Reflexión Homilétca paa el Domingo 6 de Octubre de 2019. 27º del Tiempo Ordinario.
¡Hombre, Lucas, ya será menos!
‘Inútiles’, ‘inútiles’ del todo tampoco somos….
De nuevo nos encontramos, en las
imágenes que Jesús utiliza de la semilla de mostaza y del siervo inútil, con el
gusto oriental por la exageración (los lingüistas la llaman «hipérbole», que
queda más fino).
Los discípulos piden más fe, con
lo cual están reconociendo ya que algo de fe sí tienen, pero se siente
limitados y tienen también dudas. Además, Las palabras que Jesús acaba de decir
(que no están en la lectura de hoy, pero podéis ver en cualquier Biblia),
exigen el perdón sin medida ante el hermano que vuelve arrepentido por séptima
vez. Los apóstoles comprenden la dificultad del perdón, y más todavía si la
ofensa se ha repetido siete veces en un sólo día; cualquiera le echaría los
perros al que pide perdón por enésima vez, casi como si se estuviese burlando
de uno.
Pero Jesús sabe que la única
forma de construir una sociedad en paz es ser capaz de perdonar. Hay culturas
en el mundo que no contemplan el perdón; lo consideran un signo de debilidad
impropio de seres humanos. Hay mucha gente que también lo ve así. Pero entonces
sería imposible vivir en sociedad; tan sólo los seres perfectos podrían vivir
juntos, los humanos, en cambio, tarde o temprano nos equivocamos, metemos la
pata y hacemos daño a alguien, incluso a los más cercanos y queridos.
Por eso, la única solución que
queda es el perdón, la reconciliación, la voluntad compartida de ponerse de
acuerdo y construir entre todos una sociedad en la que quepamos todos. Esto es
válido para las familias, para los grupos de personas y también para los países
y las sociedades. Pero ciertamente es muy difícil.
Los discípulos, como decía, se
dan cuenta, y comprenden que la única forma de sofocar los deseos de venganza
que brotan espontáneos del corazón ofendido es dejar que Dios nos transforme,
nos haga como él, por eso piden: «Auméntanos la fe».
Jesús responde que no es cuestión
de mayor o menor fe, sino de una fe activa y viva. Pone como ejemplo la semilla
de mostaza, una de las de menor tamaño, pero que lleva dentro de sí la
vitalidad para hacer crecer un arbusto. No se trata de disponer de montones de
fe que pueda mostrar orgulloso o atesorar satisfecho. Una fe tan pequeña como
la semilla, si es viva, es capaz de cambiar lo que parece inamovible: arrancar
un árbol como la morera, de grandes raíces, símbolo de firmeza y resistencia; y
también es capaz de cambiar el orden establecido: plantar un árbol en el mar y
que viva es imposible. Con estas imágenes llamativas expresa Jesús la
importancia de la fe.
La reflexión que nos piden estas
palabras es muy personal; es hora de «hacerle la revisión» a nuestra fe. No nos
preocupemos por su tamaño, no importa que no sea vistosa y adornada. Lo que
Jesús quiere es que sea viva y activa. Hay mucha gente que se preocupa por
tener «dudas de fe»; y a veces estas dudas son signo de una fe que se hace
preguntas, que quiere conocer, que desea aprender más. Hay dudas de fe que se
parecen mucho a «dolores de crecimiento». El que no tiene fe de ningún tipo,
tampoco tiene dudas; el que duda, al menos le da importancia a pensar en ello,
y se interroga y se cuestiona.
Los niños pueden vivir con su fe
sencilla e ingenua cuando son pequeños, pero en la vida de todo cristiano
llegan momentos de reflexión que ponen en crisis aquello que se ha aprendido de
pequeño. Muchos no encuentran en esos momentos a nadie que les ayude a pensar,
que les enseñe que un cristiano también puede ser crítico y profundamente
creyente; algunos incluso reciben un mensaje contrario, como si hubiese que
creer sin hacerse preguntas. Dios mismo nos ha creado con capacidad de pensar,
de preguntar, de investigar, para que vivamos más en profundidad, para que
seamos más nosotros mismos, para que nos puedan manipular menos. No tendría
sentido que Dios mismo pidiese una fe acrítica, vacía de contenido, sin
reflexión.
Pero la fe no es sólo una
actividad de la mente (que es necesaria), sino también la decisión de vivir de
una determinada manera. En el capítulo anterior de su evangelio, el 16, Lucas
nos ha interpelado para que aprovechemos las riquezas al modo de Jesús, siendo solidarios
con los más pobres en vez de acumularlas. En los versículos precedentes, ya
mencionados, nos habla del perdón.
¿Cómo es, por tanto, nuestra fe?
¿Le dedicamos tiempo a hacerla crecer? ¿Le damos importancia a vivir como Jesús
nos pide? ¿Pensamos en su mensaje en las grandes decisiones de nuestra vida?
Por otra parte, en la parábola
del siervo campesino hay una fuerte crítica a los que actúan para que Dios les
recompense; como si quisiesen «comprarle» a Dios su gracia y su amor. La
gracia, precisamente, es gratis; Dios nos da su amor porque nos lo quiere dar.
No podemos prometerle a Dios que
haremos tal o cual cosa «a cambio» de algo que le pedimos. Tan sólo podemos
mostrarle nuestro agradecimiento, pero no como un «precio» que le pagamos a
Dios por el favor.
No podemos hacer ante él gestos
que nos conviertan en sus preferidos, ni nuestras buenas obras tienen valor si
son interesadas. Jesús enseña constantemente, con sus palabras y con sus
gestos, que el amor de Dios es gratuito y desinteresado y que nuestro amor a él
es simplemente el agradecimiento generoso de los hijos hacia su Padre.
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