Reflexión Homilética para el Domingo 21 de Octubre de 2018. 29º del Tiempo Ordinario, B.
(DOMUND: Domingo Mundial de las Misiones)
“El Señor quiso triturarlo con el
sufrimiento…Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de
ellos”. Esa era la misión del Siervo del Señor, que recuerda la primera lectura
de la misa de hoy (Is 53,10-11). Ese misterioso personaje no aparece revestido
de poder. Al contrario, precisamente por sus sufrimientos se convierte en
salvador de muchos.
Con el salmo responsorial,
confesamos hoy que nuestra redencion no es fruto de nuestro poder, sino de la
bondad compasiva de Dios: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti” (Sal 32,22).
Tambien la carta a los Hebreos
nos recuerda que “no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de
nuestras debilidades” (Heb 4,14-15).
En este domingo de la propagacion
de la fe es bueno tratar de adquirir conciencia de que no es nuestro poder el
que contribuye a la misión redentora confiada a la Iglesia.
LA TENTACIÓN DEL PODER
Tras evocar en los domingos
anteriores la enseñanza de Jesús sobre el placer y el tener, el evangelio que
hoy se proclama nos revela que la apetencia humana del poder ha de ser
entendida, a la luz de la fe, como la disponibilidad para servir a los demás
(Mc 10,35-45).
Santiago y Juan, hijos de Zebedeo
se dirigen a Jesús con una frase que contradice el ejemplo y la enseñanza que
van recibiendo de él: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”.
Ese Maestro es el que nos enseña a orar diciendo al Padre: “Hágase tu
voluntad”. No podemos convertir a Dios en un ídolo dispuesto a satisfacer nuestro
egoismo.
Santiago y Juan piden puestos de
honor en la gloria del Mesías. Pero Jesús les anuncia que le espera un
horizonte de pasión y de muerte. Y ese es el camino que aguarda a los
discípulos que lo reconocen como su Maestro. También ellos compartirán el cáliz
de amargura que él ha de beber y el baño de dolor y de sangre con que él será
bautizado.
Sería una hipocresia indignarse
contra Santiago y Juan. Todos tenemos esa tentación del poder que afecta a los
jefes que tiranizan a los pueblos y a los poderosos que oprimen a los débiles.
Pero entre los discipulos de Jesús quien quiera ser el primero ha de aprender a
ser el servidor de todos. Esa es la leccion que nos ha enseñado el Maestro.
ALTANERÍA Y SERVICIO
Es grande quien sirve a los
demás. Nunca ha sido fácil aprender esa lección. Ahora mismo el papa Francisco
nos llama la atención contra las tentaciones de la mundanidad y del
clericalismo. Pero el servicio no es una simple estrategia misional para ir
consiguiendo nuevos adeptos para la Iglesia. El servicio es el único modo de
parecernos al Maestro.
“El hijo del Hombre no ha venido
para que le sirvan”. En Jesús vemos la realización de aquel Siervo del Señor
del que se habla en el libro de Isaías. En el contexto de la última cena él
lavó los pies a sus discípulos y los exhortó a realizar ese gesto de humilde
servicio a sus hermanos. Esa es la traducción del mandato del amor.
“El Hijo del hombre ha venido
para servir y dar su vida en rescate por todos”. Al igual que el Siervo del
Señor, anunciado por el profeta, también Jesús justifica y rescata a muchos.
Como dice el papa Francisco, “quienes se dejan salvar por él son liberados del
pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (EG 1).
Señor, Jesús, tú conoces bien
nuestra aspiracion a sobresalir por encima de los demás. Nuestro orgullo es un
dramático obstáculo para la misión. No pueden creer en la grandeza del que se
hizo Siervo los que ven a sus discípulos con ansias de poder. Perdona nuestra
altanería. Y enséñanos a servir a nuestros hermanos con nuestra entrega diaria.
Amén.
D. José Román Flecha-Andrés
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