Reflexión Homilética para el Domingo de 2019. 2º de Cuaresma, C.
“Cuando iba a ponerse el sol, un
sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El
sol se puso y vino la oscuridad”. Ese es el escenario en el que Dios se muestra
a Abrán para concertar con él una alianza (Gén 15, 12.17).
El relato subraya la iniciativa
de Dios. Dios saca de su tienda a Abrán, le invita a mirar al cielo, le
recuerda el pasado en el que lo sacó de su tierra de Ur y le promete un futuro
en el que le dará en propiedad la tierra en la que ahora se encuentra.
Si el texto anota la oscuridad en
la que se ve envuelto Abrán, el salmo responsorial canta el misterio de la luz
que guía a los creyentes: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?” (Sal 26,1).
En su carta a los Filipenses, san
Pablo, anuncia que Jesucristo transformará nuestra condición humilde, según el
modelo de su condición gloriosa” (Flp 3,21).
LA INICIATIVA DE DIOS
Pues bien, esa futura
transformación de nuestra condición humana encuentra ya su cumplimiento y su modelo definitivo en la
transfiguración de Jesús en lo alto del monte. El evangelio de Lucas (Lc 9,28-32) nos ofrece hoy algunas pautas
para nuestra reflexión:
Si en otro tiempo Dios sacaba a
Abrán de la quietud de su carpa de nómada, Jesús se lleva consigo al monte a
los tres discípulos predilectos. Hay una iniciativa divina que antecede y
anticipa las decisiones humanas.
Si Abrán cayó en un profundo
sueño ante la revelación de la gloria de Dios, también los discípulos de Jesús
se caen de sueño ante la revelación de la gloria de su Maestro. En el sueño que
no podemos controlar nosotros se manifiesta esa presencia que nos asombra.
Si Abrán se ve sumergido en la
oscuridad, en la que Dios le ofrece su alianza, los discípulos de Jesús se ven
cubiertos por una nube. Y de la nube llega esa palabra por la que Dios reconoce
y presenta a Jesús como su Hijo.
LA ESCUCHA DE LA PALABRA
Según el evangelio, desde el seno
de la nube resuena una voz que viene de lo alto. La nube representa a Dios. Un
Dios inaferrable e indomesticable. Un Dios invisible a los ojos humanos, pero
cercano a todos los que han de prestar oídos a su palabra y su mensaje.
“Este es mi hijo, el escogido,
escuchadle”. En un primer momento, se ofrece la revelación de Jesús como hijo
eterno de Dios. Jesús es más que un profeta. Su venida marca la plenitud de las
antiguas esperanzas.
“Este es mi hijo, el escogido,
escuchadle”. En un segundo momento, se anuncia a Jesús como el elegido entre
todos los hombres. En él se hace visible la figura del Siervo del Señor y se
cumple la misión redentora que a él se atribuía.
“Este es mi hijo, el escogido,
escuchadle”. En un tercer momento, la voz de Dios se convierte en exhortación.
Todos los que se encuentren con Jesús son invitados a escucharle con atención.
Él transmite la palabra de Dios. Él es la misma palabra de Dios.
Señor Jesús, también nosotros
nos encontramos a veces en la oscuridad y sumidos en un sueño profundo. Pero,
en medio de la tiniebla, tú eres la luz que nos libra del temor y del cansancio
y la palabra de Dios que guía nuestros pasos por los senderos de este
mundo. Bendito seas por siempre, Señor.
Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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