El Evangelio de hoy nos recuerda el
momento en que Jesús comenzó a predicar. El evangelista Mateo nos lo presenta
como el momento en que se cumple una antigua profecía de Isaías: “El pueblo que
habitaba en tinieblas vio una luz grande”. Pero para ser sinceros, las palabras
son mayores que la realidad. Lo que sucedió fue algo muy sencillo. En una
esquina del mundo de aquel tiempo, lejos, muy lejos, de Roma, que era el centro
de aquella civilización, un hombre salió a los caminos y comenzó a predicar. Su
mensaje era muy sencillo: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los
cielos”. Al principio casi nadie le hizo caso. Apenas unos pocos pescadores
--los últimos de la sociedad--, algunas mujeres –igual de mal valoradas– y
gente por el estilo. Jesús no era más que un judío marginal y sólo los
marginados le hicieron un poco de caso.
Si
ése fue el modo como Dios quería presentar su salvación a todo el mundo, desde
nuestra cultura actual, le diríamos que se equivocó de medio a medio. Hoy
hubiésemos planteado toda una campaña en los medios de comunicación, de
lanzamiento simultáneo en los países más ricos y desarrollados del mundo (en
los países pobres se lanzaría más tarde), que ofreciese con claridad los
contenidos más importantes y orientados ante todo a captar la atención de los
destinatarios. Para ello, se trataría de ofrecer en primer lugar los aspectos
más suaves, fáciles y gratificadores del mensaje. Con suficiente antelación se
habría preparado a un gran número de predicadores, conferenciantes y escritores
que se entregarían a la tarea de presentar el mensaje de un modo más cercano a
la gente. Pero Dios no hizo eso. Más bien lo contrario. En Jesús se acercó a
los últimos. Nunca estuvo muy preocupado por el número de sus seguidores ni por
su nivel social. Ni siquiera les puso las cosas fáciles. Sus primeras palabras,
ponen frente al oyente una exigencia radical: “Convertíos” o lo que es lo
mismo, “cambiad de vida”. Pero algo encontraron en él aquellas gentes sencillas
y humildes que le siguieron. Con dudas y vacilaciones, pero le siguieron.
Hoy, también nosotros somos una pequeña
comunidad. No ocupamos el centro del mundo. No tenemos los medios de
comunicación a nuestro alcance. Ni falta que nos hacen. Apenas tenemos el
Evangelio en medio de nosotros y la fuerza de Jesús para hacer lo que él hizo.
Primero, escuchar su mensaje y tratar de convertirnos, de comenzar a vivir de
acuerdo con el Evangelio. Y, segundo, ser portadores de ese Evangelio para
todos los que nos rodean. No hay que temer porque seamos pocos o pobres. Así es
como Dios quiere hacer presente su mensaje en el mundo. En nuestras manos está.
Fernando Torres cmf
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