Reflexión del Evangelio Domingo 12 de Noviembre de 2023. 32º del Tiempo Ordinario.
La frustración de la
espera
En los tiempos de las
primeras comunidades, cuando Pablo escribió la carta a los tesalonicenses, se
creía en el final de los tiempos conocidos, en la venida inminente de
Jesucristo (la parusía) que acabaría con las persecuciones, la muerte, el mal…
pero este acontecimiento no llegaba. Hoy, en medio de desastres naturales,
guerras y destrucción provocada por las personas, la desigualdad creciente, el
descuido de nuestro mundo… muchas plegarias piden a Dios que actúe, que venga y
corrija este desatino. En ambas situaciones la pregunta es ¿cuándo?
Y en ambas, la respuesta
es la misma: los tiempos y modos de Dios no tienen por qué ser los nuestros. O
dicho de otro modo más contundente… ya está actuando, nos ha puesto a nosotros
para ser sus manos, para ser su mirada, para ser su palabra en nuestro mundo.
Cada vez somos menos
tolerantes a lo que no responde a nuestros criterios… y la frustración crece.
¿Por qué esta tardanza? ¿Por qué este silencio? ¿Por qué Dios no actúa? (y
alguno añadirá ¿…y no barre de nuestro mundo a tanto desalmado?)
El tiempo de la espera
La parábola de las
doncellas en la boda nos sitúa ante las distintas actitudes que unos y otros
podemos tomar ante esta situación. Las diez debían haber estado preparadas para
cuando llegase el novio. Las diez se durmieron, pero cinco estaban preparadas y
pudieron reaccionar cuando llegó. Las otras cinco no estaban preparadas.
El Señor es el novio, y
nosotros desconocemos su momento, su tiempo, su modo. Somos como las doncellas,
y cada uno tenemos actitudes diferentes de esperar la acción de Dios, la
construcción de su Reinado.
En este tiempo de espera,
a veces tenemos la tentación de abdicar ante la incertidumbre, dejarnos guiar
por la frustración… y tirar la toalla. Fácilmente nos convencemos de que no le
interesamos a Dios, que está a otra cosa. Somos incapaces de descubrir la
acción de Dios, presente en las personas, en los acontecimientos, en la
Palabra… simplemente porque le esperamos de otra manera. Aquí actuamos como las
doncellas necias.
Pero también podemos
actuar como las otras doncellas, que, a pesar de la incertidumbre, de la fatiga
y del sueño, son capaces de estar vigilantes, atentas a los distintos modos de
obrar de Dios, a sus tiempos sorprendentes y a su hacer silencioso y humilde.
La sabiduría de la espera
La diferencia entre ambas
actitudes se llama sabiduría. Ese don que nada tiene que ver con títulos o
certificados, sino que ayuda a las personas a situarse en la vida real de un
modo más auténtico, más vital, más esperanzado.
Esta sabiduría es don de
Dios, pero solo «quienes la buscan la encuentran». Exige una disposición a
buscar de forma activa, exige ponernos en movimiento para hacer vida la Palabra
de Dios, exige nuestra respuesta cuando «nos aborde benigna por los caminos» de
la vida.
Esta sabiduría es Dios
mismo, es el aceite que nos va a ayudar a encender las lámparas y alumbrar la
vida. Mirar con sabiduría el futuro, con la mirada de Dios, nos va a dar luz
suficiente para afrontar y discernir el presente, para afrontar este tiempo intermedio
en el que el Señor nos necesita para ser sus manos, su presencia, su sabiduría
en medio de nuestro mundo.
Como las doncellas
preparadas, con aceite en sus lámparas, podremos pasar al banquete del Señor a
compartir mesa, palabra, proyecto y vida.
Aceite para dar luz
Si nos quedamos en una
mirada dirigida solamente hacia uno mismo conseguiremos distorsionar la
Palabra. Las lámparas de las doncellas son para alumbrar el camino del Señor,
para hacer que sea posible el banquete, la fiesta.
La luz que portamos con
nuestra fe y nuestra vida, tiene la función de iluminar, de generar vida en la
Iglesia y en el mundo (GS 3).
¿Seremos capaces de poner
luz en medio de las sombras? ¿Seremos capaces de alumbrar vida donde no la hay?
Fr. Óscar Jesús
Fernández Navarro O.P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario