Reflexión Homilética para el Domingo 1 de Marzo de 2020. 1º del Tiempo Ordinario.
Al comienzo de la Cuaresma la Iglesia
siempre nos propone la misma lectura del Evangelio: el relato de las
tentaciones de Jesús. Nos podría dar pie para hablar de las tentaciones y de
ahí pasaríamos a hablar del pecado. Pero lo cierto es que ese evangelio se
orienta hacia otro punto: las tentaciones fueron para Jesús la oportunidad para
descubrir o reafirmar su propia identidad. ¿Cuál era su relación con Dios, a
quien llamaba Padre-Abbá? ¿Cómo debía realizar su misión de anunciar el Reino?
¿Se debería servir del poder y de la fuerza para arrastrar a las masas a creer
en él y en el Reino que anunciaba? Todas estas cuestiones son las que están en
juego en el relato de las tentaciones. Todas esas cuestiones fueron cruciales
para Jesús. Fue un momento clave en su vida. Comprendió que su futuro no era
ser “carpintero” en Nazaret. Se dio cuenta de que su vocación era hacer
presente en el mundo, en su mundo, el amor de Dios, de ese Dios que era para él
Padre de Amor y Misericordia. Pero, ¿cómo? Sin duda que Jesús reflexionó muy
seriamente sobre este punto. Era el sentido de su vida, su mismo futuro, lo que
estaba en juego.
Esa reflexión, que sin duda no tuvo lugar
en una noche, nos la han relatado los evangelistas en un estilo novelado,
hablando de las tentaciones que sufrió Jesús. Sin duda que Jesús se planteó
esas cuestiones al inicio de su vida pública. O al final de aquellos treinta
años de vida escondida en Nazaret. Para él la conclusión fue clara: no se
trataba de usar el poder que Dios le había conferido ni de abusar de su nombre.
Aquel a quien Jesús conocía como Padre reconoce y respeta la libertad humana.
El Dios de Jesús no manipula las conciencias de nadie. Quiere ser aceptado
libremente como Dios y Padre de todos. A partir de ese momento la misión de
Jesús estuvo caracterizada por la sencillez del anuncio, por la cercanía con
todos, por el encuentro humano, lleno de misericordia y compasión, con todos
los hombres y mujeres, especialmente con los que sufrían. Por eso, Jesús
terminó revelando a Dios más por su estilo de vida, por su forma de comportarse
que por sus discursos. Estos, los discursos, no son más que un reflejo de su
vida, de su experiencia de Dios.
También nosotros podemos ver las
tentaciones que padecemos desde esa perspectiva. Son la oportunidad para
clarificarnos sobre quiénes somos, sobre el sentido de nuestra vida, sobre lo
que queremos ser. Son momentos clave en los que nos encontramos en un cruce de
caminos. Tenemos que tomar una decisión que marcará nuestras vidas, nuestro
futuro, nuestra forma de ser. Al ser tentados nos damos cuenta de que somos
libres, de que hay otras posibilidades por las que podemos optar. Es un momento
en el que nos hacemos libres y dueños de nuestra vida. En nuestras manos está
la decisión. Y de ella somos responsables.
Fernando Torres cmf
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