Reflexión Homilético para el Domingo 7 de Julio de 2019. 14º del Tiempo Ordinario.
“Festejad a Jerusalén, gozad con
ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella
llevasteis luto” (Is 66,10). Es impresionante esta serie de promesas divinas
que recoge el último capítulo del libro de Isaías. Dios va a facilitar el nacimiento
de la nueva Jerusalén. Es la hora de la alegría.
Dios va a hacer que la paz corra
hacia Jerusalén con la abundancia de un río caudaloso. La causa de la alegría será para su pueblo
esta presencia misericordiosa de Dios. A este mensaje responde el salmo
responsorial con una invitación a la asamblea: ”Alegrémonos con Dios, que con su poder
gobierna eternamente” (Sal 65,6).
Con todo, la felicidad y la
gloria no tienen su causa en los logros humanos. San Pablo escribe a los
gálatas que él sólo puede gloriarse en la cruz de Jesucristo (Gál 6,14-18).
EL ENVÍO Y EL MENSAJE
Al iniciar su subida hacia Jerusalén, Jesús envía a sus discípulos
por delante de él, con la intención de que le preparen el camino (Lc
10,1-12.17-20).
Jesús los envía de dos en dos,
porque el testimonio de una persona solamente es creíble cuando es apoyado por
otra. Además, los discípulos han de caminar unidos, puesto que son enviados a
anunciar la paz.
Jesús los envía ligeros de
equipaje para que el menaje no parezca apoyado por la fuerza, las riquezas o
los medios de los mensajeros. Los envía con el encargo de que curen a los
enfermos que se encuentren, de modo que
sean recibidos como portadores de la misericordia y de la compasión de su
Maestro.
Y, finalmente, Jesús envía a sus discípulos con un mensaje
muy concreto que han de proclamar en todo lugar: “Está cerca de vosotros el
Reino de Dios”. No era esta una advertencia para tratar de prevenir un castigo
contra los impíos. Era el buen anuncio de la presencia de Dios entre los
hombres. Jesús mismo era ya el Reino de Dios.
HERALDOS DEL REINO
Los discípulos retornan de su
misión y comunican a Jesús los efectos asombrosos de su predicación, de las
curaciones y de los exorcismos que han realizado. Y entablan con su Maestro un
diálogo lleno de contrastes:
“Señor, hasta los demonios se nos
someten en tu nombre”. El nombre significa y representa la dignidad de Jesús.
Los discípulos se alegran al comprobar el poder que ejerce el nombre del
Maestro.
“No estéis alegres porque se os
someten los espíritus”. Jesús advierte a los suyos para que no caigan en el optimismo
ingenuo de creer que ya han logrado someter a los espíritus que manejan este
mundo.
“Estad alegres porque vuestros
nombres están inscrito en el cielo”. Los discípulos aludían al nombre de Jesús,
pero él alude ahora al nombre de los suyos. Han de alegrarse porque el Padre
los tiene ya presentes en su reino.
Señor Jesús, sabemos que tú nos
has elegido para enviarnos por el mundo como mensajeros de tu paz y heraldos
del Reino de Dios. Pero tú sabes que a veces pensamos que ya está dominado el
mal de este mundo. No permitas que caigamos en el desaliento por los aparentes
fracasos ni en la satisfacción por los avances conseguidos. Nuestra alegría
nace solamente de sabernos amados por el Padre celestial. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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