domingo, 25 de junio de 2023

NO TENGÁIS MIEDO

 

Reflexión Evangelio Domingo 25 de Junio de 2023. 12º Tiempo Ordinario.

Tres veces Jesús les dice a los discípulos que no tengan miedo.

El miedo es algo normal. Es la reacción frente a una amenaza o a un riesgo. El miedo nos ayuda a protegernos. Tal vez por eso cuando Jesús envía a los discípulos les dice: “Los envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas”. En este sentido el miedo nos abre a la prudencia. Pero a veces los miedos son de otra índole y hasta pueden producirnos pánico, pero sobre todo nos paralizan, nos encierran, nos hacer vivir con tristeza.

Jesús nos invita a afrontar los miedos de nuestra vida.

El miedo a lo diferente. Hoy pareciera ser más fácil confrontar que proponer, polemizar que dialogar, hablar que escuchar. Don Miguel Hesayne, pastor obispo del sur de Argentina, decía: «El odio destruye. El amor construye. Existimos porque somos una idea cariñosa de Dios-Amor.»

No tengamos miedo a ser vulnerables: a la frustración, a la enfermedad, al sufrimiento, al dolor o a la muerte. A través de ellos podemos experimentar la necesidad de que nos cuiden o la capacidad de cuidar. Todos somos frágiles y allí está la posibilidad de reconocernos humanos. En esas realidades es donde más claramente percibimos que Dios nunca nos deja solos, que siempre está con nosotros en el camino de la vida, que nos toma de su mano: “Cuando vean esto los pobres que te buscan, se pondrán muy alegres, y recobrarán el ánimo” (Sal 69,32).

No tengamos miedo a la utopía del Reino que impregne la misión que el Señor ha querido compartir con nosotros. A no dejarnos ganar ni por la comodidad, ni por el desgano. A vivir nuestra fe desde el riego, la apertura de corazón y el amor.

Fray Edgardo César Quintana O.P.

domingo, 18 de junio de 2023

AL VER JESÚS A LAS GENTES, SE COMPADECÍA

 

Reflexión Evangelio del Domingo 18 de Junio de 2023. 11º del Tiempo Ordinario.

La muchedumbre deja espacio al pueblo

Quien mida la popularidad de alguien por la cantidad de gente que pueda reunir en una plaza o en un estadio, puede entrar en una dinámica de obsesión por la audiencia; “llenar las iglesias”, puede ser la obsesión de alguno de nosotros. En determinados informes eclesiásticos hay mucha preocupación por las estadísticas; pocos bautizos, pocas confesiones, pocas bodas, muchos entierros…

Precisemos que Dios ama la muchedumbre (de ella se habla en la Biblia muchas veces) pero tal vez no tanto cuando la enfermedad por la estadística la convierte en multitud.

En las faldas del Sinaí, Yahvé pone delante a la muchedumbre, a la masa de unos fugitivos, lo que ha hecho en su favor y cómo los ha traído hacia sí. Pero lo más importante es que ahora, les adelanta su promesa: “seréis mi pueblo”; dejarán de ser muchedumbre para convertirse en pueblo de la nueva alianza, propiedad de Dios.

No cabe pensar que la respuesta haya sido unánime, ya que la decisión de convertirse en pueblo, es una decisión libre de quien quiera dejarse poseer por Él y ahora dé testimonio personal de lo que Yahvé ha hecho por su pueblo: conservar la memoria viva de la liberación obtenida gracias a la intervención de quien, a partir de ahora, ha hecho posible que sean pueblo de Dios; una nación santa.

También Jesús se encuentra con la multitud en el evangelio; con una multitud que estaba extenuada y abandonada… y se compadece de ella. Tal vez en el fondo, la preocupación del mismo Jesús, sea que esta multitud sea algo amorfo, anónimo e impersonal (recordemos que a Jesús siempre le ha gustado en el encuentro personal y directo), números más que rostros, cantidad más que personas.

La multitud del Evangelio (nuestras multitudes), susceptible de engaños, manipulable, instrumentalizable… y que vive en estado de dispersión y de abandono, despierta la ternura de Jesús y la expone a sus discípulos con la imagen de la mies, imagen cargada de esperanza. Y lo hace para implicarlos, para implicarnos, en la “compasión” (para que padezcan con ellos) y en su misión, en su proyecto de dar vida. Para convertir esa muchedumbre en verdadera comunidad de vida (pueblo de Dios).

Distantes por excesivamente cercanos

Volvamos a lo nuestro: masa y pueblo. Cuando hacemos cola en el banco, cuando vamos en el bus o el metro como sardinas o soportando la caravana en la autopista, es una fiel imagen de ser lo más deprimente de la multitud (cuando nos rodeamos de desconocidos); porque no hay experiencia de conocer y compartir el misterio de cada persona. Pero también en la multitud, paradójicamente, podemos escondernos como en un refugio secreto para no ser contactados. La enfermedad de la multitud es el desconocimiento.

Jesús conoce a cada uno por su nombre. Por lo tanto, convertirse en pueblo, en comunidad, arranca de un encuentro personal con aquel que sabe de nosotros y nos llama por nuestro nombre, para encontrarnos y conocernos unos a otros. Rostro abierto que descubre y expone, que parte y reparte circularidad a la vida. No se trata de estar junto al otro sino de crear comunión. En la verdadera comunión el otro es interesante para mí, sin comprometer su libertad y sin avasallar su intimidad.

A los discípulos no se les invita a poner orden y filas en la multitud, ni a organizarla o adoctrinarla, sino a sanar y curar la resignación de ser solamente multitud y masa inerte.

Misión para convertirse (conversión) en verdadera comunidad

Jesús no se queda impasible ante la necesidad de la humanidad; él siempre urge, en este caso, urge a los apóstoles a tomar partido, a actuar, a no esperar; las ovejas necesitan pastor para no perder la identidad, para sentirse unidas. El Reino está cerca y necesitamos experimentar los signos que le dan identidad: sanar de nuestras enfermedades (nuestros intereses personales, nuestro egoísmo), resucitar los muertos (tantas zonas ocultas de nuestra vida que se secan y se malogran) limpiar los leprosos (cuántos otros, los más necesitados, necesitan entrar en nuestra vida para desequilibrar nuestras falsas seguridades), arrojad demonios (liberarnos de tantas negritudes del pasado que opacan nuestro presente). Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis. Todo es un servicio gratuito; si no lo ves así, será mejor que busques trabajo en otra empresa que te asegure trienios, sexenios y jubilación anticipada antes de los sesenta y cinco.

Hermanos, hermanas, el evangelio de Jesús no se deja domesticar (ya se encarga de ello el Espíritu), ni se tasa ni se vende, no es monopolio ni se deja manipular. El evangelio es buena noticia para los pobres y todos estamos llamados a una misión común (que no es la de que todos -estadísticas- sean cristianos): Dios te ama y te llama para contribuir a que el Reino sea amor.

Y como creo que todo depende de cómo miro lo que hago, te invito a mirar siempre a los demás con mucho amor.

Tal podría ser el objetivo de esta semana: mirar las cosas con amor; al final de cada día, sería muy agradable anotar en tu libreta, una pequeña o gran lista de las cosas que miraste con amor.

Fr. Juan Luis Mediavilla García

miércoles, 14 de junio de 2023

EL DÍA DEL CORPUS

 El pasado domingo, con motivo de la Solemnidad del Corpus volvieron a repetirse instantes emotivos en torno a la adoración al Stmo. Sacramento. Traemos varias instantáneas de los altares montados por las Hermandades, particulares y de detalles del ambiente durante el recorrido.


FRANCISCANA HERMANDAD DE LA HUMILDAD


HERMANDAD DE LA MAGDALENA

HERMANDAD DE LA SOLEDAD


MUY ANTIGUA HERMANDAD DE PADRE JESÚS NAZARENO


ALTARES PARTICULARES Y DE VECINOS

 

domingo, 11 de junio de 2023

EL QUE COMA DE ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 11 de Junio de 2023. Corpus Christi.

La celebración de la Eucaristía hoy, nos interpela: ¿Experimentas tú a Jesús como Pan de Vida?  ¿Te sientes llamado a ser con El, Pan partido para los demás?

La Eucaristía es “Pan de Vida”

Con el discurso del Pan de Vida San Juan quiere explicar lo que vivimos en la Eucaristía. En él no utiliza la expresión Cuerpo, sino Carne,que nos acerca al misterio de la Encarnación, y al hombre pobre, frágil y con necesidades, que se expresa con las manos abiertas. Con este Pan Jesús se presenta como dador de una vida que no acaba.El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. La felicidad y la eternidad dependen de nuestra capacidad para acogerlo y hacer como El: “Partirse y Repartirse”. Así nos lo ofrece Santo Tomás ¡Oh Banquete precioso y admirable, Banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso que este Banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios? (Sto. Tomás. Op 37. Fiesta Corpus)

“El Pan de Vida” y el hambre de plenitud, en medio del desierto cotidiano

Los judíos en el desierto sentían hambre. Y Dios les dio pan para comer el maná caído del cielo. También Jesús se presenta a sí mismo como otro Pan que sacia nuestra hambre de Dios: “Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre”. El Pan es  símbolo  de todo lo que nos da vida, de todo lo que sacia. Jesús nos asegura que en medio del desierto, la pobreza, el vacío, y sin sentido de la vida, nos alimentará con este Pan para poder continuar el camino. Jesús identifica el Pan que reparte con la Carne que entrega para la salvación del mundo, que corresponde al anhelo de amar y ser amados. Jesús, que en la cruz nos ama hasta el extremo,  sacia nuestra necesidad de Dios con el Pan de Vida. Si aceptamos este alimento no sólo como comida material, sino en su significado sagrado,  saciamos nuestra hambre de  plenitud. Por eso, nos acercamos a Él como pobres, con la mano abierta para recibir el Pan de la vida y llenar con El, todos nuestros vacíos; comulgamos haciendo un acto de fe; acogiendo en silencio a Jesús, que nos dice: Pastoal fin tuyo soy¿Cuál dará mayor asombro, el traerte yo en el hombro, o el llevarme tú en el  pecho? Muestras son de amor estrecho que aún los más ciegos  las ven. (L.Góngora)

“La vida Eterna y Resucitada”, la recibimos con el Pan de vida

La Eucaristía en Juan es una experiencia de resurrección. En el Pan, Jesús nos da su propio cuerpo, entregado por nosotros, pero resucitado, Cuando comemos este Amor hecho Pan, nos damos cuenta de que es Jesús mismo el que sacia nuestra hambre de plenitud: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,54). Vida eterna no significa vida después de la muerte, sino vida plena ahora, Cuando recibo el Pan eucarístico, ya estoy tocando mi meta: el Amor de Dios. En la Eucaristía se produce un encuentro personal  con Cristo Resucitado, por lo que Ignacio de Antioquia  la llama medicina de la inmortalidad.

La Eucaristíanos alimenta con  la vida que Jesús tiene ahora, en la que ya no cabe la muerte. La Presencia personal de Jesús en la Eucaristía es la forma de  vivir con Él y de Él, y  nos resucitará en el último día. Como Presencia de Cristo Resucitado, la Eucaristía  es un adelanto sacramental de la vida eterna. Tendremos que pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe,  esta muerte es el paso a la Vida eterna. Como confesaba Santo Tomás. El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, divinizase a los hombres, Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros (Sto. Tomás o.c)

Comemos el Pan para “Eucaristizar la vida y Cristificar la fe”, por la Caridad

Comer a Cristo en la Eucaristía es una cristificación...Comer a una persona es acogerla, es creer en ella, es complementarse con toda su vida.Comer es amar. Esto  nos reclama: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.  Eucaristizar y cristificar la vida es posible, cuando vivo así el Sacramento del Amor

”Considera lo que realizas”:

“Imita lo que conmemoras”.

“Y conforma tu vida con el Misterio de Cristo”.

“Sed lo que veis y recibid lo que sois”. ( S. Agustín. Ser 272).

Si vivimos así  la Eucaristía, podemos estar abiertos a los demás, pues la caridad está en lo profundo del Misterio que celebramos.

Acercarse al Misterio de la fe en la Eucaristía, no sólo no aleja de los hermanos sino que une y compromete más con los excluidos.

La Eucaristía exige un amor universal, en el que nadie quede excluido. Todos son invitados a participar de él.

Quien se acerca a la Eucaristía no puede quedar indiferente ante el clamor de los pobres. Si todavía no ves a Dios en la Eucaristía, es que no te has acercado suficientemente a tus hermanos. No hay oración, y compromiso de Caridad  como la Eucaristía. Por este Sacramento, se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los bienes espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.(Santo Tomás o.c)

¿Cómo valoro y  vivo la participación frecuente en la Eucaristía?

¿Qué alcance tiene para mí una vida eucaristizada por el amor?

¿Me humaniza y compromete más la Eucaristía?


Fray José Antonio Segovia O.P.

domingo, 4 de junio de 2023

“DIOS ENVIÓ A SU HIJO AL MUNDO PARA QUE SE SALVE"

 

Reflexión Evangelio Domingo 4 de Junio de 2023. Solemnidad de la Stma. Trinidad

Toda nuestra vida es una búsqueda de la verdad. Queremos conocer la verdad de las cosas que nos rodean, la verdad de las personas, nuestra propia verdad, pero sobre todo hay en el corazón humano una sed por conocer la Verdad más importante, a Dios como Verdad, principio y fin de toda Verdad. San Agustín expresaba esta sed con las siguientes palabras bien conocidas: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» (ConfesionesI, 1,1).

Podemos reseñar aquí brevemente tres formas distintas de conocer:

La primera forma de conocer la realidad consiste en dominarla. Conocemos algo en la medida en que lo dominamos o ejercemos una influencia sobre ello. Este modo de conocimiento, que puede ser muy positivo en el ámbito de las ciencias experimentales, es desastroso en el ámbito de las relaciones personales. No es difícil sucumbir a la tentación de relacionarnos con los otros ejerciendo sobre ellos una influencia o dominio, pretendiendo que sean como nosotros queremos o que piensen de acuerdo con nuestras ideas, imponiendo nuestro modo de entender la vida, nuestro modo de entender el bien y el mal, la felicidad, la diversión,… A veces esto se proyecta también en nuestra relación con Dios, intentando dominarlo, ponerlo de nuestra parte, en lugar de ponernos en sus manos incondicionalmente con confianza.

Otro modo de conocer es tratar lo conocido de forma indiferente, sin que afecte en nada a nuestra vida. Tampoco este modelo es el que debe regir nuestras relaciones interpersonales ni nuestra relación con Dios. Sin embargo, tampoco este modo de proceder nos es ajeno, sobre todo cuando hacemos que Dios pase a un segundo plano o somos indiferentes a su presencia. Esto parece echar por tierra toda una historia en la que Dios mismo se ha esforzado por salir a nuestro encuentro y darse a conocer en una relación auténtica marcada por el amor, en la que el único objetivo es compartir con nosotros su felicidad.

Finalmente, un tercer modo de conocer consiste en poner en juego todas nuestras facultades, todo lo que somos, nuestro corazón; cosiste en entrar en relación con la realidad dejándose afectar y transformar por ella. En el mundo de las relaciones personales, familiares y sociales, este es el modo de conocimiento propio de una persona madura, que sin duda ha pasado por otras etapas, pero que ha logrado superarlas, aunque todavía le quede mucho camino por recorrer. Este es el modo auténtico por el que llegamos a conocer un poco la Verdad de Dios; este es el único camino para establecer con él una relación profunda y verdadera. Pascal decía que «para conocer a una persona es necesario comprenderla, y para comprender a Dios, es necesario amarlo». Toda la existencia terrena de Jesús trata de quitar los obstáculos que nos apartan de Dios para restablecer con él la comunicación rota. Toda su vida es una revelación de Dios, especialmente su encarnación, muerte y resurrección. En ella se nos revela el misterio trinitario, misterio que trata de entablar con cada ser humano una relación personal, amorosa, y de convertir a la humanidad entera en una comunidad de amor, en una familia donde reine el amor, la armonía y la paz.

Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo está en el origen de nuestras vidas, es él quien las sostiene y su meta definitiva. No es indiferente, ni accidental ni superfluo saber que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino que en la Trinidad encontramos un verdadero modelo de vida y de conocimiento de la realidad.

En Jesucristo, Dios se muestra como «una comunidad» de amor en la que hay un gran respeto de las diferencias. Así es el amor verdadero: respetuoso. El Padre no es el Hijo y el Espíritu, pero tampoco pretende suplantarlos. El Hijo no es el Padre ni el Espíritu, pero también respeta la alteridad que se da el seno mismo de la Trinidad. Lo mismo hace el Espíritu Santo. Algo semejante sucede en sus relaciones con nosotros: la Trinidad nos respeta porque nos ama; Dios no nos suprime, no nos sustituye, no nos suplanta, no nos impone su voluntad o su ley por la fuerza, sino que nos deja libres; hacerse amar por la fuerza no tendría sentido. Y si nuestras decisiones nos llevan al fracaso, nos tiende la mano para volver sobre nuestros pasos y retomar el camino de la vida.

La primera lectura de este domingo nos sitúa en un contexto en el que el pueblo elegido por Dios se había rebelado contra él porque no soportaba no poder verle con los ojos físicos. La fabricación del becerro de oro le daba al pueblo una especie de dominio sobre Dios. La primera vez que Moisés se había encontrado con Dios fue ante la zarza ardiente conoció la preocupación del Señor por su pueblo. Pero, después de este pecado de idolatría, ¿Cómo era Dios?, ¿Cómo reacciona ante la infidelidad humana? Y Moisés tuvo el atrevimiento de pedirle que le mostrara su gloria. Dios accedió en parte a esta petición y pasó ante él diciendo: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Estas palabras son como la carta de presentación del mismo Dios. En ella resalta su compasión, misericordia, clemencia y lealtad.

En la segunda lectura san Pablo habla del Señor como un «Dios de amor y de paz». Su presencia se hará palpable en quienes tienen y mismo sentir y se esfuerzan por ser artesanos de la paz. Quienes viven según los valores del Evangelio sintonizan con el misterio de Dios; conocen a Dios por una cierta connaturalidad con él.

El pasaje evangélico de este domingo recoge una de las afirmaciones que más ha ayudado a difundir el significado del amor en la historia del cristianismo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». Para salvarnos, Dios nos ha dado lo más querido. De este modo nos ha mostrado la grandeza de su amor. Por el Antiguo Testamento ya sabíamos que Dios ama al mundo. Pero el Nuevo Testamento nos revela la grandeza de este amor. Si Cristo no hubiera muerto por nosotros podríamos conocer que Dios nos ama, pero no hasta qué punto. Muchos cristianos han encontrado en estas palabras la paz del corazón.

Creer en Jesús en adherirse a él, apegarse a su persona, confiar en él.

La salvación consiste en vivir en paz con Dios, con uno mismo y con los demás; es decir, vivir como hijos de Dios y como hermanos de los otros.

La vida eterna es más que la vida biológica; nos remite a otra dimensión de la vida; es la vida del Espíritu Santo en nosotros. Tener vida eterna es compartir la vida íntima de Dios.

Que toda nuestra vida esté impulsada por el deseo de conocer y amar cada día más este Dios Trinidad, así como por el firme propósito de imitarlo en la medida de nuestras posibilidades.

                                                                       Fray Manuel Ángel Martínez Juan