Reflexión Homilética para el Domingo 16 de Septiembre de 2018. 24º del Tiempo Ordinario, B.
“Ofrecí la espalda a los que me apaleaban y la mejilla a los que mesaban
mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos”. Es impresionante esa
confesión del Siervo de Dios que resuena en el texto profético que hoy se
proclama (Is 50,5-9). La misión que le ha sido confiada está expuesta a
violencias de todo tipo.
Pero el elegido se mantiene firme
en medio de la persecución. Bien sabe que su fuerza no viene de sí mismo: “El
Señor me ayudaba, por eso no sentí los ultrajes”. La fe en la cercanía de Dios
no nos exime de las burlas, pero nos da esa audacia que propone el papa
Francisco en su exhortación “Gaudete et exsultate”.
Recogiendo esta certeza, el salmo
responsorial proclama: “El Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas
me salvó” (Sal 114). Nuestro aguante no nace de la fuerza de nuestra voluntad,
sino de esa fe que genera y orienta nuestras buenas obras (Sant 2,14-18).
LA TENTACIÓN
El evangelio de hoy nos presenta
a Jesús en la zona de Cesarea de Felipe, cerca de las fuentes del Jordán (Mc
8,27-35). Mientras va de camino, dirige a sus discípulos una pregunta sobre la
idea que las gentes tienen de él. Pero no se detiene ahí y les interpela sobre
su opinión personal. En realidad, les pregunta quién es él para ellos.
Pedro responde escuetamente: “Tú
eres el Mesías”. Pero Jesús replica con una prohibición, una expliación y una
reprension.
- Jesús prohíbe a sus discípulos
que difundan entre las gentes que él es el Mesías de Dios. El título tenía
implicaciones políticas que el Maestro trataba de evitar.
- Además, Jesús les explica que
su mesianismo incluye un panorama de padecimiento y condena por parte de las
autoridades y un destino de muerte y de resurrección.
- Y, ante la resistencia de Pedro
a admitir ese futuro, Jesús lo reprende por tratar de apartarlo del fiel
cumplimiento de su misión.
Evidentemente, se puede caminar
con Jesús conservando en el fondo la forma de pensar que dicta la opinión
pública, no la que nos inspira la fe en Dios. Esa es la gran tentación.
LAS DECISIONES
En ese contexto, Jesús dirige a
la gente y a sus discípulos de todos los tiempos una lección inolvidable: “El que quiera venir conmigo, que se niegue a
sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Acompañar al Maestro por el camino
comporta tres decisiones radicales:
- Negarse a sí mismo. Es preciso
salir del individualismo que de hecho niega la autenticidad de la respuesta a
la llamada del Maestro. El discípulo ha de estar dispuesto a renunciar a sus
proyectos y a sus intereses personales.
- Cargar con la cruz. La cruz era
un horrible instrumento de suplicio. Por tanto, cargar con ella equivalía a
reconocerse como un delincuente merecedor de una condena. Y disponerse a
compartir en el futuro el destino del Justo injustamente ajusticiado.
Seguir al Señor. Seguirle no es
imitar su forma de vestir. Seguir a Jesús significa reconocerlo como Maestro de
doctrina y como modelo de vida. Y aceptar el estilo de su entrega, en la vida y
en la muerte. Ese es el mesianismo que Pedro no estaba dispuesto a admitir.
Señor Jesús, en ti vemos
reflejada la imagen profética del Siervo del Señor. Sabemos y creemos que tú
eres el Mesías de Dios. En ti reconocemos al verdadero maestro de la verdad y
al definitivo modelo de la vida. Tú sabes que, a pesar de nuestra pereza y nuestra
desgana, deseamos seguirte por el camino y ser testigos de tu verdad. Amen.
D. José-Román Flecha Andrés
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