Reflexión Homilética para el Domingo 8 de Septiembre de 2019. 23º del Tiempo Ordinario, C.
“¿Qué hombre conoce el designio
de Dios, quién comprende lo que Dios quiere?… ¿Quién rastreará las cosas del
cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo
Espíritu desde el cielo?” (Sab 9,13-18). Estas preguntas nos llevan a tomar con
cautela tanto el alcance de nuestro conocimiento como nuestras pretendidas
certezas.
“Enséñanos a calcular nuestros
años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89). El salmo responsorial
se hace eco de las palaras proclamadas en la primera lectura, para recordarnos
que la verdadera sabiduría es un don de Dios. No tiene sentido enorgullecerse
de lo que uno cree saber. El saber del creyente se identifica con el aceptar la
palabra de Dios.
En la breve carta que Pablo
escribe a Filemón, lo exhorta a recibir a Onésimo como al hermano que ahora es, tras haber recibido el
bautismo de manos del Apóstol, y ya no como al esclavo que era antes de escapar
de la casa de su amo. La comunidad cristiana no podía modificar las leyes del
Imperio, pero podía pedir a los fieles que vivieran como hermanos.
LIBERTAD Y SEGUIMIENTO
Si la primera lectura nos habla
de la sabiduría que viene de Dios, el evangelio nos dice que esa sabiduría se
ha hecho carne en Jesús. Con razón él puede invitarnos a seguirlo por el
camino, dejando atrás todos nuestros intereses. Bien sabe él que eso no es
fácil. Por eso nos exhorta a calcular el peso de nuestras decisiones y nuestras
posibilidades.
La invitación a seguir a Jesús es
una llamada a la libertad. En el evangelio de hoy (Lc 14,25-33), Jesús indica
tres relaciones que nos remiten a los lazos familiares (v. 26), a la posesión y
disfrute de los bienes (v. 33) y al cómodo apego a la propia vida (v. 26).
Todos hemos de considerar si estamos dispuestos a soñar con la libertad de
todos los vínculos.
Pero no basta liberarse “de”
algo. Es preciso liberarse “para” seguir al Señor. Por eso, él se refiere tres
veces a su persona. “Si alguno se viene conmigo”…, “detrás de mí”…, “discípulo
mío”. Nadie deja todo por nada. El evangelio nos dice una y otra vez que la
llamada a la libertad es una llamada al seguimiento de Jesús.
Junto a esas tres relaciones y
referencias, se encuentran otras tres negaciones: “No puede ser discípulo mío”.
Sólo quien decide libremente seguir al Maestro puede alcanzar la libertad de
vivir la vida del Señor. Esa es la grandeza de la libertad.
EL CIMIENTO Y LA FIDELIDAD
De todas formas, Jesús no oculta
a sus discípulos que el seguimiento comporta la aceptación de la cruz que él ha
de llevar un día.
“Quien no lleve su cruz detrás de
mí no puede ser discípulo mío”. La cruz es un patrimonio univeral. No es el
Señor quien nos la impone. Más pronto o más tarde, a todos nos tocará un día
cargar con nuestra propia cruz. Pero el Señor nos invita a llevarla tras él. Es
decir, a reconocer que él nos precede en el camino y a seguirle con decisión y
confianza.
“Quien no lleve su cruz detrás de
mí no puede ser discípulo mío”. Esas palabras valen para todos los discípulos y
para toda la Iglesia. No puede eximirse de llevar la cruz una comunidad que
dice seguir y confesar al Crucificado. La persecución no es un accidente de la
historia. La comunidad cristiana sabe bien cuál es el camino del Señor.
Señor Jesús, muchos de nosotros
creemos estar construyendo una torre fuerte y sólida, pero no la hemos
cimentado sobre la base de una fe sincera y comprometida. Que tu Espíritu nos conceda el don de la
sabiduría para que podamos mantenernos con fidelidad en el camino por el que tú nos precedes.
Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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