Reflexión Homilética para el Domingo 29 de Septiembre de 2019. 26º del Tiempo Ordinario.
“Os acostáis en lechos de marfil;
tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras del
establo”. Amós era un pastor allá en las tierras de Técoa, en el reino de Judá.
Un día subió a Samaría, en el reino de Israel, y vio el lujo de que alardeaban
algunas personas. Y no pudo evitar criticarlas con el lenguaje de un pastor (Am
6,1.4-7).
Al mismo tiempo pudo ver la postración
en que yacían los pobres, la indiferencia de los que los marginaban y la
corrupción de los jueces que se dejaban comprar por un par de sandalias. Él
nunca había pensado en ser profeta. Pero reconocía que cuando Dios habla, uno
no puede quedar en silencio, sin transmitir su mensaje.
En esta línea, el salmo responsorial
recoge una confesión de la justicia e imparcialidad de Dios: “Él mantiene su
fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos” (Sal 145,7). Y san Pablo escribe a su
discípulo Timoteo: “Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la
paciencia, la delicadeza” (1 Tim 6,11).
UNA GOTA DE AGUA
El evangelio de hoy contrapone
dos estilos de vida que se repiten en todo tiempo y lugar. Un hombre rico se
viste con ropajes de lujo y banquetea cada día con un derroche escandaloso.
Pero a su puerta yace un mendigo
que espera satisfacer algo de su hambre con las migajas que caigan de la mesa
del rico, mientras deja ver unas llagas que lamen de vez en cuando los perros
callejeros (Lc 16,19-31).
El relato evangélico no da el
nombre del rico. En cambio recuerda el nombre del pobre. Se llama Lázaro, que
significa “Dios ayuda”. ¿Lo conocía Jesús personalmente? ¿O le atribuyo ese
nombre con toda intención?
Las diferencias que los marcaban
en la vida continuaron más allá de la muerte. Pero invertidas. El pobre
participa de la mesa y de las bendiciones de Abrahán, el amigo de Dios. Pero el
rico es arrojado a un infierno, que se describe como un horno de fuego. El rico
que en vida no compartió su comida y su bebida, pide ahora que el pobre se
acerque a él con una gota de agua para sus labios abrasados. Pero ya no es
posible ese servicio.
EL PROTOCOLO DEL JUICIO
Ante esa imposibilidad, el rico
tiene aún otra petición para Abrahán. Que envíe a Lázaro para que advierta a
sus hermanos que aún quedan en la tierra para que cambien de conducta y no
vayan a terminar en el fuego que él padece. Las dos respuestas de Abrahán son
un aviso para las gentes de toda clase y condición.
“Tienen a Moisés y a los
profetas: que los escuchen”. No es fácil escuchar a los demás. Y es más difícil
escuchar a los profetas que Dios nos envía. Su misión es anunciar el bien y la
verdad y denunciar el mal y la mentira. Pero nuestros intereses nos llevan con
frecuencia a descalificar a los mensajeros para no aceptar el mensaje.
“Si no escuchan a Moisés y a los
profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”. Un viejo refrán latino
decía que no nos conmueve lo acostumbrado. Andamos siempre a la caza de lo
extraordinario. Pero Dios no nos envía muertos resucitados para que nos
adviertan. Nos envía testigos de la fe que viven junto a nosotros.
Señor Jesús, en su exhortación
“Gozaos y regocijaos”, el papa Francisco nos recuerda el protocolo por el que
un día seremos juzgados, tanto los creyentes como los no creyentes. Tú te has
identificado con los pobres y los necesitados. Y nos preguntarás si te hemos
atendido a ti en ellos. No permitas que ignoremos el rostro de ese Lázaro que
yace a nuestra puerta. Amén.
D. José-Román Flecha
Andrés
No hay comentarios:
Publicar un comentario