Reflexión del Evangelio del Domingo 10 de Diciembre de 2023. 2º de Adviento.
El domingo anterior, el primero
del Adviento, se nos invitó a estar alerta ante la venida del Señor, en
continua vigilancia. Hoy, en el segundo domingo de Adviento, se nos pide que
seamos pacientes y nos preparemos bien para dicha venida. Tiene todo su sentido,
porque no hay más que salir de casa para ver cómo las calles y las tiendas
llevan varias semanas ya adornadas con luces y motivos navideños. Nos dicen
continuamente que ya es Navidad, para que gastemos nuestro dinero disfrutando
ahora de estas fiestas.
¿Pero qué Navidad nos anuncian
los centros comerciales? Pues una Navidad vacía y superficial en la que se nos
ofrecen comidas, bebidas, regalos y fiestas que poco o nada tienen que ver con
la venida del Señor. Todo está pensado para complacer al yo caprichoso que
todos llevamos dentro y que tanto disfruta dejándose llevar por la frivolidad y
la disipación. Es cierto que es bueno disfrutar de la fiesta, pero en su justa
medida y en el momento oportuno. Y el Adviento no es tiempo de fiesta, sino de
preparación para celebrar el nacimiento del Señor.
Los sociólogos llevan años
indicando que la sociedad ha convertido la Navidad en una gran fiesta pagana,
tal y como era en su origen, en tiempos del Imperio Romano, antes de que la
Iglesia la cristianizase y la llenase de sentido. En efecto, desde la televisión
y los escaparates de la calle se nos anima insistentemente a paganizar la
Navidad. Sin embargo, sabemos que ésta es una de las fiestas cristianas más
importantes y, sin lugar a dudas, la más entrañable.
Por eso las lecturas que acabamos
de escuchar nos mueven a esperar la venida del Señor. En lugar de dejarnos
llevar por los anuncios comerciales que nos incitan a disfrutar ahora mismo de
la fiesta navideña, la Palabra de Dios nos pide que seamos pacientes y nos
preparemos convenientemente para poder experimentar la verdadera Navidad, en la
que celebraremos el nacimiento del Niño Jesús entre nosotros y dentro de
nuestro corazón.
Efectivamente, la verdadera
Navidad, la cristiana, no tiene nada de frívola y superficial, pues afecta a lo
más hondo de nuestra persona y al núcleo central de nuestra familia y nuestra
comunidad. Es una fiesta llena de amor, cariño y ternura. Pero para que sea
así, es preciso no precipitarse celebrando por adelantado esta fiesta, sino que
debemos prepararnos interiormente para que dentro de dos semanas podamos
experimentar el nacimiento del Niño Jesús. Entonces la Navidad sí será una
verdadera fiesta, llena de sentido, porque la disfrutaremos en lo profundo de
nuestro corazón y podremos compartir esa alegría con nuestros familiares y con
nuestra comunidad cristiana.
¿Y cómo debemos prepararnos para
celebrar, de verdad, la Navidad? Las tres lecturas que hemos escuchado nos
hablan de la purificación interior. Por eso la Iglesia nos ofrece el tiempo de
Adviento, para que realicemos un profundo examen de conciencia que nos ayude a
poner ante nuestra mirada y, sobre todo, ante Dios, todo aquello que no está
bien en nuestro interior.
El Adviento es un tiempo de
recogernos interiormente, de entrar en nuestro «desierto» interior, en ese
lugar íntimo y privado donde el Espíritu Santo está presente dentro de
nosotros, y dejar que Él nos ayude a descubrir aquellos aspectos de nuestra
vida que debemos cambiar: nuestras envidias y rencores, nuestros deseos
pecaminosos, nuestras malas costumbres y todo aquello que nos separa de Dios y
de las personas, y que, en definitiva, es perjudicial para nuestra vida, pues
nos encamina a la amargura y la tristeza.
Y todo ese mal que descubramos en
nuestro interior, debemos confesarlo en el sacramento de la Reconciliación,
para que el Espíritu Santo nos limpie y purifique. Así quedaremos plenamente
consolados. De ahí que Dios, por medio de Isaías, proclame en la Eucaristía de
hoy: «Consolad, consolad a mi pueblo». Y, siguiendo esa llamada, las parroquias
ofrecen en el tiempo de Adviento una celebración penitencial.
Además, el examen de conciencia y
el sacramento de la Reconciliación nos van a ayudar a reconocer nuestra
imperfección y pequeñez, y así creceremos en humildad. Pensemos que, cuando
llegue la Noche Buena, escucharemos cómo el ángel anunció el nacimiento del
Señor a los humildes pastores que dormían al raso. No se lo anunció a Herodes,
que disfrutaba orgullosamente de su suntuoso palacio.
En efecto, en lugar de
distraernos celebrando anticipadamente la fiesta de Navidad que ahora nos
ofrecen los centros comerciales y los medios de comunicación, seamos pacientes
y centrémonos en lo importante: nuestra preparación para la venida del Señor. Así
llegaremos a la verdadera Navidad con un corazón purificado y humilde, y no
como el orgulloso Herodes, que no sólo no experimentó el nacimiento del Señor,
sino que hizo todo lo posible para matarlo. Porque pocas cosas hay más amargas
que, al llegar el 25 de diciembre, ver cómo los demás experimentan alegremente
la Navidad, mientras nosotros tenemos el corazón triste y apagado, porque no
sentimos el amor del Hijo de Dios.
En conclusión, no nos
adelantemos, seamos pacientes. Preparémonos interiormente para experimentar el
nacimiento del Señor. De este modo, cuando celebremos la Navidad, haremos
realidad lo que hemos orado al proclamar el salmo: experimentaremos la paz y la
justicia, la misericordia y la fidelidad, la salvación y la gloria del Hijo de
Dios, pues Él nacerá en nuestro humilde y limpio corazón.
¿Estoy dispuesto a esperar pacientemente a que llegue la auténtica Navidad? ¿Voy a prepararme interiormente para experimentar el nacimiento del Niño Jesús en mi corazón, junto a mi familia y mi comunidad? ¿Soy consciente de que lo más importante de la Navidad son el amor y la humildad?
Fray Julián de Cos
Pérez de Camino
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