domingo, 26 de noviembre de 2023

 

Reflexión Evangelio Domingo 26 de Noviembre de 2023. Solemnidad de Cristo Rey del Universo

Cuando el pueblo judío está sufriendo el destierro en Babilonia, el sacerdote y profeta Ezequiel recuerda que Dios es el buen pastor que cuida siempre de su pueblo y cura sus heridas. En la segunda lectura san Pablo anima la esperanza en los fieles cristianos de Corinto: nuestro destino es la victoria sobre la muerte. Y en esa perspectiva debemos leer el evangelio en la festividad de Jesucristo rey del universo (Mt 25,31-46)

Jesucristo es rey en cuanto es camino, verdad y vida.

En su conducta por amor, siendo para los demás hasta entregar la propia vida, reveló que Dios es amor y las personas crecen amando a los otros.  Siguiendo la conducta de Jesús la vocación de la humanidad es hacer la verdad de Dios afirmando la dignidad de todo ser. En su primera encíclica Juan Pablo II escribió: “el profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio”.

En este sentido Jesucristo es rey ofreciendo un camino nuevo de auténtica realización humana. Rey del universo porque es camino abierto para todos.  Siguiendo esa conducta de Jesucristo, la Iglesia se hace cada día más cristiana, es signo creíble del Evangelio y realiza su misión. Según el Concilio, “no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”. En otras palabras, ser testigo fiel de Jesucristo rey del universo.

Lógica del amor vs. lógica del poder.

Nada tiene ver esta lógica del amor con la lógica del poder en que frecuentemente proceden los príncipes y gobernantes de este mundo que frecuentemente dominar y someter a los otros. El ejercicio del poder solo humaniza como mediación del amor.

La ideología imperialista no solo infecta la relación entre los pueblos; todavía están sangrando las víctimas de guerras provocadas por esa ideología. También se da dentro de cada pueblo, en las familias e incluso dentro de la misma religión cristiana.

En una oración litúrgica invocamos a Dios “que manifiesta su poder en la misericordia”. En el “credo” confesamos que Dios es Padre (Abba) antes de todopoderoso y creador. Esta novedad singular de la fe o experiencia cristiana, participación de la fe o experiencia de Jesús, Cristo rey, es la buena noticia de salvación para nuestro mundo roto por la injusticia y la fiebre posesiva.

Reino de paz y justicia; reino de vida y verdad. 

Siglos antes de Jesucristo los profetas soñaron con un banquete preparado por Dios en el monte Sion para todos los pueblos Jesús se refiere al reino de Dios o fraternidad sin discriminaciones en la parábola sobre un banquete nupcial en que todos. Incluidos “cojos, ciegos y tullidos, se sientan como hermanos en la misma mesa   Es la invitación que hoy el papa Francisco hace a todos en la encíclica “Fratelli tutti”.

Celebrando la fiesta de Jesucristo rey del universo, se abre un camino para construir esa fraternidad universal. Una luz para toda la humanidad oprimida por violencias y guerras. También una llamada urgente para la misma Iglesia que cada día necesita nueva conversión a Jesucristo y reforma contante para ser totalmente Iglesia identificada con el reino de Dios.

El juicio final

Según el evangelio hoy proclamado, habrá un juicio final donde la humanidad y la creación llegarán a esa fraternidad universal o reinado de Dios. Será la plena liberación realizada ya en la conducta de Jesucristo y que aún está en proceso dentro de nuestra historia. Se rectificará lo torcido y entraremos por fin de modo pleno en esa presencia de amor que nuestro corazón ansía.

Sobre el juicio final, tres observaciones:

No faltan cristianos que pasan la vida con cara de cuaresma y angustiados por miedo el juicio final. Los cristianos confesamos que Jesucristo volverá al fin de los tiempos para juzgar. Pero el que vendrá es el mismo que ha venido ya no como juez implacable con una metralleta para ajustar cuentas, sino como portador de Dios misericordioso, que nos ama, nos perdona, cura nuestras heridas mientras caminamos hacia un destino de felicidad.

El juicio final no será sobre teorías sublimes o conocimientos muy elevados científicamente de los evangelios. El gnosticismo, reducción de la fe cristiana a una iluminación de la mente ya fue una tentación en las primeras comunidades y sigue siendo tentación en nuestros días. El juicio final será sobre nuestra conducta en la vida. No es que no tengan su valor los ritos y ceremonias religiosas; pero siempre que sean expresión y alimento de la fe cristiana operante desde el amor.

El juicio final sobre nuestra vida lo dictamos nosotros mientras caminamos en la tierra. Tendrá como criterio nuestra conducta compasiva: “tuve hambre y me diste de comer”. Impactados y alterados por el sufrimiento del otro, de algún modo hacemos nuestro y aportamos lo que podemos para vencerlo.

Celebremos de verdad en nuestra vida la fiesta de Jesucristo rey del universo.

Fr. Jesús Espeja Pardo O.P.

domingo, 19 de noviembre de 2023

"HAS SIDO FIEL EN LO POCO"

 

Reflexión Evangelio del Domingo 19 de Noviembre de 2023. 33º del Tiempo Ordinario.

!Estad vigilantes¡ Esta es la llamada repetitiva e insistente que nos hace el evangelio ante la demora de la esperada pero siempre sorpresiva venida del Hijo del Hombre. Como dice la parábola, al cabo de mucho tiempo, sin especificar el día ni la hora, volvió el señor de aquellos siervos para ajustar cuentas con ellos. La narración pretende de este modo despertar en los oyentes una actitud de permanente alerta y disponibilidad, pues, tarde o temprano, el señor vendrá para ajustar cuentas con sus siervos. El evangelista es el primero que desconoce el momento concreto de su llegada: en cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre (Mt 24,36). Una afirmación desconcertante que desencadenó en el pasado ciertos escrúpulos teológicos, hasta el punto de omitirla en alguna traducción bíblica. No corresponde al hombre conocer el tiempo y el momento que Dios tiene destinado para establecer su Reino definitivo (Hch 1,7).

Ahora bien, ¿qué añade esta parábola a las precedentes que tanto insisten en el tema de la vigilancia? Aporta un detalle relevante: además de velar con los ojos bien abiertos, como el centinela que aguarda la aurora (Sal 129), la mirada atenta y expectante de los creyentes ha de traducirse en una actitud responsable, activa y efectiva, acorde con las posibilidades de cada uno. El dueño que se ausenta confía plenamente en sus siervos, pues deja en sus manos el mantenimiento y la explotación de toda su hacienda. No les encomienda nada por encima de sus posibilidades; les reclama sencillamente su trabajo diario ateniéndose a la capacidad de cada uno de ellos. No les enjuicia por su rendimiento económico, por los resultados obtenidos, sino por la actitud, descuidada o responsable, que han adoptado en la administración de sus talentos; esa actitud personal e intransferible que nadie puede delegar en los demás.

A sabiendas de todo ello, resulta por tanto inexcusable el comportamiento pasivo y perezoso del criado temeroso y pusilánime que escondió su talento en tierra cuando podía al menos haberlo puesto a producir en el banco. ¡Su respuesta evasiva no era de recibo! El descuido y la inoperancia de este siervo contrastan claramente con la conducta y la forma de proceder de la mujer hacendosa ensalzada en la 1ª lectura. Mientras aquél es arrojado a las tinieblas de fuera por su negligencia y abandono, ésta es elogiada por su dedicación y labor eficaz al frente de la casa: ensalzadla por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza. El criado insensato y temeroso, maniatado por la suspicacia y la desconfianza, sucumbe a una dejadez inoperante. La mujer sensata, por el contrario, actúa movida por el sabio temor del Señor, por esa confianza certera del creyente que se entrega a Él sin reservas.

Sed responsables en la fe

La fe cristiana no es una fe muerta sino dinámica y operante. Jesús dirá: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago (Jn 14,12). Más aún, ese será el criterio definitivo con el que juzgue a los suyos en el momento final: tuve hambre y me diste de comer… (Mt 25,31-46). El Señor utilizará con cada uno la misma medida que él haya utilizado con los demás. Esa fue la misión que encomendó Jesús a sus discípulos y a la que respondió fielmente Pedro cuando, fijando sus ojos en el tullido sentado a la puerta del Templo, le dijo: no tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo nazareno, echa a andar (Hch 3, 1-10). Fue en la humanidad de Cristo Jesús, en su atención solícita a los necesitados, donde  los Doce descubrieron el auténtico rostro de Dios.

Sin embargo, la parábola de los talentos no focaliza su atención en la productividad de los siervos sino en la manera, responsable o no, de comportarse cada uno de ellos. Lo que importa ante todo (rindieran más o menos) es su disponibilidad y dedicación en la gestión y el desarrollo de su trabajo, la forma concreta de afrontar la tarea asignada.

Toda persona sensata sabe que ha de proceder de forma creativa, consciente y responsable en el cometido que se le ha confiado. Del mismo modo, el creyente no puede quedarse, como los discípulos galileos, mirando al cielo (Hch 1,11). Como la mujer hacendosa en la administración de su hogar, así ha de actuar el discípulo de Cristo en la gestión de los bienes del Reino (Mt 13,52). Quien se implica de lleno involucrándose en la misión evangelizadora de acuerdo a sus capacidades, tiene asegurada su entrada en el banquete del Reino: entra en el gozo de tu señor.

Dentro de este contexto evangélico y para terminar, me parece oportuno recordar esta sabia reflexión atribuida a Anna Pavlova: Nadie puede llegar a la cima armado solo de talento. Dios da el talento; el trabajo transforma el talento en genio.

No os preocupéis del mañana; cada día tiene su afán (Mt 6,34).  ¿Afronto con confianza, en el día a día, la Venida del Señor? ¿O solo me mueve el temor a un final desconocido?

¿Cuál es la actitud personal con que abordo mi agenda diaria de trabajo? ¿Actúo responsablemente o me abandono fácilmente a la inercia perezosa y negligente de los brazos cruzados?

Fray Juan Huarte Osácar

domingo, 12 de noviembre de 2023

VELAD, PORQUE NO SABÉIS NI EL DÍA, NI LA HORA

 

Reflexión del Evangelio Domingo 12 de Noviembre de 2023. 32º del Tiempo Ordinario.

La frustración de la espera

En los tiempos de las primeras comunidades, cuando Pablo escribió la carta a los tesalonicenses, se creía en el final de los tiempos conocidos, en la venida inminente de Jesucristo (la parusía) que acabaría con las persecuciones, la muerte, el mal… pero este acontecimiento no llegaba. Hoy, en medio de desastres naturales, guerras y destrucción provocada por las personas, la desigualdad creciente, el descuido de nuestro mundo… muchas plegarias piden a Dios que actúe, que venga y corrija este desatino. En ambas situaciones la pregunta es ¿cuándo?

Y en ambas, la respuesta es la misma: los tiempos y modos de Dios no tienen por qué ser los nuestros. O dicho de otro modo más contundente… ya está actuando, nos ha puesto a nosotros para ser sus manos, para ser su mirada, para ser su palabra en nuestro mundo.

Cada vez somos menos tolerantes a lo que no responde a nuestros criterios… y la frustración crece. ¿Por qué esta tardanza? ¿Por qué este silencio? ¿Por qué Dios no actúa? (y alguno añadirá ¿…y no barre de nuestro mundo a tanto desalmado?)

El tiempo de la espera

La parábola de las doncellas en la boda nos sitúa ante las distintas actitudes que unos y otros podemos tomar ante esta situación. Las diez debían haber estado preparadas para cuando llegase el novio. Las diez se durmieron, pero cinco estaban preparadas y pudieron reaccionar cuando llegó. Las otras cinco no estaban preparadas.

El Señor es el novio, y nosotros desconocemos su momento, su tiempo, su modo. Somos como las doncellas, y cada uno tenemos actitudes diferentes de esperar la acción de Dios, la construcción de su Reinado.

En este tiempo de espera, a veces tenemos la tentación de abdicar ante la incertidumbre, dejarnos guiar por la frustración… y tirar la toalla. Fácilmente nos convencemos de que no le interesamos a Dios, que está a otra cosa. Somos incapaces de descubrir la acción de Dios, presente en las personas, en los acontecimientos, en la Palabra… simplemente porque le esperamos de otra manera. Aquí actuamos como las doncellas necias.

Pero también podemos actuar como las otras doncellas, que, a pesar de la incertidumbre, de la fatiga y del sueño, son capaces de estar vigilantes, atentas a los distintos modos de obrar de Dios, a sus tiempos sorprendentes y a su hacer silencioso y humilde.

La sabiduría de la espera

La diferencia entre ambas actitudes se llama sabiduría. Ese don que nada tiene que ver con títulos o certificados, sino que ayuda a las personas a situarse en la vida real de un modo más auténtico, más vital, más esperanzado.

Esta sabiduría es don de Dios, pero solo «quienes la buscan la encuentran». Exige una disposición a buscar de forma activa, exige ponernos en movimiento para hacer vida la Palabra de Dios, exige nuestra respuesta cuando «nos aborde benigna por los caminos» de la vida.

Esta sabiduría es Dios mismo, es el aceite que nos va a ayudar a encender las lámparas y alumbrar la vida. Mirar con sabiduría el futuro, con la mirada de Dios, nos va a dar luz suficiente para afrontar y discernir el presente, para afrontar este tiempo intermedio en el que el Señor nos necesita para ser sus manos, su presencia, su sabiduría en medio de nuestro mundo.

Como las doncellas preparadas, con aceite en sus lámparas, podremos pasar al banquete del Señor a compartir mesa, palabra, proyecto y vida.

Aceite para dar luz

Si nos quedamos en una mirada dirigida solamente hacia uno mismo conseguiremos distorsionar la Palabra. Las lámparas de las doncellas son para alumbrar el camino del Señor, para hacer que sea posible el banquete, la fiesta.

La luz que portamos con nuestra fe y nuestra vida, tiene la función de iluminar, de generar vida en la Iglesia y en el mundo (GS 3).

¿Seremos capaces de poner luz en medio de las sombras? ¿Seremos capaces de alumbrar vida donde no la hay?

Fr. Óscar Jesús Fernández Navarro O.P.

domingo, 5 de noviembre de 2023

EL PRIMERO DE VOSOTROS, QUE SEA VUESTRO SERVIDOR

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 5 de Noviembre de 2023. 31º del Tiempo Ordinario.

No hacen lo que dicen

Jesús de una manera profética denuncia la incoherencia e hipocresía de los fariseos y maestros de la Ley que pervertían la enseñanza de Moisés y los profetas convirtiendo en una carga insoportable para la gente sencilla y humilde. Ojalá los seguidores de Jesús no convirtamos su Evangelio en carga pesada y moralizante para la gente sino en lo que es, “Buena noticia’’, esperanza, dicha, alegría y felicidad para todos.

Las palabras de Jesús no han perdido actualidad. El pueblo sigue escuchando a algunos dirigentes que «no hacen lo que dicen». Hay una profunda división entre lo que enseñan y lo que practican, entre lo que pretenden de los demás y lo que se exigen a sí mismos.

Nuestra Iglesia necesita de verdaderos creyentes que con sus vidas irradien un aire más evangélico. Hombres y mujeres que vivan su fe. Precisamos «maestros de vida». Necesitamos testigos capaces de transparentar en sus vidas el Evangelio de Jesús y que encuentren palabras y gestos que narren al Dios de Vida a las personas que viven sus experiencias de alegría, dolor y esperanza en el hoy y respondan con amor a sus preguntas y necesidades.

La Iglesia si es de Jesús siempre habrá de ser una “Iglesia de puertas abiertas” donde encuentren acogida todos los que necesitan amor, amistad, paz, aliento y esperanza para vivir una vida sana y plena compartiendo y construyendo juntos una comunidad cada vez más humana, fraterna y solidaria. Además, según el papa Francisco la comunidad cristiana necesita con mayor urgencia hoy capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía y proximidad. Veo a la Iglesia como hospital de campana tras una batalla curando heridas y aliviando el dolor de sus hijos y fieles.

La Iglesia está llamada a curar heridas y no imponer cargas pesadas, doctrinas moralizantes y legalistas sino anunciar a un Dios Amor que nos abraza con ternura y amor. En definitiva, necesitamos construir juntos una comunidad que nace de la Palabra haciéndose palabra profética de la presencia de Dios y de su amor en el hoy del mundo y de nuestras historias. En síntesis, necesitamos proclamar la alegre noticia, porque el Evangelio del amor de Dios no puede ser anunciado más que con alegría, esta es nuestra misión que el Maestro de Nazaret nos enmienda a todos sus seguidores.

En definitiva, estamos llamados a atender y a redescubrir una cultura de atención, de la escucha y de una pastoral de proximidad. Por último, estamos invitados a construir una comunidad cristiana que nace de un corazón que ve donde se necesita amor y actúa en consecuencia.

¿Cómo podemos captar a Dios como algo nuevo y bueno?

¿Estamos dispuestos a construir una Iglesia sinodal, samaritana y profética?

Fray Felipe Santiago Lugen Olmedo O.P.

jueves, 2 de noviembre de 2023

¡DESCANSEN EN PAZ!

Reflexión sobre la Memoria de los Fieles Difuntos

El sentido pascual de la muerte de los fieles es muy evidente y su luz se debe reflejar en los formularios y en la piedad de los fieles ante la celebración de la conmemoración de los difuntos.

La fe de los cristianos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y en su acción creadora, salvadora y santificadora, culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al final de los tiempos para la vida eterna. Por ello los justos, después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado, cuando él los resucitará en el último día.

Efectivamente, como afirma San Pablo, si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Cristo de los muertos habita en nosotros, así aquel que ha resucitado a Cristo de entre los muertos, dará la vida también a nuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu que habita en nosotros. Cristo es el principio y causa de nuestra futura resurrección (cf. Rm 8, 11; ICo 15, 20-22; 2Co 5, 15).

Dios, que de hecho puede crear de la nada, puede también dar la resurrección, la vida del cuerpo, pues es él mismo el que cía la vida a los muertos y llama a la existencia lo que todavía no existe (Rm 4, 17; Flp 3, 8-11).

La Iglesia, ya desde sus mismos orígenes, vive con la convicción de su comunión con los difuntos y por ello ha mantenido con gran piedad la memoria de los difuntos, ofreciendo por ellos sus sufragios. Esto se afirma ya en el Antiguo Testamento: Es una idea piadosa y sana rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado» (2M 12, 45).

Nuestra oración por ellos se actúa especialmente por el ofrecimiento del sacrificio de la Eucaristía (CM', n. 1371). También son sufragios las limosnas, las obras de penitencia y las indulgencias, que tienen su eficacia a partir del ministerio de la Iglesia, cuando aplica en casos concretos los méritos o satisfacción de Cristo y de los santos (CIC, nn. 1471, 1476).

De esta forma la Iglesia puede no sólo ayudar a los difuntos, desgravándoles de la pena temporal debida por los pecados para que puedan llegar a la visión beatífica de Dios, sino también hacerlos eficaces intercesores por los que aún viven (CIC, nn. 958, 1032, 1414, 2300).

De hecho, la comunión de los que aún «peregrinan» en la tierra («parroquianos») con los fieles que han muerto en la paz de Cristo, no sólo no se rompe, sino que, conforme a la fe perenne de la Iglesia, se consolida en la comunicación de bienes espirituales.

La fe ante la muerte no incluye solamente el hecho de que se puede ayudar a los difuntos que están todavía purificándose antes de poder entrar en la visión beatífica, sino que debe recordar fuertemente la venida final de Cristo glorioso y nuestra resurrección corporal.

En ese «momento» se llevará a cabo la restauración de todas las cosas, como afirman San Pedro y San Pablo (lIch 3, 19-21; Rm 11, 15) y la resurrección de los cuerpos, y se hará el juicio a los vivos y a los muertos, revelando el secreto de las conciencias y dando, conforme a las obras hechas, la gloria o la condena. Será entonces cuando se forma definitivamente el Cristo total (Ef 4, 13).

El centro de nuestra fe es la resurrección de Cristo y, por lo tanto, nuestra resurrección personal (1Co 15, 12-14.20). La historia de esta afirmación central de la fe cristiana ha tenido una revelación progresiva. Consta claramente en la afirmación del segundo libro de los Macabeos (7, 9-14), que se fundamenta en el hecho de ser Dios creador del hombre todo entero, cuerpo y alma y, asimismo, por su alianza con Abrahán y su descendencia, como Dios de vivos y no de muertos (Mc 12, 24.27). Cristo en su buena noticia insiste numerosas veces en que él es la resurrección y la vida (Jn 11, 25).

Es Jesús el que resucitará en el último día a los que han creído en él y habrán participado de su Cuerpo y de su Sangre. Aunque, después de la muerte, el cuerpo se deshaga en el polvo, el alma va al encuentro con Dios.

Dios en su omnipotencia, por la misma fuerza que actuó en la resurrección de Cristo, restituirá nuestro cuerpo definitivamente a una vida incorruptible, uniendo a él de nuevo el alma que lo «espera». Todos los hombres resucitarán, los que hicieron el bien para una resurrección de vida y los que hicieron el mal para una resurrección de condena (Jn 5, 29).

El cuerpo en la resurrección será tal como es el de Cristo resucitado, un cuerpo «glorioso»» como el que contemplaron físicamente los apóstoles de Cristo resucitado (Lc 24, 39; ICo 15, 35-37.42.53).

Para resucitar con Cristo es necesario morir con Cristo, es necesario salir del cuerpo, como en exilio, y habitar junto al Señor (2Co 5, 8; Flp 1, 23). Después llegará el día de la resurrección de los muertos.

Es necesario caer en la cuenta de que en el más allá no existe el tiempo tal como se «contabiliza», o se experimenta en la tierra, en nuestro mundo de ahora. Por tanto, por muchos miles de millones de años «nuestros» que esperemos la resurrección corporal, eso no cuenta mínimamente en la felicidad mayor o menor de los bienaventurados en el cielo, ni de los que se purifican en el purgatorio (Santo Tomás, Comm. IV Sent. D. 5, q. 3, a.2. r. 4).

Todo este sentido positivo debe iluminar la conmemoración de los fieles difuntos, y nuestra fe, esperanza y caridad sobre el destino definitivo personal y el de todos los difuntos.

El momento mismo de la muerte de los fieles debe estar lleno de la fe viva de la Iglesia. La Iglesia entrega en las manos de Dios al que va a morir. Los cuerpos de los muertos se tratan con respeto y caridad, por la fe en la seguridad de la resurrección, ya que es el cuerpo de los que son hijos de Dios y templos del Espíritu Santo (CIC; n. 2300).

Igualmente, la Iglesia como comunidad saluda y «despide», dice: «Salud» a un miembro suyo antes de su sepultura y lo coloca en el sepulcro o lo entierra (Rin-humareu) en espera de la resurrección. El nombre castellano de «cementerio» («coemeterium», en latín), proviene del verbo griego «koimao», «dormir» y significa materialmente «dormitorio», o lugar donde se duerme en espera de la resurrección.

Los fieles nunca más se separarán en el futuro, porque vivirán en Cristo y como ahora están unidos a Cristo y caminan a su encuentro, así estarán definitivamente todos unidos en Cristo. La muerte es nuestro encuentro con el Dios viviente. Los que han muerto en Cristo viven para siempre (CJC, nn. 1609, 2299-2300).

Antolín González Fuente, O.P.

¡BIENAVENTURADOS!


Reflexión del Evangelio el 1 de Noviembre de 2023. Solemnidad de Todos los Santos.

Santos no son sólo los que ya han llegado a la meta, sino también los que caminan hacia ella. Sin duda, los que ya han llegado gozan en plenitud de una realidad que supera lo que cualquier ser humano pueda imaginar o desear. Pero los que todavía estamos en camino también participamos de la santidad del “único Santo”, que es fuente de toda santidad (como dice la plegaria eucarística número dos). Los que todavía estamos en camino sabemos que aún no se ha manifestado lo que seremos, pero ya somos hijos de Dios. No esperamos serlo, lo somos, como dice la segunda lectura.

Si somos ya hijas e hijos de Dios somos ya santos. San Pablo, cuando escribía una carta a sus comunidades, se refería a ellas y ellos con estas palabras: “a los santos de la Iglesia de Corinto” (o de Roma o de Filipos). Aquellos cristianos tenían sus deficiencias y pecados, pero Pablo los calificaba de “santos”. Porque la santidad no hay que entenderla desde una perspectiva moral. Santo no es la persona virtuosa, intacta, irreprochable, pura; santos son los que se ha adherido a Cristo por el bautismo y se esfuerzan, con sus limitaciones y problemas, en seguirle. En esta perspectiva el pecado tampoco se sitúa en el terreno de lo moral, sino en el de la fe. Pecador es el que no se fía del Señor, el que está lejos de él. Por este motivo, los “santos” a los que se dirigía Pablo son también pecadores, gente de poca fe. Santos y pecadores, santos que están en camino, santos necesitados de purificación. Un camino y una purificación que dura toda la vida. La fiesta de todos los santos nos recuerda que la santidad no está reservada a esos y esas que la Iglesia ha canonizado. La santidad es más amplia que las canonizaciones. Todos los cristianos estamos llamados a la santidad.

La fiesta de hoy nos invita a mirar simultáneamente el pasado, el presente y el futuro de nuestra vida como cristianos. El pasado: celebramos que en todo tiempo y lugar ha habido personas que han vivido el Evangelio de Jesús. Nosotros, los que hoy estamos aquí en la Iglesia, somos los herederos de largas historias de fidelidad. Bien podríamos decir que somos hijas e hijos de santas y santos. Si somos hijas e hijos de santos, estamos llamados a parecernos a ellos, pues los hijos se parecen a sus padres no por su estatura, sino por su espíritu, su talante, su modo de ser y de vivir. En este sentido, los santos son un estimulo para nuestra vida cristiana.

La fiesta de hoy también nos invita a mirar el presente. Hoy estamos llamados a vivir la santidad. El Papa Francisco ha recordado con énfasis y fuerza que para ser santos no hay que dejar las ocupaciones ordinarias y retirarse a un monasterio alejado del mundo. Dice el Papa: “muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos, viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”. Francisco lo ha resumido con una de sus acertadas frases: los santos de la puerta de al lado. Dice: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: en los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan por llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante”.

Finalmente, una mirada al futuro, pues la fiesta de hoy nos invita a mirar hacia la meta de nuestro camino como cristianos, que es el cielo. Hacia esta morada celestial, donde se cumplirán las promesas de Dios que superan todo deseo, vamos “como peregrinos guiados por la fe”, tal como dice el prefacio de la Misa de hoy. En esta línea, la fiesta de hoy se relaciona con la conmemoración de los fieles difuntos, que celebraremos mañana, pues los santos y los fieles difuntos son aquellos que ya han alcanzado esos bienes inefables que Dios tiene preparados para los que le aman.

Una palabra final sobre el evangelio de las bienaventuranzas. En ellas Jesús anuncia una propuesta de felicidad, que contrasta con las propuestas de felicidad que ofrece el mundo, centradas en el poder, el sexo o lo riqueza. Jesús proclama que la felicidad que anticipa ya en este mundo la felicidad celestial, la viven aquellos que son capaces de compartir, que trabajan por la paz, que promueven la justicia, que actúan con misericordia. Y termina diciéndonos que, si vivimos así, quizás seremos mal vistos, insultados o perseguidos, pero añade que en medio de estas persecuciones debemos estar alegres y contentos porque nuestra recompensa será grande en el cielo.

En suma, santo es el que ama, y que el sigue amando cuando su vida pasa por situaciones difíciles. El santo ama hasta el final. Cree que existe otro mundo, pero no se despreocupa del mundo presente. Al contrario, vive ya en el presente los valores del mundo futuro.

Fray Martín Gelabert Ballester