Reflexión Evangelio Domingo 2 de Febrero de 2025. Fiesta de la Presentación del Señor.
Luz de todos los
corazones
Estamos ante una verdadera obra maestra de la teología de
Lucas (ya se comentó el texto en el domingo después de Navidad, la Sagrada
Familia). Queremos resaltar que narrativamente es un texto evangélico y, corno
tal, con un mensaje que va mucho más allá del hecho histórico de la
presentación de un recién nacido para cumplir la ley de Moisés (o la ley de
Dios como se dice a continua-ción). Se ha de tener en cuenta que no era
necesario que el niño fuera llevado al templo para cumplir con el precepto de
esa ley de la purificación de la madre (cf Lv 12,1-8), porque lo de la
presentación del niño no era algo requerido por la ley de Moisés. Se quiere,
pues, mostrar que los padres de Jesús se atienen en todo a esa ley,y pretenden
"consagrarlo al Señor" según lo quo establecía un precepto (Ex
13,2.12.15), con el rescate del primogénito (Ex 13,13; 34,20) con el pago de
cinco siclos (Num 18,15-16); aunque Lucas no dice expresamente que se llevara a
cabo ese rescate así. Lo importante era poner de manifiesto que los padres de
Jesús querían incardinar a su hijo a todo aquello que era considerado como una
vida de fidelidad a Dios cumpliendo ciertos preceptos.
Pero es eso precisamente lo que va a ser puesto en entredicho
en esta narración lucana. Los padres que viven de esa fidelidad se van a
encontrar, de pronto, con personajes que viven y sienten al margen de esos
preceptos. Son el viejo Simeón y la profetisa Ana, quienes con su mensaje van a
poner en "solfa" todo lo que manda la ley y exige la tradición.
Porque no basta con eso para ser fieles a Dios. Y esta es una lección
"teológica" que sus padres aprenden con admiración y con la misma
fidelidad con que intentaban ser fieles a la tradición y a la religión de su
pueblo. Estos personajes de la narración aparecen como por ensalmo, pero no se
quedan en la pura estética. No son los sacerdotes los que acogen a Jesús en
este momento en que es llevado al templo, sino dos personajes que nada tienen
que ver con la ceremonia que se realiza. Primeramente, un anciano que esperaba
la "consolación de Israel". No podemos menos de unir esos dos
elementos: anciano y quien espera la consolación (según ls 40,1; 51,12; 61,2
designa la salvación de Israel). Su canto del "Nunc dimittis"
encierra todos los tonos del Espíritu, quien pasa a ser protagonista a partir
de este momento. Por eso mismo debemos saber leer nuestro relato acentuando
cómo se pasa desde la ley de Moisés al Espíritu. Esta será una constante en la
obra de Lucas. La salvación no llegará por la ley, sino por el Espíritu de
Dios. Cuando los padres van a consagrar al niño a Dios, es Simeón quien aparece
para "arrebatar" al niño de las manos maternas y presentarlo él con su
"palabra" y con su canto, bendiciendo a Dios. No debemos pasar por
alto este detalle, con toda su significación.
El canto de Simeón, el "Nunc dimittis" está cargado
de resonancias bíblicas y especialmente por lo que se refiere a presentar a
Jesús como "luz" de todas las naciones (Is 52,10). Es la primera vez
que aparece en la obra de Lucas y será como una línea dorada en su doble obra
(Evangelio-Hechos). Jesús no ha venido solamente para salvar al pueblo de
Israel, sino a todos los hombres. Es una salvación que ilumina a todos los
pueblos. Ese carácter universalista de la salvación es, debe ser, central en el
mensaje de esta fiesta.
El papel de Ana, la profetisa, no es tampoco un adorno
narrativo, aunque no está falto de estética teológica. Viene en apoyo de lo que
Simeón anuncia. No olvidemos que es una "profetisa", que está día y
noche en el templo. El templo como lugar de la presencia de Dios, de los
sacrificios y peregrinaciones.
Ahora a esta mujer –debemos resaltar lo de ser mujer–, se le
enciende el alma y el corazón de una forma profética para proclamar la
liberación (el rescate) de Jerusalén o de Israel, el pueblo de Dios. Ya no es
simplemente la mujer que en silencio ora y asiste a las ceremonias sagradas,
sino que rompe muchos silencios de siglos, con la llegada de este niño al
templo. Su voz femenina le da entraña a todo aquello que podía haber quedado en
un rito más de purificación.
No entramos en las palabras de Simeón a María (vv. 34-35), del signo de Jesús, bandera discutida, que habla de su historia concreta, de su predicación, de su experiencia de Dios, de sus ofertas de salvación a los pecadores. Y de la "espada" (cf Ez 14,17) de María, que es la espada de la palabra salvadora que lleva a la pasión. Sabemos que todo esto no ha podido formularse sino después de los acontecimientos de la Pascua. Porque, como todo el conjunto de Lc 1-2, esta es una escena programática que habrá de desarrollarse a lo largo de la vida de Jesús. Y no podemos olvidar que la historia concreta de Jesús es la historia de un Mesías rechazado. María, en ese momento, para Lucas, no solamente es una figura histórica, que lo es como madre que lleva a su hijo, sino que representa a la nueva comunidad que fiel a Dios, pasa desde su experiencia de la fidelidad a la ley a la experiencia de la fidelidad al Espíritu. Por eso la palabra de Jesús y su vida, es una espada de identidad para esta comunidad.
Fray Miguel de Burgos Núñez
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