Reflexión del Evangelio del Domingo 29 de Octubre de 2023. 30º del Tiempo Ordinario.
Amarás
a tu prójimo
En
el llamado “Código de la Alianza” que recoge el libro de Éxodo encontramos
varios preceptos y normas que debe cumplir el pueblo de Israel. Moisés habla en
nombre de Dios y pronuncia enfáticamente “Así dice el Señor”, para introducir
una serie de prohibiciones que tienen sus respectivas razones de ser.
No
oprimir al extranjero, no explotar a viudas ni huérfanos, no practicar la
usura, y devolver lo prestado, son expresiones concretas de amor al prójimo. El
israelita tenía que relacionarse no solo con los de su pueblo sino también con
extranjeros y forasteros con amor, justicia y fraternidad.
El
Dios de Israel se presenta como un Dios compasivo, que escucha al pobre, al
huérfano, la viuda, al extranjero o al necesitado. Es un Dios cercano que no se
desentiende del sufrimiento ni de las necesidades de sus criaturas. Podemos
preguntarnos hoy:
¿Qué
imagen de Dios subyace en nuestros modos de relacionarnos con los demás?
¿Cuál
es el mandamiento más importante?
En
tiempos de Jesús, parece que había una multitud de normas y preceptos que el
judío piadoso debía cumplir. Estos mandamientos no solo eran los escritos en la
Torá sino que además, existían muchas tradiciones que habían sido impuestas por
los fariseos. Con este panorama se entiende fácilmente que cualquier judío
piadoso sentía la necesidad de una síntesis para comprender y vivir mejor su
espiritualidad, es decir, su relación con Dios, con los demás, y consigo mismo.
El
maestro de la Ley formula una pregunta clave: ¿cuál es el mandamiento más
importante?
También
nosotros hoy necesitamos hacer una síntesis de nuestra fe para comprender qué
es lo más importante, qué es lo esencial en nuestra vida cristiana. Es un
proceso necesario de maduración de la fe que, si no lo hacemos, corremos el
riesgo de perdernos en una serie de tradiciones, mandamientos y reglas, que son
secundarias.
Probablemente
todos y todas sepamos la respuesta que le da Jesús al maestro de la Ley:
“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente” y “al prójimo como a ti mismo”. La respuesta de Jesús recoge lo mejor de
la tradición del Pentateuco para hacer la síntesis de Dt 6, 5 y Lv 19, 18.34
Ahora
bien, ¿cómo se concreta este mandamiento en nuestra vida cotidiana? ¿En qué se
nota en nuestras vidas que “amamos al Señor”?
Es
interesante fijarse con atención que lo primero que pide el Señor NO es el
cumplimiento de una serie de mandamientos, sino más bien que sea amado con todo
el corazón, toda el ama y toda la mente. Corazón, alma y mente en el mundo
bíblico quieren significar la totalidad de la persona. El foco no está en el
cumplimiento de preceptos sino en el amor a Dios y al prójimo. Sin amor a Dios,
el cumplimiento de mandamientos y normas se vuelve inútil.
Quizá
un problema no menor sea la segunda parte del mandamiento: amarás a tu prójimo
como a ti mismo. ¿Cómo amar al prójimo si uno no se ama a sí mismo? ¿en qué se
refleja este amor a sí mismo?
Hay un elemento clave: no podemos desentendernos del otro: el semejante, el que está próximo a nosotros, el vecino, pero también del que está más lejano; el forastero, el extranjero, la viuda, el pobre y necesitado, el huérfano, etc. El amor a Dios se refleja en el modo que amamos, cuidamos y nos preocupamos de los otros, especialmente de los más pobres y necesitados. Es esto justamente lo que hemos leído en la primera lectura: Éxodo 22.
Pidamos
al Señor la gracia de poder amarlo con todo nuestro ser y que esto se note en
nuestro relacionamiento con los demás. En una Iglesia sinodal este elemento es
clave. Necesitamos también amarnos más en la Iglesia, en la comunidad, entre
los discípulos de Jesús. El amor a Dios también se debe reflejar en la escucha
mutua para seguir haciendo caminos juntos.
Fr. Edgar Amado D. Toledo Ledezma, OP
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