Reflexión Evangelio
del Domingo 19 de Noviembre de 2023. 33º del Tiempo Ordinario.
!Estad vigilantes¡ Esta es la llamada repetitiva e insistente que nos hace el evangelio ante la demora de la esperada pero siempre sorpresiva venida del Hijo del Hombre. Como dice la parábola, al cabo de mucho tiempo, sin especificar el día ni la hora, volvió el señor de aquellos siervos para ajustar cuentas con ellos. La narración pretende de este modo despertar en los oyentes una actitud de permanente alerta y disponibilidad, pues, tarde o temprano, el señor vendrá para ajustar cuentas con sus siervos. El evangelista es el primero que desconoce el momento concreto de su llegada: en cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre (Mt 24,36). Una afirmación desconcertante que desencadenó en el pasado ciertos escrúpulos teológicos, hasta el punto de omitirla en alguna traducción bíblica. No corresponde al hombre conocer el tiempo y el momento que Dios tiene destinado para establecer su Reino definitivo (Hch 1,7).
Ahora bien, ¿qué añade
esta parábola a las precedentes que tanto insisten en el tema de la vigilancia?
Aporta un detalle relevante: además de velar con los ojos bien abiertos, como
el centinela que aguarda la aurora (Sal 129), la mirada atenta y expectante de
los creyentes ha de traducirse en una actitud responsable, activa y efectiva,
acorde con las posibilidades de cada uno. El dueño que se ausenta confía
plenamente en sus siervos, pues deja en sus manos el mantenimiento y la
explotación de toda su hacienda. No les encomienda nada por encima de sus
posibilidades; les reclama sencillamente su trabajo diario ateniéndose a la
capacidad de cada uno de ellos. No les enjuicia por su rendimiento económico,
por los resultados obtenidos, sino por la actitud, descuidada o responsable,
que han adoptado en la administración de sus talentos; esa actitud personal e
intransferible que nadie puede delegar en los demás.
A sabiendas de todo ello,
resulta por tanto inexcusable el comportamiento pasivo y perezoso del criado
temeroso y pusilánime que escondió su talento en tierra cuando podía al menos
haberlo puesto a producir en el banco. ¡Su respuesta evasiva no era de recibo!
El descuido y la inoperancia de este siervo contrastan claramente con la
conducta y la forma de proceder de la mujer hacendosa ensalzada en la 1ª
lectura. Mientras aquél es arrojado a las tinieblas de fuera por su negligencia
y abandono, ésta es elogiada por su dedicación y labor eficaz al frente de la
casa: ensalzadla por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la
plaza. El criado insensato y temeroso, maniatado por la suspicacia y la
desconfianza, sucumbe a una dejadez inoperante. La mujer sensata, por el
contrario, actúa movida por el sabio temor del Señor, por esa confianza certera
del creyente que se entrega a Él sin reservas.
Sed responsables en la fe
La fe cristiana no es una
fe muerta sino dinámica y operante. Jesús dirá: el que crea en mí, hará él
también las obras que yo hago (Jn 14,12). Más aún, ese será el criterio
definitivo con el que juzgue a los suyos en el momento final: tuve hambre y me
diste de comer… (Mt 25,31-46). El Señor utilizará con cada uno la misma medida
que él haya utilizado con los demás. Esa fue la misión que encomendó Jesús a
sus discípulos y a la que respondió fielmente Pedro cuando, fijando sus ojos en
el tullido sentado a la puerta del Templo, le dijo: no tengo plata ni oro; pero
te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo nazareno, echa a andar (Hch 3,
1-10). Fue en la humanidad de Cristo Jesús, en su atención solícita a los
necesitados, donde los Doce descubrieron
el auténtico rostro de Dios.
Sin embargo, la parábola
de los talentos no focaliza su atención en la productividad de los siervos sino
en la manera, responsable o no, de comportarse cada uno de ellos. Lo que
importa ante todo (rindieran más o menos) es su disponibilidad y dedicación en
la gestión y el desarrollo de su trabajo, la forma concreta de afrontar la
tarea asignada.
Toda persona sensata sabe
que ha de proceder de forma creativa, consciente y responsable en el cometido
que se le ha confiado. Del mismo modo, el creyente no puede quedarse, como los
discípulos galileos, mirando al cielo (Hch 1,11). Como la mujer hacendosa en la
administración de su hogar, así ha de actuar el discípulo de Cristo en la
gestión de los bienes del Reino (Mt 13,52). Quien se implica de lleno involucrándose
en la misión evangelizadora de acuerdo a sus capacidades, tiene asegurada su
entrada en el banquete del Reino: entra en el gozo de tu señor.
Dentro de este contexto
evangélico y para terminar, me parece oportuno recordar esta sabia reflexión
atribuida a Anna Pavlova: Nadie puede llegar a la cima armado solo de talento.
Dios da el talento; el trabajo transforma el talento en genio.
No os preocupéis del
mañana; cada día tiene su afán (Mt 6,34).
¿Afronto con confianza, en el día a día, la Venida del Señor? ¿O solo me
mueve el temor a un final desconocido?
¿Cuál es la actitud
personal con que abordo mi agenda diaria de trabajo? ¿Actúo responsablemente o
me abandono fácilmente a la inercia perezosa y negligente de los brazos
cruzados?
Fray Juan Huarte Osácar
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