Reflexión Homilética para el Domingo 26 de Agosto de 2018. 21º del Tiempo Ordinario, B.
A propósito de la multiplicación
y reparto de los panes y los peces, por parte de Jesús, la Liturgia nos ha
presentado a tres grandes personajes del pueblo de Israel que han servido como
mediadores de Dios para alimentar a las gentes: Eliseo, Moisés y Elías. Además,
nos personifica a la Sabiduría como ejemplo de la providencia de Dios.
Finalmente, en este domingo se
cierra el ciclo con la mención de Josué (Jos 24), el elegido por Dios para
suceder a Moisés e introducir a su pueblo en la tierra prometida. Sin embargo,
en este día Josué no es el explorador que informa a su gente sobre la tierra de
sus esperanzas. No es el guerrero que lucha contra los madianitas ni el guía
que, al cruzar el Jordán, repite la epopeya del cruce del Mar Rojo.
Hoy Josué es un predicador que
interpela a su pueblo para que haga pública su opción de vida. ¿Adorar a los
dioses de los cananeos o adorar al Dios que lo ha sacado de la esclavitud? Esa
es la alternativa. Josué confiesa que él y su familia ya han optado por servir
al Señor. Y el pueblo promete: “También nosotros serviremos al Señor: ¡es
nuestro Dios!”.
Con razón el salmo responsorial
nos dirige una gozosa invitación: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal
33).
EL VIENTO DE DIOS
Este relato del libro de Josué es
más actual de lo que imaginamos. También hoy muchos creyentes dudan de su fe,
es decir, del Dios que les ha entregado el don de la fe. Y dudan del Mesías al
que han prometido seguir. Se parecen a aquellos discípulos de Jesús, que
juzgaron inaceptable su discurso sobre el pan de la vida (Jn 6, 60-69).
En el evangelio que hoy se
proclama, Jesús afronta esa tentación de sus seguidores. No son los jefes de
los judíos los que lo critican. Son sus propios “discípulos” los que se
escandalizan de sus palabras y “vacilan”. Al dirigirse a ellos, también nos
interpela a nosotros, estableciendo una distinción entre la carne y el
Espíritu.
- En el evangelio, la carne no es
el compuesto orgánico que hay que alimentar cada día. La carne es una actitud
vital. Es la disposición a juzgar las cosas según nuestros intereses. La carne
refleja nuestros cálculos y nuestra mezquindad. De ella dice Jesús que “no
sirve de nada”. Y así es. La carne no puede captar la verdad de la entrega del
Señor.
- El Espíritu no es un fantasma.
Es el viento de Dios, que creó el mundo y dio vida al ser humano. Es el aliento
divino que habló por los profetas. Es la presencia misma de Dios que nos guía
por los caminos de la verdad y del amor. Según Jesús, el Espíritu “es quien da
vida” y nos hace comprender que sus palabras “son espíritu y son vida”.
EL SANTO DE DIOS
El evangelio de Juan anota que
muchos discípulos abandonaron a Jesús. Y que él se dirigió a los Doce
preguntando: “¿También vosotros queréis marcharos?” Jesús interpela a los suyos
como Josué había interpelado a los hebreos. En ambos casos se plantea la opción
fundamental. Ahora es Pedro quien responde con una doble confesión:
- “Señor ¿a quién vamos a acudir?
Tú tienes palabras de vida eterna”. En medio del bullicio, de la confusión y
del griterío de los hombres, se hace oír el que es la Palabra misma de Dios.
Entre tantas palabras efímeras y enfermizas, las palabras de Jesús brotan de la
vida sin principio y llevan a la vida sin final.
- “Nosotros creemos y sabemos que
tú eres el Santo consagrado por Dios”. En el mundo de hoy se establece con
frecuencia un abismo entre el saber y el creer, entre la ciencia y la fe. Pero
los verdaderos creyentes saben y confiesan que Jesús es el Mesías. Solo el
enviado de Dios puede hacer posible la realización integral del hombre y de lo
humano.
Señor Jesús, a pesar de
nuestras dudas, nosotros te reconocemos como el Mensajero de Dios. De ti
recibimos el mensaje último y definitivo sobre Dios y sobre el hombre. Sabemos
que optar por ti y escuchar tu palabra significa acertar con el sentido de la
existencia. Porque tú eres el Santo y el Salvador. ¡Bendito seas por siempre!
Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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