sábado, 11 de mayo de 2019

EL PASTOR Y SUS OVEJAS


Reflexión Homilética para el Domingo 12 de Mayo de 2019. 4º de Pascua. C.

“Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra” (Hech 13,47). Esas palabras del libro de Isaías, señalan a Pablo y Bernabé un importante giro en su tarea misionera.  Han comenzado anunciado el evangelio a los judíos, pero en Antioquía de Pisidia comprenden que han de anunciarlo sobre todo a los gentiles, es decir, a las personas que pertenecen a la cultura helenista.

La tarea no ha de ser fácil, como habrán de experimentar a continuación en las ciudades de la región de Licaonia. Pero los dos apóstoles descubren en la realidad que van encontrando las rutas misioneras que se abren frente a ellos. Se diría que están dispuestos a leer los signos de los tiempos y a seguir el camino que Dios les indica.

El salmo responsorial, en cambio, nos invita a situarnos en el lugar de los que escuchan la palabra de los evangelizadores: “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).

LA VOZ Y LA VIDA

Esa imagen de las ovejas y el rebaño reaparece en el evangelio que todos los años se proclama en este cuarto domingo de Pascua. Una vez más evocamos la imagen de Jesús como Buen Pastor. En el texto que leemos este año se contienen seis verbos que, al reflejar seis acciones, resumen y explican la relación entre Jesús y sus discípulos (Jn 10,27-28).

“Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco”. Escuchan la voz de Jesús quienes han decidido aceptarlo como su Maestro y vivir de acuerdo con su mensaje. Pero, al mismo tiempo, pueden tener la seguridad de que no son ajenos a la atención de ese Maestro que conoce a sus discípulos.

“Ellas me siguen y yo les doy la vida eterna”. Para escuchar al Maestro, es preciso seguir sus pasos. Siguen a Jesús los que han sido llamados por él y lo han dejado todo por él. Esos discípulos creen que los valores de la vida temporal encuentran su plenitud y su perfección en la vida eterna, a la que el Pastor los conduce.

“No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”. Son muchos los peligros y las tentaciones que acechan a los discípulos del Maestro. Pero el Buen Pastor les asegura que siempre los cuidará y los librará del mal. El Buen Pastor vigila para que nada ni nadie pueda arrebatarle sus ovejas.

EL PADRE Y LAS OVEJAS

“Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 29-30).

“Más que todas las cosas”. Esta frase parece un tanto misteriosa. De hecho, puede significar que las ovejas que el Padre ha confiado a Jesús constituyen el mejor don de este mundo. Pero también puede indicar que el Padre es mejor y más fuerte que los que tratan de poner dificultades al rebaño que ha confiado a su Hijo.

“Nadie puede arrebatar nada”. El verbo griego que se traduce por “arrebatar” aparece muchas veces en el Nuevo Testamento. Todo indica que los discípulos del Señor habrán de sufrir múltiples asechanzas. Pero nadie es más fuerte que el Padre. Nadie puede arrebatar a Jesús las ovejas que el Padre ha confiado a su cuidado.

“Yo y el Padre somos uno”. Tras indicar la relación de Jesús con sus discípulos, se revela la relación que le une a su Padre. Una relación nos lleva a la otra. Las ovejas pueden vivir en la confianza, sabiendo que el Padre de Jesús vela por el rebaño de su Hijo.

Señor Jesús, te reconocemos como el Buen Pastor, que ha dado la vida por sus ovejas. La fe nos dice que tú cuidas de nosotros. La esperanza nos invita a seguir fielmente tus pasos. Y la caridad nos lleva a convivir con nuestros hermanos. Juntos queremos escuchar tu voz y confiar en tu protección. Amén. Aleluya.
D. José-Román Flecha Andrés

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