Homilía Domingo 7 Febrero de 2016. 5º del Tiempo
Ordinario, C.
“¡Ay de mí, estoy perdido! Yo,
hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros,
he visto con mis ojos al rey y Señor de los Ejércitos”. Esta exclamación del
profeta Isaías (Is 6,5) se sitúa en el marco de una profunda experiencia
religiosa, que podría articularse en tres momentos.
En primer lugar, el profeta se ve
inundado por el esplendor de la majestad de Dios, que no es accesible a los
sentidos humanos. Inmediatamente, a la luz de esa gloria percibe también su
pecado, entendido como una distancia insuperable, es decir como la falta de
dignidad ante la santidad de Dios. Pero en un tercer momento, de Dios mismo le
llega la purificación.
Una vez purificado, Isaías puede
recibir la misión que Dios le confiere. Él ha de ser portavoz de su mensaje. Es
verdad que no ha de ser fácil. En las palabras divinas del envío se prevé la
dureza de las gentes a las que el profeta es enviado. Pero nada puede
amedrentar al que ha sido tocado por el fuego que arde ante el santuario.
DE LA MISERICORDIA A LA MISERIA
El evangelio de este domingo 5º
del Tiempo Ordinario refleja una experiencia semejante, aunque vivida en un
ambiente diverso. Ante una pesca desacostumbrada, Pedro se arroja ante los pies
de Jesús (Lc 5,8). Isaías es de Jerusalén, Pedro es de Betsaida. No está en el
templo, sino en el mar. Ahora la gloria de Dios se manifiesta en Jesús de
Nazaret.
Pero algo muy importante une a
los dos relatos. En nuestra sociedad se piensa que las religiones procuran
suscitar en sus fieles el sentido de la culpa para ofrecerles a continuación el
remedio del perdón. Tal vez sea ese el estilo que adoptan la propaganda
política y la publicidad comercial. Pero no es ese el proceso auténticamente
religioso.
El camino de Isaías y de Pedro es
exactamente el contrario. No va de la culpa a la gracia, sino de la gloria
divina al descubrimiento de la verdad humana. No va de la angustia a la
súplica. Va del esplendor de la misericordia a la confesión de la propia
miseria. Isaías y Pedro descubren que el pecado es siempre la “in-dignidad”, es
decir, la distancia ante el Santo.
DEL FRACASO A LA MISIÓN
El hermoso relato evangélico que
hoy se proclama subraya la dignidad de Jesús de Nazaret, la exhortación a
escuchar su palabra que nos envía a los mares, y la promesa de una misión que
ha de dar sentido a la vida del discípulo. Todo ello apoyado en el diálogo
entre Jesús y Pedro. Son cuatro frases que nos interpelan:
“Rema mar adentro”. Jesús
necesita la colaboración de Pedro para su misión. Pero, al aceptar esa ayuda,
suscita la generosidad del discípulo y hace posible un futuro inesperado.
“Por tu palabra echaré las
redes”. El discípulo ha de estar dispuesto a reconocer su propio fracaso. Pero
hace bien al confiar en la palabra de su Maestro.
“Apártate de mí, Señor que soy un
pecador”. La arrogancia no es buena consejera del discípulo. Descubrir la
presencia del Señor sólo puede suscitar asombro y humildad.
“No temas: desde hoy serás
pescador de hombres”. La generosidad del Señor ofrece apoyo a la debilidad del
discípulo, al tiempo que aprovecha su capacidad y la transforma.
Señor Jesús, agradecemos que
hayas querido disponer de nuestra pobre capacidad. Humildemente reconocemos la
distancia que nos separa de tu grandeza. Pero, asistidos por tu gracia y tu
misericordia, estamos dispuestos a aceptar la misión que nos confías.
D. José-Román Flecha Andrés
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