domingo, 25 de diciembre de 2022

¡DIOS HA CUMPLIDO SU PROMESA!

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 25 de Diciembre de 2022. Navidad.

Isaías nos lo dice: cantad, gritad, regocijaos: ¡Dios ha cumplido su promesa!

Los anhelos y deseos del hombre, de todo hombre de todo tiempo, del hombre que vive y camina en medio de la oscuridad y el miedo, aunque en su corazón guarda el anhelo y la confianza y la convicción de que no es la tiniebla ni la muerte todo lo que hay, pero que a veces desespera, se cumplen hoy.  No es ya la ruina y la muerte la única posibilidad para el ser humano. Pese a que nos rodeen, pese a que a veces en nosotros mismos vivamos más la muerte y el pecado y el miedo y la angustia, hoy todo eso se ha vencido. Dios nos ha regalado la salvación.

Lo dice el salmista, hoy la tierra entera se estremece con las maravillas que Dios ha hecho en favor del hombre. La victoria frente al mal está ya cumplida, la justicia, la misericordia, la salvación, la plenitud son una realidad que ha tomado cuerpo en un cuerpo. Ciertamente es un misterio cómo en un niño recién nacido se hace real toda esperanza, el misterio de la encarnación de Dios en el hombre. El misterio del amor de Dios.

El Prólogo de Juan nos habla de ese misterio profundo que esconde un niño. Dios mismo, su Palabra, su Hijo unigénito, anterior a todo, entra en el tiempo y la historia y se hace carne, y al Encarnarse cumple su promesa. El verbo que estaba en Dios, que era Dios, Dios mismo, se hace uno de nosotros por amor. Para traer la luz de la esperanza que alumbra a todo hombre en medio de las tinieblas de la muerte. Los que reciben la luz, los que acogen a Dios, al Hijo de Dios, serán capaces de llenarse de gracia. Por la fe, por ser capaces de creer que no es la tiniebla y la oscuridad lo que dice lo que es el mundo, serán capaces de ser hijos de Dios, es decir, de vivir conforme al amor, el bien, la bondad, la belleza, la justicia.

El misterio de la Navidad alumbra el misterio de la esperanza y del sentido del hombre, pero como dice la Carta a los Hebreos, no es sólo el misterio del Niño Dios. La carta a los Hebreos nos conecta el misterio del nacimiento de Jesús, con toda su vida.

Es inseparable el misterio que hoy celebramos de toda la realidad histórica y vital de Jesús. La navidad es el comienzo de cómo le llega la salvación al ser humano. Navidad y Pascua, Encarnación y Resurrección, conectan como parte de todo el arco vital de la salvación. La alegría navideña por la que hoy cantamos jubilosos y exaltamos de jolgorio ante la maravilla de lo que ha obrado Dios en el mundo, es la alegría de la plenitud de la labor de Cristo en toda su misión. De toda su vida, enseñanza, recorrido y mensaje. Incluso alegría pascual por su muerte y resurrección.

En la clásica teología de santo Tomás de Aquino, el camino de la salvación tiene un comienzo, la encarnación, y una planificación, la resurrección que se completa en la gloria de cristo. Exitus y reditus, salida y regreso, gloria del nacimiento y gloria de la plenitud, son parte del mismo misterio de salvación de la humanidad que hoy celebramos.

En el comienzo, en el Nacimiento, está todo el camino. Sin este misterio de pequeñez de un niño, no habría cruz ni resurrección. Hoy celebramos que la esperanza se ha hecho carne para darnos la salvación. Hoy celebramos que Dios mismo decidió ser uno de nosotros por amor a la humanidad, para traernos la salvación.

Fray Vicente Niño Orti

domingo, 18 de diciembre de 2022

DARÁ A LUZ UN HIJO

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 18 de Diciembre de 2022. 4º de Adviento.

El rey Ajaz era descendiente de David. Como sus antecesores, había sido ungido sacramentalmente para que desempeñase bien su reinado, siendo fiel a Dios, que era el verdadero Rey de Judá. Pero Ajaz no le era fiel. Ciertamente, era un pésimo gobernante. Además, sabía que fácilmente podía perder su reino, porque estaba en una situación muy delicada ante el creciente poder de Asiria (que deseaba hacerse con el control de Oriente Próximo) y el de sus dos oponentes: Siria y Efraín.

El reino de Judá era pequeño y pobre, y poco podía hacer por sí solo para oponerse a esos otros reinos. Todos ellos deseaban reemplazar a Ajaz en el trono de Judá para poner en su lugar a un gobernante vasallo que les apoyara. Por eso la dinastía de David se hallaba en una situación muy delicada. Todo hacía presagiar que, antes o después, de un modo u otro, Ajaz sería eliminado y, de esa forma, acabaría la sagrada dinastía que el mismo Dios constituyó en tiempos de David, más de doscientos años atrás.

Pero Dios, por medio del profeta Isaías, le prometió a Ajaz que su dinastía iba a continuar. Es así como comienza el texto del libro de Isaías que hemos escuchado, cuando el propio Dios anima a Ajaz a pedirle una señal que le haga ver que su promesa se cumplirá. Sin embargo, Ajaz se negó a pedir una señal a Dios, no porque no quisiera tentarle, sino porque no le interesaba lo que Dios le pudiera decir. Daba igual la señal que Dios le diese: Ajaz no se fiaba de Él. Y entonces Isaías, hablando en nombre de Dios, le anunció el nacimiento del Mesías, aquel que llevaría a su plenitud la dinastía davídica, el Hijo de Dios.

Aquello pasó siete siglos antes del cumplimiento de esta promesa. Pero lo que nos narra el pasaje evangélico que acabamos de escuchar ocurrió sólo unos meses antes. Como Ajaz, el bueno de José tenía sus propios planes. Era un humilde carpintero de Galilea. Hacía poco que se había desposado con una joven campesina llamada María, aunque todavía no vivían juntos. Pero, sorprendido y consternado, descubrió que aquella joven se había quedado embarazada. Sin embargo, en lugar de dejarse llevar por la ira, denunciándola ante las autoridades, tuvo compasión de ella y decidió repudiarla en secreto. Entonces, como pasó con Ajaz, Dios habló con José para comunicarle sus planes salvíficos, los cuales estaban a punto de cumplirse. Y José, a diferencia de Ajaz, confió totalmente en Dios. Es más, podemos imaginar el alivio que José sintió cuando en sueños el ángel le comunicó que María no era una pecadora sino todo lo contrario, pues había aceptado ser la Madre de Dios.

Nosotros, como Ajaz y José, somos hijos de Dios. Y, como ellos, estamos invitados a aceptar su plan salvífico, en el cual es fundamental la Encarnación del Mesías en este mundo. Por eso, si queremos formar parte de este plan, es necesario que aceptemos en nuestro corazón que el mismísimo Hijo de Dios se encarnó en este mundo y habitó entre nosotros.

El apóstol san Pablo, en su proceso de conversión, cuando pasó de ser un perseguidor de la Iglesia a ser uno de sus apóstoles, aceptó plenamente el plan salvífico de Dios, integrando en su propia vida la Encarnación del Mesías. Por eso, cuando escribe a la comunidad cristiana de Roma, afirma que el Evangelio que él predica se refiere al «nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor».

Dentro de unos pocos días celebraremos la Navidad. Pues bien, si queremos vivirla realmente, cada uno de nosotros debemos ahora meditar lo que realmente significa que Dios tenga un plan salvífico para nuestra vida, para nuestra familia y para nuestra comunidad. Y debemos ser muy conscientes de que en ese plan es fundamental la Encarnación de Jesucristo.

Al rey Ajaz le trajo sin cuidado el anuncio de la Encarnación, porque era un egoísta. En cambio, a José le cambió totalmente la vida, pues optó por actuar según la voluntad de Dios, en consonancia con su plan salvífico.

Como hubiera hecho Ajaz, ¿voy a dejar que esta fiesta de Navidad pase superficialmente, sin transformar mi vida? O, como hizo José, ¿voy a escuchar lo que Dios me comunica por medio de su Palabra y voy a actuar según su voluntad, acogiendo a Jesús en mi corazón?

Fray Julián de Cos Pérez de Camino

domingo, 11 de diciembre de 2022

¿ERES TÚ EL QUE HA DE VENIR...?

Reflexión del Evangelio del domingo 11 de Diciembre de 2022. 3º de Adviento.

¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?

En el Adviento de nuestra vida, los cristianos se preguntan: Y nosotros, ¿a quién esperamos? ¿Cómo lo hacemos?

El evangelio de este domingo nos presenta a Juan el Bautista en la cárcel, en tensión ante la llegada del Mesías. Una inquietud que le hace enviar a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús por su mesianismo. Un anhelo que el pueblo de Israel y la humanidad ha vivido desde siempre.

Estas dudas de Juan sobre Jesús pueden ayudarnos a nosotros a esperarlo y seguirlo mejor hoy. ¿Sirven para algo las dudas? ¿De qué duda se trata? Cuando nosotros, como Juan, dudamos si Jesús es el que nos habíamos imaginado, y nos abrimos a la respuesta que El da de sí mismo, avanzamos y pasamos de la duda a la verdadera fe, y nos aparece quien es el verdadero Mesías. Porque una fe que no duda es una fe dudosa (Cristian Duquoc).

De esta manera, este domingo de adviento nos ayuda a revisar nuestras expectativas mesiánicas a la luz del misterio de la Encarnación del Señor que viene continuamente a nuestras vidas. El Señor vino, el Señor viene, y el Señor vendrá. Estas tres venidas resumen la pretensión de todo el tiempo de adviento, para hacernos cercano el mesianismo de Jesús de esta manera: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. Ellos son el rostro de un Dios que los mira con infinita ternura y que expresan su venida real y verdadera hoy. El Adviento es tiempo de renovar la fe en la salvación, para purificarla, a fin de que sea más auténtica.

¡Bienaventurado el que no se escandalice de mí!

El Evangelio en Adviento nos pone en tensión ante la llegada del Señor, pero sin escándalos en la manera de acoger su mesianismo. ¿Cómo lo entendió y lo dio a conocer Jesús ante las expectativas de Juan?.  Con la misericordia y la justicia que devuelve la vida a los últimos, a los pobres y pequeños. Es lo que recoge el prefacio de Adviento cuando dice: El Señor que viene a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo reciban en la fe y por el amor demos testimonio de la llegada de su Reino.

¡Bienaventurado el que no se escandalice de mí! Con su Encarnación el Hijo de Dios se ha unido con todo hombre. En cada vida humana se prolonga este misterio de unión de lo divino con lo humano. En cada vida humana se hace presente el misterio de Cristo. Del mismo modo que la humanidad de Jesús es el sacramento de Dios, su presencia entre nosotros en el desvalido o en el enfermo, es el sacramento de Cristo. Esto no nos puede escandalizar, sino todo lo contrario, reconocer la presencia de Cristo allí donde más se beneficia al ser humano, allí donde se cuida del hermano, allí donde el mal retrocede.

Esos signos mesiánicos que Jesús hace, y refiere a Juan, estamos llamados a hacerlos ahora los cristianos, para ser así llegada de Cristo hoy. Si el cristiano ve a Cristo en el prójimo necesitado, el necesitado debe ver en el cristiano solidario y fraterno la presencia de Cristo que se acerca a él. Esto, no nos puede producir escándalo. Al contrario, nos da la alegría de una Bienaventuranza duradera.

¡Alegraos! ¿Qué alegría? Porque Dios viene en persona y os salvará.

La alegría ante la cercana venida del Señor es la característica propia de este domingo. Alegría porque Dios viene en persona y nos librará de todos nuestros males.  Isaías, el Profeta del Adviento, a quien Jesús le gustaba recordar, nos ofrece hoy una oda a la alegría, con una profecía que se cumple plenamente en Jesucristo curando a los enfermos, resucitando a los muertos y anunciando a los pobres la Buena Nueva. Una Salvación como Liberación.

Esto significa para nosotros, que, en medio de todas las crisis, Adviento es un tiempo de alivio.  Un tiempo para anunciar la Liberación, cuando las previsiones parezcan desastrosas.  Un renacer en la confianza, una alegría ante la belleza de la salvación, porque El Señor viene en persona y nos salva. Y de esta manera, es también un tiempo para llenar los vacíos de nuestro corazón.

Este Adviento en que vive el cristiano, nos ayuda a crecer en la alegría y el buen ánimo de la fe... Quien tiene esperanza en el Señor recibe el don de la alegría, que más que un sentimiento o estado de ánimo pasajero, es un don mesiánico y fruto del Espíritu Santo. Es la alegría del Señor y por el Señor. La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. (Papa Francisco).  El Papa nos invita a encontrar en la Palabra y los hechos de Jesús, una fuente de alegría.

Un anuncio destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más pobres en alegría. Pensemos en los numerosos enfermos y en las personas solas que además de experimentar sufrimientos físicos, sufren también en el espíritu, porque a menudo se sienten abandonados. ¿Cómo compartir con ellos la alegría sin faltarles al respeto en su sufrimiento?

Pensemos también en quienes han perdido el sentido de la verdadera alegría de creer, especialmente si son jóvenes y la buscan en vano donde es imposible encontrarla.

El camino de la alegría no es fácil. Hace falta trabajar para ser feliz.  La primera característica de la alegría cristiana es descentrarse de uno mismo y poner en el centro a Jesús.  Nuestra alegría está llamada a ser una evangelización a los pobres, un amor, que, en lo concreto, hace presente a Dios.

La felicidad que nos trae la Navidad se debe reflejar en obras concretas. ¿Qué acciones pueden fomentar la alegría del Señor en mi entorno?

Fray José Antonio Segovia 

jueves, 8 de diciembre de 2022

LLENA ERES DE GRACIA

Reflexión del Evangelio del 8 de Diciembre de 2022. Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

La festividad de hoy nos conduce a celebrar la identidad de quien fue “enriquecida con el resplandor de una santidad enteramente singular” (Vaticano II, LG 56), de tal manera que celebramos y nos congratulamos de tener una madre “llena de gracia”. Eso es lo que festejamos: nuestra Madre tiene la plenitud de agraciada por Dios. La Virgen María fue agraciada con el don de la gracia de Dios de un modo del que nunca ha habido ni habrá persona humana igual.

Purísima había de ser la Virgen que nos diera al Cordero inocente

Dios quiso preparar a la Virgen para que fuera la digna madre de su Hijo. El Vaticano II recuerda esta verdad de ser enriquecida con una santidad enteramente singular. Por eso la designamos como el evangelio “la llena de gracia” (Lc 1,28).  Sólo Dios sabe lo que implica esa plenitud pues no tiene comparación con ninguna otra creatura. La gracia de Dios se la puede tener limitada por parte nuestra, pero la Virgen asumió voluntariamente esa gracia de la maternidad, como dice el evangelio de hoy, y eso hizo que la gracia de Dios se derramara extensamente sobre ella según era el designio de Dios. La encarnación del Hijo de Dios en la raza humana así quedó dignamente preparada en un grado que nadie conoce pero que va paralelo a la insondable encarnación de Jesús. La preparación estaba a la altura de la realidad de la encarnación, es decir, la santidad infusa que el mismo Dios quería para su madre. Por eso en teología se dice que el fundamento de toda la mariología es la maternidad divina. Es Dios y no podía ser ningún otro quien escogió prepararse una digna madre para su Hijo. Y la razón a la postre es la de S. Anselmo: potuit, decuit, ergo fecit. Todo como previsión de méritos y redención. Vivimos en un orden en que todo es gracia, todo es don de Dios.

Purísima la que destinabas entre todos como abogada de la gracia

La gracia de María tiene también la función derivada de ser corredentora y mediadora con Cristo y a él subordinada. La Virgen ha sido asociada a la obra de su Hijo que es la redención y mediación de toda gracia de la que él es la fuente originaria e ineludible. Era conveniente que la Virgen, asociada gratuitamente y en dependencia total de la obra de su Hijo, fuera asociada al sacrificio redentor de Cristo y, con total dependencia de él, pudiera presentar al Padre esa única redención. Así es como hay que entender la cooperación de María a la salvación de todos los humanos en Cristo. El Vaticano II lo indica claramente: “la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora. Lo cual en verdad ha de entenderse de tal manera que nada resta ni añade a la dignidad y eficacia de Cristo, único mediador” (LG 62a). Con estas características se cumplió la redención de Jesucristo y la liberación de todos los males, siendo una de sus características haber asociado a su madre santísima a la obra que él eminentemente cumplió.

El pueblo fiel siempre ha captado esta característica de nuestra redención y por ello se ha entregado a la devoción de María en múltiples situaciones, condiciones y plegarias o devociones. Es un sentimiento que han tenido los cristianos de todos los tiempos que han multiplicado y actualizado en infinidad de devociones a la Virgen, hasta tal punto que a algunos les parecerían excesivas como si ocultara la mediación única de Cristo en nuestra salvación. Viendo las cosas es su fundamento esta es la singularidad de la redención de Cristo; es única e inalcanzable, pero Dios ha asociado a otros a esa obra única y esto es lo que ocurre con la mediación de rango excepcional de María. Ella es colaboradora por gracia de la mediación única operada en Jesucristo y el pueblo cristiano acude a ella como abogada e intercesora de la redención que se cumplió en ella y a la que, a su vez, fue hecha partícipe y mediadora subordinada. Misión, pues, de María mediadora de intercesión entre los cristianos y de comunión eclesial pues, como dice el Concilio Vaticano II, “la mediación única del redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación que participan de la única fuente” (LG 62b).

Fr. Antonio Osuna Fernández-Largo O.P.

domingo, 4 de diciembre de 2022

¡CONVERTÍOS, EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA!

 

Reflexión Evangelio del Domingo 4 de Diciembre de 2022. 2º de Adviento.

Estamos en Adviento. La Palabra de Dios de la liturgia de este domingo nos acerca a dos personajes importantes: Isaías y Juan el Bautista.

Isaías nos trae un mensaje de esperanza. Una mirada a nuestro mundo, que sufre, nos hace pensar que más que nunca necesitamos abrir nuestro corazón a la esperanza.

En el momento que estamos viviendo actualmente, necesitamos escuchar que llegará un día en que no habrá más guerra entre los habitantes de la tierra y que brillará el entendimiento entre las naciones. Que los signos de vida serán más fuertes que los signos de muerte y desolación.

Será buena noticia que alguien nos diga que no existirán la revancha ni entre las personas ni entre los pueblos, que brotará el diálogo y la comprensión. Que nadie pasará hambre, sed o carecerá de recursos para vivir con dignidad. Que todos tendrán trabajo y se repartirán las riquezas. Que nadie tendrá que salir de su tierra para buscar una vida digna. Que reconoceremos a todos los seres humanos como verdaderos hermanos. Que a nadie se le cerrarán las fronteras y se le llamará “sin papeles”.  Que todos tendremos acceso a la educación, al trabajo, a la sanidad y a la vivienda. Que volveremos a respirar aire puro y que se regenerará la capa de ozono y la lluvia volverá a regar la tierra para que siga brotando hierba verde en el campo y germinen a su tiempo las cosechas, que los ríos y los mares estarán llenos de vida…

Pero, ¿Quién podrá dar crédito a todo esto? La historia, que se repite una y otra vez y que es testigo del sufrimiento de la humanidad, nos podría gritar que anunciar esto es crear una falsa esperanza.

Podría pensarse que se trata de un programa político, de esos que se hacen para no cumplirse.

¿Qué nuevo Isaías se podría levantar entre la gente hoy para mover los corazones a la esperanza? Y sin embrago la Iglesia, los cristianos, seguimos confiando en un futuro mejor. Un futuro que no puede poner sus cimientos solamente en la bondad natural del ser humano, sino en el Dios Padre que Jesús nos anuncia en el Evangelio. Un Dios que nos ama y que, aunque nos olvidemos de creer en Él, sigue creyendo en nosotros. Un Dios al que pedimos cada día “venga a nosotros tu Reino”.

Por eso seguimos celebrando un año más el Adviento. Tiempo de espera y esperanza. Esperanza que la Iglesia, como Isaías, se empeña en seguir sembrando, contra corriente, en el mundo y en el corazón humano. Jesús de Nazaret, el Jesús de las Bienaventuranzas y del mandato nuevo del Amor es el motivo y el centro de nuestra esperanza.

Y con el Adviento, también de la mano de Juan el Bautista, nos llega la constante llamada a la conversión. Que no es la invitación a un cambio estético, epidérmico, sino convocatoria urgente a un cambio en el corazón de cuantos nos llamamos creyentes en Jesucristo, que sigue haciéndose presente entre nosotros en la celebración del misterio de la Encarnación, en su Natividad. Acontecimiento que nos sigue hablando de la implicación y el compromiso de Dios en la vida y la historia de la humanidad y de cada uno de nosotros.         

El proceso de conversión comienza cuando, a pesar de nuestras limitaciones, nos hacemos conscientes del amor incondicional de Dios, que es quien más y mejor nos conoce y quien más y mejor nos ama. Experimentar la ternura de Dios es lo que puede ablandar de verdad nuestro corazón.

Solamente desde la experiencia de la conversión, la llamada de la Iglesia en el Adviento a vivir en clave de esperanza no nos olerá a propaganda vacía, sino a buena noticia. Quienes escuchaban a Juan recibían el bautismo de agua, señal de arrepentimiento y de penitencia. Nosotros hemos recibido el bautismo de Espíritu Santo, que nos lleva a alabar gozosos a Dios con nuestra vida.

Fr. Francisco José Collantes Iglesias O.P.

domingo, 27 de noviembre de 2022

MOTIVOS PARA LA ESPERANZA, DIOS NO FALLA

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 27 de Noviembre de 2022. 1º de Adviento.

Vivimos una seria crisis de credibilidad de las instituciones clásicas que por siglos dieron fundamento a los valores humanos, culturales y religiosos: Familia, Escuela, Iglesia. Parecería que no hay ya más razones para la esperanza. Es una sensación real, pero necesita el esfuerzo de situar correctamente nuestro desencanto. La causa de la decepción son las personas y las instituciones, sus comportamientos, sus actuaciones, sus promesas incumplidas, sus debilidades y errores. Basados en los valores y en los proyectos más nobles podemos hacer grandes obras, pero también somos mezquinos y capaces de inhumanidades terribles.

El tiempo litúrgico del Adviento nos ofrece motivos de esperanza. El profeta Isaías nos lo manifiesta en la visión del Señor que reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios. Habla de la esperanza de tiempos nuevos y mejores, entreviéndola en medio de la turbulencia política, económica, social y religiosa que le tocó vivir. Dios no falla, es fiel en su amor y hace posible la vida humana en medio de todas las dificultades.

Reforzar la esperanza y la vigilancia

Solo podremos apreciar el amor de Dios con dos actitudes que el Adviento nos recuerda: la esperanza y la vigilancia.

Tener esperanza no es lo mismo que esperar. Esperamos cuando lo que llega se debe al esfuerzo humano. Tenemos esperanza cuando lo que adviene nos sobrepasa humanamente. Esperar nos sitúa en estado de receptividad. Esperar con esperanza es estar convencidos de que llegará algo que supera nuestras fuerzas, en nuestro caso el Reino de Dios en su plenitud.

Espera y esperanza no se contraponen, más bien la esperanza cristiana pasa a través de genuinas esperas humanas. Podemos esperar muchas cosas, pero tener muy poca esperanza y podemos tener una gran esperanza con pocas esperas humanas. Hay esperas pasivas, de los no comprometidos; hay esperas interesadas, del tipo ‘doy para que me den’; y hay esperas activas y creadoras, de los que aportan cada día su esfuerzo para tener un poco más cerca lo que esperan.

Esperar –con esperanza– es “desear provocando”, desear algo tan apasionadamente que uno se entrega a la realización de lo que espera. Dios nos ha prometido el Reino como una tarea, una misión, un quehacer apasionante. Adviento es tiempo para alimentar la virtud de la esperanza. Jesucristo esperó siempre activamente la venida del Reino, su plenitud, a pesar de los fracasos momentáneos. Y cuando todo parecía hundirse, él seguía fiel.

A la esperanza la complementa otra actitud imprescindible a la que nos invita el Adviento: Vigilancia.

Nos dice San Pablo: «Es hora de espabilarse porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer». Y Jesús: «Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Vigilar es velar solícitamente durante un tiempo, hasta alcanzar el fin deseado. Exige tener los ojos abiertos y cuidar con responsabilidad. Vigilar ante la llegada de Dios equivale a estar despiertos, en disposición de servicio, atentos ante el futuro sin descuidar el presente, abiertos a reconocer la presencia de Dios y de su reino en los acontecimientos y a actuar en consecuencia.

Nuestro Adviento personal: Dios viene a mí

Ante la llamada a espabilarnos podríamos pensar que solo se trata de poner nosotros algo más de empeño, de atención, de buena voluntad en nuestra vida cristiana. Está bien ponerlo, es necesario, pero no es ni suficiente ni lo más importante. No se trata de lo que nosotros debemos hacer sino de lo que Dios hace en nosotros. La iniciativa la tiene él. El amor es suyo. Nuestra intervención es siempre segunda, en respuesta a la suya. Él es además el origen de nuestra respuesta, quien nos conoce y ama, quien comienza la relación viniendo a nuestro encuentro.

Cuando en Adviento repetimos la invocación: ¡Ven, Señor!, –como en el padrenuestro pedimos ¡venga a nosotros tu Reino!–, en realidad, no pedimos tanto que venga el Señor –ya está en nosotros– como que cada uno de nosotros comprenda y viva la presencia y la acción amorosa del Dios que viene a nosotros. Y que de ahí surja la respuesta de corresponder a su amor, a su venida constante.

San Pablo nos invita: «Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz». Quiere decir: Rechacemos toda manipulación de la verdad, toda dominación de unas personas sobre otras, todo lo que nos defrauda, nos decepciona y atenta contra la esperanza; y asumamos claramente las causas de la paz, de las relaciones justas, de la dignidad de todas las personas, de la verdad que nos hace libres, de los valores del Reino de Dios que ya vamos gustando y que fortalecen nuestra espera esperanzada de un Dios que viene a nosotros y desborda todas nuestras expectativas.

Al iniciar un nuevo Adviento descubramos a Dios como Padre, origen y causa de todo bien, y pidamos crecer en esperanza y en el amor que reaviva nuestra ilusión de vivir.

Fray José Antonio Fernández de Quevedo

domingo, 20 de noviembre de 2022

EL SALVADOR CRUCIFICADO, ESE ES NUESTRO REY

 

Reflexión Evangelio del Domingo 20 de Noviembre de 2022. 34º del Tiempo Ordinario. Solemnidad de Cristo Rey del Universo

1. El evangelio de Lucas forma parte del relato de la crucifixión, diríamos que es el momento culminante de un relato que encierra todo la teología lucana: Jesús salvador del hombre, y muy especialmente de aquellos más desvalidos. Lucas, con este relato nos quiere presentar algo más profundo y extraordinario que la simple crucifixión de un profeta. Por ello se llama la atención de cómo el pueblo “estaba mirando” y escuchando. Y comienza todo un diálogo y una polémica sobre la “salvación” y el “salvarse” que es uno de los conceptos claves de la obra de Lucas. Los adversarios se obstinan en que Jesús, el Mesías según el texto, no puede salvarse y no puede salvar a otros. Además está crucificado y ya ello es inconveniente excesivo para que el letrero de la cruz (“rey de los judíos”=Mesías) pierda todo su sentido jurídico y se convierta en sarcasmo. Está claro por qué ha sido condenado: por una razón política, acusado de ir contra Roma, en nombre de un mesianismo que ni pretendió, ni aceptó de sus seguidores.

2. Todo, en el relato, convoca a contemplar; emplaza al “pueblo” (testigo privilegiado de la pasión en Lucas) para que sea espectador del fracaso de este profeta que ha dedicado su vida al reinado de Dios, sin derecho alguno, y rompiendo las normas elementales de las tradiciones religiosas de su pueblo. Los profetas verdaderos no pueden acabar de otra manera para las religiones oficiales. Por lo mismo está en juego, según la teología de Lucas, toda la vida de Jesús que es una vida para la salvación de los hombres. La psicología del evangelista se percibe a grandes rasgos. El pueblo será “secretario” cualificado del fracaso de éste que se ha atrevido a hablar de Dios como nadie lo ha hecho; porque se ha osado recibir a los publicanos y pecadores, compartir su vida con hombres y mujeres que le seguían hasta Jerusalén. Este era el momento esperado… y, de pronto, un “diálogo” asombroso rompe, antes de la hora “tercia”, el “nudo gordiano” de la salvación. No va a ser como Alejandro Magno con su espada a tajo, en Godion de Frigia, para dominar el mundo por esa decisión drástica. Será con la oferta audaz y valiente de la salvación en nombre del Dios de su vida.

3. El diálogo con los malhechores (vv. 39-43), y especialmente con aquél que le pide el “paraíso”, es un episodio propio de Lucas que ha dado al relato de la crucifixión una fisonomía inigualable. La comparación que hemos mencionado con Alejandro Magno y el “nudo gordiano” sigue estando en pie a todos los efectos. Quien, crucificado, la muerte más ignominiosa del imperio romano, pueda ofrecer la salvación al mundo, podrá dominar el mundo con el amor y la paz, no con un imperio grandioso fundamentado en la guerra, la conquista, la muerte y la injusticia. Lucas es consciente de esta tradición que ha recogido y que ha reinventado para este momento y en este “climax”. Cuando ya está dictada la sentencia de impotencia y de infamia… la petición de uno de los malhechores ofrece a Jesús la posibilidad de dar vida y salvación a quien irá a la muerte innoble como él. No es un libertador militar… está muriendo crucificado, porque ha sido condenado a muerte. Los valientes militares morían a espada; los esclavos y los parias, en la “mors turpissima crucis”.

4. El malhechor lo invoca con su nombre propio ¡Jesús!, no como el de Mesías o el de Rey o incluso el de Hijo de Dios. Esto es algo que ha llamado poderosamente la atención de los intérpretes. Es verdad que, en la Biblia, en el nombre hay toda una significación que debe ser santo y seña de quien lo lleva. “Jesús” significa: “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. Es una plegaria, pues, al crucificado, pero Lucas entiende que en todo aquello está Dios por medio. Es decir, que Dios no está al margen de lo que está aconteciendo en la cruz, en el sufrimiento de Jesús y de los mismos malhechores. La interpelación del buen ladrón como plegaria es para Lucas toda una enseñanza de que el crucificado es el verdadero salvador y de que por medio de su vida y de su muerte, Dios salva. Por tanto encontraremos salvación y salvación inmediata: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Esta es una fórmula bíblica cerrada para expresar la vida después de la muerte. No sabemos cómo ha llegado a Lucas este diálogo de la cruz, pero la verdad es que es lo más original de todos los evangelistas sobre esta escena de la pasión. Jesús es verdaderamente rey, aunque al margen de todas las expectativas políticas. El “nudo gordiano” se rompe, si queremos a tajo, por la palabra de vida que Jesús ofrece en nombre de Dios.

5. Este relato majestuoso tiene muy poco de deshonor. Lucas no entiende la muerte de Jesús como un fracaso. Y no lo es en verdad. Es el momento supremo de la entrega a una causa por la que merece dar la vida. Cuando todos los que están al lado de la cruz le han retado a que salve tal como ellos entienden la salvación, Jesús se niega a aceptarlo. Cuando alguien, destrozado, aunque haya sido un bandido o malhechor, le ruega, le pide, le suplica, ofrece todo lo que es y todo lo que tiene. Desde su impotencia de crucificado, pero de Señor verdadero, ofrece perdón, misericordia y salvación. Esta teología de la cruz es la clave para entender adecuadamente a Jesucristo como Rey del universo. Es un rey sin poder, es decir, el “sin-poder” del amor, de la verdad y del evangelio como buena nueva para todos los que necesitan su ayuda. “Hoy estarás conmigo en el paraíso” es la afirmación más rotunda de lo que este rey crucificado ofrece de verdad. No es la conquista del mundo, sino de nuestra propia vida más allá de este mundo.

Fray Miguel de Burgos Núñez

domingo, 13 de noviembre de 2022

PERSEVERANCIA EN DIOS

 

Reflexión del Evangelio Domingo 13 de Noviembre de 2022. 33º del Tiempo Ordinario.

Las lecturas que se proclaman hoy nos informan del cómo tenemos que tratar, cuidar, y asistir a nuestros hermanos. En los Evangelios cuando preguntan a Jesús ¿Quién es mi hermano? Él a su vez responde con una historia o parábola de quién es mi hermano o hermana, donde no sierra ninguna frontera y considera a todo el mundo como criatura de Dios. Lo mismo nos comentan en el libro de Malaquías movido por el Espíritu de Dios a anunciar a los del pueblo la conversión, esa conversión tiene unas pautas a seguir, la única condición que propone es la ley del amor, el pueblo nuevo tiene que caminar a la luz de Dios, y todos aquellos que no quieran entrar en esa dinámica, se están excluyendo ellos mismos en el mundo nuevo que en el Antiguo Testamento ya se hacía alusión las primicias del Reino, esos que no obran con el amor no podrán entrar en la morada de Dios.

El Salmo 97 Está a favor de la creación donde nos invitan a usar los instrumentos musicales que sabemos tocar, sonar… para alabar, con el fin de reconocer a Dios como el único con justicia. Cuando regrese reinará con justicia, esa justicia que nosotros los humanos anhelamos en un mundo cada vez más deshumanizado, un mundo lleno de codicia, poder y todas las avaricias que vosotros mismos sabéis. Pedimos con nuestras oraciones que con la gracia vayamos moldeando los corazones de los seres humanos, a fin de que todos seamos impregnados de la justicia divina.

Pablo en la 2 carta a los Tesalonicenses nos invita no sólo a los de aquella comunidad de tesalónica sino a toda aquella persona que se acerque a leer la carta, seamos o pertenezcamos a cualquier confesión. El trabajo digno es deber de todos, nos toca a nosotros cuidar la casa común, nos exhorta el papa Francisco en la encíclica “Laudato Si” un mandato divino. Nuestros padres en el desierto fueron alimentados con el maná, pero en nuestros días el pan se gana con sudor. El apóstol no sólo exhorta, sino que da con su ser el ejemplo, para que vean cómo cumple con lo que dice. Por el respeto que tenemos a los demás no seamos carga, sino que les ayudemos a cargar.

Si todos los miembros de la familia trabajaran por el objetivo que se han planteado entre ellos… aunque no sean de la clase alta… los que estarán alrededor de esa familia pensará que es millonaria, siendo que ellos mismos saben lo que están sufriendo cuando los otros les ven así. (sufrimiento, sacrificio, esfuerzo, constancia, y sobre todo amor; es lo que hacen para superar las pruebas cotidianas) los otros no verán ese esfuerzo muchas veces, solo se quedarán con la parte de la riqueza, olvidando lo mucho que se sufre por estar viviendo decentemente.

Los jefes los tiranizan… no tiene que ser así entre vosotros, el que quiere ser el primero sea el primer servidor. No saques el sustento de la otra persona, ni le quites lo que usa para sobrevivir. Si obras así estás fuera del mandato de nuestro Padre. No importe lo mal que trabajan los demás, tú en cambio hazlo con honradez, y tu Padre del cielo te lo premiará.

El conjunto de la obra Lucana es una misión de sanar a toda la humanidad, en estos relatos apocalípticos nos quiere hacer salir de nuestra zona de confort, y asistir a los más vulnerables. El Evangelio que escuchamos en el templo no tiene que quedarse allí, sino que tenemos que transformarlo y llevarlo a la gente que no conocen a Dios. La casa de Dios es una morada viva, no pretendamos ir a los templos a escuchar la palabra de Dios y seguir actuando como los fariseos, (imponiendo cargas que no pueden cargar) seremos hipócritas, soberbios como ellos. Si actuamos así es porque no hemos entendido la palabra de vida que Dios tiene para ti y para mí. Esa palabra tiene que llevarnos a los demás aceptando nuestras fragilidades.

En los momentos en los que vivimos hay mucha gente que llama a las puertas con nombres falsos, para ponernos miedo, una palabra sincera, de ternura, de amor no puede buscar a seguidores a base del miedo, temor, engaño, al contrario. La Palabra verdadera tiene que aportar paz, serenidad, esperanza y no como lo presentan mucha gente. Nos previene Jesús que ese tiempo ya está entre nosotros donde vendrán los falsos profetas en su nombre y tratarán de engañarnos para obtener algún beneficio, mayoritariamente suelen ser económicos. Abran bien los ojos para no caer en la tentación, para no quedar en la felicidad superficial. Esforcémonos en buscar la fe viva y verdadera. Es la única que nos puede salvar de nuestras malas hazañas.

Querido internauta la decisión está en tu mano, no seas obstáculo para los demás, no les pongas trabas en sus vidas, al contrario, tienes que ser como el samaritano, el que ayuda a que tus cercanos estén a gusto disfrutando de tu compañía. Sé luz de caminos, sé mediador… con el fin de llevar a Dios a toda la gente de buena voluntad, no te quedes con la Buena Noticia, eres un instrumento clave para seguir dando gloria a Dios. Que el Señor les bendiga y les ayude a dar lo mejor de vosotros. Amén

Fr. Salvador Becoba Raso O.P.

Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)

domingo, 6 de noviembre de 2022

LA FE EN DIOS Y EN LA RESURRECCIÓN

 

Reflexión Evangelio Domingo 6 de Noviembre de 2022. 32º del Tiempo Ordinario.

La vida después de la muerte es uno de los grandes interrogantes que atraviesan la historia humana. Con sufrimiento experimentamos la muerte, pero, al no tener evidencia de la vida resucitada, sentimos angustia ante una existencia que llegará a su fin.  Solo Dios, que nos regala ese don, tiene una palabra sobre la misma. Jesús, respondiendo a los saduceos que negaban la resurrección de los muertos, se apoya en lo que constituye el núcleo de la revelación bíblica del Antiguo Testamento: el vínculo de amistad que Dios estableció con los patriarcas, un vínculo tan fuerte que ni siquiera la muerte puede romper. Su mismo nombre es: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob; no es Dios de los muertos, sino de los vivos, porque para él todos están vivos.

Pero es desde su profunda e íntima experiencia del Padre que Jesús nos manifiesta que el interés de Dios por la humanidad no es algo limitado a un determinado periodo de tiempo. Dios nos ama siempre, ofreciéndonos la vida eterna como horizonte y plenitud de nuestra historia personal y coronación de su obra creadora en nosotros. Esto no estará a nuestro alcance hasta que vivamos el trauma de la muerte, condición indispensable para este nuevo nacimiento. A la luz de la fe, la tragedia de la muerte no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de su plena realización.

¿Quién habita el anhelo de permanencia y salvación?

La sociedad contemporánea parece haber perdido el horizonte de un posible futuro después de la muerte; es evidente que muestra poco interés por la vida eterna; le preocupan más las realidades de este mundo en las que, justamente, se siente profundamente implicada. Sin duda que puede presumir de grandes logros, a la vez que afronta serias crisis que manifiestan su fragilidad, incluso en sus mejores aspiraciones y proyectos.  Ello crea inseguridad y origina un vacío de confianza, característica de nuestra época, según una opinión bastante generalizada.

Sin embargo, en el corazón humano no se apaga ese deseo profundo de permanencia, ese anhelo de que las experiencias más bellas y gratificantes de la vida no tengan un límite de tiempo; el horizonte de la vida terrena se antoja demasiado reducido para llenar sus aspiraciones.

Como creyentes en Cristo nos preguntamos si estamos dispuestos nosotros a dar testimonio de que, en lo profundo de esos anhelos, está Dios como el misterio de salvación y de permanencia que buscamos. Que la muerte, que tanto tememos, no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de otra más plena. ¿Cómo vivirlo? ¿Cómo testimoniarlo a nuestros hermanos que se van alejando de la fe?

Mientras Jesús afirma con claridad que los muertos resucitan, no nos desvela los detalles de esa vida nueva que nosotros no podemos imaginar porque escapa a los esquemas de este mundo. Nos gustaría saber más, quizá por el afán de poder controlar el más allá como deseamos controlar el presente. Sin embargo, Jesús se limita a pedirnos una respuesta de fe y confianza en el Dios fiel, que es Padre y quiere que todos sus hijos vivan. Confiados en las promesas de Jesús, nos presentaremos ante el Padre, que es amor y misericordia, y en sus brazos entraremos en esa nueva realidad que colmará todas nuestras aspiraciones.

La esperanza que da sentido a nuestro presente

La esperanza en el Dios de la vida se manifestará en cómo afrontamos el presente. Fe en la vida eterna   no es una invitación a desviar nuestra atención y compromiso del aquí y ahora, permaneciendo paralizados y vueltos hacia un futuro que no sabemos cuándo llegará. Más bien nos urge a llenar nuestro presente con un significado nuevo, comprometiéndonos con nuestros hermanos a crear un ambiente más humano y fraterno.

El que vive en la esperanza de la resurrección, aún dentro de su pobreza, va sembrando vida con sus palabras, sus gestos, sus decisiones. Es capaz de compartir lo que tiene y lo que vive porque se sabe hermano y compañero de camino en esta peregrinación hacia la casa del Padre. Ahí es donde se juega nuestra fe y nuestra esperanza

Cristo es nuestro modelo.  Él vivió aliviando el sufrimiento y liberando de toda clase de miedos a las gentes que le seguían. Contagiaba una confianza total en Dios. Su preocupación fue hacer la vida más humana, tal como lo desea el Padre. La resurrección de Jesús es la prueba de que su vida y su entrega hasta la muerte tuvieron un sentido.

Es cierto que nuestra fe y confianza son frágiles; las dudas y el desánimo están siempre al acecho. Sin embargo, la Pascua de Cristo, su victoria sobre el mal y la muerte, nos alienta a vivir en la confianza de que él sigue acompañando la humanidad hasta su último destino. Dios que es fiel y nos ha llamado a esta grande esperanza, nos conforta para que un día sea realidad.

Hace poco una persona creyente me comentaba que, salvando las distancias, él entendía la fe como creer y confiar en la cosecha abundante de un campo de trigo, cuando aún es invierno, la semilla ha desaparecido bajo tierra y en las manos tenemos solo un puñado de granos. Creer que Cristo ha resucitado da profundidad a nuestra vida de fe, la hace confiable. De lo contrario ¿Cómo podríamos aceptar el invierno, el cansancio, la espera si no hubiera verano ni cosecha? "Dios es de los vivos, no de los muertos, porque para él todos viven”.

Fr. Pedro Luis González González

martes, 1 de noviembre de 2022

UNA MIRADA, UNA CERTEZA Y UNA PROPUESTA

Reflexión Evangelio 1 de Noviembre de 2022. Solemnidad de Todos los Santos

Ana María Díaz, trabajadora social y terapeuta familiar, escribe en su libro, "Los ocho caminos de felicidad": «No es fácil comprender cómo en la propuesta de Jesús, los dichosos ya no son los ricos y satisfechos, sino los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y son perseguidos. Esta radical inversión nos lleva a concluir que la propuesta de Jesús no es una propuesta “marketera”. No responde a anhelos periféricos. Es una propuesta que solo comprende quien la ha vivido. Por esto, las bienaventuranzas son una exhortación en nombre de la propia experiencia de felicidad. Tiene un cierto carácter secreto, sólo comprensible para quienes han pasado por la experiencia.» Tenemos este modelo en los santos que nos han precedido.

Los textos de la liturgia de hoy nos presentan una forma de mirar, una certeza y la renovación de una propuesta de vida.

La visión nos es transmitida por el relato del libro del Apocalipsis. El texto nos ofrece una mirada de esperanza en tiempos difíciles. El triunfo de Cristo, el Cordero, que trae la salvación a todos. Se nos invita a la alabanza. Por un momento somos parte de la liturgia en la Jerusalén Celeste, junto todos aquellos que han entregado su vida generosamente.

La certeza nos viene dada por el fragmento de la carta de san Juan. Dios es Amor, y desde la dinámica del amor nos engendra como hijos. Ser hijos de Dios nos va configurando de una manera nueva. Nos vamos reconociendo hermanos en medio de un mundo plural. «Si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o vive fuera de los límites del propio país.» (FT 125). Estamos llamados a ser reflejo de esta dinámica del Amor de Dios.

La fiesta de Todos los Santos nos invita a renovar el camino de felicidad que nos ofrece Jesús y que Él manifiesta en las Bienaventuranzas.

El Papa Francisco nos ha exhortado a “Vivir el espíritu de las Bienaventuranzas, a la luz del Maestro”, como camino de santidad. En los números 67 al 94 de Gaudete et exsultate, va desglosando cada una de las Bienaventuranzas y las va aplicando a lo concreto de la vida. En cada una de ellas el Francisco nos ofrece un breve corolario. Tal vez, hoy pueda ayudarnos hacer memoria de los mismos en forma de binomios:

“Ser pobre en el corazón, esto es santidad”, porque desde allí podemos, “aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas.”

“Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad”, que nos lleva a “sembrar paz a nuestro alrededor.”

“Saber llorar con los demás, esto es santidad”, que nos permite, “mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor.”

En el corazón de su propuesta Jesús nos anima a “buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad”, para, “mirar y actuar con misericordia.”

Que la Fiesta de Todos los Santos nos permita hacer memoria agradecida y nos impulse a construir el Reino cada día.

Fray Edgardo César Quintana O.P.

domingo, 30 de octubre de 2022

LA GRACIA DEL ENCUENTRO CON DIOS

 

Reflexión Evangelio del Domingo 30 de Octubre de 2022. 31º del Tiempo Ordinario.

Zaqueo, no obstante, su condición de publicano y pecador, siente algo dentro de sí que le atrae hacia el Rabi de Nazaret y hace cuanto le es posible por acercarse a él. La mirada de Jesús lo descubre en el sicomoro donde se ha instalado para mejor observar la escena. Aunque Zaqueo está a la vista de todos, solo Jesús es capaz de leer ese algo nuevo que está naciendo en su corazón. Alzando la vista le dice: Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede yo en tu casa(Lc 19, 5).

La iniciativa es de Jesús y se produce porque hay disponibilidad en la persona de Zaqueo. El encuentro con Dios es a la vez gracia y culminación de una búsqueda más o menos consciente por parte del hombre. Zaqueo acoge con gozo la oportunidad que se le brinda de recibir en su casa al Rabi de Nazaret, ignorando aún las consecuencias que resultarán de esta aventura: Se apresuró a bajar y lo recibió con alegría (v.6). Más tarde, en la intimidad, descubrirá en la persona de Jesús la gratuidad del amor de Dios hacia él. Un amor y una misericordia mucho más grandes de lo que él se habría atrevido a imaginar.

Cuanto sucede no es simplemente fruto de la casualidad. El texto emplea el adverbio de tiempo “hoy” que sirve al Evangelio para indicar la actualidad de la salvación que Dios ofrece y realiza continuamente. Recordemos que a los pastores que vigilan el rebaño en Belén durante la noche, los ángeles anuncian: Hoy os ha nacido un salvador; a los habitantes de Nazaret que le escuchan leer el famoso pasaje de Isaías, Jesús les dice; Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy. Por fin, al buen ladrón le asegura que “hoy” estará con él en el paraíso. Dios, en su misericordia, ofrece la gracia de la salvación a quien lo necesita y se deja interpelar.

Un encuentro que cambia la vida

Jesús se aparta temporalmente de una muchedumbre entusiasta que le aclama en Jericó para dedicarse solo a Zaqueo a quien, como hace el Buen Pastor, busca en su propia casa, dejando las noventa y nueve ovejas del rebaño para ir a buscar la perdida, porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. (v 19). Entra en casa de Zaqueo sin temor a comprometerse, o escandalizar. Su misión es hacer presente en medio de los hombres la misericordia de Dios que quiere la conversión y la salvación de todos sin exclusión. Jesús nos enseña que el amor a Dios se manifiesta haciendo camino con nuestros hermanos, compartiendo amor y misericordia, haciendo nuestras las palabras: hoy la salvación ha entrado en esta casa.

Es el amor gratuito de Dios y no sus propios méritos lo que permite a Zaqueo dar un vuelco a su vida y abrirse a un horizonte nuevo. Al sentirse acogido y perdonado comienza a su vez a pensar en los hermanos: daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo”. El publicano Zaqueo se convierte de este modo en la figura del discípulo cristiano que, sin dejarlo todo como hacen otros discípulos de Jesús, permanece en su mundo habitual, dando testimonio de un estilo distinto de vida, según el evangelio. Ya no más la ganancia por encima de todo, sino la justicia (devolveré el cuádruplo); el compartir con quien lo necesita (daré la mitad de mis bienes a los pobres). Está el discípulo que deja todo por el evangelio y el discípulo que vive la radicalidad continuando en el ambiente al que pertenece.

La conducta y las palabras de Zaqueo contienen una enseñanza con respecto a la actitud sobre la riqueza y los pobres. La riqueza es inicua cuando se acumula a costa del débil y se emplea en proprio beneficio de modo desenfrenado. Deja de ser tal cuando es fruto del trabajo honrado y se comparte con los hermanos y la comunidad. La experiencia de Zaqueo nos enseña que la conversión evangélica es contemporáneamente conversión a Dios y a los hermanos.

La experiencia del perdón abre al creyente un camino de gozo y de compromiso que no tiene nada que ver con el sentimentalismo o con un espiritualismo desencarnado. En esta misma línea se mueve el texto de la carta a los Tesalonicenses de este domingo. Pablo escribe a esta iglesia un tanto turbulenta y apocalíptica para llamarles al realismo evangélico: Que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe (1,11)-...Os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar fácilmente por algunas manifestaciones del Espíritu que os haga suponer que está inminente la venida del Señor (2,2). El cristiano vive con la esperanza puesta en la venida del Señor, pero sin evasiones ilusorias, sino comprometiéndose a fondo en el presente con el bien y la justicia.

Dios es el Dios de la vida

El mensaje de la Escritura de este domingo es típicamente neotestamentario pero lleva a su cumplimiento afirmaciones ya presentes en el Antiguo Testamento. El Libro de la Sabiduría habla del amor invencible de Dios por sus criaturas, no obstante, el pecado. Dios es omnipotente, dice este texto, con toda la tradición teológica de Israel. Pero de la afirmación de la omnipotencia divina saca una consecuencia sorprendente: su compasión. Como Dios es omnipotente no tiene miedo de nada y, puesto que no teme a nadie, puede permitirse ser compasivo y misericordioso con todos.

El pecado de los humanos no suscita en Dios el resentimiento del débil, sino el amor y la compasión del fuerte: Porque tú amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho! (v.24). Dios es el Dios de la vida, un Dios que constantemente ama y crea; un Dios que confía en sus criaturas y que, cuando estas yerran, ama perdonar. Hay un designio de amor divino en el origen de toda criatura que ha dado existencia a las cosas; Dios no lo retira por ningún motivo, lo mantiene con una fidelidad inquebrantable. ¿Quiere esto decir que Dios no lleva cuenta del mal? ¿Qué no reacciona ante el pecado? Ciertamente no. Quiere decir que Dios no reacciona como un ofendido resentido, sino como un padre que desea el bien de sus hijos.

Fr. Pedro Luis González González

domingo, 23 de octubre de 2022

EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO

 

Reflexión Evangelio Domingo 23 de Octubre de 2023. 30º del Tiempo Ordinario.

En la primera lectura del libro del Eclesiástico observamos claramente cuáles son las preferencias de Dios: los humildes, los pobres, los oprimidos, los huérfanos, las viudas… “Escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda”, “los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”. En la antífona del salmo lo observamos también: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. De esta manera se nos prepara para escuchar la parábola del fariseo y el publicano del evangelio.

En la segunda lectura, con la que terminamos de leer las cartas de Pablo a Timoteo, observamos como ante la proximidad del final, Pablo observa el pasado y se siente feliz por todo el camino recorrido: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe”. Sabiéndose un ganador por todo lo realizado y vivido espera el premio por parte de Dios: “me aguarda la corona merecida”. Reconoce que no es mérito suyo el ganar este premio, sino que el Señor es quien le ayudó y le dio fuerzas para anunciar su mensaje. Pablo expresa también su confianza en que Dios no le abandonará, sino que seguirá ayudándole librándole de todo mal, con la esperanza firme de que tras su muerte le llevará al cielo.

En el evangelio vemos como Jesús nos quiere hacer reflexionar sobre la oración con la parábola del fariseo y el publicano. En primer lugar, debemos tener claro a quien está dirigida porque ahí nos da la clave de su comprensión: “a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás”. Jesús rechaza estas actitudes y se los hace ver con esta parábola.

Tenemos que tener claro que nuestra actitud y nuestra postura ante Dios no puede ser de soberbia, de orgullo, de autosuficiencia, de mirar por encima del hombro a los demás, sino que tiene que ser una actitud humilde, desde la sencillez y humildad. Jesús no quiere que adoptemos una actitud de soberbia en nuestra oración y en nuestra vida porque sabe que eso nos hace daño y, en vez de acercarnos, nos aleja de Dios.

Si nos detenemos en la parábola, observamos como el fariseo ora erguido, cumple con todo lo que la ley mosaica le imponía, e iba aún más allá. Y eso lo hace bien, y le hace sentirse seguro ante Dios. Se centra en su buena vida espiritual. Observemos que le habla de los diezmos que da y de los ayunos que hace, pero no habla nada de sus obras de caridad. Ahí se encuentra su problema.

El publicano, al entrar en el templo se quedó atrás. Piensa que no merece estar en aquel lugar tan sagrado… Dice el texto que no se atrevió a levantar los ojos al cielo y se golpea el pecho reconociendo que era un pecador. No presenta a Dios ningún mérito como si hizo el fariseo, pero hace algo aún más importante: se acoge a la misericordia de Dios porque sabe que es un pecador. Seguro que no era muy dado a rezar, pero esta vez Jesús alabó su oración sincera.

Fijándonos en nuestra vida, ¿Con quién nos asemejamos más: con el fariseo o con el publicano? Ojalá que un día se cumpla en nosotros aquello de que “el que se humilla será enaltecido” para poder ser transformados, bendecidos, justificados por Dios.

Fr. Dailos José Melo González OP