sábado, 24 de febrero de 2018

LA ENTREGA DEL HIJO


Reflexión homilética para el Domingo 25 de Febrero de 2018. 2º de Cuaresma. B.

 “Juro por mí mismo –oráculo del Señor-: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa” (Gén 22,16-17). El domingo pasado recordábamos el pacto de Dios con Noé. La primera lectura de hoy nos presenta esta alianza de Dios con Abraham.

A muchos ha escandalizado la decisión de Abraham de sacrificar a su hijo Isaac. Seguramente, el texto trata de mostrar la diferencia entre los hebreos y los pueblos cananeos. Si estos sacrificaban sus hijos ante sus dioses de la fertilidad, el Dios de Israel solo desea el gesto de la fe y la obediencia de los creyentes.

Pero este texto tan rico subraya también la generosidad de Abraham que no dudaba en entregar a su hijo. Esa es la grandeza y la radicalidad de la fe.  San Pablo atribuye esa generosidad al mismo Dios que entregó a su propio Hijo por nosotros (Rom 8,31-36).

LA VOZ DE LO ALTO

El evangelio de este segundo domingo de cuaresma retorna sobre la misma idea de la entrega del Hijo. Como todos los años, en este día se ofrece a nuestra meditación el misterio de la Transfiguración de Jesús en lo alto de un monte. Y, al igual que a sus discípulos predilectos, también a nosotros  se nos invita a escuchar la voz que sale de la nube de su gloria: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo” (Mc 9,7).

- Jesús es el Hijo de Dios. En el monte también nosotros descubrimos que Dios es Padre. En un mundo que desprecia la paternidad, sabemos que no estamos huérfanos. En Jesús se nos revela la gloria del mismo Dios, que se abaja hasta nuestra pobreza y nuestra miseria.

- Jesús es el Hijo amado por Dios. En el monte también nosotros descubrimos que Dios es amor. En un mundo que vive en la indiferencia, sabemos que nuestra causa le interesa. En Jesús se nos muestra la ternura de Dios, que nos comprende y nos perdona.

- Jesús es el Maestro y el Profeta enviado por Dios. En el monte también nosotros descubrimos que Dios nos habla. En un mundo que se ve invadido por los falsos profetas, como ha dicho el papa Francisco, sabemos que en Jesús podemos oír la palabra de la verdad.

EL TESTIMONIO

Con todo, no podemos permanecer siempre en el monte, en el que se nos revela la gloria y la cercanía de Dios. También nosotros tenemos que descender al valle de la cotidianidad y la rutina. Mientras bajamos al llano, Jesús nos da un aviso.

- En primer lugar, nos exhorta a la discreción. El llamado “secreto mesiánico”, tan característico del evangelio de Marcos, se traduce hoy en la necesidad de ese  testimonio cristiano que se expresa en la coherencia de la vida.

- En segundo lugar, Jesús nos invita a meditar el misterio de su entrega a la muerte y a anunciar a todo el mundo su resurrección de entre los muertos. 

Padre de los cielos, Tú nos has entregado a tu hijo amado. En él hemos descubierto tu gloria y tu amor. Gracias a su vida, su muerte y su resurrección, queremos ser testigos  de tu bondad y de tu gracia. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

domingo, 18 de febrero de 2018

EL DESIERTO Y EL MENSAJE


Reflexión homilética para el Domingo 18 de Febrero de 2018. Iº de Cuaresma.

“Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra”. He ahí el pacto que Dios establece con Noé después del diluvio (Gén 9,8). Es una alianza de paz. Dios quiere recuperar la armonía del paraíso.

El pecado rompió aquella armonía original con lo otro, con los otros y con el Absolutamente Otro. Y el pecado quebranta hoy la deseable armonía del ser humano con esta admirable creación que Dios le ha confiado. El viaje del papa Francisco a la zona amazónica peruana nos ha invitado a repensar nuestra responsabilidad en el desastre.

Hemos de evocar aquel pacto al cantar hoy el salmo responsorial: “Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza” (Sal 24).

En la primera lectura de cada domingo, esta cuaresma nos invitará a recordar la alianza de Dios con la humanidad y con su pueblo, por medio de Noé, Abraham, Moisés, el rey Ciro y el profeta Jeremías. Al primer paso se refiere también la primera carta de Pedro (1 Pe 3,18-22).

LA TENTACIÓN

El evangelio de este primer domingo de cuaresma es muy significativo. Es la obertura de ese concierto de voces que, durante este camino hacia la Pascua, nos ofrece una catequesis intensiva para ayudarnos a vivir el seguimiento de Jesús.

En el primer domingo de cuaresma se menciona siempre el desierto. A él es guiado Jesús por el Espíritu antes de iniciar su misión. La imagen del desierto sugiere soledad y austeridad. Más que un lugar es la oportunidad para redescubrir la honda verdad de lo que somos.

En el primer domingo de cuaresma se dice siempre que Jesús permaneció cuarenta días en el desierto. Además del lugar importa mencionar el tiempo, mencionando un número que implica la plenitud de una vida de interioridad, de meditación, de aceptación del plan de Dios.

En el primer domingo de cuaresma se recuerdan siempre las tentaciones de Jesús. El evangelio de Marcos se limita a anotar que Jesús fue tentado por Satanás. Como el pueblo hebreo en su paso por el desierto y como el mismo Jesús, también nosotros vemos puesta a prueba nuestra fidelidad a Dios.

LA ARMONÍA

El evangelio de Marcos no menciona las tres tentaciones, en las que se trataba de esclarecer la identidad de Jesús como hijo de Dios. Pero nos ofrece tres detalles muy importantes sobre él.

“Vivía con las fieras y los ángeles le servían”. Jesús era el nuevo Adán. Con él retornaba la armonía original. Jesús traía la paz a la creación. Ante su dignidad se inclinaban los mismos ángeles.
Jesús salió del desierto para predicar el Evangelio de Dios. Jesús era el nuevo Elías. Como él, salía de la aspereza del desierto para proclamar la presencia del Dios único.

Jesús resumía la obra divina y la respuesta humana que esperaba. Él era el Mesías esperado. Con él se cumplía el tiempo y Dios ofrecía su realeza. Con él llegaba la hora de la conversión y de la fe.

Señor Jesús, también nosotros necesitamos un tiempo de desierto y de silencio. Necesitamos encontrarnos con Dios y con nosotros mismos. Hoy volvemos a ti nuestros ojos con el deseo de seguir tus pasos y de escuchar tu mensaje. Concédenos el don de la fe, que nos ayudará a convertirnos y a descubrir la belleza de la luz y de la vida.   Amén.
D. José-Román Flecha Andrés

sábado, 10 de febrero de 2018

LEPRA Y CONFIANZA


Reflexión homilética del Domingo 11 de Febrero de 2017. 6º del tiempo ordinario, B.

“El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba rapada y gritando: ¡Impuro, impuro!” Esa normativa del libro del Levítico, que hoy se lee en la misa (Lev 13,1-2,44-46), se coloca nada menos que en el marco de una orden que Dios entrega a Moisés y Aarón.

Es evidente que la norma trataba de preservar al pueblo del contagio de la lepra. Pero también queda claro que por entonces no se tenía muy en cuenta la dignidad del enfermo, que era dejado a su propia suerte, es decir, a su propia desgracia.

A él se podrían aplicar las palabras de confianza que nos invita a repetir el salmo responsorial: “Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación” (Sal 31).

No sería justo que, pasados los siglos, nosotros nos comportáramos de una forma que podría escandalizar a los demás. San Pablo nos advierte hoy contra ese peligro que siempre puede afectarnos (1 Cor 10,31-11,1).

LA CURACIÓN

La antigua norma bíblica sobre la lepra que se recuerda en la primera lectura ha sido evocada para preparar nuestra mente y nuestro corazón a la escucha del evangelio que hoy se proclama (Mc 1, 40-45). En este texto, se evoca la curación de un leproso por parte de Jesús.

En primer lugar, escuchamos la humilde súplica del enfermo, que se limita a manifestar su fe: “Si quieres, puedes limpiarme”. Tanto en él como en nosotros es importante esa confesión del querer y del poder de Jesucristo. Todos sabemos de qué manchas y llagas puede librarnos el Señor.

En un segundo momento, vemos el gesto de Jesús. Contra todas las normas en vigor, extiende su mano y toca al leproso. El papa Francisco comenta que Jesús no se sitúa a una distancia de seguridad, sino que se expone directamente al contagio de nuestro mal. Una buena lección para toda la Iglesia y para cada uno de nosotros.

En un tercer momento, escuchamos la palabra de Jesús: “Quiero, queda limpio”. Esa declaración es la manifestación de la misericordia de Dios y de la compasión de su Enviado. Él desea nuestra limpieza integral. Sólo falta que nosotros reconozcamos nuestra enfermedad, nuestra vulnerabilidad, nuestras manchas.

LA EXHORTACIÓN

Ahí podría concluir el relato. Pero el texto añade una doble exhortación que Jesús dirige al que se ha acercado a él con tanta confianza.

Como todos los que han sido librados de la lepra, también él ha de presentarse a los sacerdotes y cumplir el ritual establecido. No es una mera norma ni una penitencia. Es el requisito para que pueda integrarse de nuevo a la sociedad. “Los hombres no son islas”, como escribió el poeta John Donne.

Y el curado ha de guardar discreción sobre lo que Jesús ha hecho con él. El llamado “secreto mesiánico”, tan típico del evangelio de Marcos, debía preservar la libertad de Jesús para anunciar el Reino de Dios. Pero, de alguna manera, el que ha sido librado de la lepra contribuye a la difusión del mensaje del Maestro.

Señor Jesús, tú bien sabes que nos cuesta admitir nuestra debilidad. Pero necesitamos acercarnos a ti con toda confianza. Sabemos que eres compasivo y misericordioso. En ti depositamos nuestra esperanza, Señor. Amén.

D. José-Román Flecha Andrés

viernes, 9 de febrero de 2018

HERMANDADES MUY SOLIDARIAS


Organiza: Grupo Joven Hermandad del Nazareno
Colaboran: Hermandades de la Humildad, Magdalena, Soledad y Paz y Esperanza.


Hermandades de la Paz y Esperanza y Oración en el Huerto

jueves, 8 de febrero de 2018

MENSAJE DEL PAPA CUARESMA 2018


«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)

Queridos hermanos y hermanas:

Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión», que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida. Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12). Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.

Los falsos profetas

Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?

Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.

Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.

Un corazón frío

Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?

Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.

También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.

El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.

¿Qué podemos hacer?

Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.

El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?

El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.

Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos

El fuego de la Pascua

Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.

Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.

En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.

Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.

FRANCISCO

sábado, 3 de febrero de 2018

ORACIÓN Y COMPASIÓN


Reflexión homilética para el Domingo 4 de Febrero de 2018. 5º del tiempo ordinario, B.

“Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba”. Así se lamenta Job, deprimido y agobiado por su enfermedad (Job 7,4). Su experiencia es la de muchas personas enfermas, a las que se les hace larga la noche.

En su origen, la palabra “enfermo” refleja la situación de la persona que no tiene apoyo suficiente para sostenerse en pie. Los síntomas de las enfermedades pueden variar, pero el sentimiento de sentirse débil e incapacitado para moverse es común a todos los que se ven aquejados por el dolor.

Pero a la luz de la fe, podemos confesar con el salmista: “El Señor sana los corazones destrozados y venda sus heridas (Sal 146,3).

Aunque san Pablo se refiera a sus relaciones con los paganos y con los que dudaban de su fe, sería bueno hacer nuestra su propia confesión: “Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles” (1 Cor 9,22).

EL SERVICIO

Eso mismo es lo que había hecho Jesús. Al salir de la sinagoga de Cafarnaúm, un día de sábado, se dirigió a la casa de Simón y de Andrés. La suegra de Simón estaba enferma, con fiebre. Jesús se acercó, la tomó de la mano y la ayudó a levantarse. Pero al contacto con Jesús, se le pasó la fiebre y se puso a servirles (Mc 1,30-31).

El texto evangélico nos sitúa en un día de sábado. Se nos dice que Jesús participa en la oración de su pueblo y a continuación cura a una enferma. Una dedicación no debería ser jamás un obstáculo para la otra. Evidentemente, la mirada a lo alto no puede hacernos olvidar los dolores y sufrimientos de aquí abajo.

Algo parecido ocurre con los discípulos. Salen del espacio de oración que los ha acercado a lo divino, pero no olvidan la realidad del dolor humano. De hecho, interceden ante Jesús a favor de la enferma. Jesús no rehúsa acercarse a ella, sino que le trae la salud. Y ella pasa de la servidumbre al servicio. Sin pretenderlo, se convierte en modelo para nuestra vida.

LA MISIÓN

A continuación el texto pretende resumir tres actividades propias de Jesús. En realidad, son tres componentes de su misión.

En primer lugar, la compasión y la sanación. Al ponerse el sol, es decir, pasado ya el descanso sabático, las gentes acercaron a Jesús a muchos enfermos y él los curó.

En segundo lugar, la oración. De madrugada, estando todavía oscuro, Jesús se retiro a un lugar solitario y se puso a orar.

Y en tercer lugar, la predicación. Reunido con sus discípulos, Jesús los invita a dirigirse a las aldeas cercanas para predicar también allí.

Señor Jesús, con frecuencia nosotros caemos en la tentación de simplificar tu misión y también la nuestra. Siguiendo tus pasos, tendremos una visión integral de lo que tú esperas de nosotros. Ayúdanos a armonizar esas tres tareas. Amén.

D. José-Román Flecha Andrés

LA BENDICIÓN DEL PAN


Con motivo de la Festividad de San Blas, hoy día 3 de Febrero y al coincidir con la Celebración de la Candelaria y Presentación de los niños a la Virgen de la Estrella Coronada, la Bendición del Pan tendrá lugar mañana domingo en la Misa de las 7'30 de la tarde.