Reflexión Homilética para el Domingo 9 de Febrero de 2020. 5º del Tiempo Ordinario.
Es hermoso ver como la Escritura se ayuda
a sí misma a interpretarse. Todos conocemos las parábolas de Jesús sobre la sal
y la luz. Son una llamada a todos sus seguidores a vivir en medio del mundo
como los que dan vida y luz, como los que hacen descubrir el verdadero y
auténtico saber y sentido de esta vida. Quizá Jesús se daba cuenta ya en su
tiempo de la mucha gente que vive sin vivir, sin disfrutar, sin gozar de la
vida, que viven en la oscuridad, que no descubren el camino hacia la salvación,
la vida y la felicidad que es lo que Jesús nos ofrece.
Así que los cristianos tenemos que ser la
sal y la luz del mundo. Pero, ¿qué significa esto en la práctica? El mismo
Evangelio nos da ya una pista: significa hacer “buenas obras” porque así todos
darán gloria al Padre que está en el cielo. Pero otra vez nos encontramos con
un problema: ¿cuáles son las buenas obras a que se refiere Jesús?
La primera lectura, tomada del profeta
Isaías, nos ayuda a entender el tipo de buenas obras que Dios quiere de
nosotros. Es una lectura para leer y releer y no perder ni una coma. Cada
palabra es un tesoro que puede ser aplicado perfectamente a nuestra situación
actual y a todos los niveles, tanto a las relaciones personales dentro de la
familia o con los amigos como a las relaciones en el trabajo, en nuestra ciudad
o entre las naciones. “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin
techo, viste al que va desnudo”. Son mensajes claros, sencillos. No es
necesaria ninguna interpretación. También nos dice que hay que “desterrar la
opresión, el gesto amenazador y la maledicencia”. Y para completarlo esa
especie de ruego: “no te cierres a tu propia carne”. Isaías nos invita a
reconocer en el otro, en cualquier otro, no importa lo lejano que viva o que no
pertenezca a nuestra religión, nación, cultura, raza o lo que sea, “nuestra
propia carne”.
Entonces es cuando, como dice Isaías,
“romperá nuestra luz como la aurora”, nos “brotará la carne sana” y nuestra
“oscuridad se volverá mediodía”. O dicho en palabras de Jesús, seremos la sal
del mundo y nuestra luz alumbrará a todos. Pero lo que está claro es que esa
luz brotará de dentro de nosotros, de nuestro corazón. Cuando hagamos esas
buenas obras, cuando seamos hermanos de nuestros hermanos. Sin distinciones,
sin prejuicios. El mensaje de Jesús está ahí. Con toda su simplicidad. No hay
que esperar una salvación que venga de fuera. Está en nuestra mano hacer que la
luz brote en las tinieblas. Basta con que nos tomemos en serio lo que dice el
profeta Isaías y lo llevemos a la práctica en nuestras vidas.
Fernando Torres cmf
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