Reflexión Evangelio del Domingo 3 de Julio de 2022. 14º del Tiempo Ordinario
«Así dice el Señor: “Yo haré derivar hacia ella (Jerusalén) como un río la
paz”», así describe el profeta Isaías la forma en que se compromete Dios con su
pueblo y abre la esperanza de algo nuevo en medio de la dificultad. «La paz y
la misericordia de Dios vengan…» sobre quienes son criaturas nuevas y se
glorían en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, desea Pablo. «Cuando entréis en
una casa, decid primero: “Paz a esta casa”», recomienda Jesús a los que envía
por delante de él.
La Iglesia ha venido creciendo en sensibilidad hacia la necesidad de
evangelizar nuestro mundo y hacerlo caminando juntos todos los bautizados
(sinodalidad). La paz es un regalo de Dios que podemos saborear si nos hacemos
criaturas nuevas. Anunciar, con palabras y con acciones eficaces, que el Reino
de Dios está cerca tiene mucho que ver con anunciar paz, desearla y
construirla.
¿Quiénes tienen que anunciar?
Jesús va ya resueltamente hacia Jerusalén. En el camino aprovecha para
formar a sus discípulos con enseñanzas prácticas y explicaciones sobre la
disposición que debe tener un seguidor suyo. Es entonces cuando envía por
delante de él a setenta y dos de sus seguidores. Les hace ver que el
seguimiento les traerá riesgos y conflictos. Cuando se trata de evangelizar
cobra mayor sentido la radicalidad que les exige. Solo quien se desprende de
viejos intereses, de valores y de seguridades humanas, podrá anunciar que el
Reino de Dios ya está aquí.
Pide que roguemos a Dios para que envíe operarios a su mies. Somos todos
los bautizados, todo el pueblo de Dios en camino, los que hoy día Jesús designa
para llevar adelante su misión. Forman ese pueblo jerarquía, clero,
consagrados… y también maestros, padres de familia, catequistas, visitadores de
enfermos, coordinadores de grupos bíblicos, animadores de pequeñas comunidades
cristianas, miembros de un grupo de liturgia…
No escasean solo clero y religiosos, también hay escasez de cristianos que
entiendan su presencia en la familia, en la sociedad y en la Iglesia como una
misión evangelizadora. Es mucho el trabajo para hacer de este mundo un lugar
donde reine Dios, y los dispuestos a emprenderlo son muy pocos. Para hacerlo,
es necesario comprender y aceptar previamente que todo cristiano está llamado a
ser evangelizador en el lugar y en el ambiente donde desarrolla su vida.
Implicar a todos es una de las claves del Sínodo que actualmente vive la
Iglesia.
¿Cómo anunciar?
El contenido del mensaje es la paz y el anuncio de que está cerca el Reino
de Dios. La paz es la primera señal del Reino. No sería auténtica si no la
acompañan valores sociales como la justicia, la solidaridad, la fraternidad.
Pero nunca la lograremos en los ámbitos sociales y políticos si no la
construimos antes en nuestras relaciones con las demás personas, con Dios, con
uno mismo, con el entorno natural que nos rodea. ¿Son pacíficas las relaciones
que establecemos en el seno de la familia, del vecindario, del lugar de
trabajo, de la comunidad cristiana? ¿Nos sentimos en paz con Dios? ¿Vivimos una
realización personal libre de tensiones y en paz interior?
Un aspecto importante de la misión es la sencillez de medios. Lo
fundamental es transmitir nuestra experiencia de Jesús de Nazaret. Requiere
conversión de vida y disposición radical para escuchar su palabra y anunciarla
con valentía. Deben brillar más la fuerza de la oración y de la cruz, de la
palabra y del testimonio, que la riqueza de medios. Es decir, deben brillar los
valores esenciales del Evangelio.
Evangélica es la oración («rogad, pues, al dueño de la mies…»). Evangélica
es la desinstalación, que produce disponibilidad y dinamismo («Poneos en
camino… y no saludéis a nadie por el camino…», «No llevéis bolsa, ni alforja,
ni sandalias…»). Evangélico es el valor y el riesgo de quien busca construir
el Reino y no su prestigio o su bienestar personal («Mirad que os envío como
corderos en medio de lobos…», «Pero si entráis en una ciudad y no os reciben…»).
Evangélica es la amistad, la aceptación amable de lo poco que puedan ofrecer
los evangelizados («Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que
tengan…», «No andéis cambiando de casa en casa»). Y evangélico es también un
respeto a la libertad de todos, escuchen o no el mensaje que se les lleva
(sacudirse el polvo de los pies).
Aún hay algo más. Al evangelizar, lo fundamental es la fidelidad de los
evangelizadores, no el éxito que obtengan («Estad alegres porque vuestros
nombres están inscritos en el cielo»). Tengamos éxito en la misión o fracaso,
la última palabra es de Dios.
¿Tenemos conciencia de que nuestro mundo necesita ser evangelizado? ¿Nos
sentimos operarios de esa evangelización en los lugares y en los ambientes
donde vivimos? ¿Asumimos las instrucciones que Jesús da a los que envía?
Fray José Antonio Fernández de Quevedo