Reflexión Homilética para el Domingo 4 de Agosto de 2019. 18º del Tiempo Ordinario.
“Vaciedad sin sentido, todo es
vaciedad”. Es muy conocido este inicio del libro del Eclesiastés (Ecl 1,2). El
texto añade una reflexión sobre la preocupación humana por el trabajo: “Hay
quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su
porción a quien no ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia”
(Ecl 2,21-23).
Pero el problema no es el trabajo sino la fugacidad de la vida, que
quita sentido a los afanes por acumular unos bienes que es preciso dejar a otros. Con frecuencia olvidamos que
no estamos en esta tierra para vivir aquí para siempre.
Esa idea de nuestra limitación
temporal se repite en el salmo responsorial, en el que nos dirigimos a Dios
reconociendo que nuestra vida es frágil y breve: “Mil años en tu presencia son
un ayer, que pasó, una vela nocturna” (Sal 89,)
Por feliz coincidencia, en la
segunda lectura de la misa de hoy, san Pablo nos recuerda que hemos resucitado
con Cristo. Y, por tanto, nos exhorta a aspirar a los bienes de arriba, no a
los de la tierra (Col 3,1-2).
MEDIADOR Y ÁRBITRO
El evangelio de Lucas, que vamos
siguiendo a lo largo de este año, se refiere con frecuencia al dinero, o mejor
a los pobres y a los ricos. El texto que hoy se proclama en la Liturgia (Lc
12,13-21) podría dividirse en dos partes, centradas en el tema de la codicia.
- En la primera parte, uno de los
que escuchan a Jesús le expone su enemistad con su hermano a causa de la
herencia familiar. Su petición nos recuerda la de Marta. Ambos piden a Jesús
que haga de mediador en cuestiones familiares: “Dí a mi hermana… Dí a mi
hermano…” También hoy algunos quieren
que Jesús solucione sus problemas.
- En la segunda parte, leemos la
parábola de un hombre rico que ha recogido en sus campos una cosecha muy abundante. Junto a la satisfacción
por la cosecha, se le plantea el problema de construir unos almacenes más
amplios para recogerla. Pero Dios es el árbitro que marca el final de nuestra
carrera.
Con todo, el mensaje que se
desprende de la parábola subraya sobre todo la arrogancia y el engaño en el que
vive este hombre. Parece convencido de que la abundancia de sus bienes le
garantiza una larga vida. Como en el libro del Eclesiastés, también en este
relato se sugiere que la preocupación verdadera es la de la caducidad de la
existencia.
DIOS Y LOS DEMÁS
Es interesante descubrir que la
parábola contrapone a la palabra del rico la palabra de Dios. El rico espera
disfrutar de su cosecha durante muchos años. Pero Dios le anuncia que su vida
ha llegado a su término.
- “Necio, esta noche te van a
exigir la vida”. Si la sabiduría refleja la armonía del hombre con Dios, la
necedad revela la autosuficiencia de la persona, es decir su pecado. No se
puede olvidar que quien decide la duración de la vida no es el hombre sino
Dios. Nadie es dueño de su futuro.
- “Lo que has acumulado ¿de quién
será?” Además de escuchar la voz de Dios, el hombre siempre ha de prestar
atención a sus hermanos. El rico es interpelado por Dios, pero hará bien en
recordar a las personas que lo rodean. Ninguna cosecha le pertenece para
siempre. Siempre hay unos “otros” que heredarán nuestros bienes.
Padre de los cielos, con razón
Jesús nos exhortaba a confiar en tu providencia. De ti proviene nuestro pan de
cada día. Tú nos entregas los bienes para que reconozcamos tu generosidad y los
compartamos con alegría. Que tu Palabra nos recuerde la honda verdad de nuestra
vida y nos ayude a tenerte en cuenta a ti y a nuestros hermanos. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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