domingo, 27 de noviembre de 2022

MOTIVOS PARA LA ESPERANZA, DIOS NO FALLA

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 27 de Noviembre de 2022. 1º de Adviento.

Vivimos una seria crisis de credibilidad de las instituciones clásicas que por siglos dieron fundamento a los valores humanos, culturales y religiosos: Familia, Escuela, Iglesia. Parecería que no hay ya más razones para la esperanza. Es una sensación real, pero necesita el esfuerzo de situar correctamente nuestro desencanto. La causa de la decepción son las personas y las instituciones, sus comportamientos, sus actuaciones, sus promesas incumplidas, sus debilidades y errores. Basados en los valores y en los proyectos más nobles podemos hacer grandes obras, pero también somos mezquinos y capaces de inhumanidades terribles.

El tiempo litúrgico del Adviento nos ofrece motivos de esperanza. El profeta Isaías nos lo manifiesta en la visión del Señor que reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios. Habla de la esperanza de tiempos nuevos y mejores, entreviéndola en medio de la turbulencia política, económica, social y religiosa que le tocó vivir. Dios no falla, es fiel en su amor y hace posible la vida humana en medio de todas las dificultades.

Reforzar la esperanza y la vigilancia

Solo podremos apreciar el amor de Dios con dos actitudes que el Adviento nos recuerda: la esperanza y la vigilancia.

Tener esperanza no es lo mismo que esperar. Esperamos cuando lo que llega se debe al esfuerzo humano. Tenemos esperanza cuando lo que adviene nos sobrepasa humanamente. Esperar nos sitúa en estado de receptividad. Esperar con esperanza es estar convencidos de que llegará algo que supera nuestras fuerzas, en nuestro caso el Reino de Dios en su plenitud.

Espera y esperanza no se contraponen, más bien la esperanza cristiana pasa a través de genuinas esperas humanas. Podemos esperar muchas cosas, pero tener muy poca esperanza y podemos tener una gran esperanza con pocas esperas humanas. Hay esperas pasivas, de los no comprometidos; hay esperas interesadas, del tipo ‘doy para que me den’; y hay esperas activas y creadoras, de los que aportan cada día su esfuerzo para tener un poco más cerca lo que esperan.

Esperar –con esperanza– es “desear provocando”, desear algo tan apasionadamente que uno se entrega a la realización de lo que espera. Dios nos ha prometido el Reino como una tarea, una misión, un quehacer apasionante. Adviento es tiempo para alimentar la virtud de la esperanza. Jesucristo esperó siempre activamente la venida del Reino, su plenitud, a pesar de los fracasos momentáneos. Y cuando todo parecía hundirse, él seguía fiel.

A la esperanza la complementa otra actitud imprescindible a la que nos invita el Adviento: Vigilancia.

Nos dice San Pablo: «Es hora de espabilarse porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer». Y Jesús: «Estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Vigilar es velar solícitamente durante un tiempo, hasta alcanzar el fin deseado. Exige tener los ojos abiertos y cuidar con responsabilidad. Vigilar ante la llegada de Dios equivale a estar despiertos, en disposición de servicio, atentos ante el futuro sin descuidar el presente, abiertos a reconocer la presencia de Dios y de su reino en los acontecimientos y a actuar en consecuencia.

Nuestro Adviento personal: Dios viene a mí

Ante la llamada a espabilarnos podríamos pensar que solo se trata de poner nosotros algo más de empeño, de atención, de buena voluntad en nuestra vida cristiana. Está bien ponerlo, es necesario, pero no es ni suficiente ni lo más importante. No se trata de lo que nosotros debemos hacer sino de lo que Dios hace en nosotros. La iniciativa la tiene él. El amor es suyo. Nuestra intervención es siempre segunda, en respuesta a la suya. Él es además el origen de nuestra respuesta, quien nos conoce y ama, quien comienza la relación viniendo a nuestro encuentro.

Cuando en Adviento repetimos la invocación: ¡Ven, Señor!, –como en el padrenuestro pedimos ¡venga a nosotros tu Reino!–, en realidad, no pedimos tanto que venga el Señor –ya está en nosotros– como que cada uno de nosotros comprenda y viva la presencia y la acción amorosa del Dios que viene a nosotros. Y que de ahí surja la respuesta de corresponder a su amor, a su venida constante.

San Pablo nos invita: «Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz». Quiere decir: Rechacemos toda manipulación de la verdad, toda dominación de unas personas sobre otras, todo lo que nos defrauda, nos decepciona y atenta contra la esperanza; y asumamos claramente las causas de la paz, de las relaciones justas, de la dignidad de todas las personas, de la verdad que nos hace libres, de los valores del Reino de Dios que ya vamos gustando y que fortalecen nuestra espera esperanzada de un Dios que viene a nosotros y desborda todas nuestras expectativas.

Al iniciar un nuevo Adviento descubramos a Dios como Padre, origen y causa de todo bien, y pidamos crecer en esperanza y en el amor que reaviva nuestra ilusión de vivir.

Fray José Antonio Fernández de Quevedo

domingo, 20 de noviembre de 2022

EL SALVADOR CRUCIFICADO, ESE ES NUESTRO REY

 

Reflexión Evangelio del Domingo 20 de Noviembre de 2022. 34º del Tiempo Ordinario. Solemnidad de Cristo Rey del Universo

1. El evangelio de Lucas forma parte del relato de la crucifixión, diríamos que es el momento culminante de un relato que encierra todo la teología lucana: Jesús salvador del hombre, y muy especialmente de aquellos más desvalidos. Lucas, con este relato nos quiere presentar algo más profundo y extraordinario que la simple crucifixión de un profeta. Por ello se llama la atención de cómo el pueblo “estaba mirando” y escuchando. Y comienza todo un diálogo y una polémica sobre la “salvación” y el “salvarse” que es uno de los conceptos claves de la obra de Lucas. Los adversarios se obstinan en que Jesús, el Mesías según el texto, no puede salvarse y no puede salvar a otros. Además está crucificado y ya ello es inconveniente excesivo para que el letrero de la cruz (“rey de los judíos”=Mesías) pierda todo su sentido jurídico y se convierta en sarcasmo. Está claro por qué ha sido condenado: por una razón política, acusado de ir contra Roma, en nombre de un mesianismo que ni pretendió, ni aceptó de sus seguidores.

2. Todo, en el relato, convoca a contemplar; emplaza al “pueblo” (testigo privilegiado de la pasión en Lucas) para que sea espectador del fracaso de este profeta que ha dedicado su vida al reinado de Dios, sin derecho alguno, y rompiendo las normas elementales de las tradiciones religiosas de su pueblo. Los profetas verdaderos no pueden acabar de otra manera para las religiones oficiales. Por lo mismo está en juego, según la teología de Lucas, toda la vida de Jesús que es una vida para la salvación de los hombres. La psicología del evangelista se percibe a grandes rasgos. El pueblo será “secretario” cualificado del fracaso de éste que se ha atrevido a hablar de Dios como nadie lo ha hecho; porque se ha osado recibir a los publicanos y pecadores, compartir su vida con hombres y mujeres que le seguían hasta Jerusalén. Este era el momento esperado… y, de pronto, un “diálogo” asombroso rompe, antes de la hora “tercia”, el “nudo gordiano” de la salvación. No va a ser como Alejandro Magno con su espada a tajo, en Godion de Frigia, para dominar el mundo por esa decisión drástica. Será con la oferta audaz y valiente de la salvación en nombre del Dios de su vida.

3. El diálogo con los malhechores (vv. 39-43), y especialmente con aquél que le pide el “paraíso”, es un episodio propio de Lucas que ha dado al relato de la crucifixión una fisonomía inigualable. La comparación que hemos mencionado con Alejandro Magno y el “nudo gordiano” sigue estando en pie a todos los efectos. Quien, crucificado, la muerte más ignominiosa del imperio romano, pueda ofrecer la salvación al mundo, podrá dominar el mundo con el amor y la paz, no con un imperio grandioso fundamentado en la guerra, la conquista, la muerte y la injusticia. Lucas es consciente de esta tradición que ha recogido y que ha reinventado para este momento y en este “climax”. Cuando ya está dictada la sentencia de impotencia y de infamia… la petición de uno de los malhechores ofrece a Jesús la posibilidad de dar vida y salvación a quien irá a la muerte innoble como él. No es un libertador militar… está muriendo crucificado, porque ha sido condenado a muerte. Los valientes militares morían a espada; los esclavos y los parias, en la “mors turpissima crucis”.

4. El malhechor lo invoca con su nombre propio ¡Jesús!, no como el de Mesías o el de Rey o incluso el de Hijo de Dios. Esto es algo que ha llamado poderosamente la atención de los intérpretes. Es verdad que, en la Biblia, en el nombre hay toda una significación que debe ser santo y seña de quien lo lleva. “Jesús” significa: “Dios salva” o “Dios es mi salvador”. Es una plegaria, pues, al crucificado, pero Lucas entiende que en todo aquello está Dios por medio. Es decir, que Dios no está al margen de lo que está aconteciendo en la cruz, en el sufrimiento de Jesús y de los mismos malhechores. La interpelación del buen ladrón como plegaria es para Lucas toda una enseñanza de que el crucificado es el verdadero salvador y de que por medio de su vida y de su muerte, Dios salva. Por tanto encontraremos salvación y salvación inmediata: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Esta es una fórmula bíblica cerrada para expresar la vida después de la muerte. No sabemos cómo ha llegado a Lucas este diálogo de la cruz, pero la verdad es que es lo más original de todos los evangelistas sobre esta escena de la pasión. Jesús es verdaderamente rey, aunque al margen de todas las expectativas políticas. El “nudo gordiano” se rompe, si queremos a tajo, por la palabra de vida que Jesús ofrece en nombre de Dios.

5. Este relato majestuoso tiene muy poco de deshonor. Lucas no entiende la muerte de Jesús como un fracaso. Y no lo es en verdad. Es el momento supremo de la entrega a una causa por la que merece dar la vida. Cuando todos los que están al lado de la cruz le han retado a que salve tal como ellos entienden la salvación, Jesús se niega a aceptarlo. Cuando alguien, destrozado, aunque haya sido un bandido o malhechor, le ruega, le pide, le suplica, ofrece todo lo que es y todo lo que tiene. Desde su impotencia de crucificado, pero de Señor verdadero, ofrece perdón, misericordia y salvación. Esta teología de la cruz es la clave para entender adecuadamente a Jesucristo como Rey del universo. Es un rey sin poder, es decir, el “sin-poder” del amor, de la verdad y del evangelio como buena nueva para todos los que necesitan su ayuda. “Hoy estarás conmigo en el paraíso” es la afirmación más rotunda de lo que este rey crucificado ofrece de verdad. No es la conquista del mundo, sino de nuestra propia vida más allá de este mundo.

Fray Miguel de Burgos Núñez

domingo, 13 de noviembre de 2022

PERSEVERANCIA EN DIOS

 

Reflexión del Evangelio Domingo 13 de Noviembre de 2022. 33º del Tiempo Ordinario.

Las lecturas que se proclaman hoy nos informan del cómo tenemos que tratar, cuidar, y asistir a nuestros hermanos. En los Evangelios cuando preguntan a Jesús ¿Quién es mi hermano? Él a su vez responde con una historia o parábola de quién es mi hermano o hermana, donde no sierra ninguna frontera y considera a todo el mundo como criatura de Dios. Lo mismo nos comentan en el libro de Malaquías movido por el Espíritu de Dios a anunciar a los del pueblo la conversión, esa conversión tiene unas pautas a seguir, la única condición que propone es la ley del amor, el pueblo nuevo tiene que caminar a la luz de Dios, y todos aquellos que no quieran entrar en esa dinámica, se están excluyendo ellos mismos en el mundo nuevo que en el Antiguo Testamento ya se hacía alusión las primicias del Reino, esos que no obran con el amor no podrán entrar en la morada de Dios.

El Salmo 97 Está a favor de la creación donde nos invitan a usar los instrumentos musicales que sabemos tocar, sonar… para alabar, con el fin de reconocer a Dios como el único con justicia. Cuando regrese reinará con justicia, esa justicia que nosotros los humanos anhelamos en un mundo cada vez más deshumanizado, un mundo lleno de codicia, poder y todas las avaricias que vosotros mismos sabéis. Pedimos con nuestras oraciones que con la gracia vayamos moldeando los corazones de los seres humanos, a fin de que todos seamos impregnados de la justicia divina.

Pablo en la 2 carta a los Tesalonicenses nos invita no sólo a los de aquella comunidad de tesalónica sino a toda aquella persona que se acerque a leer la carta, seamos o pertenezcamos a cualquier confesión. El trabajo digno es deber de todos, nos toca a nosotros cuidar la casa común, nos exhorta el papa Francisco en la encíclica “Laudato Si” un mandato divino. Nuestros padres en el desierto fueron alimentados con el maná, pero en nuestros días el pan se gana con sudor. El apóstol no sólo exhorta, sino que da con su ser el ejemplo, para que vean cómo cumple con lo que dice. Por el respeto que tenemos a los demás no seamos carga, sino que les ayudemos a cargar.

Si todos los miembros de la familia trabajaran por el objetivo que se han planteado entre ellos… aunque no sean de la clase alta… los que estarán alrededor de esa familia pensará que es millonaria, siendo que ellos mismos saben lo que están sufriendo cuando los otros les ven así. (sufrimiento, sacrificio, esfuerzo, constancia, y sobre todo amor; es lo que hacen para superar las pruebas cotidianas) los otros no verán ese esfuerzo muchas veces, solo se quedarán con la parte de la riqueza, olvidando lo mucho que se sufre por estar viviendo decentemente.

Los jefes los tiranizan… no tiene que ser así entre vosotros, el que quiere ser el primero sea el primer servidor. No saques el sustento de la otra persona, ni le quites lo que usa para sobrevivir. Si obras así estás fuera del mandato de nuestro Padre. No importe lo mal que trabajan los demás, tú en cambio hazlo con honradez, y tu Padre del cielo te lo premiará.

El conjunto de la obra Lucana es una misión de sanar a toda la humanidad, en estos relatos apocalípticos nos quiere hacer salir de nuestra zona de confort, y asistir a los más vulnerables. El Evangelio que escuchamos en el templo no tiene que quedarse allí, sino que tenemos que transformarlo y llevarlo a la gente que no conocen a Dios. La casa de Dios es una morada viva, no pretendamos ir a los templos a escuchar la palabra de Dios y seguir actuando como los fariseos, (imponiendo cargas que no pueden cargar) seremos hipócritas, soberbios como ellos. Si actuamos así es porque no hemos entendido la palabra de vida que Dios tiene para ti y para mí. Esa palabra tiene que llevarnos a los demás aceptando nuestras fragilidades.

En los momentos en los que vivimos hay mucha gente que llama a las puertas con nombres falsos, para ponernos miedo, una palabra sincera, de ternura, de amor no puede buscar a seguidores a base del miedo, temor, engaño, al contrario. La Palabra verdadera tiene que aportar paz, serenidad, esperanza y no como lo presentan mucha gente. Nos previene Jesús que ese tiempo ya está entre nosotros donde vendrán los falsos profetas en su nombre y tratarán de engañarnos para obtener algún beneficio, mayoritariamente suelen ser económicos. Abran bien los ojos para no caer en la tentación, para no quedar en la felicidad superficial. Esforcémonos en buscar la fe viva y verdadera. Es la única que nos puede salvar de nuestras malas hazañas.

Querido internauta la decisión está en tu mano, no seas obstáculo para los demás, no les pongas trabas en sus vidas, al contrario, tienes que ser como el samaritano, el que ayuda a que tus cercanos estén a gusto disfrutando de tu compañía. Sé luz de caminos, sé mediador… con el fin de llevar a Dios a toda la gente de buena voluntad, no te quedes con la Buena Noticia, eres un instrumento clave para seguir dando gloria a Dios. Que el Señor les bendiga y les ayude a dar lo mejor de vosotros. Amén

Fr. Salvador Becoba Raso O.P.

Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)

domingo, 6 de noviembre de 2022

LA FE EN DIOS Y EN LA RESURRECCIÓN

 

Reflexión Evangelio Domingo 6 de Noviembre de 2022. 32º del Tiempo Ordinario.

La vida después de la muerte es uno de los grandes interrogantes que atraviesan la historia humana. Con sufrimiento experimentamos la muerte, pero, al no tener evidencia de la vida resucitada, sentimos angustia ante una existencia que llegará a su fin.  Solo Dios, que nos regala ese don, tiene una palabra sobre la misma. Jesús, respondiendo a los saduceos que negaban la resurrección de los muertos, se apoya en lo que constituye el núcleo de la revelación bíblica del Antiguo Testamento: el vínculo de amistad que Dios estableció con los patriarcas, un vínculo tan fuerte que ni siquiera la muerte puede romper. Su mismo nombre es: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob; no es Dios de los muertos, sino de los vivos, porque para él todos están vivos.

Pero es desde su profunda e íntima experiencia del Padre que Jesús nos manifiesta que el interés de Dios por la humanidad no es algo limitado a un determinado periodo de tiempo. Dios nos ama siempre, ofreciéndonos la vida eterna como horizonte y plenitud de nuestra historia personal y coronación de su obra creadora en nosotros. Esto no estará a nuestro alcance hasta que vivamos el trauma de la muerte, condición indispensable para este nuevo nacimiento. A la luz de la fe, la tragedia de la muerte no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de su plena realización.

¿Quién habita el anhelo de permanencia y salvación?

La sociedad contemporánea parece haber perdido el horizonte de un posible futuro después de la muerte; es evidente que muestra poco interés por la vida eterna; le preocupan más las realidades de este mundo en las que, justamente, se siente profundamente implicada. Sin duda que puede presumir de grandes logros, a la vez que afronta serias crisis que manifiestan su fragilidad, incluso en sus mejores aspiraciones y proyectos.  Ello crea inseguridad y origina un vacío de confianza, característica de nuestra época, según una opinión bastante generalizada.

Sin embargo, en el corazón humano no se apaga ese deseo profundo de permanencia, ese anhelo de que las experiencias más bellas y gratificantes de la vida no tengan un límite de tiempo; el horizonte de la vida terrena se antoja demasiado reducido para llenar sus aspiraciones.

Como creyentes en Cristo nos preguntamos si estamos dispuestos nosotros a dar testimonio de que, en lo profundo de esos anhelos, está Dios como el misterio de salvación y de permanencia que buscamos. Que la muerte, que tanto tememos, no significa el fracaso de una vida, sino el comienzo de otra más plena. ¿Cómo vivirlo? ¿Cómo testimoniarlo a nuestros hermanos que se van alejando de la fe?

Mientras Jesús afirma con claridad que los muertos resucitan, no nos desvela los detalles de esa vida nueva que nosotros no podemos imaginar porque escapa a los esquemas de este mundo. Nos gustaría saber más, quizá por el afán de poder controlar el más allá como deseamos controlar el presente. Sin embargo, Jesús se limita a pedirnos una respuesta de fe y confianza en el Dios fiel, que es Padre y quiere que todos sus hijos vivan. Confiados en las promesas de Jesús, nos presentaremos ante el Padre, que es amor y misericordia, y en sus brazos entraremos en esa nueva realidad que colmará todas nuestras aspiraciones.

La esperanza que da sentido a nuestro presente

La esperanza en el Dios de la vida se manifestará en cómo afrontamos el presente. Fe en la vida eterna   no es una invitación a desviar nuestra atención y compromiso del aquí y ahora, permaneciendo paralizados y vueltos hacia un futuro que no sabemos cuándo llegará. Más bien nos urge a llenar nuestro presente con un significado nuevo, comprometiéndonos con nuestros hermanos a crear un ambiente más humano y fraterno.

El que vive en la esperanza de la resurrección, aún dentro de su pobreza, va sembrando vida con sus palabras, sus gestos, sus decisiones. Es capaz de compartir lo que tiene y lo que vive porque se sabe hermano y compañero de camino en esta peregrinación hacia la casa del Padre. Ahí es donde se juega nuestra fe y nuestra esperanza

Cristo es nuestro modelo.  Él vivió aliviando el sufrimiento y liberando de toda clase de miedos a las gentes que le seguían. Contagiaba una confianza total en Dios. Su preocupación fue hacer la vida más humana, tal como lo desea el Padre. La resurrección de Jesús es la prueba de que su vida y su entrega hasta la muerte tuvieron un sentido.

Es cierto que nuestra fe y confianza son frágiles; las dudas y el desánimo están siempre al acecho. Sin embargo, la Pascua de Cristo, su victoria sobre el mal y la muerte, nos alienta a vivir en la confianza de que él sigue acompañando la humanidad hasta su último destino. Dios que es fiel y nos ha llamado a esta grande esperanza, nos conforta para que un día sea realidad.

Hace poco una persona creyente me comentaba que, salvando las distancias, él entendía la fe como creer y confiar en la cosecha abundante de un campo de trigo, cuando aún es invierno, la semilla ha desaparecido bajo tierra y en las manos tenemos solo un puñado de granos. Creer que Cristo ha resucitado da profundidad a nuestra vida de fe, la hace confiable. De lo contrario ¿Cómo podríamos aceptar el invierno, el cansancio, la espera si no hubiera verano ni cosecha? "Dios es de los vivos, no de los muertos, porque para él todos viven”.

Fr. Pedro Luis González González

martes, 1 de noviembre de 2022

UNA MIRADA, UNA CERTEZA Y UNA PROPUESTA

Reflexión Evangelio 1 de Noviembre de 2022. Solemnidad de Todos los Santos

Ana María Díaz, trabajadora social y terapeuta familiar, escribe en su libro, "Los ocho caminos de felicidad": «No es fácil comprender cómo en la propuesta de Jesús, los dichosos ya no son los ricos y satisfechos, sino los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y son perseguidos. Esta radical inversión nos lleva a concluir que la propuesta de Jesús no es una propuesta “marketera”. No responde a anhelos periféricos. Es una propuesta que solo comprende quien la ha vivido. Por esto, las bienaventuranzas son una exhortación en nombre de la propia experiencia de felicidad. Tiene un cierto carácter secreto, sólo comprensible para quienes han pasado por la experiencia.» Tenemos este modelo en los santos que nos han precedido.

Los textos de la liturgia de hoy nos presentan una forma de mirar, una certeza y la renovación de una propuesta de vida.

La visión nos es transmitida por el relato del libro del Apocalipsis. El texto nos ofrece una mirada de esperanza en tiempos difíciles. El triunfo de Cristo, el Cordero, que trae la salvación a todos. Se nos invita a la alabanza. Por un momento somos parte de la liturgia en la Jerusalén Celeste, junto todos aquellos que han entregado su vida generosamente.

La certeza nos viene dada por el fragmento de la carta de san Juan. Dios es Amor, y desde la dinámica del amor nos engendra como hijos. Ser hijos de Dios nos va configurando de una manera nueva. Nos vamos reconociendo hermanos en medio de un mundo plural. «Si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o vive fuera de los límites del propio país.» (FT 125). Estamos llamados a ser reflejo de esta dinámica del Amor de Dios.

La fiesta de Todos los Santos nos invita a renovar el camino de felicidad que nos ofrece Jesús y que Él manifiesta en las Bienaventuranzas.

El Papa Francisco nos ha exhortado a “Vivir el espíritu de las Bienaventuranzas, a la luz del Maestro”, como camino de santidad. En los números 67 al 94 de Gaudete et exsultate, va desglosando cada una de las Bienaventuranzas y las va aplicando a lo concreto de la vida. En cada una de ellas el Francisco nos ofrece un breve corolario. Tal vez, hoy pueda ayudarnos hacer memoria de los mismos en forma de binomios:

“Ser pobre en el corazón, esto es santidad”, porque desde allí podemos, “aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas.”

“Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad”, que nos lleva a “sembrar paz a nuestro alrededor.”

“Saber llorar con los demás, esto es santidad”, que nos permite, “mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor.”

En el corazón de su propuesta Jesús nos anima a “buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad”, para, “mirar y actuar con misericordia.”

Que la Fiesta de Todos los Santos nos permita hacer memoria agradecida y nos impulse a construir el Reino cada día.

Fray Edgardo César Quintana O.P.