Reflexión del Evangelio del Domingo 24 de Diciembre de 2023. 4º de Adviento.
Tenemos que reconocer que
este año el celebrar el cuarto domingo de adviento el día 24 de diciembre,
víspera misma del día de Navidad, el 25, nos complica mucho el poder
aprovecharlo como lo que debería ser: un momento sereno, contemplativo y
reflexivo ante el gran misterio de la celebración del nacimiento de Cristo.
Efectivamente, lo
queremos o no, cada uno de nosotros se sentirá urgido y empujado por los
preparativos: las últimas compras, los adornos, las comidas, los trajes, etc.,
etc. Y, junto a ello, otra urgencia y otro empuje más complicado y difícil de
vivir e integrar: la cantidad de sentimientos que están unidos a la fiesta de
navidad, que se acumulan en nuestra memoria y en nuestro corazón, y que no sólo
dependen de nosotros, sino también de otras personas: la navidad es la fiesta
de los niños (pero también de sentimiento agridulce de nuestra infancia ya
perdida); de la familia (y del doloroso
recuerdo de los ya idos, o la posibilidad de que, al estar juntos por
obligación, surjan más fuertes e hirientes las desavenencias familiares); los
momentos de la abundancia y la alegría en el compartir (y también de consumismo
y la chabacanería). Y junto a ello, esa carga, para muchas personas, demasiado
pesada: el deber social, la presión de tener que alegrarse por obligación y a
fecha fija.
Demasiadas cosas, repito,
que nos impiden vivir el sentido profundo de la Navidad. La celebración de las
fiestas navideñas nos roba la posibilidad de una navidad celebrada por ella
misma.
La clave es preguntarse:
¿será una navidad sin Niño. Porque lo que nos roba la navidad es que olvidamos
al protagonista que es la causa de la alegría, el regocijo, la familiaridad, la
fiesta. Y sin ese Niño, con nombre propio, llamado Jesús de Nazaret, y sin su
programa de cambio personal y social que se llama Evangelio, celebraremos,
queramos o no, una navidad sin navidad.
Tal vez creamos que lo
más simple y coherente sería dejar de celebrarla y encerrarnos en la tristeza o
en la monotonía de lo cotidiano, pero las lecturas de este domingo nos muestran
otras actitudes más básicas y positivas: la receptividad, la admiración, el
agradecimiento, la disponibilidad. En la lectura del 2º Libro de Samuel, David
quiere llevar la iniciativa, piadosa por supuesto, de edificar un templo a
Dios, una casa para el Señor. Y Yahveh le cambia la perspectiva; es Él mismo el
que se está preocupando y seguirá preocupándose por David y su casa, su
familia. Por eso, surgen espontaneas,
como respuesta, las palabras del salmo: “Cantaré eternamente el amor del
Señor”.
San Pablo nos invita a
exultar de alegría por el gran regalo que nos ha hecho: al mismo Jesucristo; a
reconocerlo con inmenso agradecimiento, como obra de un amor que nos afianza,
nos afirma, nos hace firmes, en el camino de la vida.
Y la escena de la
Anunciación a María, tiene la misma atmósfera: la desproporción abismal entre
el don de Dios, su amor y su acción en una pobre chiquilla campesina y la
realidad de esta. El poder de la acción de Dios que la hará, (eso sí, si ella
libremente consiente) en Madre de Dios y posteriormente en madre nuestra. María
se admira, pregunta inteligentemente, acepta con disponibilidad, y, llena de
gratitud, cantará después el Magníficat: “el Poderoso ha hecho obras grandes en
mí. Por eso proclama mi alma la grandeza del Señor”.
Navidad con Niño, con
Jesús en el centro, es la posibilidad de hacer una fiesta con contenido y
profundidad, en la que sean, cual sean otras circunstancias difíciles o
dolorosas, tiene sentido el festejar porque nos hace más humanos, más divinos,
más hermanos, más humanizadores.
¡Démonos la oportunidad
de celebrar la Navidad!
Fr. Francisco José
Rodríguez Fassio
No hay comentarios:
Publicar un comentario