domingo, 30 de octubre de 2022

LA GRACIA DEL ENCUENTRO CON DIOS

 

Reflexión Evangelio del Domingo 30 de Octubre de 2022. 31º del Tiempo Ordinario.

Zaqueo, no obstante, su condición de publicano y pecador, siente algo dentro de sí que le atrae hacia el Rabi de Nazaret y hace cuanto le es posible por acercarse a él. La mirada de Jesús lo descubre en el sicomoro donde se ha instalado para mejor observar la escena. Aunque Zaqueo está a la vista de todos, solo Jesús es capaz de leer ese algo nuevo que está naciendo en su corazón. Alzando la vista le dice: Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede yo en tu casa(Lc 19, 5).

La iniciativa es de Jesús y se produce porque hay disponibilidad en la persona de Zaqueo. El encuentro con Dios es a la vez gracia y culminación de una búsqueda más o menos consciente por parte del hombre. Zaqueo acoge con gozo la oportunidad que se le brinda de recibir en su casa al Rabi de Nazaret, ignorando aún las consecuencias que resultarán de esta aventura: Se apresuró a bajar y lo recibió con alegría (v.6). Más tarde, en la intimidad, descubrirá en la persona de Jesús la gratuidad del amor de Dios hacia él. Un amor y una misericordia mucho más grandes de lo que él se habría atrevido a imaginar.

Cuanto sucede no es simplemente fruto de la casualidad. El texto emplea el adverbio de tiempo “hoy” que sirve al Evangelio para indicar la actualidad de la salvación que Dios ofrece y realiza continuamente. Recordemos que a los pastores que vigilan el rebaño en Belén durante la noche, los ángeles anuncian: Hoy os ha nacido un salvador; a los habitantes de Nazaret que le escuchan leer el famoso pasaje de Isaías, Jesús les dice; Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy. Por fin, al buen ladrón le asegura que “hoy” estará con él en el paraíso. Dios, en su misericordia, ofrece la gracia de la salvación a quien lo necesita y se deja interpelar.

Un encuentro que cambia la vida

Jesús se aparta temporalmente de una muchedumbre entusiasta que le aclama en Jericó para dedicarse solo a Zaqueo a quien, como hace el Buen Pastor, busca en su propia casa, dejando las noventa y nueve ovejas del rebaño para ir a buscar la perdida, porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. (v 19). Entra en casa de Zaqueo sin temor a comprometerse, o escandalizar. Su misión es hacer presente en medio de los hombres la misericordia de Dios que quiere la conversión y la salvación de todos sin exclusión. Jesús nos enseña que el amor a Dios se manifiesta haciendo camino con nuestros hermanos, compartiendo amor y misericordia, haciendo nuestras las palabras: hoy la salvación ha entrado en esta casa.

Es el amor gratuito de Dios y no sus propios méritos lo que permite a Zaqueo dar un vuelco a su vida y abrirse a un horizonte nuevo. Al sentirse acogido y perdonado comienza a su vez a pensar en los hermanos: daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo”. El publicano Zaqueo se convierte de este modo en la figura del discípulo cristiano que, sin dejarlo todo como hacen otros discípulos de Jesús, permanece en su mundo habitual, dando testimonio de un estilo distinto de vida, según el evangelio. Ya no más la ganancia por encima de todo, sino la justicia (devolveré el cuádruplo); el compartir con quien lo necesita (daré la mitad de mis bienes a los pobres). Está el discípulo que deja todo por el evangelio y el discípulo que vive la radicalidad continuando en el ambiente al que pertenece.

La conducta y las palabras de Zaqueo contienen una enseñanza con respecto a la actitud sobre la riqueza y los pobres. La riqueza es inicua cuando se acumula a costa del débil y se emplea en proprio beneficio de modo desenfrenado. Deja de ser tal cuando es fruto del trabajo honrado y se comparte con los hermanos y la comunidad. La experiencia de Zaqueo nos enseña que la conversión evangélica es contemporáneamente conversión a Dios y a los hermanos.

La experiencia del perdón abre al creyente un camino de gozo y de compromiso que no tiene nada que ver con el sentimentalismo o con un espiritualismo desencarnado. En esta misma línea se mueve el texto de la carta a los Tesalonicenses de este domingo. Pablo escribe a esta iglesia un tanto turbulenta y apocalíptica para llamarles al realismo evangélico: Que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe (1,11)-...Os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar fácilmente por algunas manifestaciones del Espíritu que os haga suponer que está inminente la venida del Señor (2,2). El cristiano vive con la esperanza puesta en la venida del Señor, pero sin evasiones ilusorias, sino comprometiéndose a fondo en el presente con el bien y la justicia.

Dios es el Dios de la vida

El mensaje de la Escritura de este domingo es típicamente neotestamentario pero lleva a su cumplimiento afirmaciones ya presentes en el Antiguo Testamento. El Libro de la Sabiduría habla del amor invencible de Dios por sus criaturas, no obstante, el pecado. Dios es omnipotente, dice este texto, con toda la tradición teológica de Israel. Pero de la afirmación de la omnipotencia divina saca una consecuencia sorprendente: su compasión. Como Dios es omnipotente no tiene miedo de nada y, puesto que no teme a nadie, puede permitirse ser compasivo y misericordioso con todos.

El pecado de los humanos no suscita en Dios el resentimiento del débil, sino el amor y la compasión del fuerte: Porque tú amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho! (v.24). Dios es el Dios de la vida, un Dios que constantemente ama y crea; un Dios que confía en sus criaturas y que, cuando estas yerran, ama perdonar. Hay un designio de amor divino en el origen de toda criatura que ha dado existencia a las cosas; Dios no lo retira por ningún motivo, lo mantiene con una fidelidad inquebrantable. ¿Quiere esto decir que Dios no lleva cuenta del mal? ¿Qué no reacciona ante el pecado? Ciertamente no. Quiere decir que Dios no reacciona como un ofendido resentido, sino como un padre que desea el bien de sus hijos.

Fr. Pedro Luis González González

domingo, 23 de octubre de 2022

EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO

 

Reflexión Evangelio Domingo 23 de Octubre de 2023. 30º del Tiempo Ordinario.

En la primera lectura del libro del Eclesiástico observamos claramente cuáles son las preferencias de Dios: los humildes, los pobres, los oprimidos, los huérfanos, las viudas… “Escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda”, “los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”. En la antífona del salmo lo observamos también: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. De esta manera se nos prepara para escuchar la parábola del fariseo y el publicano del evangelio.

En la segunda lectura, con la que terminamos de leer las cartas de Pablo a Timoteo, observamos como ante la proximidad del final, Pablo observa el pasado y se siente feliz por todo el camino recorrido: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe”. Sabiéndose un ganador por todo lo realizado y vivido espera el premio por parte de Dios: “me aguarda la corona merecida”. Reconoce que no es mérito suyo el ganar este premio, sino que el Señor es quien le ayudó y le dio fuerzas para anunciar su mensaje. Pablo expresa también su confianza en que Dios no le abandonará, sino que seguirá ayudándole librándole de todo mal, con la esperanza firme de que tras su muerte le llevará al cielo.

En el evangelio vemos como Jesús nos quiere hacer reflexionar sobre la oración con la parábola del fariseo y el publicano. En primer lugar, debemos tener claro a quien está dirigida porque ahí nos da la clave de su comprensión: “a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás”. Jesús rechaza estas actitudes y se los hace ver con esta parábola.

Tenemos que tener claro que nuestra actitud y nuestra postura ante Dios no puede ser de soberbia, de orgullo, de autosuficiencia, de mirar por encima del hombro a los demás, sino que tiene que ser una actitud humilde, desde la sencillez y humildad. Jesús no quiere que adoptemos una actitud de soberbia en nuestra oración y en nuestra vida porque sabe que eso nos hace daño y, en vez de acercarnos, nos aleja de Dios.

Si nos detenemos en la parábola, observamos como el fariseo ora erguido, cumple con todo lo que la ley mosaica le imponía, e iba aún más allá. Y eso lo hace bien, y le hace sentirse seguro ante Dios. Se centra en su buena vida espiritual. Observemos que le habla de los diezmos que da y de los ayunos que hace, pero no habla nada de sus obras de caridad. Ahí se encuentra su problema.

El publicano, al entrar en el templo se quedó atrás. Piensa que no merece estar en aquel lugar tan sagrado… Dice el texto que no se atrevió a levantar los ojos al cielo y se golpea el pecho reconociendo que era un pecador. No presenta a Dios ningún mérito como si hizo el fariseo, pero hace algo aún más importante: se acoge a la misericordia de Dios porque sabe que es un pecador. Seguro que no era muy dado a rezar, pero esta vez Jesús alabó su oración sincera.

Fijándonos en nuestra vida, ¿Con quién nos asemejamos más: con el fariseo o con el publicano? Ojalá que un día se cumpla en nosotros aquello de que “el que se humilla será enaltecido” para poder ser transformados, bendecidos, justificados por Dios.

Fr. Dailos José Melo González OP

domingo, 16 de octubre de 2022

ORAD SIN DESFALLECER

 

Reflexión Evangelio del Domingo 16 de Octubre de 2022. 29º del Tiempo Ordinario.

En la primera lectura, tomada del libro del éxodo, se nos narra una disputa del pueblo de Dios durante la peregrinación en el desierto. Israel en su camino hacia la tierra prometida tuvo que ir haciendo frente a muchas dificultades, defendiéndose de muchos enemigos y purificando su idea de Dios. Los versículos que hemos leído este domingo son especialmente incesantes, pues nos hacen notar que Israel obtiene la victoria sobre los amalecitas no solo porque Moisés busca el auxilio de Dios en la oración, sino también por la determinación y las habilidades guerreras de Josué. En efecto, el hecho de ser persevantes en la oración, no nos dispensa de nuestro compromiso. Es con el esfuerzo y con la responsabilidad humana como Dios nos hace justicia.

Los discípulos de Cristo, al igual que el pueblo Israel en su peregrinar hacia la tierra prometida, en nuestro caminar cristiano también tenemos que enfrentarnos con muchos obstáculos y combatir a muchos “Amalecs” que nos seducen con sus propuestas engañosas y disfrazados de existo y felicidad, desviándonos así del camino que Dios nos invita a seguir.

Para la perseverancia y la victoria en nuestro combate contra los “Amalecs”, Jesús nos dejó un arma poderosa: la oración sin desfallecer. La oración nos conforta y revitaliza en todo momento. Ella despierta nuestra alma y nos impulsa con una fuerza siempre renovada. Eso es lo que necesitamos en cada momento.

Lucas es ciertamente el evangelista de la oración. Son muchos los textos de Lucas que nos hablan de oración. En una serie de ocasiones nos muestra a Jesús orando. Hace oración en los momentos más decisivos de su misión: al empezar la vida pública, al escoger a los Doce, en la Pasión. A la luz de la experiencia orante de Jesús, el cristiano entiende que está invitado a orar siempre, con persistencia ¿Por qué? ¿Cuál es la razón de esta persistencia?

La perseverancia en la oración es la actitud que posibilita al creyente mantenerse fiel en medio de las dificultades del día a día. La oración confiada y persistente es la forma de enfrentar toda adversidad. Es evidentemente que la oración que no nos quita los obstáculos del camino, sino que nos da la fuerza para superarlos. La oración fortalece nuestra esperanza.

La esperanza cristiana no es una simple espera de algo que podría realizarse, sino la consecuencia de la fe. La esperanza cristiana no es mera quimera o fantasía, su fundamento real reside en Dios mismo, en su amor, en su poder y en su fidelidad. Eso es lo que engendra en nosotros la seguridad de que todo lo que esperamos, lo que deseamos, se verá realizado por eso podemos vivir confiados incluso cuando experimentamos una tribulación, un fracaso en un proyecto… o simplemente cuando lo que vemos, tocamos u olemos es una negación de lo que esperamos. Porque el fundamento de nuestra esperanza no somos nosotros, ni lo que creemos o sentimos. El fundamento de nuestra esperanza es solo Dios. Y solo la perseverancia en la oración a la que nos invita Cristo puede prepararnos y abrirnos a la confianza en este Dios que siempre defiende el derecho del débil frente a los que lo vulneran o trasgreden.

Esta actitud de perseverancia en la oración es la que Jesús nos invita a practicar. Jesús quiere que oremos por encima de cualquier sensación de fracaso. Jesús nos insta a tener una obstinación semejante a la de la viuda de la parábola. Pues si el sólo hecho de pedir con insistencia ya obliga al inicuo y corrupto juez que ni temía a Dios ni le importaba los hombres a acceder a hacer justicia a la pesada viuda, con mucho más motivo Dios, que es su esencia es amor, se compadecerá y atenderás las suplicas de los que acudimos a él día y noche. Ahora bien, esto no significa que hemos de cruzarnos los brazos y esperar que Dios haga lo que hemos de hacer nosotros. Dios no puede remplazarnos en nuestro compromiso y nuestra responsabilidad. Ya lo dice el dicho popular: “a Dios rogando y con el mazo dando”. 

Fr. Jesús Nguema Ndong Bindang

domingo, 9 de octubre de 2022

TU FE TE HA SALVADO

 

Reflexión Evangelio Domingo 9 de Octubre de 2022. 28º del Tiempo Ordinario.

Su carne quedó limpia de la lepra

Bien sabemos que la enfermedad de la lepra es algo descrito con frecuencia en la Sagrada Escritura, y que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento son muchos los ejemplos donde se nos habla de esta afección, especialmente cuando Jesús lleva a cabo milagros de sanación en los enfermos.

La lepra como enfermedad está relacionada con una manifestación exterior y palpable, que provocaba el rechazo y la exclusión de la sociedad. La lepra como condición de vida remite a la presencia del mal: un estado de impureza o un castigo, de los cuales solo Dios puede liberarnos. Por esta razón, en el mundo rabínico curar a un leproso era prácticamente lo mismo que resucitar a un muerto: algo que solo Dios podía hacer.

El relato de la primera lectura de este domingo nos habla de Naamán el sirio, cuya carne quedó limpia de la lepra como la de un niño (cf. 1 Re 5,15). No debemos detenernos solo en la acción física de la curación de la piel, sino en la simbología que existe dentro del relato: se nos habla tanto de la curación integral del cuerpo como de la renovación del espíritu. Ser leproso no solo era una cuestión exterior, física y palpable. Naamán, después de lavarse siete veces en las aguas de Siloé, dejaría atrás toda impureza y quedaría totalmente curado. Por tanto, la limpieza y la sanación de la lepra en Naamán apuntan también al sentido religioso y espiritual de la persona.

Podríamos preguntarnos: «¿Cuáles son nuestras lepras?, ¿de qué necesito ser purificado y redimido?, ¿Qué me excluye de la Iglesia, de la sociedad y del mundo en el que vivo?».

Maestro, ten compasión de nosotros

Si bien en la primera lectura se nos habla de un leproso, en el Evangelio ya nos encontramos con diez, pero lo más significativo es que solo uno de ellos —el samaritano— fue el único capaz de mostrarse agradecido con Dios, alabándolo con grandes gritos. La compasión ofrecida por Jesús es para todos: no ha habido distinción con ninguno de los enfermos que se acercaron a él. Todos recibieron el mismo trato y todos fueron sanados de su enfermedad.

Muchas veces no somos consciente de lo necesitados que estamos de Dios. Entretenidos en las rutinas de la vida y absorbidos por nuestro trabajo, ocupaciones y demás preocupaciones, no somos consciente de que caemos en un círculo vicioso, un ciclo en el que vivir sin Dios se convierte en algún habitual.

La enfermedad de la lepra fue el motivo que estas personas encontraron para suplicarle a Dios su compasión. ¿Cuáles son las razones que tenemos hoy para que el Señor tenga compasión de nosotros?

Quizá nuestra «lepra» es el olvido de Dios: creer que lo podemos todo y que somos la fuente de nuestro ser. Otra «lepra» puede ser el egoísmo: mirarnos solo a nosotros mismos como si fuéramos el centro del universo. Hay muchos modos de ser un «leproso contemporáneo».

Nadie quiere estar enfermo y, por tanto, no creo que queramos vivir con el lastre de la lepra. Como cristianos, necesitamos la compasión de unos con otros. «Ten compasión de nosotros, Señor» (Lc 17,13). La reacción de Jesús es inmediata: hay que acogerlos; nada ha de ser obstáculo para atender a los que sufren.

Porque somos vulnerables; porque nuestra vida es frágil; porque nuestras consciencias están adormecidas por el consumismo, las pantallas, la telebasura…; porque no hacemos todo el bien que podríamos, ni somos los suficientemente generosos con los demás, pidamos a Dios que tenga compasión de nosotros.

La fe se vive desde la gratuidad

Lo vemos con claridad en el samaritano luego de haber sido sanado: el resto de los leprosos siguieron el camino, pero este se quedó alabando a Dios con gritos de júbilo y se echó por tierra a los pies de Jesús dándole gracias.

A veces vamos por la vida sin agradecer las bondades que recibimos cada día. Sucede que nos volvemos pesimistas y negativos, y entonces parece que todo está mal y nada tiene solución. La gratitud nos ayuda a vivir una vida más serena, más plena. Contento de haber sido curado, el samaritano no hace otra cosa distinta que vivir agradecido con Dios.

Para llevar una vida satisfactoria, el cristiano ha de purificar su mirada de las muchas «lepras» que le impiden ver la bondad de Dios en el prójimo y en todo lo creado. Esa purificación no es un ejercicio de un solo día, sino una actividad constante. Debemos purificar también nuestros oídos y nuestras palabras de todo aquello que nos separa o nos impide hacer el bien, sea pensado, escuchado, expresado o llevado a cabo. En definitiva, se trata de una purificación del corazón que nos permite ser conscientes de la gratuidad en la que estamos envueltos.

El pagano Naamán, al igual que el samaritano curado del Evangelio de hoy, manifiesta una inmensa gratitud. No es casualidad que se trate de dos personas que no pertenecían directamente al pueblo de Dios: precisamente, cuanto más excluidos parecían estar, más les alegra sentirse y saberse curados.

El don de la fe lo recibimos gratuitamente, así como el don de la vida. La vida y la fe son un regalo: ante estos dones, nuestra mejor respuesta debería ser —como la del samaritano— la gratitud.

Levántate, tu fe te ha salvado

La fe, como dice santo Tomás de Aquino, es la primera virtud en el orden de la eficiencia. Sin la fe de este leproso, no hubiera sido posible su salvación. El enfermo samaritano, al igual que Naamán el sirio, nos ilustran sobre el don de la fe.

Todos los milagros o signos obrados por Jesús son precedidos por la acogida de la fe por parte de cada uno de los protagonistas. Este dato nos recuerda que sin fe es imposible que Jesús pueda actuar.

En el caso del leproso del Evangelio, su fe lo mueve a la alabanza y la gratuidad; ahora bien, es sobre todo su fe la que permite el inicio de su salvación. «Tu fe te ha salvado» (Lc 17,19) En este sentido en la segunda lectura nos encontramos con un himno cristológico: una declaración de fe y de confianza que Pablo dirige a Timoteo.

Es cierto que no podemos medir nuestra fe: no existe un barómetro que nos diga si tenemos mucha o poca fe; pero sí que podemos hacernos respuestas muy personales. El sentido de la fe no siempre nos viene de fuera, sino que es un misterio que cada alma ha de ir descubriendo, viviendo una relación íntima y amistosa con Jesús. ¿Quién es el Dios en el que creemos y cuáles son las obras de mi fe?

La respuesta que nos demos nos ayudará a tomar conciencia sobre el Dios de Jesucristo y nuestro camino como cristianos. En definitiva, seremos más conscientes de nuestra identidad cristiana, que sin fe carece de sentido.


Fr. Néstor Morales Gutiérrez O.P.

Convento Santa María Sopra Minerva (Roma)

domingo, 2 de octubre de 2022

AUMÉNTANOS LA FE

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 2 de Octubre de 2022. 27º del Tiempo Ordinario.

¿Hasta cuándo, Señor...?

Habacuc expresa los sentimientos que ayer y hoy muchas veces surgen en nuestro corazón. Contrastar la realidad desde la óptica de la fe nos lleva a cuestionarnos. La realidad se nos presenta desafiante. Frente a las preguntas del profeta Dios le pide que escriba para hacer memoria y recordar su forma de actuar. También hoy enfrentamos muchas dificultades en la vida. Dios nunca nos deja. Son en esos momentos cuando más surgen signos de su presencia y acción. Es necesario volver a pasar por el corazón que Dios no permanece nunca indiferente frente al sufrimiento y el dolor. El creyente pone en Dios su confianza porque sabe que el amor nunca defrauda.

No endurezcáis el corazón...

Es necesario no endurecer el corazón porque es así como podemos percibir la voz de Dios en medio de tantas voces de alrededor. Es renovar la relación de intimidad que nos lleva a la alabanza y la gratitud por su presencia en medio de nuestra tierra.

Aviva el fuego de la gracia de Dios.

Pablo desde su experiencia de fe, invita a Timoteo a reavivar el don de Dios que ha recibido. La experiencia de fe siempre es dinámica y nos lleva a salir de nuestro estado de confort y pasividad. Es la fuerza del Espíritu que nos permite afrontar los desafíos que la vida nos pone delante.

Auméntanos la fe.

El recorrido hecho con Jesús hace tomar conciencia a los discípulos de las exigencias y dificultades que hay que enfrentar en la vida. Por eso le piden al Maestro: “auméntanos la fe”. Jesús, que por medio de imágenes significativas nos permite captar la complejidad de la realidad, invita a mirar la semilla de mostaza. Si alguna vez tenemos la posibilidad de tener una de esas semillas en nuestras manos nos sorprenderá lo pequeña que es. A través de esta imagen, el Señor, nos ayuda a percibir la potencialidad y el valor que encierra lo pequeño.  La fe no es algo mágico como un hechizo de Harry Potter, sino que es la confianza radical en Aquel que nos ha convocado y nos envía. Por eso la segunda parte del evangelio de hoy, Jesús propone desplegar nuestros dones y cualidades al servicio del Reino. Las personas que nos han marcado en la vida, son aquellas que han aceptado esta invitación y han salido de sí mismas, muchas veces de situaciones dolorosas y complicadas, para canalizar a través de la entrega generosa el amor que Dios ha puesto en sus corazones. La fe vivida y compartida transforma la realidad y nos hace abrir caminos de vida y esperanza. Jesús vivió esa confianza con el Padre dando su vida, compartiendo, alentando y ayudando a que nuestra mirada siempre tenga un horizonte más amplio. Por eso como los discípulos también nosotros le pedimos: «Señor, Auméntanos la fe.» 

Fray Edgardo César Quintana O.P.