Homilía para el Domingo 30 de marzo de 2014. 4º de Cuaresma, ciclo A.
“El ciego y la luz” es el título
de la reflexión homilética del sacerdote y teólogo José-Román Flecha Andrés
para el IV Domingo del Cuaresma, A, (30-3-2014)
Tradicionalmente este cuarto domingo de cuaresma es llamado “Laetare”,
es decir “Alégrate”, por las primeras palabras de la antífona de entrada en la
eucaristía.
En medio de la aparente oscuridad
de este tiempo cuaresmal, esa invitación es un anticipo de la luz y de la
alegría pascual. Este domingo central de la cuaresma invita a los catecúmenos a
preparase para el bautismo que recibirán en la Pascua. Y a todos nosotros nos
exhorta a agradecer el don de la fe.
En la primera lectura se recuerda
que el profeta Samuel ungió con aceite a David para hacerle rey (1 Sam 16). Hay
en el texto una frase importante que se
coloca en los labios del mismo Dios: “Dios no ve como los hombres, que ven la
apariencia: el Señor ve el corazón”. Ese es el don más precioso de la fe: ver
las cosas como las ve Dios.
SALIVA Y TIERRA
También el evangelio de hoy se
refiere a la posibilidad de “ver” (Jn 9).
Para curar al ciego de nacimiento, Jesús escupe en la tierra, hace un
poco de lodo con la saliva y con él unge los ojos del ciego. Y lo envía a
lavarse en el estanque de Siloé, es decir, “El Enviado”. Jesús unta los ojos
ciegos con el polvo que habitualmente los ciega.
• Así comenta San Agustín este
gesto: “Jesús comenzó por mezclar su saliva con la tierra, para ungir los
ojos del que había nacido ciego. También
nosotros nacimos de Adán ciegos y tenemos necesidad de que Cristo nos ilumine.
Él hizo una mezcla de saliva y tierra. El verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros. Así que mezcló su saliva con la tierra (…) Nosotros somos iluminados
si es que tenemos el colirio de la fe”.
• Y así escribe San Juan de
Ávila: “Tuvo tanta fe el ciego que luego fue para allá con tanta fe que no le
estorbaron los que de él reían, como lo veían ir así, los ojos llenos de lodo,
ni los que murmuraban porque iba a donde le mandó Jesucristo”.
Como el ciego de nacimiento,
también nosotros necesitamos que Jesús nos envíe a lavar nuestros ojos en las
aguas de “El Enviado”. Sólo él nos hará ver con claridad.
EL ENVIADO
Este magnífico relato es todo un
resumen del encuentro con Jesús, del proceso catequético y de la fidelidad a la
fe. En medio, sobresale el mandato que Jesús dirige al ciego: “Ve al estanque
de Siloé y lávate”. Esas palabras se
dirigen también a nosotros.
• “Ve al estanque de Siloé y
lávate”. Nacimos del agua y del Espíritu. Es preciso recordar cada día el
lavatorio original de nuestro bautismo y recobrar el frescor que brotaba de las
aguas que nos dieron nueva vida.
• “Ve al estanque de Siloé y
lávate”. Sólo al contacto con el Mesías Jesús y gracias a la escucha y aceptación
de su evangelio puede aclararse nuestra mirada para descubrir su misterio y
nuestra dignidad.
• “Ve al estanque de Siloé y
lávate”. Necesitamos purificarnos de nuestros prejuicios, de imágenes inútiles
y nocivas, de un espectáculo diario que nos fascina y nos encandila, nos
“divierte” y nos aliena.
- Señor Jesús, tú has abierto
nuestros ojos a tu luz. Ayúdanos a aceptarte como el Mesías de Dios, a superar
las tentaciones que nos acechan y a creer en ti con sinceridad y coherencia.
Amén.
D. José-Román Flecha
Andrés
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