sábado, 26 de agosto de 2017

LA LLAVE DE PALACIO


Reflexión Homilética para el Domingo 27 de Agosto de 2017. 21 del Tiempo Ordinario, A.

“Llamaré a mi siervo, a Eliacín… Colgaré de su hombro la llave del palacio de David; lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá”. Con este oráculo divino, el profeta Isaías anuncia que Sobna, mayordomo de palacio, será destituido de su cargo y reemplazado por Eliacín (Is 22, 19-23).

Al menos cuatro imágenes contribuyen a reflejar el poder que le será otorgado por el Señor: le vestirá una túnica y le ceñirá una banda, le entregará la llave del palacio y lo hincará como un clavo en sitio firme. Todo un ritual cortesano para indicar que es el Señor quien elige y quien confiere la autoridad.

Ante la decisión de Dios, al elegido solo le queda repetir con el salmo: “El Señor es sublime, se fija en el humilde y de lejos conoce al soberbio. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos” (Sal 137,6.8). Dios es el Señor. Nadie puede ser su consejero, como escribe san Pablo (Rom 11,33-36).

LAS PREGUNTAS

El texto evangélico que hoy se proclama nos lleva a Cesarea de Filipo (Mt 16,13-20). Parece que el Maestro quiere ofrecer un lugar y un tiempo de descanso a sus discípulos. Precisamente allí, cerca de las fuentes del Jordán, Jesús les dirige dos preguntas que se refieren a su identidad y a la actitud de sus seguidores.

- “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” ¿Se trata solamente de conocer las opiniones existentes sobre el Mesías? ¿O se pretende recoger la imagen con las que las gentes identifican ya al mismo Jesús? En cualquiera de las hipótesis, la respuesta no comprometía demasiado a los discípulos.

- “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” ¿Se trata de controlar la información que los discípulos van dando a la gente sobre su Maestro? ¿O se pretende saber qué significa ya Jesús en la vida de cada uno de ellos? En ambos casos, la respuesta que den implica una confesión de la postura y las expectativas de sus seguidores.

LA RESPUESTA

A la primera pregunta responden “ellos”, es decir, los discípulos. A la segunda responde solo Simón con una admirable confesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús replica con una bienaventuranza, una revelación y una promesa.

- “Bienaventurado tú, Simón”. El apóstol ha podido hacer esa confesión de fe porque el Padre celestial le ha revelado la identidad de Jesús. Se unen un motivo para la alegría por lo recibido y una invitación a la humildad del receptor.

- “Tú eres Pedro”. Al imponerle un nombre nuevo, Jesús le otorga una dignidad que es en realidad una responsabilidad. El apóstol será la piedra sobre la que se apoya la comunidad. Esa piedra del cimiento, que permanece enterrada y escondida.

- “Te daré las llaves del reino de los cielos”. Evidentemente no es el poder sobre la gloria eterna. Simón recibe, como Eliacín, las llaves que representan la autoridad que mantiene la unidad en la casa y la responsabilidad de atender a sus habitantes.

Señor Jesús, también a nosotros nos diriges esas preguntas fundamentales. También nosotros seremos bienaventurados si escuchamos la revelación del Padre. Te agradecemos el regalo de esta comunidad en la que Pedro nos mantiene unidos.
D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 19 de agosto de 2017

LA FE DE UNA PAGANA


Reflexión homilética para el Domingo 20 de Agosto de 2017. 20 del Tiempo Ordinario, A.

“A los extranjeros que se han dado al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza: los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración”. Esa es la gran promesa de Dios que se encuentra en la tercera parte del libro de Isaías que hoy se proclama (Is 56,1.6-7).

Israel abre sus fronteras a un universalismo mesiánico que venía proponiéndose de antemano (cf. Is 45,14). También los paganos podrán participar de las bendiciones que Dios ha derramado sobre Israel, con tal de que acepten a su Dios y lo sirvan y practiquen las normas y los ritos de su pueblo.

Con el salmo responsorial hacemos nuestro ese deseo al cantar: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66). También san Pablo reconoce que los paganos han obtenido la misericordia de Dios (Rom 11,29-32).

LA BÚSQUEDA Y EL GRITO

Sin embargo, en el evangelio de Mateo que hoy se proclama nos parece encontrar una negación de esa esperanza (Mt 15,21-28). Es verdad que Jesús ha dejado la tierra de Israel para retirarse a la región de Tiro y Sidón, habitada por paganos. Una mujer sale de aquellos lugares y se dirige a él gritando:

- “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”. Resulta muy sorprendente que una mujer extranjera y pagana implore la misericordia de Jesús, llamándolo con un título mesiánico.

- “Mi hija tiene un demonio muy malo”. Nos conmueve descubrir en esta mujer tanto la preocupación maternal por su hija enferma como la fe que la lleva a acercarse con su invocación hasta Jesús.

El silencio inicial de Jesús y la imagen tradicional de los “perros”, que él suaviza con el diminutivo, no hacen más que excitar aún más la fe de esta mujer. Como ha dicho el papa Francisco, “la petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo” (17.8.2014).

EL LAMENTO Y LA FE

Esa petición de la mujer extranjera fue atendida por Jesús. Con ella se hacía realidad la profecía de la universalidad de la salvación. Es como si aquel ruego hubiera anticipado la hora de la extensión del mensaje y la obra de Jesús a todos los pueblos.

- “Mujer, qué grande es tu fe”. Ante un centurión romano y pagano y ante una mujer cananea y pagana, Jesús reconoce que la fe no es patrimonio exclusivo de las gentes de Israel. Dios ha sido generoso al extender por la tierra el don de la fe.

- “Que se cumpla lo que deseas” A veces creemos que hacen falta milagros para que brote la fe. Jesús nos hace ver que es la fe que hace brotar los milagros en cualquier lugar que se presente. Dios extiende su compasión a quienes creen en él.

Señor Jesús, al igual que tus discípulos queremos pedirte que atiendas el lamento de todos los que te presentan sus necesidades, sus dolores y esperanzas. Tú eres el Salvador de todos los que confían en tu bondad. ¡Bendito seas por siempre, Señor!
D. José-Román Flecha Andrés

lunes, 14 de agosto de 2017

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN


Reflexión homilética para el Martes 15 de Agosto de 2017. Solemnidad Asunción de la Virgen. 

Muchos pueblos y ciudades celebran hoy su fiesta patronal. En la mitad de este mes caluroso y vacacional, la fiesta de la Asunción de la Virgen María marca un hito lleno de evocaciones. La liturgia se empeña en proponernos el dogma de la Asunción, pero tengo la impresión de que el sentir popular se dirige directamente a la figura de la Madre, sin detenerse mucho en el significado y en las implicaciones de este dogma. Lo siento por los predicadores que se afanan por reconducir la nave a buen puerto.

En muchos lugares de España, a esta fiesta se la denomina, sin más, “la Virgen de Agosto”. Lo más frecuente es servirse de las múltiples advocaciones que se dan cita un día como hoy.

Lo mejor que se puede decir hoy está contenido en el evangelio. Este canto de María, el Magnificat, es como su testamento: lo que Ella nos diría como compendio de su experiencia de Dios y del hombre. No tiene desperdicio:

Dios es, sobre todo, fuente de alegría y de salvación: Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.
Dios es amor sin límites: Su misericordia se derrama de generación en generación.
Dios da un vuelco a nuestro mundo organizado injustamente de más a menos: Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

Así, y más, es el Dios de María. ¿Y el nuestro?

sábado, 12 de agosto de 2017

LA TORMENTA Y LA PAZ


Reflexión homilética para el Domingo 13 de Agosto de 2017. 19 del Tiempo Ordinario, A.

“Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar”. Ese es el mensaje que se dirige al profeta Elías, refugiado en el monte Horeb. La amenaza de la reina Jezabel lo ha obligado a ocultarse. Y el miedo parece haberse apoderado de él. Desearía tener la certeza de que lo protege el Dios a quien ha defendido ante los derviches de Baal.

Pero Dios no está en el viento huracanado, ni en el terremoto ni en el fuego. El Señor se hace presente en el susurro de la brisa. Esa presencia de Dios le dará fuerza para recorrer el camino de vuelta, para denunciar la prepotencia y la corrupción de la reina y anunciar el proyecto de Dios sobre su pueblo (cf. 1Re 9-13).

También nosotros esperamos que el Señor nos muestre su misericordia. En ello está nuestra salvación, como vamos a cantar con el salmo responsorial. “Su misericordia y su fidelidad se encuentran” (Sal 84,11).

EL TEMOR Y LA CONFIANZA

La oración del profeta Elías en el monte anticipa para nosotros la oración de Jesús en otro monte. Ambos se encuentran con Dios en la soledad. Mientras tanto, los discípulos de Jesús se sienten amenazados por el agua y por el viento. A la oración de Jesús se contrapone el miedo de los suyos. Pero la presencia del Señor los alienta.

- “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Jesús no ignora la angustia y el temor de sus discípulos. Está cerca de los que lo han dejado todo para seguirle. Ellos nunca deberían dudar de la fidelidad de su Maestro.

- “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Ahora, como entonces, imaginamos fantasmas que nos roban la paz. En lugar de calmarnos, solamente añaden terror a nuestras preocupaciones ordinarias.

- “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Los dioses antiguos atemorizaban a los hombres. El Dios vivo nos exhorta continuamente a superar el temor y a vivir en paz y en confianza.

EL MIEDO Y LA FE

El evangelio nos recuerda la osadía de Simón Pedro. No está mal pretender seguir al Señor sobre las aguas movedizas. El peligro está en confiar en nosotros mismos más que en él. Menos mal que el Señor nos devuelve la calma y la fe para exclamar:

- “Realmente eres Hijo de Dios”. Solamente su presencia hará que cesen las tormentas que amenazan nuestro trabajo.

- “Realmente eres Hijo de Dios”. Solamente su cercanía nos hará descubrir que nuestros miedos pueden ser superados por la fe.

- “Realmente eres Hijo de Dios”. Solamente esa fe nos llevará a reconocer y a proclamar a Jesús como el Hijo de Dios que nos trae la salvación.

Señor Jesús, a tus discípulos los llamaste sabiendo que eran pescadores. Si su trabajo no los apartó de ti, tu oración no te alejaba de ellos. Líbranos del miedo de cada día y fortalece nuestra fe en tu presencia salvadora.

D. José-Román Flecha Andrés

domingo, 6 de agosto de 2017

GLORIA Y MISIÓN



Reflexión homilética para el Domingo 6 de Agosto de 2017. 18 del tiempo ordinario, A.

“Vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hasta el anciano y llegó a su presencia. A él se le dio poder, honor y reino Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es un poder eterno, no cesará. Su reino no acabará”. Es bien conocida esa visión del libro de Daniel, que se lee en esta domingo, fiesta de la Transfiguración de Jesús (Dan 7,13-14).

El poder y la gloria recibidos del Padre se mencionan también en el texto de la segunda lectura de este día (2Pe 1,16-19).

En esta fiesta recordamos un hermoso texto de san Bernardo: “Fíjate primeramente en aquel monte donde subió con Pedro, Santiago y Juan: allí se transfiguró delante de ellos; su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron tan blancos como la nieve (Mt 17,2). Es la gloria de la resurrección, que contemplamos en la montaña de la esperanza. ¿Por qué subió para transfigurarse, sino para enseñarnos a nosotros a elevar nuestro pensamiento a la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros? (Rom 8,18)”.

LA LUZ Y LA SOMBRA

Hemos meditado muchas veces el misterio de a Transfiguración del Señor en el monte. Y lo hemos imaginado tal vez teniendo ante los ojos el cuadro de Rafael que preside la Pinacoteca Vaticana.

Hoy leemos el relato tomado del evangelio según san Mateo (Mt 17,1-9), y nos detenemos especialmente en un contraste que el texto parece subrayar:

- El rostro de Jesús resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Efectivamente, en Jesús se manifiesta la gloria de la divinidad. El sol ilumina, pero no podemos fijar nuestros ojos en él. Así es Jesús. Su luz hace resplandeciente lo que toca. Nos ilumina, pero nunca podremos apropiarnos de ese resplandor suyo que nos ciega.

- Por otra parte, los apóstoles elegidos por Jesús están cubiertos con la sombra de una nube luminosa. El texto parece subrayar esa aparente contradicción. La nube que envuelve a Pedro, Santiago y Juan no deja de ser luminosa. Sin embargo, en presencia de Aquel que es la luz, sus seguidores están sumergidos en la sombra. Siempre habrá mucho que iluminar en nuestra tiniebla.

LA LEY Y LOS PROFETAS

Finalmente, a pesar de la sombra que los rodea y de su propio aturdimiento, los discípulos logran ver algo. Pero no vieron a nadie más que a Jesús solo.

- Moisés y Elías representaban la Ley y los profetas de Israel. Atestiguaban la humanidad y la divinidad de Jesucristo. Pero eran sólo eso: precursores y testigos. Ante la gloria de Jesús, lo anterior no pierde su valor, pero encuentra en él su sentido.

- Pedro se muestra atento a los orígenes de su fe. Desearía ser acogedor con respecto a la ley y los profetas. Quiere preparar para ellos una tienda. Pero no la necesitan. Su misión se ha cumplido. Y Jesús, tampoco va a permanecer en el monte de su gloria. Ha de bajar al valle para encaminarse a su pasión.

Señor Jesús, gracias a tu resplandor podemos descubrir tu gloria y el sentido de nuestra misión. Sabemos y creemos que tu luz puede también transfigurar nuestra existencia, mientras anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección y esperamos tu venida. Amén.

D. José-Román Flecha Andrés