Reflexión Homilética para el Domingo 14 de Julio de 2019. 15º del Tiempo Ordinario, C.
“Escucha la voz del Señor tu
Dios, guardando sus preceptos y mandatos… El precepto que yo te mando hoy no es
cosa que te exceda ni inalcanzable…El mandamiento está muy cerca de ti: en tu
corazón y en tu boca. Cúmplelo” (Deut 30, 10-14). Son muy atinados esos avisos que el libro del
Deuteronomio pone en boca de Moisés.
Los mandamientos de Dios a su
pueblo no han nacido de un capricho divino. Corresponden a los grandes valores
éticos que la humanidad de todos los tiempos ha podido descubrir, gracias a la
experiencia humana y a la luz natural de la razón. El cumplimiento de esos
preceptos y mandatos garantizaría la paz y la justicia, la armonía y la
concordia.
El salmo responsorial que hoy se
canta nos exhorta a la humildad y nos invita a buscar al Señor, para que
nuestro corazón pueda alcanzar una vida nueva y feliz (Sal 68, 33-34).
DOS PREGUNTAS Y UN MENSAJE
Según el evangelio de este
domingo (Lc 10, 25-37), un letrado se acerca a Jesús y le dirige una pregunta
muy semejante a la del joven rico: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar
la vida eterna?” Jesús conoce las tradiciones de su pueblo y puede también leer
lo que hay en el interior de su interlocutor.
Jesús supone que el letrado
conoce ya el camino que lleva a la vida. Y así es. El letrado menciona un
precepto del libro del Deuteronomio: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser”. Y añade
otro precepto que se encuentra en el libro del Levítico: “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo”.
El primer precepto era
generalmente admitido por todos. Pero el segundo suscitaba por entonces
numerosas discusiones. Según algunos, el prójimo digno de amor era quien
pertenecía al pueblo de Israel. Según otros, prójimo era tan solo el que
cumplía la Ley. Así que el letrado dirige a Jesús una segunda pregunta: “¿Quién
es mi prójimo”.
Jesús responde con un relato
sobre un viajero que baja de Jerusalén a Jericó por un camino infestado de
ladrones, que lo apalean y lo dejan medio muerto.
MISERICORDIA PARA TODOS
El relato continúa evocando a
tres personajes que pasan por el mismo camino, a cuya orilla yace aquel hombre
malherido.
En primer lugar, pasa por allí un
sacerdote. Ve al hombre maltrecho, pero da un rodeo para no acercarse a él, tal
vez para no contaminarse con la sangre. El caso es que pasa de largo y no se
interesa por él.
Después pasa por el mismo lugar
un levita, que repite los mismos gestos. También él da un rodeo para mantenerse
alejado del herido. Y también él trata de ignorar su desgracia y pasa de largo.
Pasa por allí otro viajero que se
fija en el herido. Se le conmueven las entrañas, cura sus heridas, lo carga en
su cabalgadura y lo lleva a un albergue. Tras atenderlo personalmente, deja un
dinero al posadero para que siga cuidando de él y promete volver por allí y
pagar los gastos que el cuidado haya causado.
Al final del relato, Jesús cambia
la segunda pregunta del letrado. No vale preguntarse quién es el prójimo sino
quién se hace prójimo del hombre apaleado. El letrado responde secamente que
aquel que tuvo misericordia. Nunca pronunciaría la palabra “samaritano”. Pero
sus escrúpulos nacionalistas nos han dado la respuesta precisa.
Señor Jesús, en muchas culturas
el tercer personaje de la fábula representa la figura y los valores de quien la
cuenta. Nosotros sabemos que tú eres nuestro buen samaritano. Tú nos has
recordado que toda la Ley se resume en el amor a Dios y el amor al prójimo. Y
nos enseñas que todos somos invitados a ser testigos y portadores de la
misericordia para todos los que sufren. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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