Reflexión Homilética para el Domingo 3 de Marzo de 2019. 8º del Tiempo Ordinario, C.
“El fruto revela el cultivo del
árbol, así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes
de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona” (Eclo 27,6-7).
Después de usar la imagen de la criba que separa el trigo de la paja y la del
horno que pone a prueba las vasijas, el Sirácida se refiere a los frutos de los
árboles.
Esos tres criterios sirven de
introducción para exponer lo que quiere
enseñar: que el valor de la persona se manifiesta cuando habla. Podríamos
añadir que la persona se revela también por su silencio. Por tanto, no hay que
apresurarse en juzgar a quien no hemos oído personalmente.
Según el salmo responsorial,
quienes permanecen fieles al Señor, seguirán en la vejez dando fruto y
proclamando que él es justo y fiable como una roca (Sal 91,15-16). Si la fe
triunfa sobre la muerte, san Pablo nos invita a entregarnos a la misión que nos
ha sido encomendada, “convencidos de que nuestro esfuerzo no será vano en el
Señor” (1 Cor 15,57-58).
LOS CIEGOS
También Jesús subraya la
importancia de la coherencia en la práctica de la vida cristiana (Lc 6,39-45).
El Maestro utiliza en primer lugar la parábola que podríamos llamar de los
ciegos, redactada como una madeja de preguntas:
“¿Acaso puede un ciego guiar a
otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” La primer pregunta parece un refrán
popular. La comunidad cristiana trata de subrayar la responsabilidad que
corresponde a los hermanos.
“¿Por qué te fijas en la mota que
tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?” No
basta aprender a guiar con rectitud a los hermanos. Hay que tratar de ser
justos a la hora de juzgarlos.
“¿Cómo puedes decirle a tu
hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga
que llevas en el tuyo?” Es un hipócrita quien ve los defectos ajenos por
menudos que sean y no reconoce sus propias faltas.
LOS ÁRBOLES
A continuación el evangelio de
Lucas, pone en boca de Jesús la parábola del árbol y los frutos que recuerda el
texto del Sirácida:
“No hay árbol bueno que dé fruto
malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su
fruto”. La observación del ambiente campesino sugiere y apoya una lección sobre
la responsabilidad.
“No se recogen higos de las
zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos”. Este pensamiento puede ser una
advertencia para desconfiar de las apariencias. O una invitación a confiar en
los que ofrecen sus buenos frutos en la comunidad.
“El hombre bueno, de la bondad
que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el
mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca”. La palabra y las obras
reflejan el fondo de la conciencia de la persona. Es preciso pedir el don de un
corazón limpio para que ilumine y justifique la vida toda.
Señor Jesús, tu eres el fruto
bueno que nos ha entregado el Padre. Tus gestos y tus palabras nos han revelado
la grandeza de la bondad divina y el ideal y la posibilidad de alcanzar la bondad humana gracias a los dones del
Espíritu. Bendito seas por siempre.
D. José-Román Flecha Andrés
No hay comentarios:
Publicar un comentario