Reflexión Homilética para el Domingo 14 de Abril de 2019. Domingo de Ramos.
“El Señor Dios me ha
dado una lengua de discípulo, para saber
decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50,4). En este tercer canto sobre
el siervo de Dios, lo vemos como un discípulo fiel. Por una parte, escucha con
atención la palabra de Dios. Y, por otra, la trasmite sin temor, a pesar de los
ultrajes que por ello recibe.
Esa imagen anticipa
ya la de Jesús, el discípulo que escucha la palabra de su Padre. Es más: él es
la misma Palabra de Dios, que anuncia la salvación y está dispuesto a morir por
mantenerse fiel a esa misión.
El salmo
responsorial recoge una antigua oración que los evangelios pondrán en boca de
Jesús crucificado: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado” (Sal 21).
Hay que leerlo entero para ver que ese grito desemboca finalmente en la
esperanza.
San Pablo, por su parte, recuerda a los fieles
de la ciudad de Filipos que Cristo, siendo de condición divina, se hizo
obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz (Flp 2,6-11). Con ese recuerdo
del Salvador, humillado por los hombres y exaltado por Dios, comenzamos la
Semana Santa.
EL DUEÑO DEL POLLINO
En este domingo de
Ramos se lee la pasión de Jesús según san Lucas (Lc 23,2-49). Pero antes, al
inicio de la procesión, se proclama el texto evangélico de la entrada del Señor
en Jerusalén (Lc 19,28-40). Al leerlo, nos asalta siempre una curiosidad y nos
estimula una advertencia de Jesús.
- En primer lugar,
nos preguntamos a quién pertenecía el pollino que los discípulos habían de ir a
buscar, por orden de su Maestro. ¿Conocía Jesús al dueño del pollino? ¿Había
observado previamente que siempre solía estar atado a la entrada de Betfagé?
¿Trata el evangelista de subrayar que Jesús conoce nuestras posesiones y
nuestra disponibilidad?
- En segundo lugar,
nos impresiona la respuesta que los discípulos han de dar a quien les pregunte
por qué desatan y se llevan el pollino: “El Señor lo necesita”. De nuevo nos
preguntamos si el dueño del pollino ya reconocía el señorío de Jesús. Pero al
mismo tiempo nos preguntamos si estamos dispuestos a “prestar” al Señor todo lo
que él necesita de nosotros.
LA PAZ Y LA GLORIA
Según el texto
evangélico, los discípulos que acompañan a Jesús por aquel camino que baja del
Monte de los Olivos, prorrumpen en gritos de alegría:
- “Bendito el Rey
que viene en nombre del Señor”. La bendición con que eran recibidos los
peregrinos (Sal 118,26) es ahora una aclamación que brota de la fe. Pero no
llega el reino de David que algunos esperaban. Llega el Rey de Jerusalén, llega
nuestro Rey, pero viene como un servidor. El papa Francisco comenta que “viene
a nosotros humildemente y con el poder de su amor divino perdona nuestros
pecados y nos reconcilia con Dios y con nosotros mismos”.
- “Paz en el cielo y
gloria en las alturas”. Los bienes que
los peregrinos deseaban al a©ercarse a la ciudad de Jerusalén se resumían en el
gran don de la paz (Sal 122,8). El evangelista une estos deseos de los
discípulos que compañan a Jesús con la revelación angélica de los dones que
aporta a la tierra el nacimiento del Mesías (Lc 2,14). Esa es también nuestra
fe. Y ese es nuestro testimonio.
Señor Jesús,
creemos que tambien en este tiempo tú llegas a nuestra vida y a una sociedad
que no te reconoce como el Mesías. Danos luz y fuerza para anunciarte y
acogerte como el enviado de Dios que nos trae la paz y la salvación. ¡Bendito
seas por siempre, Señor!
D. José-Román Flecha Andrés
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