Reflexión Homilética para el Domingo 27 de Octubre de 2019. 30º del Tiempo Ordinario.
“Los gritos del pobre atraviesan
las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le
atiende, y el juez justo le hace justicia”. Esta afirmación del libro del
Eclesiástico (Eclo 35, 15-22) recoge una convicción que atraviesa las páginas
de la Biblia. Los pobres del Señor son aquellos que solo en Dios encuentran
escucha y apoyo.
La prensa de todos los días nos
da cuenta de injusticias sangrantes, de conspiraciones de unos estados contra
otros, de trampas de todos los tipos. El mensaje bíblico nos recuerda que “El Señor es un Dios justo que no puede
ser parcial; no es parcial contra el pobre y escucha las súplicas del
oprimido”.
De esta convicción se hace eco el
salmo que hoy resuena en nuestra asamblea: ”El Señor está cerca de los
atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será
castigado quien se acoge a él” (Sal 33,19.23).
También san Pablo confiesa a su
discípulo Timoteo que Dios es un juez justo, que libra del mal a quien confía
en él (2 Tim 4,6-8.16-18)
MILAGROS Y HUMILDAD
Tras evocar la invocación de los
leprosos a Jesús y las súplicas que una viuda dirigía al juez injusto, el
evangelio según san Lucas nos presenta en este domingo la parábola del fariseo
y el publicano (Lc 18,9-14). Con ella Jesús nos enseña que la oración no
siempre responde a la verdad de la persona. Solo la piedad humilde es verdadera, como lo indica
la comtraposición de los dos protagonistas.
El fariseo tiene el doble mérito
de observar la Ley del Señor y dirigir hacia Él su mirada. Pero se atribuye a
sí mismo esas virtudes de las que presume. Su acción de gracias refleja su autosuficiencia.
Se atribuye una santidad que siempre es un don de Dios. Y en consecuencia se
siente autorizado para despreciar a los que no parecen tan santos como él.
El publicano cobra los impuestos
que el imperio romano exige a sus súbditos. Eso le hace odioso ante las gentes
que lo consideran como un pecador. No se atreve a adornar su oración con las
abundantes palabras que usa el fariseo. Su oración nace de la humildad de quien
solo puede encontrar la salvación en la misericordia de Dios.
Con razón escribió el padre
Alonso Rodríguez que “mejor es el humilde que sirve a Dios que el que hace
milagros”.
CAMINAR EN HUMIDAD
Jugando con las palabras, se
podría decir: “Dime cómo oras y te diré a qué Dios adoras”. Tanto el fariseo
como el publicano creen en Dios. Jesús nos dice que el publicano alcanzó la
justicia y la santidad de Dios. Con ello nos invita a preguntarnos cómo
imaginamos a Dios y cómo nos comprendemos a nosotros mismos.
“Oh Dios, ten compasión de este
pecador”. Esta oración nos lleva a revisar nuestro pasado y a tratar de
descubrir las cicatrices que ha dejado en nosotros el pecado. Es decir, nuestro
alejamiento de Dios. Y nuestra indiferencia ante sus hijos.
“Oh Dios, ten compasión de este
pecador”. Esta oración nos invita a sentir de verdad la seriedad del pecado.
Pero también nos lleva a confiar en la misericordia de Dios que no se cansa de
escuchar, acoger y perdonar a los humildes.
“Oh Dios, ten compasión de este
pecador”. Esta oración nos exige admitir y confesar que solo Dios puede aceptarnos
como somos y ayudarnos a ser como Él desea y espera que seamos. Solo Dios
conoce nuestra verdad y puede alentarnos en el camino.
Señor y Padre, tú conoces
nuestras acciones y conoces también el espíritu con el que las llevamos a cabo.
Tú conoces nuestra verdad. Demasiadas veces pretendemos justificarnos ante ti.
Ten piedad de nosotros y ayúdanos a caminar en la humidad. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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