domingo, 31 de diciembre de 2023

"MOVIDOS POR EL ESPÍRITU SANTO"


Reflexión del Evangelio del Domingo 31 de Diciembre de 2023. Festividad de la Sagrada Familia.

Honra a tu padre y a tu madre

El evangelio, rico en colorido: un viaje a Jerusalén, unos padres, un niño, unos ancianos, unas tórtolas, un bullicio, etc. nos introducen, no solo como meros espectadores, sino en personas interpeladas por la escena.

Hoy en día, en nuestra sociedad, se dan cambios profundos y frecuentes en las leyes, incluso en las que rigen la familia, cosa que no ocurre en el evangelio de hoy: la humilde familia nazarena cumplió con todo lo prescrito.

Los padres de hoy en día tienen que preguntarse sobre la obligación del cumplimiento de ciertas leyes, que sirven más de adoctrinamiento, en lo referente a la educación de sus hijos (sacar del interior de cada persona) y, más concretamente, en lo que se refiere a la educación de ellos en la fe.

El amor familiar, reflejo del de Nazaret y procedente del Amor Trinitario, ha de cultivarse viviendo los consejos del Eclesiástico (1ª lectura de hoy), y que, de no ser así, los nubarrones del fracaso amenazarán la relación entre quienes forman la familia.

No todos los hijos son “Jesús”, ni todas las madres y padres son “María y José”. Si el diálogo y el perdón fluyen familiarmente, se va haciendo camino según el modelo de la Familia de Nazaret, se va construyendo Iglesia Doméstica según la Lumen Gentium (nº 11) del Concilio Vaticano II.

La mirada a los componentes de la Sagrada Familia, Jesús, José y María, muestran a todas las familias el respeto, la armonía, la paz en el hogar, y sirven de misioneras en su entorno por la felicidad que desprenden de la vivencia del amor divino vertido en su casa. Este amor ayuda a superar los complejos y resolver los problemas que toda convivencia conlleva, esas espadas que atraviesan los sentimientos, y que solo con la misericordia celebrada de Dios, se convierten en momentos de unión y fraternidad. Cuando los problemas aparecen por entendimiento distinto del compromiso de cada miembro de la familia, la mirada luminosa a la Familia de Nazaret abre a los valores trascendentes, reflejo de la mirada de Dios, que, en diálogo entre los componentes de esa familia, se unifican las miradas, los valores, los comportamientos y culminan en el fin propuesto para todo hogar: la paz y la felicidad que dimana de esa paz.

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos

La evolución del mundo familiar plantea nuevas coordenadas, distintas y distantes (ingeniería social), de alguno de los puntos de la carta de san Pablo a los Colosenses, y que, manteniendo por encima de todo el amor, fluyente entre marido-esposa recíprocamente culmina, no solo en el amor entre los cónyuges, sino que da paso a la vida y a la trascendencia concretadas en los hijos, y que revertida de estos a los padres recrean familia en ambiente de verdadera libertad humana. “Vuestros hijos…podéis esforzaros por ser como ellos, mas no tratéis de hacerlos como vosotros: porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer” (Jalil Gibrán; El profeta).

Esa Iglesia doméstica, del carácter dialogante y verdadera escucha, será una pequeña aportación de sinodalidad doméstica para la Iglesia universal con proyección de futuro. La fraternidad, fruto del diálogo en familia, es muestra del sueño de Dios-Padre para la humanidad: llegar a la plenitud de su Reino, primacía, razón y vida del anuncio de Jesucristo durante su existencia terrenal. El diálogo intrafamiliar será, por tanto, prueba ante el mundo del “ya, pero todavía no”; del Reino que ya ha comenzado, y que no tendrán fin.

Movidos por el Espíritu Santo

La actitud de los dos ancianos, Simeón y Ana, cargados de años, y movidos por el Espíritu Santo, tiene que ser recordatorio de los valores y respeto a los mayores para la familia de hoy, y la experiencia y sabiduría de los mayores, piedra viva en la construcción familiar. Ambos dos, Simeón y Ana profetizan y proclaman lo que será ese Niño, incluyendo en lo profético la espada de dolor para su madre, María. Ellos reconocieron a Jesús, y de ellos tenemos que aprender a reconocer nosotros también al Mesías con los que nos relacionamos. No puede haber división entre los seres humanos, que iguales en su creación, hemos de ver el rostro de Jesús en todos ellos: niños, mayores, ancianos, pobres. En estos momentos, donde tantos inocentes pierden la vida por las guerras, solo el amor del Niño Dios, puede acallar la violencia en el mundo. No vino contra nadie, vino a traer la Paz.

Si Jesús durante el trascurso de su vida “escondida” en Nazaret, y cumpliendo las leyes del momento, vivió esa vida familiar, recibiendo el cariño respetuoso de José, le moldearían para pronunciar en la vida pública la palabra Padre (Abba) en multitud de ocasiones y a boca llena, nosotros cada vez que rezamos el padrenuestro, tenemos la oportunidad de trasladar la fraternidad por el perdón a nuestro prójimo: padres, hermanos, abuelos, familiares, amigos, etc.

La admiración de todos

Hemos de preguntarnos, si nuestra vivencia de familia cristiana es causa de admiración para quienes nos rodea. Si crecemos como familia humana y eclesial. ¿La fraternidad, el respeto y el perdón son causa de admiración propia y/o ajena? El Espíritu Santo siempre dará su fuerza a quienes se la pidan para ser misioneros en el mundo y así la Iglesia Universal siga siendo vocera del amor, el perdón y la misericordia ahora y siempre.

Fr. Carlos Recas Mora O.P.

lunes, 25 de diciembre de 2023

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE NTRO. SEÑOR JESUCRISTO


Reflexión del Evangelio del 25 de Diciembre de 2023. Solemnidad de la Natividad de Ntro. Señor Jesucristo

Absortos en el Misterio navideño

Desde la altura que da la experiencia de la vida, el Prólogo del evangelista Juan nos introduce de lleno en una espiritualidad navideña firme y bien fundamentada, recia y comprometida. El lector se encuentra ante un antiguo himno cristiano en el que la comunidad confesaba y expresaba su fe en Cristo, Palabra eterna de Dios. Un himno de reconocimiento y alabanza a Jesucristo que está desde siempre en Dios y que ahora se acerca y ofrece a los hombres para revelarle sus designios ocultos y participar plenamente en su proyecto de plenitud para todos. Él es la Palabra del mismo Dios hecha carne. No una palabra cualquiera, sino esa Palabra que sale de la boca creadora de Dios y lleva a efecto cuanto pronuncia.

En este Prólogo, san Juan pretende ante todo subrayar y acentuar su dimensión “manifestativa”. Más que hacer referencia directa a Dios mismo, presenta a Cristo como Palabra que habla “viniendo al mundo” en la cercanía amorosa de la carne: es el Hijo único que está en el seno del Padre, quien nos lo ha dado a conocer (v. 18). Como Palabra de Dios que es,  nos revela en su persona la densidad y plenitud de un Dios que se acerca a la humanidad como misterio de benevolencia y de comunicación.

Hoy nos ha nacido nuestro Salvador

En la etapa final de la historia Dios nos ha hablado en Hijo (2ª lectura), en esa Palabra abreviada del Padre hecha carne, la Palabra definitiva y amorosa que se nos revela en su ser más íntimo: ha aparecido la bondad de Dios entre los hombres (Tito 2,4-7). Es así como concebían y presentaban los primeros cristianos la identidad de Jesús en el marco del misterio de Dios. El que es la Palabra de Dios se nos hace cercano, se aproxima, ha venido a los suyos y se ha hecho uno de ellos. El Dios trascendente, el totalmente Otro, se hace humano: la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. La Palabra eterna del Padre, como dirá san Mateo, se ha hecho Emmanuel, Dios con nosotros (1,23).

Es el Dios que ha buscado y busca a toda costa conversar amigablemente con los suyos y que adopta el inesperado gesto de acercarse al hombre en las entrañas de una sencilla mujer nazarena. Así nos lo deja entrever el evangelista Lucas en su pintoresco y entrañable relato del nacimiento de Jesús mostrándonos, en su aparente sencillez, la paradójica grandeza escondida en el arcano de un Dios convertido en la frágil figura de un niño.

El Papa San León Magno (siglo V), uniéndose a la celebración festiva de todo el pueblo cristiano, comenzaba el Sermón sobre la Natividad del Señor con estas solemnes palabras: Alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida. Como reza poéticamente nuestra liturgia: hoy, en el mundo, los cielos destilan miel, porque del cielo ha descendido la paz verdadera, el Príncipe de la paz.

¿Qué queda de la Navidad?

¿Qué queda de la algarabía y el alborozo popular con que celebramos estas fiestas navideñas contagiados por las luces que iluminan y llenan de colorido los barrios, plazas, calles y rincones de nuestras ciudades y pueblos? Es verdad que en estos días emergen nuestros mejores sentimientos y deseos tanto dentro de las familias como en la sociedad. Pero, ¿Qué filtramos, qué poso nos queda como vivencia personal?

El Papa Francisco nos dice en su Carta Apostólica Admirabile signum (invito a leerla) que el belén constituye para todos, empezando por los más humildes y sencillos, “un Evangelio vivo”. Un evangelio que nos hace ver y presenciar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia: “la Vida (el mismo origen de la vida) se nos hizo visible en él” (1Jn 1,2). Y prosigue: es así como Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados, la revolución del amor, la revolución de la ternura.

Ahora bien, no olvidemos también que el portal del belén pone a prueba la capacidad de comprensión y aceptación de nuestra fe cristiana. Lejos de la algazara consumista y del sentimentalismo huero, el evangelista san Juan ha dejado caer una oportuna advertencia: vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Son palabras que suenan muy duras dentro del contexto navideño y que evocan de soslayo aquella requisitoria quejosa del profeta Isaías a su pueblo: el buey reconoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no me conoce, mi pueblo no tiene entendimiento (1,3).

Para todos, ¡Feliz Navidad!

Fray Juan Huarte Osácar

domingo, 24 de diciembre de 2023

...Y LE PONDRÁS POR NOMBRE, JESÚS

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 24 de Diciembre de 2023. 4º de Adviento.

Tenemos que reconocer que este año el celebrar el cuarto domingo de adviento el día 24 de diciembre, víspera misma del día de Navidad, el 25, nos complica mucho el poder aprovecharlo como lo que debería ser: un momento sereno, contemplativo y reflexivo ante el gran misterio de la celebración del nacimiento de Cristo.

Efectivamente, lo queremos o no, cada uno de nosotros se sentirá urgido y empujado por los preparativos: las últimas compras, los adornos, las comidas, los trajes, etc., etc. Y, junto a ello, otra urgencia y otro empuje más complicado y difícil de vivir e integrar: la cantidad de sentimientos que están unidos a la fiesta de navidad, que se acumulan en nuestra memoria y en nuestro corazón, y que no sólo dependen de nosotros, sino también de otras personas: la navidad es la fiesta de los niños (pero también de sentimiento agridulce de nuestra infancia ya perdida); de la familia (y del doloroso  recuerdo de los ya idos, o la posibilidad de que, al estar juntos por obligación, surjan más fuertes e hirientes las desavenencias familiares); los momentos de la abundancia y la alegría en el compartir (y también de consumismo y la chabacanería). Y junto a ello, esa carga, para muchas personas, demasiado pesada: el deber social, la presión de tener que alegrarse por obligación y a fecha fija.

Demasiadas cosas, repito, que nos impiden vivir el sentido profundo de la Navidad. La celebración de las fiestas navideñas nos roba la posibilidad de una navidad celebrada por ella misma.

La clave es preguntarse: ¿será una navidad sin Niño. Porque lo que nos roba la navidad es que olvidamos al protagonista que es la causa de la alegría, el regocijo, la familiaridad, la fiesta. Y sin ese Niño, con nombre propio, llamado Jesús de Nazaret, y sin su programa de cambio personal y social que se llama Evangelio, celebraremos, queramos o no, una navidad sin navidad.

Tal vez creamos que lo más simple y coherente sería dejar de celebrarla y encerrarnos en la tristeza o en la monotonía de lo cotidiano, pero las lecturas de este domingo nos muestran otras actitudes más básicas y positivas: la receptividad, la admiración, el agradecimiento, la disponibilidad. En la lectura del 2º Libro de Samuel, David quiere llevar la iniciativa, piadosa por supuesto, de edificar un templo a Dios, una casa para el Señor. Y Yahveh le cambia la perspectiva; es Él mismo el que se está preocupando y seguirá preocupándose por David y su casa, su familia.  Por eso, surgen espontaneas, como respuesta, las palabras del salmo: “Cantaré eternamente el amor del Señor”.

San Pablo nos invita a exultar de alegría por el gran regalo que nos ha hecho: al mismo Jesucristo; a reconocerlo con inmenso agradecimiento, como obra de un amor que nos afianza, nos afirma, nos hace firmes, en el camino de la vida.

Y la escena de la Anunciación a María, tiene la misma atmósfera: la desproporción abismal entre el don de Dios, su amor y su acción en una pobre chiquilla campesina y la realidad de esta. El poder de la acción de Dios que la hará, (eso sí, si ella libremente consiente) en Madre de Dios y posteriormente en madre nuestra. María se admira, pregunta inteligentemente, acepta con disponibilidad, y, llena de gratitud, cantará después el Magníficat: “el Poderoso ha hecho obras grandes en mí. Por eso proclama mi alma la grandeza del Señor”.

Navidad con Niño, con Jesús en el centro, es la posibilidad de hacer una fiesta con contenido y profundidad, en la que sean, cual sean otras circunstancias difíciles o dolorosas, tiene sentido el festejar porque nos hace más humanos, más divinos, más hermanos, más humanizadores.

¡Démonos la oportunidad de celebrar la Navidad!

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio

domingo, 17 de diciembre de 2023

¿Y TÚ QUIÉN ERES?


Reflexión del Evangelio del Domingo 17 de Diciembre de 2023. 3º de Adviento.

Y ¿Tú quién eres? Le preguntaban insidiosos los judíos, por medio de sacerdotes y levitas, a Juan el Bautista. Les llamaba la atención a los judíos la forma de actuar del Bautista y su predicación que llama a la conversión.

Juan comienza negando, diciendo a los cuatro vientos quien no es.  Yo no soy el Mesías. Yo no soy Elías. Yo no soy el Profeta. Tampoco es él la luz, sino testigo de la luz.

“Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor”.

Cuando a cada uno de nosotros alguien nos pregunta ¿tú quién eres? ¿Cómo nos definimos a nosotros mismos? Tal vez empecemos por nuestro nombre, por nuestra profesión, nuestro estado civil, por lo que creemos que nos caracteriza…

Nos tendremos que preguntar si nuestra forma de actuar desde los valores del Evangelio, como personas individuales y como comunidad creyente, llama hoy también la atención de la gente. Tanto como para que sorprendidos nos interroguen sobre quienes somos. Dándonos pie para dar razón de nuestra esperanza. ¿No estaremos demasiado encerrados en nuestras prácticas piadosas y en nuestras tradiciones religiosas, que en el fondo ya no sorprenden ni interrogan a nadie?

Juan se define a sí mismo en relación con alguien, y ese alguien el Jesucristo. No sé si para definirnos, para entendernos a nosotros mismos siendo cristianos hacemos alguna referencia a quien tiene que ser el centro de nuestra fe y de nuestra vida.

¿Es nuestra relación con Jesús algo meramente anecdótico o una realidad que realmente nos caracteriza y nos define? Él es el centro de nuestra vida y el motivo de nuestra alegría. ¿Se nos notará verdaderamente hoy que somos hombres y mujeres de Evangelio en medio de una sociedad en la que muchos prescinden de Dios?

¿Son nuestras comunidades y nuestras celebraciones de la fe focos de atracción y un derroche de vida y esperanza?

Hoy es el domingo de gaudete, el domingo de la alegría. No sé si dada la situación de reina hoy en nuestro mundo, lleno de guerras, de odio y destrucción, tenemos fácil el abrir nuestro corazón al gozo y a la alegría sincera.  Pero para nosotros, a pesar de todo el sufrimiento, la alegría tiene que brotar de la experiencia del amor de Dios que nos trae Jesucristo. Él es la luz que necesitamos y la Palabra hecha carne que pronuncia nuestro Padre Dios.

Cada uno de nosotros, como creyentes en Jesucristo, y todos como comunidad creyente estamos llamados hoy a ser voz de la Palabra en medio de nuestro mundo. Una voz que tiene resonar como la de Juan el Bautista siendo una llamada a la conversión y a la esperanza. No somos la luz, pero sí estamos llamados a ser sus testigos. Cuando se enciende una luz no es para ocultarla sino para ponerla sobre la mesa de modo que alumbre a todos.

Estamos en el tiempo de gracia que anuncia Isaías y que se hace realidad con Jesucristo. Él es la Buena Noticia, la Bienaventuranza de Dios para todos y cada uno de nosotros, quien venda nuestros corazones tantas veces desagarrados y nos trae el perdón incondicional de Dios para que seamos libres de verdad.

En medio de nuestra celebración se abre paso María, la mujer del Magníficat, la que hace de su vida un canto de alabanza y de agradecimiento a Dios, el todopoderoso que cambia la escala de valores de nuestro mundo y elige a los más pequeños y desfavorecidos de la tierra para ser los primeros en su Reino. María en estado de buena esperanza es la mejor imagen del cristiano en adviento.

La Eucaristía que celebramos es la mejor y mayor Acción de Gracias a Dios. En ella acogemos el fuego vivo del Espíritu, que nos alienta y reconforta en la espera de la llegada definitiva del Señor, que cumple sus promesas. En la Eucaristía encontramos las fuerzas que necesitamos para que nuestro gozo sea verdadero y nuestra alegría sea desbordante y contagie a los demás.

¿Cómo te presentas tú ante quienes te preguntan quién eres? ¿Define tu persona la relación que tienes con Jesucristo?

¿Es tu experiencia de fe el motivo central de tu alegría y de tu esperanza?

Fr. Francisco José Collantes Iglesias O.P.

domingo, 10 de diciembre de 2023

"PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR"

Reflexión del Evangelio del Domingo 10 de Diciembre de 2023. 2º de Adviento.

El domingo anterior, el primero del Adviento, se nos invitó a estar alerta ante la venida del Señor, en continua vigilancia. Hoy, en el segundo domingo de Adviento, se nos pide que seamos pacientes y nos preparemos bien para dicha venida. Tiene todo su sentido, porque no hay más que salir de casa para ver cómo las calles y las tiendas llevan varias semanas ya adornadas con luces y motivos navideños. Nos dicen continuamente que ya es Navidad, para que gastemos nuestro dinero disfrutando ahora de estas fiestas.

¿Pero qué Navidad nos anuncian los centros comerciales? Pues una Navidad vacía y superficial en la que se nos ofrecen comidas, bebidas, regalos y fiestas que poco o nada tienen que ver con la venida del Señor. Todo está pensado para complacer al yo caprichoso que todos llevamos dentro y que tanto disfruta dejándose llevar por la frivolidad y la disipación. Es cierto que es bueno disfrutar de la fiesta, pero en su justa medida y en el momento oportuno. Y el Adviento no es tiempo de fiesta, sino de preparación para celebrar el nacimiento del Señor.

Los sociólogos llevan años indicando que la sociedad ha convertido la Navidad en una gran fiesta pagana, tal y como era en su origen, en tiempos del Imperio Romano, antes de que la Iglesia la cristianizase y la llenase de sentido. En efecto, desde la televisión y los escaparates de la calle se nos anima insistentemente a paganizar la Navidad. Sin embargo, sabemos que ésta es una de las fiestas cristianas más importantes y, sin lugar a dudas, la más entrañable.

Por eso las lecturas que acabamos de escuchar nos mueven a esperar la venida del Señor. En lugar de dejarnos llevar por los anuncios comerciales que nos incitan a disfrutar ahora mismo de la fiesta navideña, la Palabra de Dios nos pide que seamos pacientes y nos preparemos convenientemente para poder experimentar la verdadera Navidad, en la que celebraremos el nacimiento del Niño Jesús entre nosotros y dentro de nuestro corazón.

Efectivamente, la verdadera Navidad, la cristiana, no tiene nada de frívola y superficial, pues afecta a lo más hondo de nuestra persona y al núcleo central de nuestra familia y nuestra comunidad. Es una fiesta llena de amor, cariño y ternura. Pero para que sea así, es preciso no precipitarse celebrando por adelantado esta fiesta, sino que debemos prepararnos interiormente para que dentro de dos semanas podamos experimentar el nacimiento del Niño Jesús. Entonces la Navidad sí será una verdadera fiesta, llena de sentido, porque la disfrutaremos en lo profundo de nuestro corazón y podremos compartir esa alegría con nuestros familiares y con nuestra comunidad cristiana.

¿Y cómo debemos prepararnos para celebrar, de verdad, la Navidad? Las tres lecturas que hemos escuchado nos hablan de la purificación interior. Por eso la Iglesia nos ofrece el tiempo de Adviento, para que realicemos un profundo examen de conciencia que nos ayude a poner ante nuestra mirada y, sobre todo, ante Dios, todo aquello que no está bien en nuestro interior.

El Adviento es un tiempo de recogernos interiormente, de entrar en nuestro «desierto» interior, en ese lugar íntimo y privado donde el Espíritu Santo está presente dentro de nosotros, y dejar que Él nos ayude a descubrir aquellos aspectos de nuestra vida que debemos cambiar: nuestras envidias y rencores, nuestros deseos pecaminosos, nuestras malas costumbres y todo aquello que nos separa de Dios y de las personas, y que, en definitiva, es perjudicial para nuestra vida, pues nos encamina a la amargura y la tristeza.

Y todo ese mal que descubramos en nuestro interior, debemos confesarlo en el sacramento de la Reconciliación, para que el Espíritu Santo nos limpie y purifique. Así quedaremos plenamente consolados. De ahí que Dios, por medio de Isaías, proclame en la Eucaristía de hoy: «Consolad, consolad a mi pueblo». Y, siguiendo esa llamada, las parroquias ofrecen en el tiempo de Adviento una celebración penitencial.

Además, el examen de conciencia y el sacramento de la Reconciliación nos van a ayudar a reconocer nuestra imperfección y pequeñez, y así creceremos en humildad. Pensemos que, cuando llegue la Noche Buena, escucharemos cómo el ángel anunció el nacimiento del Señor a los humildes pastores que dormían al raso. No se lo anunció a Herodes, que disfrutaba orgullosamente de su suntuoso palacio.

En efecto, en lugar de distraernos celebrando anticipadamente la fiesta de Navidad que ahora nos ofrecen los centros comerciales y los medios de comunicación, seamos pacientes y centrémonos en lo importante: nuestra preparación para la venida del Señor. Así llegaremos a la verdadera Navidad con un corazón purificado y humilde, y no como el orgulloso Herodes, que no sólo no experimentó el nacimiento del Señor, sino que hizo todo lo posible para matarlo. Porque pocas cosas hay más amargas que, al llegar el 25 de diciembre, ver cómo los demás experimentan alegremente la Navidad, mientras nosotros tenemos el corazón triste y apagado, porque no sentimos el amor del Hijo de Dios.

En conclusión, no nos adelantemos, seamos pacientes. Preparémonos interiormente para experimentar el nacimiento del Señor. De este modo, cuando celebremos la Navidad, haremos realidad lo que hemos orado al proclamar el salmo: experimentaremos la paz y la justicia, la misericordia y la fidelidad, la salvación y la gloria del Hijo de Dios, pues Él nacerá en nuestro humilde y limpio corazón.

¿Estoy dispuesto a esperar pacientemente a que llegue la auténtica Navidad? ¿Voy a prepararme interiormente para experimentar el nacimiento del Niño Jesús en mi corazón, junto a mi familia y mi comunidad? ¿Soy consciente de que lo más importante de la Navidad son el amor y la humildad?

Fray Julián de Cos Pérez de Camino

viernes, 8 de diciembre de 2023

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 

¡Oh madre Inmaculada!, Reina de nuestro país, abre nuestros corazones, nuestros hogares y nuestra tierra a la venida de Jesús, tu divino Hijo.

domingo, 3 de diciembre de 2023

"NO TENGÁIS MIEDO"

Reflexión del Evangelio Domingo 3 de Diciembre de 2023. 1º de Adviento

El mensaje evangélico de este primer domingo de Adviento es insistente y rotundo: “Estad preparados”. “No os dejéis engañar”. “No tengáis miedo”. Es una magnífica llamada la que nos hace la Palabra del Señor al inicio de este nuevo año litúrgico. Suena a vigilancia, a conversión, a compromiso, a esperanza; a no dejar lugar al abatimiento, a adentrarse con coraje en la historia, que aunque compleja, puede ser reconducida en conformidad con los designios del Padre.

Sobre estos tres indicativos podríamos fijar la reflexión y las pautas para nuestra vida de creyentes en el Señor Jesucristo justo en estos momentos de la historia que nos toca vivir y en los que somos llamados a continuar construyendo esa nueva vida, o ese nuevo estilo de vida, que Él inauguró.

“Estad preparados”

¡Preparados! ¡Firmes en la fe! Los tiempos actuales son recios y oscuros para muchos de nosotros. La vida se desprecia y abarata, la violencia se desata de mil formas destructoras, la justicia y la dignificación de los débiles tardan en consolidarse, los sueños más nobles parecen desvanecerse y afloran vientos fétidos de corrupciones y desintegraciones, de enfermedades virulentas y contagiosas, de fundamentalismos intransigentes, que generan desazón y sufrimiento, desconfianza y tensión. Y sin embargo no estamos solos en este mar de aguas revueltas. El Señor es uno de los nuestros, ha compartido historia y destino con la humanidad, sigue misteriosamente en medio de nosotros y lo estará hasta el fin de los tiempos. Él es fuerza para confiar y luchar, para seguir soñando y esforzándonos por un mundo mejor, por una humanidad más fraterna, por horizontes de verdadera y consolidada paz.

¡Preparados! ¡Alegres en la esperanza! Porque sabemos que Él está, que Él viene, que Él es nuestra fortaleza, por todo ello nos resistimos a claudicar. La esperanza de su promesa se hace fuerza y coraje. Sabemos de quién nos hemos fiado. Y por eso comenzamos cada día, y cada día sabemos que con Él hay razones para la esperanza; que la bondad y la honradez y la justicia también están aquí, en medio de nosotros, sencillas y discretas, pero tenaces y forjadoras de un mañana mejor, siempre atisbando la luz de un nuevo amanecer.

¡Preparados! ¡Diligentes en el amor! Seguros de que es él, el amor, el amor que se hizo fragilidad y plenitud de vida entregada, la fuerza que vence al mal. Hoy es Adviento, una llamada a apostar a cada instante por el amor. Quisiéramos hacerle presente en los gritos de la desesperación, en la tristeza sin contornos, en la congoja de la soledad, en el llanto ahogado. En los organismos nacionales e internacionales de decisión. Donde se preparan y manejan las armas destructoras, en los nidos del odio, en los rencores enconados, en lo intereses individuales y partidistas, allí donde la vida se desprecia. En todos los ámbitos donde se resuelve lo humano.

“¡No os dejéis engañar!”

Por el olvido de Dios, por el secularismo galopante, por el materialismo seductor. Por los discursos oportunistas, por la ambición disfrazada, por la felicidad hueca, por el efímero placer. Por la extorsión despiadada, por la imposición manipuladora de los más fuertes, por el corazón de hielo de los que solo buscan su beneficio.

Hoy es Adviento. Más bien, estemos atentos a la voluntad del Padre, a construir su Reino. A empeñarnos en la justicia y en el servicio amoroso a la vida. Atentos al fortalecimiento de los débiles, a la dignificación de los pisados y olvidados, a la lucha fuerte y sin bajar la guardia contra el mal en cualquiera de sus manifestaciones. Porque el Dios que viene, Aquel en quien creemos, es el que sale al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista sus mandamientos.

“No tengáis miedo”

¡El que viene y está en medio de nosotros es el Vencedor! ¡Y volverá como tal! Con Él y en Él sabemos que la victoria es segura. Él, y solo Él, nos capacita para mirar de frente al mal y desafiarlo. Lo último no es la fuerza destructora del mal, que es fuerte y destructor. Lo último, a lo que nos sentimos llamados y esperados, es al encuentro con Él, Vida-plena, Amor-sin-fin.

Fr. César Valero Bajo O.P.

domingo, 26 de noviembre de 2023

 

Reflexión Evangelio Domingo 26 de Noviembre de 2023. Solemnidad de Cristo Rey del Universo

Cuando el pueblo judío está sufriendo el destierro en Babilonia, el sacerdote y profeta Ezequiel recuerda que Dios es el buen pastor que cuida siempre de su pueblo y cura sus heridas. En la segunda lectura san Pablo anima la esperanza en los fieles cristianos de Corinto: nuestro destino es la victoria sobre la muerte. Y en esa perspectiva debemos leer el evangelio en la festividad de Jesucristo rey del universo (Mt 25,31-46)

Jesucristo es rey en cuanto es camino, verdad y vida.

En su conducta por amor, siendo para los demás hasta entregar la propia vida, reveló que Dios es amor y las personas crecen amando a los otros.  Siguiendo la conducta de Jesús la vocación de la humanidad es hacer la verdad de Dios afirmando la dignidad de todo ser. En su primera encíclica Juan Pablo II escribió: “el profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio”.

En este sentido Jesucristo es rey ofreciendo un camino nuevo de auténtica realización humana. Rey del universo porque es camino abierto para todos.  Siguiendo esa conducta de Jesucristo, la Iglesia se hace cada día más cristiana, es signo creíble del Evangelio y realiza su misión. Según el Concilio, “no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”. En otras palabras, ser testigo fiel de Jesucristo rey del universo.

Lógica del amor vs. lógica del poder.

Nada tiene ver esta lógica del amor con la lógica del poder en que frecuentemente proceden los príncipes y gobernantes de este mundo que frecuentemente dominar y someter a los otros. El ejercicio del poder solo humaniza como mediación del amor.

La ideología imperialista no solo infecta la relación entre los pueblos; todavía están sangrando las víctimas de guerras provocadas por esa ideología. También se da dentro de cada pueblo, en las familias e incluso dentro de la misma religión cristiana.

En una oración litúrgica invocamos a Dios “que manifiesta su poder en la misericordia”. En el “credo” confesamos que Dios es Padre (Abba) antes de todopoderoso y creador. Esta novedad singular de la fe o experiencia cristiana, participación de la fe o experiencia de Jesús, Cristo rey, es la buena noticia de salvación para nuestro mundo roto por la injusticia y la fiebre posesiva.

Reino de paz y justicia; reino de vida y verdad. 

Siglos antes de Jesucristo los profetas soñaron con un banquete preparado por Dios en el monte Sion para todos los pueblos Jesús se refiere al reino de Dios o fraternidad sin discriminaciones en la parábola sobre un banquete nupcial en que todos. Incluidos “cojos, ciegos y tullidos, se sientan como hermanos en la misma mesa   Es la invitación que hoy el papa Francisco hace a todos en la encíclica “Fratelli tutti”.

Celebrando la fiesta de Jesucristo rey del universo, se abre un camino para construir esa fraternidad universal. Una luz para toda la humanidad oprimida por violencias y guerras. También una llamada urgente para la misma Iglesia que cada día necesita nueva conversión a Jesucristo y reforma contante para ser totalmente Iglesia identificada con el reino de Dios.

El juicio final

Según el evangelio hoy proclamado, habrá un juicio final donde la humanidad y la creación llegarán a esa fraternidad universal o reinado de Dios. Será la plena liberación realizada ya en la conducta de Jesucristo y que aún está en proceso dentro de nuestra historia. Se rectificará lo torcido y entraremos por fin de modo pleno en esa presencia de amor que nuestro corazón ansía.

Sobre el juicio final, tres observaciones:

No faltan cristianos que pasan la vida con cara de cuaresma y angustiados por miedo el juicio final. Los cristianos confesamos que Jesucristo volverá al fin de los tiempos para juzgar. Pero el que vendrá es el mismo que ha venido ya no como juez implacable con una metralleta para ajustar cuentas, sino como portador de Dios misericordioso, que nos ama, nos perdona, cura nuestras heridas mientras caminamos hacia un destino de felicidad.

El juicio final no será sobre teorías sublimes o conocimientos muy elevados científicamente de los evangelios. El gnosticismo, reducción de la fe cristiana a una iluminación de la mente ya fue una tentación en las primeras comunidades y sigue siendo tentación en nuestros días. El juicio final será sobre nuestra conducta en la vida. No es que no tengan su valor los ritos y ceremonias religiosas; pero siempre que sean expresión y alimento de la fe cristiana operante desde el amor.

El juicio final sobre nuestra vida lo dictamos nosotros mientras caminamos en la tierra. Tendrá como criterio nuestra conducta compasiva: “tuve hambre y me diste de comer”. Impactados y alterados por el sufrimiento del otro, de algún modo hacemos nuestro y aportamos lo que podemos para vencerlo.

Celebremos de verdad en nuestra vida la fiesta de Jesucristo rey del universo.

Fr. Jesús Espeja Pardo O.P.

domingo, 19 de noviembre de 2023

"HAS SIDO FIEL EN LO POCO"

 

Reflexión Evangelio del Domingo 19 de Noviembre de 2023. 33º del Tiempo Ordinario.

!Estad vigilantes¡ Esta es la llamada repetitiva e insistente que nos hace el evangelio ante la demora de la esperada pero siempre sorpresiva venida del Hijo del Hombre. Como dice la parábola, al cabo de mucho tiempo, sin especificar el día ni la hora, volvió el señor de aquellos siervos para ajustar cuentas con ellos. La narración pretende de este modo despertar en los oyentes una actitud de permanente alerta y disponibilidad, pues, tarde o temprano, el señor vendrá para ajustar cuentas con sus siervos. El evangelista es el primero que desconoce el momento concreto de su llegada: en cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre (Mt 24,36). Una afirmación desconcertante que desencadenó en el pasado ciertos escrúpulos teológicos, hasta el punto de omitirla en alguna traducción bíblica. No corresponde al hombre conocer el tiempo y el momento que Dios tiene destinado para establecer su Reino definitivo (Hch 1,7).

Ahora bien, ¿qué añade esta parábola a las precedentes que tanto insisten en el tema de la vigilancia? Aporta un detalle relevante: además de velar con los ojos bien abiertos, como el centinela que aguarda la aurora (Sal 129), la mirada atenta y expectante de los creyentes ha de traducirse en una actitud responsable, activa y efectiva, acorde con las posibilidades de cada uno. El dueño que se ausenta confía plenamente en sus siervos, pues deja en sus manos el mantenimiento y la explotación de toda su hacienda. No les encomienda nada por encima de sus posibilidades; les reclama sencillamente su trabajo diario ateniéndose a la capacidad de cada uno de ellos. No les enjuicia por su rendimiento económico, por los resultados obtenidos, sino por la actitud, descuidada o responsable, que han adoptado en la administración de sus talentos; esa actitud personal e intransferible que nadie puede delegar en los demás.

A sabiendas de todo ello, resulta por tanto inexcusable el comportamiento pasivo y perezoso del criado temeroso y pusilánime que escondió su talento en tierra cuando podía al menos haberlo puesto a producir en el banco. ¡Su respuesta evasiva no era de recibo! El descuido y la inoperancia de este siervo contrastan claramente con la conducta y la forma de proceder de la mujer hacendosa ensalzada en la 1ª lectura. Mientras aquél es arrojado a las tinieblas de fuera por su negligencia y abandono, ésta es elogiada por su dedicación y labor eficaz al frente de la casa: ensalzadla por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza. El criado insensato y temeroso, maniatado por la suspicacia y la desconfianza, sucumbe a una dejadez inoperante. La mujer sensata, por el contrario, actúa movida por el sabio temor del Señor, por esa confianza certera del creyente que se entrega a Él sin reservas.

Sed responsables en la fe

La fe cristiana no es una fe muerta sino dinámica y operante. Jesús dirá: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago (Jn 14,12). Más aún, ese será el criterio definitivo con el que juzgue a los suyos en el momento final: tuve hambre y me diste de comer… (Mt 25,31-46). El Señor utilizará con cada uno la misma medida que él haya utilizado con los demás. Esa fue la misión que encomendó Jesús a sus discípulos y a la que respondió fielmente Pedro cuando, fijando sus ojos en el tullido sentado a la puerta del Templo, le dijo: no tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo nazareno, echa a andar (Hch 3, 1-10). Fue en la humanidad de Cristo Jesús, en su atención solícita a los necesitados, donde  los Doce descubrieron el auténtico rostro de Dios.

Sin embargo, la parábola de los talentos no focaliza su atención en la productividad de los siervos sino en la manera, responsable o no, de comportarse cada uno de ellos. Lo que importa ante todo (rindieran más o menos) es su disponibilidad y dedicación en la gestión y el desarrollo de su trabajo, la forma concreta de afrontar la tarea asignada.

Toda persona sensata sabe que ha de proceder de forma creativa, consciente y responsable en el cometido que se le ha confiado. Del mismo modo, el creyente no puede quedarse, como los discípulos galileos, mirando al cielo (Hch 1,11). Como la mujer hacendosa en la administración de su hogar, así ha de actuar el discípulo de Cristo en la gestión de los bienes del Reino (Mt 13,52). Quien se implica de lleno involucrándose en la misión evangelizadora de acuerdo a sus capacidades, tiene asegurada su entrada en el banquete del Reino: entra en el gozo de tu señor.

Dentro de este contexto evangélico y para terminar, me parece oportuno recordar esta sabia reflexión atribuida a Anna Pavlova: Nadie puede llegar a la cima armado solo de talento. Dios da el talento; el trabajo transforma el talento en genio.

No os preocupéis del mañana; cada día tiene su afán (Mt 6,34).  ¿Afronto con confianza, en el día a día, la Venida del Señor? ¿O solo me mueve el temor a un final desconocido?

¿Cuál es la actitud personal con que abordo mi agenda diaria de trabajo? ¿Actúo responsablemente o me abandono fácilmente a la inercia perezosa y negligente de los brazos cruzados?

Fray Juan Huarte Osácar

domingo, 12 de noviembre de 2023

VELAD, PORQUE NO SABÉIS NI EL DÍA, NI LA HORA

 

Reflexión del Evangelio Domingo 12 de Noviembre de 2023. 32º del Tiempo Ordinario.

La frustración de la espera

En los tiempos de las primeras comunidades, cuando Pablo escribió la carta a los tesalonicenses, se creía en el final de los tiempos conocidos, en la venida inminente de Jesucristo (la parusía) que acabaría con las persecuciones, la muerte, el mal… pero este acontecimiento no llegaba. Hoy, en medio de desastres naturales, guerras y destrucción provocada por las personas, la desigualdad creciente, el descuido de nuestro mundo… muchas plegarias piden a Dios que actúe, que venga y corrija este desatino. En ambas situaciones la pregunta es ¿cuándo?

Y en ambas, la respuesta es la misma: los tiempos y modos de Dios no tienen por qué ser los nuestros. O dicho de otro modo más contundente… ya está actuando, nos ha puesto a nosotros para ser sus manos, para ser su mirada, para ser su palabra en nuestro mundo.

Cada vez somos menos tolerantes a lo que no responde a nuestros criterios… y la frustración crece. ¿Por qué esta tardanza? ¿Por qué este silencio? ¿Por qué Dios no actúa? (y alguno añadirá ¿…y no barre de nuestro mundo a tanto desalmado?)

El tiempo de la espera

La parábola de las doncellas en la boda nos sitúa ante las distintas actitudes que unos y otros podemos tomar ante esta situación. Las diez debían haber estado preparadas para cuando llegase el novio. Las diez se durmieron, pero cinco estaban preparadas y pudieron reaccionar cuando llegó. Las otras cinco no estaban preparadas.

El Señor es el novio, y nosotros desconocemos su momento, su tiempo, su modo. Somos como las doncellas, y cada uno tenemos actitudes diferentes de esperar la acción de Dios, la construcción de su Reinado.

En este tiempo de espera, a veces tenemos la tentación de abdicar ante la incertidumbre, dejarnos guiar por la frustración… y tirar la toalla. Fácilmente nos convencemos de que no le interesamos a Dios, que está a otra cosa. Somos incapaces de descubrir la acción de Dios, presente en las personas, en los acontecimientos, en la Palabra… simplemente porque le esperamos de otra manera. Aquí actuamos como las doncellas necias.

Pero también podemos actuar como las otras doncellas, que, a pesar de la incertidumbre, de la fatiga y del sueño, son capaces de estar vigilantes, atentas a los distintos modos de obrar de Dios, a sus tiempos sorprendentes y a su hacer silencioso y humilde.

La sabiduría de la espera

La diferencia entre ambas actitudes se llama sabiduría. Ese don que nada tiene que ver con títulos o certificados, sino que ayuda a las personas a situarse en la vida real de un modo más auténtico, más vital, más esperanzado.

Esta sabiduría es don de Dios, pero solo «quienes la buscan la encuentran». Exige una disposición a buscar de forma activa, exige ponernos en movimiento para hacer vida la Palabra de Dios, exige nuestra respuesta cuando «nos aborde benigna por los caminos» de la vida.

Esta sabiduría es Dios mismo, es el aceite que nos va a ayudar a encender las lámparas y alumbrar la vida. Mirar con sabiduría el futuro, con la mirada de Dios, nos va a dar luz suficiente para afrontar y discernir el presente, para afrontar este tiempo intermedio en el que el Señor nos necesita para ser sus manos, su presencia, su sabiduría en medio de nuestro mundo.

Como las doncellas preparadas, con aceite en sus lámparas, podremos pasar al banquete del Señor a compartir mesa, palabra, proyecto y vida.

Aceite para dar luz

Si nos quedamos en una mirada dirigida solamente hacia uno mismo conseguiremos distorsionar la Palabra. Las lámparas de las doncellas son para alumbrar el camino del Señor, para hacer que sea posible el banquete, la fiesta.

La luz que portamos con nuestra fe y nuestra vida, tiene la función de iluminar, de generar vida en la Iglesia y en el mundo (GS 3).

¿Seremos capaces de poner luz en medio de las sombras? ¿Seremos capaces de alumbrar vida donde no la hay?

Fr. Óscar Jesús Fernández Navarro O.P.

domingo, 5 de noviembre de 2023

EL PRIMERO DE VOSOTROS, QUE SEA VUESTRO SERVIDOR

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 5 de Noviembre de 2023. 31º del Tiempo Ordinario.

No hacen lo que dicen

Jesús de una manera profética denuncia la incoherencia e hipocresía de los fariseos y maestros de la Ley que pervertían la enseñanza de Moisés y los profetas convirtiendo en una carga insoportable para la gente sencilla y humilde. Ojalá los seguidores de Jesús no convirtamos su Evangelio en carga pesada y moralizante para la gente sino en lo que es, “Buena noticia’’, esperanza, dicha, alegría y felicidad para todos.

Las palabras de Jesús no han perdido actualidad. El pueblo sigue escuchando a algunos dirigentes que «no hacen lo que dicen». Hay una profunda división entre lo que enseñan y lo que practican, entre lo que pretenden de los demás y lo que se exigen a sí mismos.

Nuestra Iglesia necesita de verdaderos creyentes que con sus vidas irradien un aire más evangélico. Hombres y mujeres que vivan su fe. Precisamos «maestros de vida». Necesitamos testigos capaces de transparentar en sus vidas el Evangelio de Jesús y que encuentren palabras y gestos que narren al Dios de Vida a las personas que viven sus experiencias de alegría, dolor y esperanza en el hoy y respondan con amor a sus preguntas y necesidades.

La Iglesia si es de Jesús siempre habrá de ser una “Iglesia de puertas abiertas” donde encuentren acogida todos los que necesitan amor, amistad, paz, aliento y esperanza para vivir una vida sana y plena compartiendo y construyendo juntos una comunidad cada vez más humana, fraterna y solidaria. Además, según el papa Francisco la comunidad cristiana necesita con mayor urgencia hoy capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía y proximidad. Veo a la Iglesia como hospital de campana tras una batalla curando heridas y aliviando el dolor de sus hijos y fieles.

La Iglesia está llamada a curar heridas y no imponer cargas pesadas, doctrinas moralizantes y legalistas sino anunciar a un Dios Amor que nos abraza con ternura y amor. En definitiva, necesitamos construir juntos una comunidad que nace de la Palabra haciéndose palabra profética de la presencia de Dios y de su amor en el hoy del mundo y de nuestras historias. En síntesis, necesitamos proclamar la alegre noticia, porque el Evangelio del amor de Dios no puede ser anunciado más que con alegría, esta es nuestra misión que el Maestro de Nazaret nos enmienda a todos sus seguidores.

En definitiva, estamos llamados a atender y a redescubrir una cultura de atención, de la escucha y de una pastoral de proximidad. Por último, estamos invitados a construir una comunidad cristiana que nace de un corazón que ve donde se necesita amor y actúa en consecuencia.

¿Cómo podemos captar a Dios como algo nuevo y bueno?

¿Estamos dispuestos a construir una Iglesia sinodal, samaritana y profética?

Fray Felipe Santiago Lugen Olmedo O.P.

jueves, 2 de noviembre de 2023

¡DESCANSEN EN PAZ!

Reflexión sobre la Memoria de los Fieles Difuntos

El sentido pascual de la muerte de los fieles es muy evidente y su luz se debe reflejar en los formularios y en la piedad de los fieles ante la celebración de la conmemoración de los difuntos.

La fe de los cristianos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y en su acción creadora, salvadora y santificadora, culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al final de los tiempos para la vida eterna. Por ello los justos, después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado, cuando él los resucitará en el último día.

Efectivamente, como afirma San Pablo, si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Cristo de los muertos habita en nosotros, así aquel que ha resucitado a Cristo de entre los muertos, dará la vida también a nuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu que habita en nosotros. Cristo es el principio y causa de nuestra futura resurrección (cf. Rm 8, 11; ICo 15, 20-22; 2Co 5, 15).

Dios, que de hecho puede crear de la nada, puede también dar la resurrección, la vida del cuerpo, pues es él mismo el que cía la vida a los muertos y llama a la existencia lo que todavía no existe (Rm 4, 17; Flp 3, 8-11).

La Iglesia, ya desde sus mismos orígenes, vive con la convicción de su comunión con los difuntos y por ello ha mantenido con gran piedad la memoria de los difuntos, ofreciendo por ellos sus sufragios. Esto se afirma ya en el Antiguo Testamento: Es una idea piadosa y sana rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado» (2M 12, 45).

Nuestra oración por ellos se actúa especialmente por el ofrecimiento del sacrificio de la Eucaristía (CM', n. 1371). También son sufragios las limosnas, las obras de penitencia y las indulgencias, que tienen su eficacia a partir del ministerio de la Iglesia, cuando aplica en casos concretos los méritos o satisfacción de Cristo y de los santos (CIC, nn. 1471, 1476).

De esta forma la Iglesia puede no sólo ayudar a los difuntos, desgravándoles de la pena temporal debida por los pecados para que puedan llegar a la visión beatífica de Dios, sino también hacerlos eficaces intercesores por los que aún viven (CIC, nn. 958, 1032, 1414, 2300).

De hecho, la comunión de los que aún «peregrinan» en la tierra («parroquianos») con los fieles que han muerto en la paz de Cristo, no sólo no se rompe, sino que, conforme a la fe perenne de la Iglesia, se consolida en la comunicación de bienes espirituales.

La fe ante la muerte no incluye solamente el hecho de que se puede ayudar a los difuntos que están todavía purificándose antes de poder entrar en la visión beatífica, sino que debe recordar fuertemente la venida final de Cristo glorioso y nuestra resurrección corporal.

En ese «momento» se llevará a cabo la restauración de todas las cosas, como afirman San Pedro y San Pablo (lIch 3, 19-21; Rm 11, 15) y la resurrección de los cuerpos, y se hará el juicio a los vivos y a los muertos, revelando el secreto de las conciencias y dando, conforme a las obras hechas, la gloria o la condena. Será entonces cuando se forma definitivamente el Cristo total (Ef 4, 13).

El centro de nuestra fe es la resurrección de Cristo y, por lo tanto, nuestra resurrección personal (1Co 15, 12-14.20). La historia de esta afirmación central de la fe cristiana ha tenido una revelación progresiva. Consta claramente en la afirmación del segundo libro de los Macabeos (7, 9-14), que se fundamenta en el hecho de ser Dios creador del hombre todo entero, cuerpo y alma y, asimismo, por su alianza con Abrahán y su descendencia, como Dios de vivos y no de muertos (Mc 12, 24.27). Cristo en su buena noticia insiste numerosas veces en que él es la resurrección y la vida (Jn 11, 25).

Es Jesús el que resucitará en el último día a los que han creído en él y habrán participado de su Cuerpo y de su Sangre. Aunque, después de la muerte, el cuerpo se deshaga en el polvo, el alma va al encuentro con Dios.

Dios en su omnipotencia, por la misma fuerza que actuó en la resurrección de Cristo, restituirá nuestro cuerpo definitivamente a una vida incorruptible, uniendo a él de nuevo el alma que lo «espera». Todos los hombres resucitarán, los que hicieron el bien para una resurrección de vida y los que hicieron el mal para una resurrección de condena (Jn 5, 29).

El cuerpo en la resurrección será tal como es el de Cristo resucitado, un cuerpo «glorioso»» como el que contemplaron físicamente los apóstoles de Cristo resucitado (Lc 24, 39; ICo 15, 35-37.42.53).

Para resucitar con Cristo es necesario morir con Cristo, es necesario salir del cuerpo, como en exilio, y habitar junto al Señor (2Co 5, 8; Flp 1, 23). Después llegará el día de la resurrección de los muertos.

Es necesario caer en la cuenta de que en el más allá no existe el tiempo tal como se «contabiliza», o se experimenta en la tierra, en nuestro mundo de ahora. Por tanto, por muchos miles de millones de años «nuestros» que esperemos la resurrección corporal, eso no cuenta mínimamente en la felicidad mayor o menor de los bienaventurados en el cielo, ni de los que se purifican en el purgatorio (Santo Tomás, Comm. IV Sent. D. 5, q. 3, a.2. r. 4).

Todo este sentido positivo debe iluminar la conmemoración de los fieles difuntos, y nuestra fe, esperanza y caridad sobre el destino definitivo personal y el de todos los difuntos.

El momento mismo de la muerte de los fieles debe estar lleno de la fe viva de la Iglesia. La Iglesia entrega en las manos de Dios al que va a morir. Los cuerpos de los muertos se tratan con respeto y caridad, por la fe en la seguridad de la resurrección, ya que es el cuerpo de los que son hijos de Dios y templos del Espíritu Santo (CIC; n. 2300).

Igualmente, la Iglesia como comunidad saluda y «despide», dice: «Salud» a un miembro suyo antes de su sepultura y lo coloca en el sepulcro o lo entierra (Rin-humareu) en espera de la resurrección. El nombre castellano de «cementerio» («coemeterium», en latín), proviene del verbo griego «koimao», «dormir» y significa materialmente «dormitorio», o lugar donde se duerme en espera de la resurrección.

Los fieles nunca más se separarán en el futuro, porque vivirán en Cristo y como ahora están unidos a Cristo y caminan a su encuentro, así estarán definitivamente todos unidos en Cristo. La muerte es nuestro encuentro con el Dios viviente. Los que han muerto en Cristo viven para siempre (CJC, nn. 1609, 2299-2300).

Antolín González Fuente, O.P.

¡BIENAVENTURADOS!


Reflexión del Evangelio el 1 de Noviembre de 2023. Solemnidad de Todos los Santos.

Santos no son sólo los que ya han llegado a la meta, sino también los que caminan hacia ella. Sin duda, los que ya han llegado gozan en plenitud de una realidad que supera lo que cualquier ser humano pueda imaginar o desear. Pero los que todavía estamos en camino también participamos de la santidad del “único Santo”, que es fuente de toda santidad (como dice la plegaria eucarística número dos). Los que todavía estamos en camino sabemos que aún no se ha manifestado lo que seremos, pero ya somos hijos de Dios. No esperamos serlo, lo somos, como dice la segunda lectura.

Si somos ya hijas e hijos de Dios somos ya santos. San Pablo, cuando escribía una carta a sus comunidades, se refería a ellas y ellos con estas palabras: “a los santos de la Iglesia de Corinto” (o de Roma o de Filipos). Aquellos cristianos tenían sus deficiencias y pecados, pero Pablo los calificaba de “santos”. Porque la santidad no hay que entenderla desde una perspectiva moral. Santo no es la persona virtuosa, intacta, irreprochable, pura; santos son los que se ha adherido a Cristo por el bautismo y se esfuerzan, con sus limitaciones y problemas, en seguirle. En esta perspectiva el pecado tampoco se sitúa en el terreno de lo moral, sino en el de la fe. Pecador es el que no se fía del Señor, el que está lejos de él. Por este motivo, los “santos” a los que se dirigía Pablo son también pecadores, gente de poca fe. Santos y pecadores, santos que están en camino, santos necesitados de purificación. Un camino y una purificación que dura toda la vida. La fiesta de todos los santos nos recuerda que la santidad no está reservada a esos y esas que la Iglesia ha canonizado. La santidad es más amplia que las canonizaciones. Todos los cristianos estamos llamados a la santidad.

La fiesta de hoy nos invita a mirar simultáneamente el pasado, el presente y el futuro de nuestra vida como cristianos. El pasado: celebramos que en todo tiempo y lugar ha habido personas que han vivido el Evangelio de Jesús. Nosotros, los que hoy estamos aquí en la Iglesia, somos los herederos de largas historias de fidelidad. Bien podríamos decir que somos hijas e hijos de santas y santos. Si somos hijas e hijos de santos, estamos llamados a parecernos a ellos, pues los hijos se parecen a sus padres no por su estatura, sino por su espíritu, su talante, su modo de ser y de vivir. En este sentido, los santos son un estimulo para nuestra vida cristiana.

La fiesta de hoy también nos invita a mirar el presente. Hoy estamos llamados a vivir la santidad. El Papa Francisco ha recordado con énfasis y fuerza que para ser santos no hay que dejar las ocupaciones ordinarias y retirarse a un monasterio alejado del mundo. Dice el Papa: “muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos, viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”. Francisco lo ha resumido con una de sus acertadas frases: los santos de la puerta de al lado. Dice: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: en los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan por llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante”.

Finalmente, una mirada al futuro, pues la fiesta de hoy nos invita a mirar hacia la meta de nuestro camino como cristianos, que es el cielo. Hacia esta morada celestial, donde se cumplirán las promesas de Dios que superan todo deseo, vamos “como peregrinos guiados por la fe”, tal como dice el prefacio de la Misa de hoy. En esta línea, la fiesta de hoy se relaciona con la conmemoración de los fieles difuntos, que celebraremos mañana, pues los santos y los fieles difuntos son aquellos que ya han alcanzado esos bienes inefables que Dios tiene preparados para los que le aman.

Una palabra final sobre el evangelio de las bienaventuranzas. En ellas Jesús anuncia una propuesta de felicidad, que contrasta con las propuestas de felicidad que ofrece el mundo, centradas en el poder, el sexo o lo riqueza. Jesús proclama que la felicidad que anticipa ya en este mundo la felicidad celestial, la viven aquellos que son capaces de compartir, que trabajan por la paz, que promueven la justicia, que actúan con misericordia. Y termina diciéndonos que, si vivimos así, quizás seremos mal vistos, insultados o perseguidos, pero añade que en medio de estas persecuciones debemos estar alegres y contentos porque nuestra recompensa será grande en el cielo.

En suma, santo es el que ama, y que el sigue amando cuando su vida pasa por situaciones difíciles. El santo ama hasta el final. Cree que existe otro mundo, pero no se despreocupa del mundo presente. Al contrario, vive ya en el presente los valores del mundo futuro.

Fray Martín Gelabert Ballester

domingo, 29 de octubre de 2023

AMARÁS AL SEÑOR, TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN


Reflexión del Evangelio del Domingo 29 de Octubre de 2023. 30º del Tiempo Ordinario.

Amarás a tu prójimo

En el llamado “Código de la Alianza” que recoge el libro de Éxodo encontramos varios preceptos y normas que debe cumplir el pueblo de Israel. Moisés habla en nombre de Dios y pronuncia enfáticamente “Así dice el Señor”, para introducir una serie de prohibiciones que tienen sus respectivas razones de ser.

No oprimir al extranjero, no explotar a viudas ni huérfanos, no practicar la usura, y devolver lo prestado, son expresiones concretas de amor al prójimo. El israelita tenía que relacionarse no solo con los de su pueblo sino también con extranjeros y forasteros con amor, justicia y fraternidad.

El Dios de Israel se presenta como un Dios compasivo, que escucha al pobre, al huérfano, la viuda, al extranjero o al necesitado. Es un Dios cercano que no se desentiende del sufrimiento ni de las necesidades de sus criaturas. Podemos preguntarnos hoy:

¿Qué imagen de Dios subyace en nuestros modos de relacionarnos con los demás?

¿Cuál es el mandamiento más importante?

En tiempos de Jesús, parece que había una multitud de normas y preceptos que el judío piadoso debía cumplir. Estos mandamientos no solo eran los escritos en la Torá sino que además, existían muchas tradiciones que habían sido impuestas por los fariseos. Con este panorama se entiende fácilmente que cualquier judío piadoso sentía la necesidad de una síntesis para comprender y vivir mejor su espiritualidad, es decir, su relación con Dios, con los demás, y consigo mismo.

El maestro de la Ley formula una pregunta clave: ¿cuál es el mandamiento más importante?

También nosotros hoy necesitamos hacer una síntesis de nuestra fe para comprender qué es lo más importante, qué es lo esencial en nuestra vida cristiana. Es un proceso necesario de maduración de la fe que, si no lo hacemos, corremos el riesgo de perdernos en una serie de tradiciones, mandamientos y reglas, que son secundarias.

Probablemente todos y todas sepamos la respuesta que le da Jesús al maestro de la Ley: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente” y “al prójimo como a ti mismo”. La respuesta de Jesús recoge lo mejor de la tradición del Pentateuco para hacer la síntesis de Dt 6, 5 y Lv 19, 18.34

Ahora bien, ¿cómo se concreta este mandamiento en nuestra vida cotidiana? ¿En qué se nota en nuestras vidas que “amamos al Señor”?

Es interesante fijarse con atención que lo primero que pide el Señor NO es el cumplimiento de una serie de mandamientos, sino más bien que sea amado con todo el corazón, toda el ama y toda la mente. Corazón, alma y mente en el mundo bíblico quieren significar la totalidad de la persona. El foco no está en el cumplimiento de preceptos sino en el amor a Dios y al prójimo. Sin amor a Dios, el cumplimiento de mandamientos y normas se vuelve inútil.

Quizá un problema no menor sea la segunda parte del mandamiento: amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¿Cómo amar al prójimo si uno no se ama a sí mismo? ¿en qué se refleja este amor a sí mismo?

Hay un elemento clave: no podemos desentendernos del otro: el semejante, el que está próximo a nosotros, el vecino, pero también del que está más lejano; el forastero, el extranjero, la viuda, el pobre y necesitado, el huérfano, etc. El amor a Dios se refleja en el modo que amamos, cuidamos y nos preocupamos de los otros, especialmente de los más pobres y necesitados. Es esto justamente lo que hemos leído en la primera lectura: Éxodo 22.

Pidamos al Señor la gracia de poder amarlo con todo nuestro ser y que esto se note en nuestro relacionamiento con los demás. En una Iglesia sinodal este elemento es clave. Necesitamos también amarnos más en la Iglesia, en la comunidad, entre los discípulos de Jesús. El amor a Dios también se debe reflejar en la escucha mutua para seguir haciendo caminos juntos.

Fr. Edgar Amado D. Toledo Ledezma, OP