
Homilía para el Domingo 28 de Febrero de 2016. IIIº de Cuaresma, C.
“Voy a acercarme a mirar este
espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza” (Ex 3,3). No son
palabras tan solo. Moisés se acerca a la zarza que arde sin consumirse. Este
texto que hoy se proclama encierra tres referencias personales.
Dios, que no es indiferente a la
suerte de los hombres. Su misericordia tiene en cuenta la miseria de los que se
afanan y de los que sufren. Prestar atención a esos signos que Dios envía puede
convertirnos en portavoces de su palabra y en agentes de la liberación.
Moisés, que se ha habituado a la
rutina de cada día. Pero está preparado para escuchar la voz de Dios que, de
pronto, le habla en el escenario del pastoreo. Es preciso ver lo admirable y
asombroso de la intervención de Dios en la peripecia de lo acostumbrado.
El pueblo de Israel, que ya se ha
habituado a la esclavitud. Pero Dios “ha visto” la opresión que sufre su
pueblo. Él toma la iniciativa. La fe en Dios nos rescata de la esclavitd.
También a nosotros Dios nos ofrece la libertad y nos restituye la dignidad
perdida.
LA TORRE
En el tercer domingo de cuaresma
se nos recuerdan dos hechos que debieron de llegar a los oídos de Jesús: una
horrible matanza de peregrinos decidida por Pilato y el derrumbe de la torre de
Siloé que aplastó a algunos obreros (Lc 13, 1-9). ¿Qué pensar de ello?
A Moisés Dios le habló en la
rutina de las tareas diarias del pastoreo. El evangelio nos dice que Dios nos
habla también a través de los acontecimientos que a veces nos sobresaltan y que
siempre nos plantean las grandes cuestiones sobre el bien y el mal.
A la vista de aquellas
desgracias, muchos se preguntaban qué mal habían cometido las víctimas. Según
Jesús, la desgracia no siempre responde al pecado. Si así fuera, también
merecerían la muerte algunos de sus oyentes, que sin duda eran pecadores.
Así pues, más que hacerse
preguntas teóricas sobre la naturaleza y las causas del mal, hay que adoptar
una decisión práctica. Es urgente aprovechar el momento presente para abrir el
corazón a la conversión.
LA HIGUERA
Pero en el relato evangélico que
hoy se proclama se incluye, además, una breve parábola: la de la higuera que ha
dejado de dar frutos. ¿Qué hacer ante ello? El texto incluye un breve diálogo
entre el dueño de la viña y el viñador encargado de cultivarla.
“Córtala. ¿Para qué va a ocupar
terreno en balde?”. Esa parece ser la decision del dueño de la viña en la que
está plantada la higuera. Es una severa advertencia a esa esterilidad nuestra
que ya se ha vuelto crónica. No podemos resignarnos. El papa Francisco ha dicho
hace poco que la misericordia de Dios es muy grande, pero su justicia es
perfecta.
“Señor, déjala todavía este año”.
Junto a la tentación de la acedia podemos caer también en la del pesimismo. La
sugerencia del viñador nos exhorta a redoblar el esfuerzo y el trabajo. A
mantener la esperanza y la paciencia. A interceder cada día por nuestros
hermanos. Y, por último, a dejar el juicio y la última decisión al Señor, que
es el único dueño de la viña.
Señor Jesús, queremos escuchar
tu palabra, que nos habla a través de los acontecimientos. Que esa escucha nos
mueva a la conversión del corazón. Y que la conversión se manifieste en los
frutos de vida que tú esperas de cada uno de nosotros. Amén.
D. José Román Flecha Andrés
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