Reflexión Homilética para el Domingo 7 de Abril de 2019. 5º de Cuaresma, C.
“No recordéis lo de antaño, no
penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo
notáis? Abriré un camino por el desierto, corrientes en el yermo… para dar de
beber a mi pueblo”. Al recuerdo de la
liberación que Dios había ofrecido a su pueblo en el pasado, se contrapone
ahora la promesa de una nueva intervención (Is 43,16-21).
Ningún pueblo debería olvidar su
pasado. Y menos el pueblo de Israel, que hizo del “recordar” no solo una
advertencia para la vida social sino también una exigencia de fidelidad a la
alianza que Dios le había otorgado.
El profeta conoce el dolor de un
pueblo humillado por sus enemigos y deportado a una tierra extraña. Pero conoce
también la bondad de Dios. Por eso invita a sus gentes a mirar al futuro. Dios
promete liberar a su pueblo de los sufrimientos que ha padecido en Babilonia.
A esa certeza responde el
salmista al cantar: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”
(Sal 125). San Pablo, por su parte, trata de olvidar lo que ha dejado atrás
para valorar el conocimiento de Cristo y correr hacia la meta prometida (Flp
3,8-14).
ALGUNAS PREGUNTAS
También el evangelio que hoy se
proclama contrapone de algún modo el pasado y el futuro (Jn 8,1-11). Los
escribas y fariseos traen ante Jesús a una mujer presuntamente sorprendida en
adulterio.
La intención de los que la acusan
es manifiesta. Si el Maestro no aprueba el mandato de apedrear a la adúltera,
se sitúa escandalosamente contra la Ley de Moisés. Si la condena, demuestra no
tener la compasión que se espera de un profeta.
En este relato evangélico se
acusa a la mujer, pero no se menciona al cómplice de su adulterio. Eso nos hace
dudar de los acusadores. ¿No han querido o no han podido detener al cómplice?
¿En su cultura interesa solo el pecado de la adúltera? Tal vez ni siquiera les
interese la conducta de la mujer, sino la ocasión para poder acusar a Jesús.
En el relato se dice que Jesús se
inclina por dos veces para escribir algo en el suelo. ¿Pretendía crear un
espacio de silencio para que los acusadores reconocieran sus propios pecados?
¿O trataba de evocar que también la ley de Moisés había sido escrita dos veces
por el dedo de Dios?
REVELACIÓN Y PERDÓN
La actitud de Jesús ante la mujer
sorprendida en adulterio es un excelente resumen del evangelio. Como ha escrito
el papa Francisco, citando a san Agustín, en este escenario quedaron frente a
frente la “misericordia” y la “mísera”, es decir, la necesitada de compasión.
Será oportuno prestar atención a lo que Jesús dice tanto a los fariseos como a
la mujer.
“El que esté sin pecado que le
tire la primera piedra”. Estas palabras de Jesús revelan y denuncian la
incoherencia de todos los que, antes y ahora, presumen de cumplir la letra de
la Ley cuando no han querido asumir su espíritu. Además, nos revelan la
grandeza y la comprensión del Maestro. Jesús es el único que está sin pecado.
Por tanto, es el único que podría juzgar, pero
no juzga.
“Tampoco yo te condeno. Anda y en
adelante no peques más”. La sociedad niega la seriedad del pecado, pero condena
al pecador. No lo ve como persona, sino como asesino o adúltero, como ladrón o
calumniador. Por el contrario, Jesús no niega la gravedad del pecado ni la
seriedad de la culpa. Pero se muestra siempre dispuesto a ofrecer el perdón. El
Maestro no mira tanto al pasado como al futuro.
Padre de los cielos, tú sabes
bien que somos débiles. Tú conoces nuestro pecado. Pero nosotros sabemos y
creemos que en Jesús nos revelas tu misericordia y nos concedes tu perdón. Agradecemos tu perdón. Te pedimos la gracia
de no condenar a nuestros hermanos y hermanas. Y la sabiduría para que el
pasado nos lleve a mirar con esperanza el futuro. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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