Reflexión Homilética para el Domingo 31 de Marzo de 2019. 4º de Cuaresma. C.
“Hoy os he quitado de encima el
oprobio de Egipto”. Con ese oráculo que hoy se proclama, Dios recuerda a Josué
que Él ha liberado a su pueblo y lo ha ido guiando hacia la libertad (Jos
5,9). Ha terminado ya la fatigosa
peregrinación por el desierto. Al acercarse a la tierra que Dios le ha
prometido, el pueblo podrá disfrutar de los frutos esperados. Y podrá ofrecer
al Señor las primicias de sus cosechas, como se recordaba en el primer domingo
de cuaresma.
El salmo responsorial convierte
aquellas promesas del pasado en una certeza para el presente. También para
nosotros Dios abre las manos con una generosidad de Padre: “Gustad y ved qué
bueno es el Señor” (Sal 33).
El primer don de ese Padre
generoso es el de la reconciliación. San Pablo nos anuncia que Dios nos ha
reconciliado consigo por medio de Cristo. Y, además, nos ha encargado el
servicio de reconciliarnos con nuestros hermanos y con él mismo (2 Cor
5,17-21).
PÉRDIDAS Y HALLAZGOS
La parábola que hoy se proclama
pertenece al capítulo evangélico de las pérdidas y los hallazgos. Un pastor
perdió una oveja y no descansó hasta que la encontró. Lo mismo hizo una mujer
que había perdido una moneda. Pero más elocuente aún es el relato sobre un hijo
que se había perdido y ha sido reencontrado por su padre y por su hermano (Lc 15,32).
El hijo que se fue de casa busca la libertad.
Recordando al filósofo Isaías Berlín, podemos decir que el joven consigue la
“libertad de” las aparentes ataduras que lo mantenían sujeto, pero no alcanza
la “libertad para” el servicio y el amor. Lejos de su casa, se convierte en un
esclavo de sus gustos, en un servidor de un amo que lo trata como a un esclavo
y en un solitario despreciado por todos.
En realidad, la parábola que llamamos del hijo
pródigo es la parábola de la generosidad liberadora del padre. En la
experiencia de la soledad, el hijo menor redescubre el valor del hogar familiar
El hijo mayor permanece en la casa, pero no ha descubierto la libertad que le
proporciona el amor de su padre. Solo el amor nos hace libres. Solo el amor nos
hace reconocer nuestra verdadera dignidad.
LA VERDADERA ALEGRÍA
Al retornar a casa, el hijo menor
desea ser tratado como un jornalero más. Seguramente esa es la última
tentación. Los verdaderos creyentes no pueden presentarse ante Dios reclamando
un premio o un salario por su trabajo.
- Al que regresa triste y pobre
el padre lo recibe con los brazos abiertos. Lo viste de fiesta para subrayar su
dignidad. Y le entrega el anillo con el que él ratifica los contratos. La
alegría por el hijo reencontrado revela la confianza del padre y demanda la
responsabilidad del hijo.
- Y al hijo mayor, que ha
permanecido en la casa, el padre le recuerda una doble relación. Es un hijo,
con el que el padre comparte todos sus bienes. Y tiene un hermano, al que debe
aceptar y recibir como tal.
A las palabras del hijo menor, el
padre no responde con palabras, sino con
los gestos de la fiesta y la alegría. Pero al hijo mayor sí que le dirige una
invitación que marca el tono de todo el relato: “Deberías alegrarte porque este
hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos
encontrado”.
Padre de los cielos, reconocemos
que nuestra desgracia se debe precisamente al hecho de que hemos ignorado tu
amor y malentendido el ideal de nuestra libertad. Agradecemos esa misericordia
con la que nos recibes. Y te pedimos que nos ayudes a comprender dónde está la
verdadera alegría. Amén.
D. José-Román
Flecha Andrés
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