1. Esta es una de
las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir
algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la
encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y habitó
entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios
tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en
el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como su le sucede a
Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud
de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de
los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo
que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de
una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del
nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos
misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy
importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas
de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte
del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante
compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer
nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo
más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de
perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro
confidente de Dios.
2. El himno y las
sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales
judías. El filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en
tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de sabiduría
habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de
Dios» significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una
serie de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han podido influir otras
corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en el texto joánico
la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible
ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante
los conceptos ya existentes sobre la Palabra de Dios, de una manera no por
supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.
3. El Logos, en
griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece
demasiado especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo,
descubrimos toda una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina
con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del
mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya
es la iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la
luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La
especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica,
humana. Pone su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios
mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo
en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era
la que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios,
y esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra,
Jesucristo.
Fray Miguel de Burgos Núñez
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