Miércoles, 15 de Agosto de 2018. Solemnidad de la Asunción de la Stma. Virgen María
En este día nos agrada volver a
consultar los sermones de San Juan de Ávila. Según él, la fiesta de la Asunción
de María marcaba “el término tan
deseado y tan pedido por la sacratísima Virgen María, Madre de Dios y Señora
nuestra”. Ante aquella evocación,
invitaba a los fieles a alegrarse por el triunfo de María. No le faltaba
fantasía para imaginar la admiración a los ángeles:
“Espantados de que en este miserable desierto
hubiese tan preciosa reliquia y que con tanta honra y pompa fuese subida a la alteza
del cielo y constituida por Señora de los que están allá y de los de acá,
preguntan diciendo: ¿Quién es esta que sube del desierto, abundante en regalos,
arrimada sobre su Amado?” (Cant 8,5).
Para aquel fogoso predicador, el
día de la Asunción de María se convertía en la fiesta de la libertad, de la
gloria cumplida y de la esperanza realizadas:
“Gócense, pues, los buenos hijos
de la libertad de su bendita Madre, y esperen ellos que, a semejanza de ella,
les vendrá el día de su libertad, en que, libres de la corrupción de esta vida,
gocen con ella en el cielo del don de incorrupción perpetua, de cumplida gloria
y de la alegre vista de Dios. Y entiendan que esta Virgen bendita no sólo nos
es dada para ejemplo de nuestra vida, a la cual sigamos e imitemos en sus
virtudes, mas también tenemos en ella ejemplo y motivo para esperar que, si
fuéremos acá por el camino que ella fue, aunque no tan aprisa ni con tanta
santidad, iremos donde ella fue, aunque menores en gloria”.
Pero sabía Juan de Ávila que poco
presta la contemplación sin la acción y el regusto sin el esfuerzo. La
celebración de la Asunción de María a los cielos le sugería, pues, una sencilla
exhortación adornada de una pizca de dramática poesía:
“Estemos, pues, muy atentos, y no
perdamos de vista a esta Señora, tan acertada en sus caminos y tan verdadera
estrella y guía de los que en este peligroso mar navegamos”.
También Santa Teresa cuenta que
en esta fiesta de la Asunción de María, se le representó en un arrobamiento “su
subida al cielo, y la alegría y solemnidad con que fue recibida y el lugar
adonde está” . Y añade que esta visión
le aprovechó “para desear más pasar grandes trabajos” y le quedó un “gran deseo de servir a esta
Señora, pues tranto mereció”.
LA OBRA DE DIOS
El relato evangélico que hoy se
proclama recoge el canto gozoso y
agradecido de María (Lc 1, 39-56). Sus estrofas no miran tanto a la obra del
hombre cuanto a la obra de Dios. El
canto del “Magnificat”, en efecto, revela, proclama, canta y agradece el estilo
de Dios.
- “Ha mirado la humillación de su
esclava”. Más que una confesión personal
es un resumen de la historia entera de la salvación. Frente a la altanería de los poderosos, con
frecuencia injusta y despiadada, se alza la misericordia del Dios que apuesta por
los débiles y oprimidos.
- “Me felicitarán todas las
generaciones”. En otros tiempos le había
sido prometido a Abraham que por él se bendecirían todos los linajes de la
tierra (Gén 12,3). La antigua profecía se ha cumplido en María. Gracias a
Jesús, fruto bendito de su vientre, la bendición de Dios se convierte en
bienaventuranza para todos los que lo siguen.
- “Ha hecho obras grandes por
mí”. Lo mismo pudieron decir Sara, madre
de Isaac, y Ana, la madre de Samuel. Para María, las grandes obras de Dios
incluyen la maternidad física de Jesús. Pero comprenden las riquezas del Reino
que por Jesús se revelan y se otorgan a los pequeños y a los humildes.
UN SIGNO CELESTIAL
La visión del Apocalipsis coloca
a la Iglesia en el centro de la bóveda celeste (Ap 12,1). La liturgia ve esa
profecía a la luz de los misterios que transforman la vida de María:
- “Una mujer vestida del
sol”. La luz de Dios revelada en el
Cristo inunda a María y a la Iglesia. Purificadas e iluminadas por Él se
convierten en faro para la peregrinación de las gentes. Su esencia determina su
misión imprescindible.
- “Una mujer con la luna por
pedestal”. La luz de María y de la
Iglesia no brota de sus méritos. Como
el pálido claror de la luna, su brillo es reflejo de una luz que las trasciende
y las lleva a vivir en humilde transparencia.
- “Una mujer coronada con doce
estrellas”. El signo cósmico del zodíaco se asocia a las tribus de Israel y al
número apostólico para desvelar el papel de María y de la Iglesia. La
naturaleza y la historia coronan al icono de la fe, al ejercicio de la fe, a la
obediencia de la fe.
“Dios todopoderoso y eterno,
que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María,
Madre de tu Hijo; concédenos que
aspirando siempre a la realidades divinas, lleguemos a participar con ella de
su misma gloria en el cielo”. Amén.
D. Jose Román Flecha Andrés
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