Reflexión Homileética para el Domingo, 18 de Agosto de 2019. 20º del Tiempo Ordinario.
“Hay que condenar a muerte a ese
hombre, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que
quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del
pueblo, sino su desgracia”. Esa fue la acusación contra el profeta Jeremías que
los príncipes presentaron ante el rey Sedecías (Jer 18,4-10).
Al fin, Jeremías fue liberado de
morir de hambre en el aljibe al que lo habían arrojado. Pero aquel episodio de
su vida se repite también hoy. La palabra de Dios consuela a los que creen y
molesta a los que se alejan de él. Por eso el profeta es acusado de perturbar
la paz y el orden social. Se manipula la opinión pública y se decide
eliminarlo.
Con el salmo responsorial,
también nosotros hacemos nuestra la oración del condenado: “Yo soy pobre y
desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes” (Sal 39,18).
La segunda lectura (Heb 12,1‑4) nos recuerda que “en lugar del gozo inmediato, Jesús
soportó la cruz, despreciando la ignominia, y
ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”. También él ha sido liberado
por Dios, como lo fuera Jeremías.
UN TEXTO ESCANDALOSO
Según el evangelio que hoy se
proclama (Lc 12,49-53), Jesús es consciente de que su mensaje desencadenará
graves divisiones en la sociedad y aun en el seno de las familias. Hasta los
hijos se enfrentarán a sus padres, aparentemente por causa de la fe.
Este texto puede resultar
escandaloso. Pero no revela la intención de Jesús sino la realidad que se iba a
seguir del anuncio de su mensaje. De sobra sabía él que el evangelio no dejaría
indiferentes a las personas. Quienes trataran de vivir en cristiano con
frecuencia resultarían molestos hasta a sus mismos familiares.
Pero esa división se habría de
repetir una y otra vez a lo largo de los siglos. También hoy las familias se
encuentran divididas por el fundamentalismo de los miembros que se han pasado a
otro grupo religioso. O por los familiares que se burlan de los que tratan de
mantener la fe. O por los jovenes que buscan su afirmación personal renegando
de la fe de sus padres.
LA CRISIS Y EL MARTIRIO
Con todo, es preciso recordar la
frase con la que comienza este texto evangélico: “He venido a prender fuego a la tierra. ¡Y
cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y
qué angustia sufro hasta que se cumpla!” Esas dos referencias al fuego y al
bautismo revelan la fuerza del mensaje de Jesús.
- “He venido a traer fuego en el
mundo”. El fuego puede ser entendido como el símbolo del amor, pero también
como el símbolo del juicio. El fuego purifica los metales. Y a él se arroja la
basura. También la figura y el mensaje de Jesús purifican nuestra conciencia y
someten a crisis los pretendidos valores de nuestra sociedad.
- “Con un bautismo tengo que ser
bautizado”. En la pregunta que Jesús dirigió a Santiago y Juan, el bautismo
significaba el martirio (Mc 10,38). Como se ve, Jesús es muy consciente de las
intenciones de los que quieren condenarlo a muerte. Pero acepta voluntaria y
generosamente la suerte que le espera.
Señor Jesús, cuando preguntaste
a tus discípulos qué decían las gentes sobre ti, ellos recordaron que muchos te
comparaban con el profeta Jeremías. Al igual que él, también tú fuiste y eres
acusado de ser enemigo del pueblo. Tú eres el príncipe de la paz. Pero nuestras
opciones generan las divisiones que tú preveías. Danos fuerzas para seguirte
por el camino.
D. José-Román Flecha Andrés
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