Reflexión Homilétca para el día 25 de Diciembre de 2019.
Solemnidad de la Natividad de Ntro. Señor Jesucristo.
¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!
Algo mágico nos envuelve desde anoche: todos estamos conmovidos,
misteriosamente tocados por Amor. Una necesidad imperiosa de comunicación, de
amor, de encuentro nos habita. ¿Qué nos ocurre? La Palabra de Dios que ahora escucharemos
no solo es noticia y mensaje, ¡se ha hecho carne!.
Los villancicos que suenan y
resuenan convierten nuestras ciudades y casas en algo así como un templo
extendido. Las luces mueven nuestra fantasía y avivan nuestra nostalgia. Los
alimentos navideños nos evocan sabores deliciosos. Los encuentros en medio del
frío hacen que los amores renazcan y los lazos se estrechen. Nos duelen mucho
más las divisiones y las enemistades. Enviamos mensajes de amor y felicidad en
todas las direcciones. ¿Qué nos ocurre?
El Evangelio de Juan nos da la
clave, pero nos resulta bastante inaccesible. Si yo pudiera decir lo mismo en
términos más sencillos diría lo siguiente:
El niño Jesús, que nace en el
portal de Belén es la manifestación del secreto mejor guardado. ¿Qué secreto?
Habéis asistido a un espectáculo que nos ha emocionado y exaltado. Desfilan, al
final, los actores por el escenario y nos roban los aplausos. Pero cuando
parece que todo ha concluido, emerge de la oscuridad el autor de la obra, el
gran protagonista, el creador. Así sucede el día de Navidad. El gran autor de
la obra es el Dios, a quien nadie ha visto jamás. Pero ese Dios tiene un hijo.
Todos pensaban que era un solo Dios, pero nunca pensaron en su fecundidad
interna. Dios nos habla y nos crea a través de su Hijo, que es su Verbo, su
Palabra. Y ahora, en este día de la Navidad, su Palabra se hizo carne y acampó
entre nosotros y hemos contemplado su Belleza. Al nacer y aparecer Jesús en la
tierra, se hace presente entre nosotros el secreto mejor escondido, la clave
para entender el universo, la humanidad.
Sin embargo, la luz vino a los
suyos y los suyos no la recibieron, aunque a quienes la recibieron les dio el
poder de ser hijos de Dios.
¡Ese es el sentido más profundo
de la Navidad! Que aparece entre nosotros aquel por quien todo fue hecho, en
cuya palabra poderosa subsisten todas las cosas. Todo lo que vemos nace de la
inspiración de Jesús, en ella está el verbo de Dios. No es necesario que Jesús
nazca de nuevo, sino que nos sea concedida la experiencia de verlo nacer en
cada rostro, en cada acontecimiento, en cada realidad. Cristo nace cada día a
nuestra fe. Es lo mismo que contemplar de nuevo una obra teniendo ya presente
al autor.
Con esta contemplación
descubriríamos cómo todos somos hermanos, cómo todos procedemos de las mismas
manos creadoras, cómo no debemos enfrentarnos por particularismos. Aquí lo
importante no es ser de aquí o de allá, tener este sexo o el otro, ser de este
partido o del otro…. Aquí lo importante es que todos hemos sido creados en
Jesús, que todos somos parte del mismo cuadro. Por eso, sin darnos cuenta, la
Navidad nos lleva a subrayar la fraternidad, el amor universal.
Es interesante ver cómo Jesús
tiene un nombre previo al nombre que le impusieron sus padres María y José. Su
nombre era Verbo, Palabra, en hebreo Dabar. Este término hebreo “dabar”
significa que Jesús era la Palabra que hace realidad lo que dice. Jesús también
hoy nos dice, nos afirma. Con él sí que nacemos y renacemos cada día.
C.R.
No hay comentarios:
Publicar un comentario