Reflexión Homilética para el Domingo 8 de Marzo de 2020. 2º de Cuaresma.
Para los que entienden la Cuaresma como
un tiempo centrado sólo en la penitencia, la conversión o en meditar cómo nos
va a castigar Dios por nuestras malas acciones, es muy conveniente reflexionar
cuidadosamente sobre las lecturas de este domingo.
Ninguna de las tres lecturas tiene una
palabra negativa. Todas nos hablan en positivo. La primera es la bendición de
Dios sobre Abraham. Ciertamente, Dios pone a prueba la fe de Abraham. Le invita
a salir de su tierra, a dejarlo todo. En ese viaje hacia lo desconocido no
cuenta más que con la promesa de Dios. Y, lo que es mejor, con su bendición.
Tres veces sale en esa lectura el verbo “bendecir”. Es una bendición que recae
sobre Abraham, su familia y sus descendientes. Parece que el encuentro con Dios
le dio a Abraham un nuevo norte, un nuevo sentido para su vida. Dios le invita
a salir de su tierra pero no para ir a sufrir sino para llegar a una tierra
donde recibirá la bendición del Señor.
La segunda lectura nos abre más la
perspectiva. La salvación de Dios no es sólo para Abraham sino para todos.
Desde antes de la creación, nos dice san Pablo, Dios dispuso darnos su gracia,
nos salvó. La salvación no depende de nuestros esfuerzos ni méritos sino de la
pura gracia de Dios que nos la ofrece gratuitamente. En este tiempo estamos:
tiempo de gracia, de salvación, de presencia entre nosotros del amor gratuito
de Dios.
El Evangelio nos ofrece el relato de la
Transfiguración. Es un relato sorprendente. Parece que en un momento dado los
apóstoles quedaron deslumbrados con la personalidad de Jesús. Vieron claramente
cómo se manifestaba en él la gracia, el poder, el amor y la salvación de Dios.
Se sintieron confirmados en su fe. Se dieron cuenta de que, a pesar de que en
algún momento les podía resultar más o menos difícil seguir a Jesús, lo que
iban a encontrar si le seguían hasta el final, era la luz, la salvación, la
gracia. El mensaje del Padre nos invita precisamente a seguir a Jesús: “Este es
mi Hijo, escuchadle.”
Tres lecturas, pues, que nos invitan a
tomar el camino adecuado, a salir de nuestra tierra, de la vida a que nos hemos
acostumbrado para ir a la tierra donde encontraremos la bendición de Dios (1ª
lectura). Para descubrir que la salvación de Dios nos ha sido ofrecida desde siempre
(2ª lectura). Para dejarnos deslumbrar por la luz de Dios (Evangelio). No es,
por tanto, Cuaresma un tiempo de oscuridad. En la oscuridad vivíamos antes de
la Cuaresma. Ahora se nos invita a abrir los ojos a la luz. Lo que pasa es que,
a veces, la luz, cuando es mucha, deslumbra y nos hace falta algo de tiempo
para acostumbrarnos. Para eso es la Cuaresma, para acostumbrarnos a la luz.
Fernando Torres cmf
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