridades eclesiásticas. Esto conduce al fanatismo religioso porque no respeta la autonomía de los distintos ámbitos, ni la legítima libertad de conciencia, ni la necesaria pluralidad de los medios para llegar al fin.

La tentación contraria es también nefasta: el secularismo excluyente, según el cual, la religión sería, en el mejor de los casos un asunto meramente privado, de “sacristía”, sin ninguna participación válida en el mundo de las ideas, de los valores, de las relaciones sociales, de los derechos humano. Esto supone un fundamentalismo ideológico, que convierte en religión la ideología o política dominante en cada momento.

La manera de salir de esta paradoja es considerar en serio la expresión “imagen de Dios” que utiliza Jesús; expresión que señala, según el pensamiento bíblico, la dignidad de cada persona, el hecho de que ninguna persona pueda ser considerada o tratada como medio o instrumento para otra cosa, ni siquiera la religión o la razón política o social. Se trataría de considerar siempre y en toda circunstancia no sólo dos términos: “Dios y el César”, lo religioso y lo secular, sino cuatro elementos: Dios, el hombre, lo religioso y lo secular y cómo se relacionan entre ellos.

Dios no quiere que el hombre se haga imágenes de él para que no lo reduzca a su manera de pensar. Pero El mismo ha hecho de cada ser humano una imagen de Él (Gen 1, 27), para que, respetando y promoviendo a las personas, tratáramos y honrásemos al mismo Dios (Mt 25-46). Por lo tanto, “dar a Dios, lo que es de Dios”, es tratar a cada persona y a todas ellas como Dios las trata. Y para saberlo, tenemos el ejemplo de cómo Jesús, la perfecta imagen de Dios en su ser humano (Col 1,15), quería, respetaba y trataba a las personas.

El segundo elemento es el hombre. “La gloria de Dios es el hombre vivo” decía S. Ireneo. Es decir, la manifestación más clara de quién y cómo es Dios, de su voluntad y su acción, es cuando cada hombre, varón o mujer, se siente vivo y que puede vivir con todos sus derechos. Uno de ellos, es la libertad de su relación con Dios, la participación pública en su comunidad eclesial y la aportación cívica de sus valores al diálogo y la construcción social, política, económica y educacional.

Para conseguir realizar aquí y ahora la relación vivificante de Dios y la persona, se necesitan gestionar los dos ámbitos en los que vive: el religioso-eclesial y el político social. Estos están a servicio de los primeros, y el criterio de verificación, como dice Jesús, no es el culto, ni el éxito económico o político, ni las grandes cifras o balances, ni las estadísticas de participación sacramental o de adhesión partidista, sino, simple y llanamente, que cada hombre y cada mujer puedan sentirse en verdad “imagen de Dios”, por cómo es vista, tratada, valorada y promovida por el mundo de lo eclesial-religioso, por una parte, y de lo social-político por otra.

“Buenos cristianos y buenos ciudadanos”, era el ideal educativo de S. Juan Bosco. Cristianos adultos en la fe formando parte y contribuyendo a formar una sociedad de ciudadanos adultamente libres.

A la luz de este mensaje de Jesús:

¿Me trato a mí mismo como imagen de Dios?

¿Trato a cada uno, sea como sea, como imagen de Dios?

¿Construyo con mi oración, comunión y misión una Iglesia de hijos e hijas, hermanos y hermanas, sinodal, donde cada uno y cada una se sienta en verdad, imagen de Dios: respetado, amado, escuchado y promovido?

¿Cómo es mi participación en la sociedad civil para que la dignidad y los derechos de cada persona sean garantizados, ya que es imagen de Dios?

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio

jueves, 19 de octubre de 2023

domingo, 15 de octubre de 2023

VIVIR DE LA ESPERANZA

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 15 de Octubre de 2023. 28º del Tiempo Ordinario.

La esperanza es una virtud teologal. Es una fuerza, que cuando arraiga en nuestro interior, dota de orientación y sentido a todo lo que hacemos. Es el mejor antídoto contra la depresión y nos dispone a trabajar y luchar por lo que verdaderamente creemos.

No existe mejor medicina que la esperanza contra la enfermedad religiosa de la falsa resignación, ‘del que nada se puede hacer’, o del ‘total para que voy a hacer si el mundo es como es’ o frases parecidas. El verdadero profeta, el de ayer y el de hoy, es aquel es aquel trata de infundir ánimo y coraje ante las situaciones que juzgamos, como en el caso de la primera lectura, desesperadas.

Vivir la esperanza supone un acto de confianza y de amor. La esperanza nace de la afectividad y del bien querer. No podemos sino esperar lo bueno y lo mejor de aquel que juzgamos como amigo o hermano porque nos fiamos de él haciendo un verdadero acto de entrega.

La persona religiosa, como lo fue el mismo Jesús, es alguien entregado por amor a la noble causa de aquel en quien has puesto tu confianza. Jesús se entregó con un corazón sin división a la misión que el Padre le confío por amor.

San Pablo lo expresa como acción de gracias. Todo es Providencia porque en todo anda Dios y por todo hemos de estar agradecidos. Un problema serio de nuestro tiempo es el no saber ser agradecidos. Esta falta de agradecimiento suele traducirse en orgullo y arrogancia, en una sobrevaloración de uno mismo que incapacita para el encuentro con los demás y para la vida comunitaria. La acción de gracias nos abre al diálogo con los demás y nos dispone a contemplar la creación como un paisaje fascinante y maravilloso.

Saber vivir con lo que se tiene

Vivir en acción de gracias es una forma de consolación religiosa. Conformarse religiosamente con lo que uno tiene o puede adquirir con el fruto de su trabajo y esfuerzo, en continua acción de gracias, es una forma elocuente de predicación. Quien sabe vivir con lo que tiene, vive alegre y feliz porque además sabe compartir y conoce las necesidades de los otros.

Nuestra fe cristiana es comunión porque partimos y repartimos lo que tenemos y lo hacemos por un principio religioso: el principio de la solidaridad que está en Dios mismo, que se dio, por completo, a sí mismo, para la salvación de todos, justos y pecadores.

El saber vivir, que en la Amazonia, tiene que ver con el ‘buen vivir’, en relación con la creación y, en particular, con la madre tierra, nos adentra en la armonía, la sobriedad y el equilibrio suficiente y necesario para una vida devota y religiosa.

Los monjes y las monjas de clausura bien lo saben porque lo han vivido y experimentado por siglos. Esta realización está en el orden de la conciencia recta y en el uso compartido y responsable de los bienes que Dios ha puesto y dispuesto para el disfrute de toda la creación.

Ha sido el pecado de la acumulación y la acaparación de los recursos en favor de unos pocos lo que ha producido y sigue produciendo una sobrexplotación que tendrá devastadores resultados y cuyos primeros síntomas hemos empezado ya a padecer.

La filosofía del descarte, que empezó por recursos y productos, ha llegado también a las personas humanas. Millones de personas, en su casi totalidad pobres, marginados, indígenas, enfermos y ancianos han entrado en el club de los descartables. Sin embargo, Dios siempre nos da la oportunidad de cambiar.

Vivir preparados para el encuentro con Dios

También la historia humana, que religiosamente puede ser experimentada como historia de salvación, es una historia de encuentro y de reconciliación con Dios. Desde los inicios Dios ha querido la felicidad de hombres y mujeres, los creo en inocencia y sin pudor.

Fue el pecado quien descubrió la desnudez en la que se hallaba el género humano y desde entonces la lucha por recuperar la inocencia perdida ha sido una constante en el combate espiritual. Dios nos invita a todos sin excepción a participar de su fiesta y solo exige una única condición: que te encuentres preparado para celebrar su fiesta, la fiesta de Dios.

En toda fiesta, aún en las más humildes, y todos sabemos por experiencia, se exige una vestimenta apropiada, solo eso, aunque sea alquilada. Si no tienes el traje o vestido adecuado, el portero no te permitirá la entrada. Y solo eso es lo que pide Dios, que acudas a Él con el traje de fiesta, seas o no pecador.

El texto no dice si el que no llevaba el traje apropiado era uno de los justos o de los pecadores. Solo dice que no llevaba la vestimenta apropiada para el evento. Para el encuentro con Dios, para entrar en su presencia, no podemos presentarnos de cualquier forma.

Tú que ahora me estás leyendo, cree que Dios te espera y te quiere, que desea tu felicidad, te está diciendo que abras tu corazón a su presencia, que te inundes de su luz, su paz, su amistad y su amor desinteresado.

Dios te quiere como eres, pero no le pongas excusas, solo confía en Él. Decía una mística, que quien a Dios tiene nada le falta, que la paciencia todo lo alcanza y que solo su amor, basta. Déjate encontrar, solo ten preparado el traje del encuentro, el vestido de fiesta.

Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.

domingo, 8 de octubre de 2023

LA PIEDRA QUE DESECHARON LOS ARQUITECTOS ES AHORA LA PIEDRA ANGULAR

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 8 de Octubre de 2023. 27º del Tiempo Ordinario.

Envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos

La liturgia de este domingo nos propone una parábola que se refiere a la pasión de Señor. Jesús prevé su pasión y cuenta esta parábola para avisar a las autoridades de su pueblo que están tomando un camino equivocado. La parábola está preparada, en la primera lectura, por un canto del profeta Isaías (Cf. 5, 1-7), sobre la viña del Señor. Así tanto el evangelio y la primera nos hablan de una viña, aunque con una diferencia: en la Parábola se avisa a las autoridades, en el canto de Isaías Dios avisa a todo el pueblo de Israel.

El relato de Jesús comienza de manera similar al canto de Isaías: “Un propietario plantó una viña, la rodeo con una tapia, cavó un lagar y construyó una torre”. Viene después el momento decisivo en el que el propietario confía la viña a unos labradores y se marcha. Se pone a prueba la lealtad de los labradores: se les ha confiado la viña; deberán vendimiar y entregar después la cosecha al propietario.

Cuando llega la vendimia, el propietario envía a sus servidores a recoger la cosecha. Pero los labradores tienen una actitud posesiva: no se consideran simples administradores, sino propietarios, y se niegan a entregar la cosecha. Maltratan a los criados, y hasta llegan a lapidarlos y matarlos. Todos los enviados obtienen el mismo resultado.

No está de más recordar el significado de la viña, como de costumbre, simboliza al pueblo, y los cuidadores representan a las autoridades políticas y sobre todo religiosas. Los enviados son los distintos profetas que Dios ha suscitado en el pueblo para invitar a la conversión, pero que fueron despreciados.

Finalmente, el propio hijo representa al mismo Jesús, que de este modo anuncia su propio fin. Es conmovedor reconocer que Dios regaló al hombre rebelde lo más precioso, su propio Hijo. El mismo Dios que detuvo a Abraham cuando estaba por sacrificar a su hijo Isaac, entregó a su propio Hijo en nuestras manos homicidas.

El Hijo de Dios venía a buscar los frutos de la viña del Padre, ese pueblo que había sido preparado durante muchos siglos. Pero las autoridades, que se sentían dueños del pueblo, no permiten al Hijo de Dios recoger los frutos de la fe de su pueblo. No comprendían que el único dueño de la viña es solo Dios.

Las autoridades, al escuchar a Jesús, se dan cuenta que esta comparación iba dirigida precisamente a ellas, que estaba planeado la muerte de Jesús, pero no pueden arrestarlo por temor a la gente. Una vez más se ve que el problema de Jesús no era el pueblo, sino con las autoridades.

Y así vemos que el corazón de la gente sencilla suele estar más abierto a las novedades de Dios, "Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla" San Mateo (Cf, Mt.11,25-27), pero los que tienen poder económico, intelectual o político suelen poner su seguridad en ese poder y se aferran tanto a esa seguridad falsa que no aceptan un cambio de planes, aunque el mismo Dios lo esté proponiendo.

Esta parábola debe ser también para nosotros un aviso la actitud posesiva. Todos tenemos responsabilidades: unos a un nivel modesto, otros a un nivel más alto, otros a un nivel altísimo. Mas para todos es decisiva la actitud que asumamos respecto a tales responsabilidades. La tentación que nos acecha es siempre la misma: adoptar una actitud posesiva, diciendo: “Dios me ha dado unos dones, soy su propietario, hago con ellos lo que quiero. He recibido un puesto de autoridad, me aprovecho de él en mi propio interés, para acumular dinero, etc.”. De este modo, asumimos una actitud posesiva, en vez de ejercer la autoridad en bien de todos.

La actitud posesiva está en la base de muchísimos pecados y de muchísimas injusticias. Con ella querríamos alcanzar la felicidad, pero, en realidad, no es eso lo que tiene lugar. En efecto, la verdadera felicidad sólo se encuentra en una vida de amor y de servicio a los demás. Todos los dones, todos los talentos que Dios nos ha dado y nos da son instrumentos para poder amar y servir al prójimo. Sí lo usamos de una manera egoísta para buscar nuestro interés, nos pareceremos a los labradores rebeldes de la parábola.

También nosotros, de alguna manera, podemos eliminar a Cristo de nuestras vidas, cuando percibimos que él se opone a nuestros planes, cuando tenemos alguna cosa humana a qué aferrarnos y no estamos dispuestos a perder esa seguridad para aferrarnos a Dios.

Los cristianos estamos llamados a vivir de manera generosa con este espíritu de amor y de servicio. En él encontramos la alegría perfecta, la alegría divina, que el Señor quiere comunicarnos.

Preguntas para reflexión: ¿Vivo mis responsabilidades al servicio de los demás? ¿Mis dones y talentos utilizo para servir y amar a mis prójimos?


Fr. Leoncio Vallejo Benítez O.P.

miércoles, 4 de octubre de 2023

FELICIDADES A LAS FRANCISCANAS DE LA DIVINA PASTORA

 
Hoy celebramos San Francisco y no podemos obviar el mensaje del "Santo de Asís" en nuestro pueblo a través de la labor de más de cien años de las Religiosas de la Divina pastora.

¡MUCHAS FELICIDADES!

domingo, 1 de octubre de 2023

"VOY SEÑOR"

 

Reflexión Evangelio Domingo 1 de Octubre de 2023. 26º del Tiempo Ordinario.

Lo que agrada a Dios, una norma para una vida acertada

No solo para los creyentes, también para cualquier persona que se pregunta sobre el sentido acertado de su vida, hay una pregunta de fondo sobre qué es lo que nos hace gratos para Dios o, lo que es lo mismo, qué es lo que nos asienta en su proyecto salvífico.

Procedemos de una tradición racionalista que nos hace propensos a considerar que lo que agrada a Dios es la ortodoxia de nuestro pensamiento. De ahí tantos esfuerzos catequéticos para aprender una doctrina racionalmente sana y su desarrollo moral coherente. Es la vieja opción socrática de la ética como sabiduría, del bien como consecuencia de una verdad aprendida y del mal como fracaso de nuestra inteligencia.

Jesús llama la atención sobre la diferencia entre esa forma de ver las cosas y otra forma más eficaz en la que se muestran la verdad de Dios y nuestra propia verdad. Lo éticamente correcto no es lo pensado, ni lo dicho, sino lo hecho. Esto se produce, más allá o más acá, de la doctrina y la ideología, en los compromisos eficaces y verificables.

Lo que agrada a Dios no es la ofrenda correctamente pensada, sino la realización de su voluntad a través de la nuestra. No es la corrección de la reflexión, sino la veracidad de la vida mostrada en la veracidad de nuestras respuestas prácticas.

Es lo que nos enseña Jesús en esta parábola de los dos hijos: hay uno que responde a la propuesta de Dios con un “voy, señor” formulado desde la rotundidad y agilidad que suele acompañar a las doctrinas e ideologías, pero que luego resulta desmentido con la respuesta práctica, con el compromiso no asumido. Hay otro hijo que, doctrinas e ideologías al margen, acaba respondiendo positivamente a lo que se le pide, aunque tarde en comprender y a responder. Es el modelo que nos propone el Señor, que asume con realismo lo tortuoso de nuestros aciertos en la vida.

A una cultura como la nuestra, que valora tanto el protagonismo individual, le cuesta poner el plan de Dios como marco realizador, y cuestionador, de nuestros propios planes. Es costoso aceptar que “los publicanos y las prostitutas” de nuestro tiempo “nos llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”, no por su forma de vivir, que no agrada a Dios, sino por su conversión a lo que les propone el Reino.

La conversión a lo que agrada a Dios, salva nuestras vidas

Desde un punto de vista eminentemente práctico, ya lo había propuesto la profecía de Ezequiel, que pretende declarar inocente a Dios de las injusticias que descubrimos y experimentamos en el mundo de los hombres: Dios no es culpable de nuestro proceder, somos nosotros los responsables del mismo. Dios no puede promover más que el bien. No podemos hacerle culpable de aquellos males que hemos causado nosotros.

El profeta nos llama la atención sobre la necesidad de cambiar nuestra perspectiva y nuestra vida cuando hablamos de lo que es justo o no lo es. Nuestras vidas se salvan, son agradables a Dios, cuando abandonamos nuestras injusticias y nos abrimos a su justicia.

El horizonte que Dios propone al hombre es un horizonte de vida y no de muerte. Y a ese horizonte nos acercamos cuando, arrepentidos de los males que hemos causado, nos abrimos a los bienes que Dios nos revela y ofrece. Es Dios quien salva, pero quiere contar con nuestra colaboración.

Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús

Ezequiel y Mateo coinciden en ese carácter práctico, y no doctrinal o ideológico, de buscar en lo concreto de nuestra vida y en los compromisos de nuestra voluntad el valor de la conversión para hacer coincidir el proyecto de Dios con nuestros propios proyectos.

Con un lenguaje aún más accesible, si cabe, es lo que nos trasmite Pablo en su carta a los Filipenses. Apoyándose en un posible himno litúrgico, nos propone la aventura de Jesús como modelo para nuestra propia aventura. Lo que a Él y a nosotros nos salva no es la reivindicación de nuestros propios intereses, sino acertar a posponerlos ante el interés de los demás. En esto consiste el auténtico amor.

Este es un amor sobre el que no caben  discursos teóricos, cuanto experiencias concretas: las que consideran siempre superiores a los demás. Esto no es la negación de la propia realidad y de los propios intereses, a lo que nos llevaría una falsa comprensión de la humildad, que tantas veces encubre envidia y ostentación. Pero sí es la negación de la narcisista supervaloración de los proyectos de cada uno, que no dejan en la práctica un lugar propio y digno a los otros. ¿Es éste el drama de nuestro tiempo? Posiblemente lo ha sido de todos los tiempos: la lucha entre el amor propio y el amor a los demás, entre un yo autista y un yo entrelazado con los otros.  

¿Cómo hubiera acabado la vida de Jesús si hubiese dado preferencia a sus propios deseos y proyectos y a no al proyecto de Dios? ¿Qué valor tendría para nosotros un Evangelio “sin cáliz”? No lo sabemos, pero en todo caso su propuesta última no hubiera podido ser más que una ideología más, sometida, como las otras, al paso y el peso del tiempo. No sería esa palabra siempre contemporánea que resuena en el Evangelio.

Fray Fernando Vela López