Reflexión Homilética para el Domingo 12 de Mayo de 2019. 4º de Pascua. C.
“Yo te he puesto como luz de los
gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra” (Hech
13,47). Esas palabras del libro de Isaías, señalan a Pablo y Bernabé un
importante giro en su tarea misionera.
Han comenzado anunciado el evangelio a los judíos, pero en Antioquía de
Pisidia comprenden que han de anunciarlo sobre todo a los gentiles, es decir, a
las personas que pertenecen a la cultura helenista.
La tarea no ha de ser fácil, como
habrán de experimentar a continuación en las ciudades de la región de Licaonia.
Pero los dos apóstoles descubren en la realidad que van encontrando las rutas
misioneras que se abren frente a ellos. Se diría que están dispuestos a leer
los signos de los tiempos y a seguir el camino que Dios les indica.
El salmo responsorial, en cambio,
nos invita a situarnos en el lugar de los que escuchan la palabra de los
evangelizadores: “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su
pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).
LA VOZ Y LA VIDA
Esa imagen de las ovejas y el
rebaño reaparece en el evangelio que todos los años se proclama en este cuarto
domingo de Pascua. Una vez más evocamos la imagen de Jesús como Buen Pastor. En
el texto que leemos este año se contienen seis verbos que, al reflejar seis
acciones, resumen y explican la relación entre Jesús y sus discípulos (Jn
10,27-28).
“Mis ovejas escuchan mi voz y yo
las conozco”. Escuchan la voz de Jesús quienes han decidido aceptarlo como su
Maestro y vivir de acuerdo con su mensaje. Pero, al mismo tiempo, pueden tener
la seguridad de que no son ajenos a la atención de ese Maestro que conoce a sus
discípulos.
“Ellas me siguen y yo les doy la
vida eterna”. Para escuchar al Maestro, es preciso seguir sus pasos. Siguen a
Jesús los que han sido llamados por él y lo han dejado todo por él. Esos
discípulos creen que los valores de la vida temporal encuentran su plenitud y
su perfección en la vida eterna, a la que el Pastor los conduce.
“No perecerán para siempre y
nadie las arrebatará de mi mano”. Son muchos los peligros y las tentaciones que
acechan a los discípulos del Maestro. Pero el Buen Pastor les asegura que
siempre los cuidará y los librará del mal. El Buen Pastor vigila para que nada
ni nadie pueda arrebatarle sus ovejas.
EL PADRE Y LAS OVEJAS
“Lo que mi Padre me ha dado es
más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 29-30).
“Más que todas las cosas”. Esta
frase parece un tanto misteriosa. De hecho, puede significar que las ovejas que
el Padre ha confiado a Jesús constituyen el mejor don de este mundo. Pero
también puede indicar que el Padre es mejor y más fuerte que los que tratan de
poner dificultades al rebaño que ha confiado a su Hijo.
“Nadie puede arrebatar nada”. El
verbo griego que se traduce por “arrebatar” aparece muchas veces en el Nuevo
Testamento. Todo indica que los discípulos del Señor habrán de sufrir múltiples
asechanzas. Pero nadie es más fuerte que el Padre. Nadie puede arrebatar a
Jesús las ovejas que el Padre ha confiado a su cuidado.
“Yo y el Padre somos uno”. Tras
indicar la relación de Jesús con sus discípulos, se revela la relación que le
une a su Padre. Una relación nos lleva a la otra. Las ovejas pueden vivir en la
confianza, sabiendo que el Padre de Jesús vela por el rebaño de su Hijo.
Señor Jesús, te reconocemos como
el Buen Pastor, que ha dado la vida por sus ovejas. La fe nos dice que tú
cuidas de nosotros. La esperanza nos invita a seguir fielmente tus pasos. Y la
caridad nos lleva a convivir con nuestros hermanos. Juntos queremos escuchar tu
voz y confiar en tu protección. Amén. Aleluya.
D. José-Román Flecha Andrés
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