Reflexión Homilética para el Domingo 14 de Octubre de 2018. 28º del Tiempo Ordinario, B.
Las tres grandes apetencias del
ser humano son el tener, el poder y el placer. Las tres parecen darse cita en
el capítulo 10 del evangelio de Lucas. El domingo pasado el placer podía
adivinarse tras la pregunta sobre el matrimonio y el divorcio. Hoy la pregunta
del rico nos recuerda el ansia de tener que nos agobia.
En la misa de hoy, la primera
lectura afirma que el tesoro más importante es la sabiduría. El texto la
compara con tres deseos que a todos interesan (Sap 7,7-11).
El primer deseo nos presenta los
cetros, los tronos y las riquezas. Son muchos los que aspiran a un “minuto de
gloria”. Lo que les importa es “ser” importantes y brillar en la sociedad. Pero
ese rebrillo es bastante engañoso ante el esplendor de la verdadera sabiduría.
El segundo deseo se centra en el
oro, la plata y las piedras preciosas. Ya no se trata del ser del hombre sino
del “tener”. Esos aparentes tesoros quedan fuera de él. No pertenecen a su
vida. Frente a la sabiduría, su valor es tan solo como el del barro y la arena.
El tercer deseo se refiere a
otros bienes mas importantes, como la salud y la belleza. De ellos depende el
“ser-así” de la persona. O, tal vez, el “estar” bien. Pero también estos son
bienes perecederos, mientras que la sabiduría es duradera.
TRES FRACASOS
El texto del evangelio nos
presenta a un personaje anónimo que se acerca a Jesús con el deseo de heredar
la vida eterna (Mc 10,17-30). Es como la parábola de tres fracasos que marcan
su existencia: el de la riqueza, el de la bondad y el del amor.
Se dice que este personaje “era
muy rico”. Pero Jesús trata de ayudarle a entender que no es tan rico como
parece. “Una cosa te falta”. Tiene todo, pero le falta el verdadero tesoro, que
solo puede ser alcanzado desprendiéndose de todo.
El personaje busca la bondad. En
realidad, durante toda su vida ha tratado de cumplir los mandamientos. Es
cierto que desea practicar la bondad, pero no se decide a seguir al que es
Bueno y es el modelo definitivo de la bondad.
Jesús se le quedó mirando con
cariño, pero él no lo percibió. No estaba dispuesto a hacerse eco del amor que
reflejaba aquella mirada del Maestro. En esta ocasión, el amor de Jesús no
encontró eco en el que pretendía asegurarse la vida eterna.
En este contexto, Jesús aprovecha
la ocasión para afirmar que los que ponen su confianza en las riquezas tendrán
una gran dificultad para admitir a Dios como su rey. Sus discípulos tendrán que
oír una y otra vez que “no se puede servir a Dios y al dinero”.
LIBERTAD Y SEGUIMIENTO
Con todo, Simón Pedro se atreve a
afirmar que los discípulos han hecho ya la opción de seguir a Jesús. Su
afirmación da lugar a una profecía de su Maestro:
“Nosotros lo hemos dejado todo y
te hemos seguido”. Es verdad, pero Pedro renegará un día de su Maestro. Muchos
seguidores de Jesús lo han dejado todo a lo largo de los siglos. Pero la
decisión inicial, por generosa que sea, ha de ser renovada cada día.
“Quien deje ‘todo’ por mí,
recibirá en este tiempo cien veces más, con persecuciones”. Los bienes más
importantes no son los tesoros materiales, sino el amor al bien y a la verdad.
Quien sigue al Señor ha de aprender el valor del desprendimiento. Y ha de
recordar que, junto a los bienes prometidos por el Señor, entra también la
persecución.
“Y recibirá en la edad futura
vida eterna”. El relato evangélico termina como empezó. La vida definitiva que
buscaba aquel personaje rico no queda asegurada por las riquezas. Y tampoco por
el cumplimiento fiel de los mandamientos. Solo puede llegar a esa vida sin
ocaso quien sigue de corazón al que es el Viviente y es la Vida.
Señor Jesús, tú conoces bien
nuestra buena voluntad y nuestro deseo de alcanzar la vida eterna. Pero conoces
también que nuestro corazón aspira todavía a los bienes, honores y tesoros de
este mundo. Queremos ser libres para seguirte fielmente por el camino. Líbranos
de toda codicia. Que nada nos aparte de ti. Amén.
D. José-Román Flecha Andrés
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